Respuesta: Teniendo en cuenta que se han compuesto muchos libros sobre el problema de la masturbación, alguien puede preguntarse por qué otro teólogo más siente la necesidad de escribir sobre este tema. ¿Acaso no es presuntuoso creer que uno tiene algo nuevo que decir acerca de un problema tan antiguo que desde hace siglos afecta a hombres y mujeres?
Respondo que hay algo que aportar al tema; por ejemplo, la respuesta que uno puede dar a las nuevas concepciones sobre esta materia, y la contribución de la experiencia personal que he adquirido aconsejando a personas que luchan contra el hábito de la masturbación. He alcanzado actuales percepciones sobre la psicología de la masturbación, a partir del estudio de la adicción sexual, de la que la masturbación es el principal ejemplo.
También he quedado impresionado al apoyar espiritualmente a grupos que consideran el hábito de la masturbación algo serio, como es el caso de “Sexólicos Anónimos” (Sexaholics Anonymous: S.A. y “Adictos Anónimos al Sexo y al Amor” (Sex and Love Addicts Anonymous: S.L.A.A, “Homosexuales Anónimos” (Homosexuals Anonymous: H.A. y “Courage” (Valentia). Este es, sin duda, un feliz cambio respecto de la teología de Ann Landers quien consideraba la masturbación como una posible forma de terapia.
Otra razón por la cual intento escribir sobre esta materia es el hecho de que muchas personas que luchan con su debilidad no reciben ayuda espiritual adecuada o una apropiada guía moral. En algunos casos son mal guiados por personas que les han dicho que la masturbación ayuda a realizar el acto conyugal o que es parte en el proceso de recuperación de dificultades sexuales. Hoy día se sabe bien que el hábito de la masturbación puede verificarse en todas las etapas de la vida, desde la infancia hasta la vejez. Puede encontrárselo en niños, adolescentes, jóvenes, casados, ancianos, religiosos, seminaristas y sacerdotes.
Por favor, nótese que me refiero a “la tendencia” (más precisamente “la tendencia desordenada”). Muchas personas han conseguido, de diversas formas, controlar la tendencia a través de un plan de vida espiritual. Pero hay otros que luchan en la oscuridad; es para este último grupo para el que escribo.
Comenzaré con una definición de la masturbación y luego presentaré algunas consideraciones psicológicas. A continuación pasaré revista a la enseñanza del Magisterio y finalizaré con algunas sugerencias pastorales que incluyen elementos para un programa pastoral con el que se puede ayudar a quienes tratan de vencer un problema crónico.
Consideraciones psicológicas en torno del hábito de la masturbación La masturbación es llamada a veces “autoabuso” u “onanismo” y en manuales profanos “autoplacer”. Cuando la estimulación psíquica tiene lugar durante el sueño se habla de “polución nocturna”. El Padre Benedict Groeschel usa el término masturbación para referirse a las acciones que ocurren estando dormidos o semidormidos, o los actos de los niños y la conducta sexual de la primera adolescencia; en cambio, reserva el término autoerotismo para la actividad de los adolescentes más grandes y de los adultos “quienes, por diversas razones, se buscan a sí mismos y encuentran un sustituto de la vida real en esta conducta simbólica e intensamente frustrante”. En el clásico artículo sobre la teología de la masturbación, el Padre J. Farraher, SJ, la describe como “la estimulación de los órganos sexuales externos hasta el punto de clímax u orgasmo realizado por uno mismo, mediante movimientos de la mano u otros contactos físicos, o bien por medio de fotografías provocativas o imaginaciones (masturbación psíquica), o bien por la combinación de estímulos físicos y psíquicos”. En sentido amplio también incluye la masturbación mutua en la que varias personas se estimulan mutuamente los órganos genitales.
Pero tal vez la descripción más penetrante del hábito de la masturbación la encontramos en una carta de C.S. Lewis, citada por Leanne Payne en The Broken Image: “Para mí el verdadero mal de la masturbación consiste en que toma un apetito —que legítimamente usado hace salir al individuo de sí mismo para completar (y corregir) su propia personalidad en la de otra persona (y en último término en los hijos y nietos)— dirigiéndolo en sentido contrario, hacia la prisión interior de sí mismo, para crear un harén de novias imaginarias. Y este harén, una vez aceptado, se resiste a ser abandonado para salir y unirse verdaderamente con una mujer real. Porque tal harén se encuentra siempre a mano, siempre dócil, no exige sacrificios ni renuncias y puede ser adornado con atracciones eróticas y psicológicas con las que ninguna mujer real puede competir”. Esta cita puede aplicarse tanto a hombres como mujeres, y expresa la idea de la masturbación como una huida personal de la realidad hacia la prisión de la lujuria.
La masturbación es un fenómeno complejo. La Congregación para la Educación Católica, en 1974, señaló que una de las causas de la masturbación es el desequilibrio sexual, y que en la educación “habría que dirigir más bien los esfuerzos hacia las causas en vez de centrarse en atacar el problema de forma directa”. De hecho, hay muchos factores implicados en el término “desequilibrio sexual”, como veremos.
Esta es una sabia actitud. No comprenderemos por qué una persona está oprimida con este hábito a menos que conozcamos algo de su trasfondo histórico. Al escuchar a las personas nos damos cuenta que una de las principales causas que lleva a alguien al aislamiento, a la fantasía y a la masturbación, es la soledad. Y generalmente, la soledad va unida a sentimientos de profundo odio y rencor contra sí mismo. Cuando el mundo real es cruel y prohibitivo la persona se vuelca a la fantasía, y cuando emplea mucho tiempo en un mundo de fantasía termina esclavizado con objetos sexuales (porque éste es el modo en que ve a las demás personas: como objetos).
A partir de esto esa persona huirá hacia el irreal pero deleitable mundo de su imaginación. Tal es el comienzo de la adicción sexual, tan bien descrita por Patrick Carnes.
El hábito de la masturbación con frecuencia se hace compulsivo, es decir, la persona se vuelve incapaz de controlar la actividad masturbatoria aunque lo intente con grandes esfuerzos. Generalmente tal persona no tiene plena conciencia de su situación y necesita tanto terapia como dirección espiritual.
A veces, sin embargo, el hábito de la masturbación es temporal y circunstancial. Así, por ejemplo, ocurre que la tendencia a masturbarse desaparece ni bien una persona cambia de entorno. Tal es el caso de una religiosa de veinticinco años que, en un momento dado, se encontró rodeada de religiosas más viejas con quienes no tenía verdadera comunicación, y más adelante pasó a trabajar con religiosas de su misma edad. Inmediatamente se dio cuenta de que en el primer grupo estuvo aislada y solitaria, mientras que en el segundo había conseguido establecer amistades reales. Se podrían dar muchos ejemplos en los que la actividad masturbatoria es síntoma de fuerzas subyacentes en la vida de la persona.
Estos síntomas, tan variados en términos de edad, circunstancias externas de vida y disposiciones interiores, serán descritos y evaluados en la sección pastoral de este ensayo. Basta decir, por ahora, que, el primer paso que el sacerdote o consejero debería dar es escuchar cuidadosamente la historia de la persona que solicita su consejo. Obviamente esto debería hacerse siempre que no haya largas colas de penitentes fuera del confesionario, y preferiblemente en un despacho parroquial, y sólo cuando el consejero perciba que la persona que solicita su consejo lo hace voluntariamente, necesitado de guía espiritual. Volveré sobre los factores psicológicos cuando discutamos los casos particulares, después de considerar la moralidad del acto y del hábito masturbatorio.
La Declaración sobre ciertas cuestiones concernientes a la moral sexual (Persona humana), afirma que “con frecuencia se pone hoy en duda, o se niega expresamente, la doctrina tradicional según la cual la masturbación constituye un grave desorden moral”. Así, por ejemplo, un popular manual escolar señala que la evidencia empírica ha cambiado las actitudes de muchos respecto de la masturbación, colocando a los moralistas en la complicada posición de sostener que “virtualmente todo varón es culpable de pecado mortal”. Los autores obviamente han ignorado la distinción entre gravedad objetiva y culpa subjetiva. En su extensa revisión de opiniones sobre la gravedad de la masturbación los autores de Human sexuality hablan de un creciente consenso que ve la malicia moral de la masturbación como “una inversión sustancial de gran importancia”.
Añaden correctamente que a lo largo de la tradición cristiana, se ha considerado que cada acto de masturbación es grave e intrínsecamente malo, y, además, pecado mortal cuando es realizado con plena advertencia y consentimiento. Dos recientes estudios ofrecen al lector el trasfondo de la tradición cristiana sobre la moralidad de la masturbación. El primero es un estudio histórico de Giovanni Cappelli sobre el problema de la masturbación durante el primer milenio.
Entre sus conclusiones cabe destacar: 1) En ningún lugar del Antiguo o del Nuevo Testamento hay alguna explícita confrontación con el tema de la masturbación; 2) Cappelli no encuentra en los escritos de los Padres Apostólicos ninguna mención de la masturbación; 3) Las primeras referencias explícitas a la masturbación se encuentran en los libros penitenciales anglosajones y celtas del siglo VI, en donde el tema es tratado de modo práctico y jurídico; 4) Sin embargo, sería erróneo interpretar el silencio de los Padres sobre la masturbación como una aprobación tácita de esta última o como una supuesta indiferencia. Los principios que ellos elaboraron sobre la ética sexual y sus actitudes generales podrían haberlos llevado fácilmente a condenar la masturbación. Ignoramos por qué no se hizo así; probablemente se debió al hecho de que los primeros escritores cristianos estaban principalmente preocupados con los pecados sexuales que, por naturaleza, eran interpersonales.
El segundo estudio se refiere a las normas relativas y absolutas de la moral sexual en San Pablo. Analizando la interpretación de Silverio Zedda sobre cuerpo-persona en San Pablo, William E. May dice que Zedda no encuentra una explícita referencia al vicio del autoerotismo. “Pero la condenación de dicho pecado puede, aquí, deducirse indirectamente de la enseñanza de San Pablo, tomando como punto de partida aquellos textos en que éste condena la pasión malvada en general, en los cuales los teólogos encuentran condenado también el vicio solitario... De modo análogo puede considerarse que el autoerotismo es uno de los elementos de la condición de aquellos solteros a quienes San Pablo aconseja el matrimonio: ‘si no puedes contenerte, cásate; porque es mejor casarse que abrazarse’ (1Co 7,9)”. Zedda también entiende como condenaciones implícitas de la masturbación Gal 5,23; 2Co 7,1 y 1Te 4,4.
Sin embargo los autores de Human sexuality dicen que la extensión que ha tomado la práctica masturbatoria, particularmente entre los varones, dificulta a los moralistas continuar sosteniendo la posición tradicional. Esto parece estar en agudo conflicto con el sentido común. Estos moralistas infravaloran la cuestión de la gravedad objetiva del acto, amparándose en la opinión de que, en el plano pastoral, la falta de plena advertencia y la ausencia de completa libertad, frecuentemente impide que tales actos sean mortalmente pecaminosos. El P. Farraher, sin embargo, argumenta, de modo convincente, a partir de la constante enseñanza de la Iglesia, que la masturbación es una seria violación del orden moral cuando la persona es plenamente consciente de la malicia del acto y, a pesar de todo, lo realiza. Al no cumplir los fines unitivo y procreativo a los que se ordena el acto conyugal, constituye un acto pecaminoso y seriamente desordenado. Farraher señala, también, que la estimulación sexual por parte de una pareja casada es moralmente lícita en la medida que conduzca al acto matrimonial a la unión sexual natural o completa. Farraher es muy preciso acerca de lo que constituye malicia grave en la masturbación al escribir: “para que una persona sea formalmente culpable de un pecado mortal de masturbación, su acto debe ser el fruto de una elección plenamente deliberada de algo que advierte de modo perfecto como seriamente pecaminoso”. Si tal acto se realiza sólo de modo parcial o con imperfecto consentimiento de la voluntad, será pecado venial; y “si no hubiera elección libre de la voluntad tampoco habría ninguna culpabilidad pecaminosa, incluso en el caso en que la persona fuera consciente de lo que está haciendo”. Farraher continúa señalando que no hay pecado aún cuando una persona prevea que la estimulación sexual y el orgasmo se van a seguir de alguna acción que ella está realizando libremente, mientras no intente tal estimulación sino sólo la permita, teniendo razones suficientemente serias para obrar así (lo que viene a ser una aplicación del principio de doble efecto).
Farraher corrige el malentendido de muchos católicos que piensan que al experimentar una estimulación sexual, incluso contra su voluntad, cometen pecado mortal. Entre la generación actual, sin embargo, no creo que sean muchos los que sufran de tal sentido de culpabilidad; por el contrario, es probable que a muchos le sorprenda oír que la masturbación es pecaminosa. Por eso, es necesario instruir a los fieles con las cuidadosas distinciones de Farraher para evitar, por un lado, la ansiedad de conciencia, y, por otro, no se caiga en un laxismo irracional.
Al igual que en el tema del control de natalidad, también en la cuestión de la masturbación se observa un distanciamiento de la enseñanza oficial de la Iglesia, desde el momento en que el P. Charles Curran argumentó, en 1966, que cada acto de masturbación no debe ser considerado en sí mismo como un desorden “siempre y necesariamente grave”. Los autores de Human sexuality comentan la posición de Curran como un significativo adelanto teológico. No se dice que la masturbación no sea pecado, o que no envuelva un serio pecado; sino que “no necesariamente cada uno de los actos de masturbación constituye la materia grave que se requiere para un pecado mortal”. Sin embargo, la posición de Curran y de los autores de Human sexuality es directamente impugnada en la enseñanza de la Declaración vaticana sobre Ética Sexual (Persona humana) a la que ya me he referido. La Congregación para la Doctrina de la Fe, reafirma, así, la enseñanza constante de la Iglesia sobre la grave inmoralidad objetiva de la masturbación, refiriéndose a esta última como “un acto intrínseca y seriamente desordenado”.
Los argumentos a favor de la posición de la Iglesia y la respuesta de los moralistas católicos a las principales objeciones contra esta enseñanza están resumidas en Catholic Sexual Ethics. Querría seleccionar algunos puntos de sus argumentos.
1) Aún admitiendo que ciertos textos citados como condenatorios de la masturbación pueden tener otra interpretación (Gn 38,8-10; 1Co 6,9; Ro 1,24), la Sagrada Escritura condena el uso irresponsable del sexo, lo que ciertamente se aplicaría a la masturbación. La Declaración Persona humana dice que incluso si la Escritura no condena este pecado por su nombre “la tradición de la Iglesia ha entendido rectamente que está condenado en el Nuevo Testamento cuando éste habla de ‘impureza’, ‘falta de castidad’ y otros vicios contrarios a la castidad y a la continencia”.
2) Los autores de Catholic Sexual Ethics responden bien a la objeción que dice que la condenación de la masturbación es una forma de maniqueísmo y estoicismo. Por el contrario, son quienes aceptan la masturbación los que no pueden mirar de modo consistente sus cuerpos y su actividad sexual como partes integrales de sí mismos, ya que los actos masturbatorios no realizan los bienes humanos básicos de la mutua donación y procreación. La masturbación usa el cuerpo como instrumento de placer y es, en realidad, una forma de dualismo, ya que, en este contexto, convierte al cuerpo en un objeto para el placer del alma.
Además la enseñanza [de la Iglesia] no se basa en la premisa estoica de que el único fin de la unión sexual es la procreación. La enseñanza de la Gaudium et spes, nn. 47-52, así como la Humanae vitae, sostiene claramente que la unión sexual en el matrimonio tiene otros fines, incluía la expresión del amor mutuo. Por el contrario, la masturbación no ayuda a ninguno de los grandes bienes del matrimonio, permaneciendo un acto solitario.
Catholic Sexual Ethics también responde a la objeción de que la masturbación, en algunas circunstancias, no constituye un grave desorden moral. Una de esas circunstancias sería la masturbación en la adolescencia. La respuesta es que la Iglesia siempre ha reconocido que las circunstancias alteran algunos casos y que hay grados de responsabilidad en las diferentes clases de masturbación. Pero la Iglesia también sostiene que el acto de masturbación permanece objetivamente una falta seria. La enseñanza de la Iglesia distingue, correctamente, entre la gravedad objetiva del acto masturbatorio y la responsabilidad subjetiva del que lo realiza. Esta importante distinción, que elabora Farraher, nos permite sostener la posición tradicional al mismo tiempo que nos autoriza a comprender una variedad de factores mitigantes que disminuyen la culpa personal del masturbador, supuesto que él quiera poner de su parte todo lo necesario para vencer su mal hábito o, en ciertos casos, su compulsión.
En mis cuarenta y siete años de experiencia pastoral todavía no he encontrado un penitente que no desee librarse del hábito de la masturbación o que continúe masturbándose deliberadamente. Es más probable que, quienes continúan con este hábito de forma deliberada, no se acerquen a la confesión, o bien no confiesen este pecado porque les han lavado el cerebro haciéndoles creer que la masturbación no es pecado o, al menos, que sólo es un pecado venial que no hay obligación de confesar.
Los autores de Catholic Sexual Ethics también responden al argumento de Charles Curran de que un acto aislado de masturbación no puede ser gravemente pecaminoso, sino que solo sería pecado grave la práctica constante de tal actividad. La falacia en este argumento consiste en que pierde vista que el foco primario de la responsabilidad es el acto libremente elegido y no la conducta, la cual brota de una serie de actos libremente realizados. Nuestra personalidad moral, o carácter, se forma mediante estos actos, y si una persona debe convertirse, la conversión comienza con un acto libremente elegido. Así enseña San Agustín en sus Confesiones.
En la práctica, los autores que sostienen que la masturbación no es materia grave, han quedado impresionados por estudios estadísticos que muestran que la mayoría de los adolescentes y un gran porcentaje de las adolescentes se masturban. Pero tales estudios no describen la frecuencia de la masturbación ni el estado de conciencia del masturbador. Tampoco toman en consideración el fenómeno verdaderamente actual de los grupos de apoyo espiritual para vencer adicciones sexuales, como Sexólicos Anónimos y Adictos Anónimos al Sexo y al Amor. Ambos grupos tratan la masturbación compulsiva como una adicción sexual que hay que vencer a través de la práctica de los Doce Pasos adaptada a los problemas sexuales.
También se puede argumentar, contra la tesis de Curran, desde un punto de vista pastoral. En la práctica no tratamos con personas implicadas en un acto masturbatorio aislado. Cualquiera que sea la edad de la persona nos enfrentamos con actos reiterados, o con un hábito, o con una compulsión. La tesis de Curran tampoco toma en cuenta que un acto deliberado de impureza tiende a repetirse conduciendo a la formación de un mal hábito, el cual, en algunos casos, se convertirá en una compulsión sexual, es decir, en un patrón de comportamiento sexual sobre el que la persona, a pesar de sus esfuerzos, no tiene verdadero control. La cuestión moral es si uno puede ser considerado responsable de dar conscientemente el primer paso que termina en la formación de un mal hábito. ¿Acaso no estamos seriamente obligados a evitar el comienzo de tal hábito? Además, si un acto aislado y deliberado de masturbación no fuese una violación grave del orden moral, ¿qué impedirá que una persona caiga en el hábito? Es probable que ésta no trate de evitar el acto y termine así cayendo fácilmente en un hábito que, en determinadas circunstancias, puede convertirse en compulsivo. Estas son cuestiones pastorales que Curran no examina.
Consideraciones sobre la responsabilidad moral del masturbador En el plano pastoral hay que distinguir entre el masturbador habitual y el compulsivo. Por definición el habitual todavía tiene control sobre su conducta, dominándose por largos períodos de tiempo y recayendo por cortos períodos. Puede ser que use la masturbación como sustitutivo de la relación sexual ya sea porque no tiene ninguna mujer a su disposición (como los prisioneros), o porque es divorciado, o porque nunca se ha casado, o bien porque tiene miedo de contraer Sida. Sin embargo, es capaz de detener el hábito cuando esté motivado para hacerlo, por lo general por motivos religiosos. Muchas de las razones mencionadas también se aplican a la mujer que cae en este hábito de masturbación. La soledad y la depresión son factores poderosos tanto en hombres como en mujeres. En algunos casos, sin embargo, la persona cruza la línea del hábito para entrar en el campo de la compulsión, es decir, terminan masturbándose muy frecuentemente a pesar de recurrir a remedios ordinarios para evitarlo. Probablemente en este caso estamos ya tratando con un problema de adicción sexual.
La masturbación como una forma de adicción sexual Los consejeros pastorales y los confesores se encuentran con frecuencia con personas que se masturban diariamente a pesar de querer librarse de esta compulsión. Tales individuos viven con culpa y vergüenza. No se satisfacen cuando el consejero intenta consolarlos diciéndoles que no son culpables de pecado grave ya que carecen de control sobre la masturbación. Quieren saber qué pueden hacer para recuperar el control de sus impulsos sexuales. La primera cosa que el consejero puede hacer es estudiar las adicciones sexuales y aprender qué puede hacerse para ayudar a un masturbador compulsivo.
La adicción sexual puede definirse como una pseudo relación con una experiencia sexual mentalmente perturbadora con efectos destructivos sobre uno mismo y en algunos casos también sobre otras personas. Como Patrick Carnes explica: “el adicto sustituye una relación saludable con otras personas por una relación enfermiza con un evento o proceso. La relación del adicto con una ‘experiencia’ trastornante se convierte en central para su vida”.
Carnes subraya que la gente tiende a confundir adicción sexual con actividad sexual frecuente o placentera. La diferencia está en que la persona normal puede aprender a moderar su conducta sexual, mientras que el adicto no puede hacerlo. Ha perdido la capacidad de decir “no” en razón de que su conducta forma parte de un ciclo de pensamientos, sentimientos y actividad que no puede controlar. En lugar de gozar del sexo como una fuente de autoafirmación y del placer en el matrimonio, el adicto sexual lo usa como un alivio del dolor o del stress, análogamente al alcohólico que depende del alcohol. A diferencia del amor, la enfermedad obsesiva transforma el sexo en una necesidad primaria ante la cual todo lo demás puede ser sacrificado, incluyendo la familia, los amigos, la salud, la seguridad y el trabajo.
Sin desarrollar todas las fases de una adicción, lo cual Carnes y Anne Wilson Shaef hacen en sus libros, nos basta decir que el masturbador compulsivo tiene esperanza; y esto por varias razones. Ante todo, puede llegar a entender que él no es una mala persona sino alguien que sufre una enfermedad, la cual puede ser tratada y vencida. En la medida en que se aborrece a sí mismo y se considera inútil (vergüenza) cree que no tiene esperanza (desesperación). En segundo lugar, con la ayuda de un director espiritual y de un médico, puede tomar conciencia de que es posible vencer su adicción. También necesitará practicar los Doce Pasos participando en grupos de apoyo. A este respecto encontrará una ayuda invalorable en las sesiones grupales de Sexólicos Anónimos y Adictos Anónimos al Sexo y al Amor.
Al afirmar que hay esperanza para el masturbador compulsivo, no me baso únicamente en lo que dicen los libros, sino en mi experiencia de haber enviado a personas a Sexólicos Anónimos o a Adictos Anónimos al Sexo y al Amor, y también en el trabajo que he realizado con miembros de Courage en New York City (Courage es un grupo de apoyo espiritual para personas católicas con tendencia homosexual que desean vivir una vida casta). El crecimiento en la práctica de la castidad no se alcanza de la noche a la mañana. Es un proceso gradual, a veces con caídas penosas. Exige una entrevista periódica con un director espiritual, un sincero reconocimiento de la impotencia personal, asistencia perseverante a las reuniones, plena honestidad al hablar de sí mismo y la práctica diaria de la meditación u oración afectiva. Esto me lleva a establecer una importante distinción que el director espiritual tiene que hacer cuando aconseja a un masturbador compulsivo, puesto que deberá ayudarlo a empezar a amarse a sí mismo de modo adecuado.
El adicto debe distinguir entre la responsabilidad de su conducta pasada y la responsabilidad por sus acciones presentes y futuras. Es, sin embargo, prácticamente imposible evaluar detalladamente la conducta pasada del adicto. No tenemos medios para clasificar las especies y grados de la conducta sexual compulsiva, ni de cualquier tipo de conducta compulsiva. Cada masturbador compulsivo proviene de un conjunto diferente de circunstancias de vida, con diverso patrón de rasgos personales. Como Rudolf Allers escribió hace años, y otros sostendrían igualmente: “Nada podemos saber acerca de la naturaleza de los presuntos impulsos irresistibles a menos que sepamos todo cuanto sea posible sobre la personalidad total”.
Como en otras formas de adicción, la masturbación compulsiva comienza en la fantasía, la cual llena la mente en tal medida que no deja lugar para que otros pensamientos y motivos, que pueden contrarrestar su fuerza, tengan la oportunidad real de distraer a la persona de las imágenes voluptuosas que empujan a la masturbación. La conciencia se cierra sobre una sola idea, una sola imagen. Esto es compulsión en sentido pleno.
Hay otra forma de compulsión en la que una persona termina sumergida en el objeto de su deseo, sintiendo que, para encontrar algún alivio físico, debe aceptar el impulso, o de lo contrario, sufrirá mucho. En este caso la persona es consciente de que puede resistir, y de que hay otra opción. Hay una libertad mínima, pero apenas alcanza para constituir culpa grave. Se ve más claro en el caso de los que luchan contra este impulso al tratar de dormirse por la noche, o cuando la tentación los sorprende en medio de la noche o en el momento de despertarse. Farraher comenta extensamente las situaciones en las que la persona, que ha resistido la tentación de masturbarse estando despierto, a veces resulta abrumado por fantasías sexuales al tratar de dormirse o al despertarse por la mañana. En la medida en que alguien realmente se esfuerce en desviar su atención, no comete pecado si llega a producirse el orgasmo. Cuando duda si hizo suficientes esfuerzos para tratar de librarse de esas fantasías, puede interpretar la duda a favor de su inocencia. De acuerdo a las normas tradicionales de la teología moral puede presumir que en el momento de las tentaciones nocturnas su intención es la misma que tiene habitualmente cuando está despierto. A quien tiene sentimiento de culpa, los confesores y directores espirituales debería asegurarles que no hubo pecado, en la medida en que pueda presumirse que la masturbación fue involuntaria. “Decirle que, si se esfuerza y usa los medios sobrenaturales, puede evitar incluso esas experiencias involuntarias, puede causar severa ansiedad e incluso desesperación, puesto que no es posible evitar lo que es realmente involuntario”.
Como confesor, a veces, uno trata con personas que son verdaderamente fieles a Dios, a su familia y a la Iglesia, y que al mismo tiempo permanecen abiertos a situaciones eróticas en las que tienen grandes dificultades para permanecer castos. De modo semejante encontramos sacerdotes, hermanos y religiosas obsesionados por fantasías sexuales, que se sienten compelidos a entregarse a ellas. Incluso se sienten empujados a masturbarse algunos que no encuentran placer en la masturbación. En todas estas situaciones recomiendo dos pasos: 1º buscar un médico profesional que acepte las enseñanzas de la Iglesia; y 2º asistir regularmente a grupos de apoyo espiritual donde puedan comentar esos conflictos penosos y tendencias compulsivas. Hay también otra situación en la que puede encontrarse el masturbador compulsivo. La llamaré ‘el momento de la verdad’. También vale para los masturbadores no compulsivos.
Según Allers el, así llamado, impulso irresistible, es tal antes de estar plenamente desarrollado. La persona tiene el sentimiento intranquilo de que algo está por ocurrir. Se encuentra envuelto en cierta forma de fantasía, que a menudo incluye literatura o videos pornográficos. Se da cuenta de que debería librarse de la fantasía o de la pornografía pero no lo hace. Tal vez a nivel inconsciente hay un impulso a buscar el placer en la masturbación, lo que no admitirá en el plano consciente. Así Allers sostiene que la persona es, de algún modo, responsable por no aprovechar el momento de la verdad, y por permitir ser esclavizado por el deseo. “Está acción puede, por tanto, estar exenta de responsabilidad, y sin embargo no ser excusable, porque, de hecho, la persona ha consentido a su desarrollo”.
De hecho, cuando el masturbador compulsivo practica los Doce Pasos, reconoce la oculta insinceridad y el deseo de gozo sexual que estaban ya presentes en sus anteriores afirmaciones de que, en realidad, no quería hacerlo. Parte de la curación consiste en volverse más honesto respecto de las propias motivaciones. Como dice el siguiente poema:
1. Camino calle abajo.
Hay un hoyo profundo en la vereda. Caigo en él.
Estoy perdido... No tengo ayuda. No es mi culpa.
Me tomará toda la vida encontrar una salida.
2. Camino por la misma calle.
Hay un hoyo profundo en la vereda.
Pretendo no verlo.
Caigo nuevamente en él.
No puedo creer que estoy en el mismo lugar. Pero no es mi culpa.
Todavía me lleva largo tiempo salir.
3. Camino por la misma calle.
Hay un hoyo profundo en la vereda.
Nuevamente caigo en él... Es un hábito.
Mis ojos están abiertos.
Sé donde estoy.
Es mi culpa.
Salgo inmediatamente.
4. Camino por la misma calle.
Hay un hoyo profundo en la vereda.
Paso por el costado.
5. Camino por otra calle.
En el plano pastoral es inútil especular sobre cuán responsable fue el masturbador compulsivo en el pasado; es mejor ayudar a forjar un programa espiritual. La cuestión es si el adicto usará los medios conocidos para controlar su conducta en el futuro. Ahora es el momento de considerar con más detalles las aproximaciones pastorales al problema de la masturbación.
Algunas falsas aproximaciones. La aproximación más descaradamente errónea consiste en pensar que los adolescentes terminarán por superar este problema de forma natural. Muchos no lo logran. Otro mito es pensar que si uno practica la masturbación tiene menos probabilidad de tener sexo con personas de su mismo sexo o del sexo opuesto. Esto puede ser así en algunos casos, pero la experiencia de muchas personas es que la masturbación los preparó para tener sexo interpersonal. También, en ciertas situaciones, algunos han recomendado la masturbación como un medio para aliviar tensiones corporales, como una forma de terapia sexual. Otros terapeutas usan la masturbación como supuesta terapia para revivir experiencias traumáticas sexuales ocurridas durante la niñez (aproximación que ya no es usada por médicos serios). Algunos homosexuales han usado la masturbación mutua como “sexo seguro”. Ciertos consejeros incluso minimizan el problema obviando cualquier advertencia fuera de “no preocuparse por el tema”. De hecho, muchos sacerdotes, seminaristas y profesores de religión en nuestras escuelas católicas todavía consideran el hábito de la masturbación como un tema de poca importancia, o quizá como un problema puramente psicológico. Etc.
Algunas aproximaciones útiles. La actitud correcta parece ser tratar la masturbación habitual y la compulsiva como problemas que tienen solución, siempre y cuando se siga un programa de vida espiritual. La persona que tiene este problema debe hacerse responsable de su futuro. A medida que más se libere de su desorden, también se volverá más responsable. Esto quedará más claro al presentar algunas situaciones típicas de las distintas condiciones de vida. Comenzaré con los adolescentes, y más adelante hablaré del tema de la masturbación en la infancia.
Teniendo en cuenta que los adolescentes reciben un bombardeo de estímulos sexuales a través de los medios de difusión, que de sus padres y maestros a menudo descuidan darles directrices morales, y que incluso los sacerdotes y religiosos permanecen en silencio sobre este tema, no debería sorprendernos que los más jóvenes ignoren la moralidad de la masturbación. Puede ser que muchos hayan quedado esclavizados en la práctica de la masturbación antes de tener completa conciencia de que se trata de algo moralmente malo. Uso la expresión “completa” porque a pesar del lavado de cerebro intentado por nuestra cultura, muchos jóvenes tienen la sensación incómoda de que la masturbación es algo malo.
Al mismo tiempo se sienten incapaces de controlar un hábito que ya existe, y a causa de su vergüenza y culpa evitan por timidez hablar del tema con consejeros, y menos aún con sacerdotes, a quienes ven como personas de autoridad. Inciertos sobre sí mismos, confundidos sobre los valores propuestos por la cultura, y a veces por su propia familia, estos jóvenes se repliegan rápidamente dentro del mundo fantasioso del romance y del placer sexual.
A menudo temerosos de las relaciones reales con personas de otro sexo, se refugian en el país de fantasía de la masturbación. Si a este caos moral se añade la enseñanza ambigua y errónea que en algunas escuelas católicas se imparte, en las clases de religión, sobre la masturbación, se podrá entender por qué nuestros jóvenes, en el confesionario, no mencionan la masturbación como un problema moral. Esto da a los sacerdotes toda la razón para responder seriamente a los jóvenes que preguntan sobre este tema.
Debemos darles una dirección espiritual adecuada, reconociendo su deseo de ser castos, y aconsejarles específicamente sobre esta materia al modo que lo hace el P. Benedict Groeschel en El coraje de ser castos.
Quizá no lleguemos a tomar conciencia del enorme sentimiento de culpa que padecen los adolescentes que cargan con el hábito de la masturbación. Sienten que hay algo equivocado en lo que hacen, a pesar que les hayan dicho “no te preocupes por esto” o “no puedes evitarlo” o “ya madurarás y lo superarás”. Necesitan instrucción y guía, pero no la recibirán hasta que no se les informe sobre la moralidad de la masturbación, y sobre los factores psicológicos que a menudo impiden el ejercicio del libre albedrío. Opino (y también otros confesores) que muchos adolescentes no se acercan a la comunión dominical porque creen que no pueden vencer este hábito.
Según un mito muy extendido estos jóvenes deberían haber superado el hábito de la masturbación de modo natural. Pero, con la costumbre de retrasar el matrimonio hasta los 25-30 años, con noviazgos demasiado largos, y con la estimulación constante de citas ocasionales, y las provocativas propagandas que aparecen en los medios de comunicación, no sorprende que muchos hombres y mujeres caigan en la práctica de caricias fuertes que llegan al orgasmo. Realmente se trata de una masturbación mutua como el sexo oral. Quienes caen en estas prácticas se consideran vírgenes por no haber tenido contacto genital. Se los llama técnicamente “vírgenes”, pero necesitan recuperar la virtud de la pureza.
Otros solteros viven fantaseando cuando están ociosos. Al no mantener ningún noviazgo serio por diversas razones, inciertos sobre qué hacer de sus vidas, y sin estar atados a un cónyuge e hijos, a menudo se refugian en diversas formas de fantasía como novelas románticas, revistas pornográficas, películas eróticas, frecuentando bares nocturnos de viernes a domingos, y cosas por el estilo. Tienen muchos conocidos pero, en realidad, son muy solitarios. Su tendencia a masturbarse a menudo traspasa la línea llegando, si se presenta la oportunidad, a las relaciones genitales con otras personas. Resumiendo: han hecho del sexo un ídolo. Si uno les menciona su soledad, la negarán señalando que tienen muchos “amigos”. Tienen los placeres de la actividad sexual sin responsabilidad.
Es muy difícil acercarse a este grupo, que habitualmente viene a Misa para Navidad y Pascua por complacer a sus familias. Quizá cuando pasen de los treinta años y empiecen a darse cuenta que la vida tiene más riqueza que la que ofrece el sexo, buscarán dirección espiritual. En este caso, la actividad sexual no es el principal problema sino solo un síntoma del profundo vacío espiritual.
Mi experiencia me ha enseñado que cuando los cristianos entran en la mitad de los treinta años sin haber elegido una vocación en la vida, como el matrimonio, la vida religiosa, el sacerdocio o la consagración laical al servicio de Cristo, comienzan a plantearse el sentido de su vida personal. A menudo se han enfrascado tanto en sus carreras que fácilmente pueden reprimir los pensamientos fastidiosos sobre sus obligaciones cristianas; sin embargo, los deseos sexuales permanecen tan fuertes como siempre; de hecho, más intensos; y las personas pueden emplear mucho tiempo en fantasías, convirtiéndose la imaginación en algo compulsivo que lleva a la masturbación frecuente, cuando no diaria.
Esto, a su vez, produce fuertes sentimientos de vergüenza y culpa. Si esta persona no busca ayuda espiritual para este problema, o si, buscándola, no la encuentra, continuará llevando su peso hasta la adultez o la vejez. Puede ser que alguien esté obrando muy bien en las demás áreas de la vida, y al mismo tiempo se sienta desesperado por su pecado secreto. Tal vez le parezca que nadie puede darle esperanza de resolver el problema, puesto que los consejeros espirituales a los que ya ha recurrido, no han atinado con el modo adecuado de enfrentarlo. Es posible que le hayan aconsejado que al confesarse no mencione la masturbación, ya que no tiene ningún control real sobre ella. ¿Qué posibles remedios puede sugerir en estos casos un director espiritual?
Creo que las siguientes directivas son probadamente eficaces:
1) Ayude a que la persona reflexione sobre del sentido de su vida, sus esperanzas, sus éxitos y decepciones, sus frustraciones y su soledad. Hay que tratar de descubrir qué es lo que lo está abatiendo, porque a menudo la masturbación es un síntoma de intranquilidad del alma, y eso es lo primero que se debe atacar.
2) Si esta persona está yendo a la deriva, hay que darle un plan de vida espiritual, como el que he escrito para personas homosexuales.
3) Hágalo tomar conciencia de que muchos seres humanos tienen la tendencia a escaparse hacia placenteros mundos de fantasía cuando la realidad se vuelve dura y árida, y la masturbación brota a menudo de la fantasía sexual. La estrategia espiritual consiste en aprender cómo volver de la fantasía sexual a la realidad ni bien uno nota que ha quedado envuelto en tales imaginaciones. Una técnica que funciona con algunas personas es hacer una breve oración y luego alguna actividad externa y física, como algún trabajo doméstico, salir a caminar y cosas por el estilo. ¿Ha tenido usted alguna vez imaginaciones de ira, celos o tentaciones sexuales y en ese momento ha sonado el teléfono? ¿Acaso no desapareció la fantasía en el mismo momento en que respondió el teléfono? La clave es permanecer en la realidad.
4) También hay que decir que, además de comentar su dificultad con un director espiritual, debería tratar de encontrar un grupo de apoyo como Sexólicos Anónimos. Algunos masturbadores compulsivos descubrieron en estos encuentros, verdadera amistad. El cultivar amistades reales con personas reales reduce significativamente el poder de la fantasía sexual, al mismo tiempo que da un sentido de autoestima.
En las prácticas masturbatorias de los casados encontramos diversos factores. Algunas personas llegan al matrimonio con el hábito previamente formado. Otros caen en estos actos solitarios al encontrarse lejos de sus cónyuges o cuando no pueden tener relaciones sexuales a causa de alguna enfermedad o porque perciben que sus cónyuges no son plenamente receptivos a los actos conyugales. Hay veces que una pareja practican la masturbación como forma de control de la natalidad. Algunos matrimonios usan el sexo oral, el sexo anal y la mutua excitación genital hasta producir el orgasmo en lugar de la relación propiamente sexual. Ocurre también que, a veces que un esposo cae en la masturbación porque teme ser incapaz del acto sexual. El enfoque pastoral dependerá de las distintas situaciones.
En el caso en que uno de los dos cónyuges haya llegado al matrimonio con el hábito de la masturbación, es necesario forjarse una idea adecuada de su historia para poder ayudarlo/a a vencer el hábito. Pero si el hábito está relacionado con problemas entre los esposos, el director espiritual debería ayudar a los cónyuges a superar sus dificultades, mandándolos, si fuese necesario, a un consejero matrimonial profesional. A veces uno de los cónyuges cae en este hábito, por sentirse solitario, a causa de la completa desatención por parte del otro. Por difícil que sea esta situación, esa persona puede aprender a transformar su deseo sexual en virtuosos sacrificios por los hijos y por el cónyuge desatento. Cuando sea posible uno debería tratar de acercarse él mismo al cónyuge indiferente. Suele ocurrir que algunos hombres de mediana edad se encierran tanto en su trabajo que no ignoran cuánto descuidan a sus esposas, las cuales, en su soledad, se sienten tentadas de buscar la complacencia en la masturbación o en el adulterio. Otras veces, el hombre que teme ser incapaz de satisfacer a su esposa en el acto sexual, se aboca (como forma de evasión) a su trabajo o a otras actividades sociales. Además, en la vida contemporánea, muchas mujeres casadas se comprometen tanto con sus carreras, que dedican muy poco tiempo a sus esposos e hijos, sentando las condiciones para que los primeros busquen gratificación sexual en el adulterio o en la masturbación.
Tiempo atrás, los directores espirituales de seminaristas, tanto religiosos como diocesanos, vigilaban mucho la idoneidad espiritual de quienes tenían a cargo. La masturbación se consideraba un problema serio que debe superarse antes de hacer los votos perpetuos o de recibir el diaconado. Se indicaba, tentativamente, que todo candidato debería estar libre del hábito de masturbación al menos un año antes de la profesión perpetua o del diaconado. Si la masturbación se hubiera vuelto involuntaria, dicha persona debería buscar terapia profesional, porque nadie debe entrar en el estado de celibato con el peso de culpa y vergüenza que engendra tal debilidad. Se informaba a los seminaristas que estaban obligados a tener un director espiritual fijo, en lugar de ir saltando de un confesor a otro. Hoy en día, con el abandono del sacramento de la reconciliación entre los religiosos y sacerdotes, tenemos que reiterar la importancia del confesor fijo.
Ahora bien, dudo que en la actualidad nadie sepa realmente qué aconsejan los directores espirituales a los seminaristas que tienen el hábito de la masturbación. Supondría, en base a los retiros que he predicado a sacerdotes y hermanos por espacio de doce años, que tal consejo es acribillado por aquella línea de teología moral que considera que la masturbación no es un serio desorden moral. Por tanto, es necesario, en primer lugar, una instrucción básica tanto sobre la gravedad objetiva del acto como sobre la obligación personal de trabajar al respecto. Además, puesto que la masturbación puede volverse compulsiva, en ocasiones se hace necesario explicar la dinámica de la compulsión sexual.
Entre los que escribieron sobre la masturbación, sigue influyendo fuertemente en seminaristas y religiosos, la perspectiva de Donald Goergen. Goergen sostiene que la masturbación no es “intrínsecamente inmoral”. Él cree que, para algunos, la masturbación puede ser madura e integrada, y para otros inmadura y no integrada. La masturbación adolescente, como también muchas formas adultas de masturbación, según este autor, puede ser saludable y no perjudicial. Goergen considera que la masturbación no es inmoral o pecaminosa para el célibe, aunque no le permita alcanzar su ideal. Dice asimismo: “la masturbación es un elemento de la vida personal de un célibe que refleja una necesidad genital, que espera superar con el crecimiento, no porque la genitalidad sea totalmente inapropiada, sino porque no le sirve particularmente en su vida célibe”.
A pesar de que las posiciones de Goergen contradicen la enseñanza de la Iglesia sobre la moralidad de la masturbación y sobre el significado de la castidad consagrada, desde su publicación han influido en muchos seminaristas y religiosos. Más adelante volveré sobre Goergen. Ahora me abocaré al seminarista que quiere superar el hábito de la masturbación.
Al seminarista se aplican los mismos principios que he indicado al hablar de los solteros, con la diferencia de que el seminarista ha hecho un compromiso de vida célibe, mientras que el laico puede pensar en el matrimonio. Tal vez el seminarista tema, a raíz de sus dificultades que experimenta, no ser capaz de vivir la vida célibe, y considere, por tanto, la posibilidad de abandonar el seminario o la vida religiosa. Antes de tomar tal decisión, debería comprender que necesita el consejo tanto del psicólogo clínico como del sacerdote director [espiritual], a quienes debería permitir que se consulten mutuamente sobre su situación. Es imprudente que, tanto el sacerdote-director como el psicólogo, trabajen aisladamente, como ha sucedido con frecuencia en el pasado con trágicos resultados. |
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