P. Marcos Pizzariello [*]
Señor, te pido que me concedas
espíritu de fe, para sobrellevar
más cristianamente mi enfermedad,
para que pueda vivir con gusto
las grandes verdades
referentes a la gracia santificante
y a la inhabitación
de la Santísima Trinidad en mi alma.
Todo ese mundo maravilloso
de tu gracia santificante es
como si no existiera para mí,
porque mi fe es desvaída
y no penetra los entresijos de mi ser.
Que desde la mañana a la noche,
en todas las vicisitudes
de mi enfermedad, recuerde vivamente
tus sufrimientos en la cruz,
que siempre tenga presentes
tus palabras: quien no ame la cruz
no puede ser mi discípulo,
quien desee seguirme que tome su cruz
y venga en pos de mí...
Y ahora, Señor, esta cruz
de mi enfermedad, la he de llevar
junto a Ti, con serenidad, con paz,
con paciencia si no puedo con alegría.
Esta cruz es muy prolongada.
No me quejo, solamente te manifiesto
lo que siento, porque al fin y al cabo
soy hombre y no puedo naturalmente
amar esta enfermedad, que me limita,
que me distrae de mis ocupaciones
más apremiantes, que me...
Te pido insistentemente que,
a pesar de tantos sinsabores,
a pesar de las debilidades de mi cuerpo
y de mi alma,
me envíes tu paz,
esa paz que únicamente Tú puedes dar,
porque eres la fuente de la misma,
porque Tú eres la paz.
No puedo pedir al mundo esa paz
que necesito, porque el mundo
es incapaz de brindar una paz profunda,
que dimana de la buena conciencia,
que nace de la fe
constantemente vivida.
No puedo pedir a la medicina esa paz,
porque la paz de las inyecciones
es instantánea, pronto se disipa.
Tú sí. Tú, Señor, eres el único dador
de la paz verdadera y profunda.
Que mi espíritu descanse únicamente
en Ti, porque eres la paz de la mente,
la paz de la voluntad y la paz
del corazón, ya que Tu pones orden
en mi pensar, orden en mi querer
y orden en mi amor.
Acrecienta mi esperanza; esa esperanza
que me asegura en medio
de mis inseguridades, que me aquieta
en medio de mis inquietudes,
que me alienta en medio de mis desánimos,
que ancla mi vida en Ti,
único puerto seguro,
en donde puedo descansar
después de las tormentas,
que a menudo sacuden
la débil barquichuela de mi existencia.
Dame constancia en la mortificación,
fortaleza en todos los reveses,
para que nunca me queje
de los dolores con que la enfermedad
acosa mi cuerpo, nunca tenga un atisbo
de resentimiento, y jamás diga
“¿por qué me ha tocado a mí y no a otro?”.
NOTA:
[*] Mi palabra es oración, Lumen, Bs.As.1989, pp.28-31.
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