Un día mi papá, viéndome con mi camiseta de fútbol me dijo: “¿quieres inscribirte también tú a la escuela de fútbol?” Yo, con una gran sonrisa, consentí en seguida. Y así, a los siete años de edad, comenzaron mis sueños de futbolista.
Crecí en una familia muy unida. Mi mamá me ayudó a madurar en mi relación con Dios. Mi papá, por otro lado, nos contagió a mi hermano y a mí la gran pasión por el fútbol. Cualquier lugar era bueno para jugar fútbol: la habitación, el jardín, la zona parroquial o el campo deportivo. Como todo hermano menor quería imitar a mi hermano mayor, Amedeo, que ya jugaba en un equipo.
Siempre fui abierto y alegre, y tuve muchos amigos. Era particularmente extrovertido y quería siempre estar en buena compañía. ¡Hacía mil cosas y ya tenía otras mil en la mente!
Frecuenté el kínder y la primaria con las hermana ursulinas de Sesto Calende, cerca de Milán. Era un poco travieso, muy vivaz y a veces desobedecía. Recuerdo que una vez una monja, durante el mes de mayo, nos propuso poner una estatua de la Virgen con algunas flores cerca de nuestra cama, tradición que conservé por muchos años, y por la noche nos reuníamos a rezar todos juntos en mi cuarto. El domingo iba a misa con mi familia y a menudo ayudaba como monaguillo. Percibía que la misa era algo importante, aunque no entendía totalmente su significado.
Mucho fútbol y poco estudio
Los años de juventud los puedo resumir así: mucho fútbol y poco estudio. Los entrenamientos me quitaban varias horas de la tarde; volvía a casa muy cansado y estudiaba tarde, luchando contra el cansancio y el sueño. Y entre el fútbol y el poco estudio encontraba también tiempo para salir con amigos y amigas, como muchos jóvenes, buscando diversión, vivir, y regresar muy tarde a dormir. Después del examen final de preparatoria, fui a la universidad en Varese, al norte de Italia, cerca de la frontera con Suiza, y ahí me esforcé poco, puesto que dedicaba demasiado tiempo a los entrenamientos de fútbol con un equipo de alto nivel. Todo esto se vio reflejado en los resultados académicos. Fue entonces cuando acepté el consejo de mi familia: trasladarme a la universidad de Castellanza, cerca de Milán.
Aquel raro sentido de vacío
En aquellos meses sentía una gran insatisfacción. Una sensación de vacío que deseaba llenar con algo importante y que diera plenitud a mi vida. Buscaba aquí y allá… ¡no sabía qué hacer! Hablé con mi párroco, Don Franco Bonatti, quien me aconsejó buscar dentro de mí: buscar ahí la voluntad de Dios para mi vida.
¡Un mes en México transformó mi vida!
En Castellanza coincidí con un compañero de estudios que me invitó a unas misiones de evangelización en México durante la semana santa de 1999. También en esta época tenía una novia, pero no estaba seguro de la autenticidad de nuestra relación, y para buscar una respuesta al vacío que sentía en mí, acepté la propuesta de ir de misiones a México.
El contacto con el pueblo mexicano, tan sencillo y generoso, me llegó al corazón. Era increíble ver la alegría y la fe de las personas, a pesar de las dificultades de la vida. Los momentos de oración y el grupo de chicos con los cuales compartía los días de misiones, me llevaron a crecer en la amistad con Jesús y la Virgen María. Jesús había llegado a ser un verdadero amigo íntimo de mi corazón y había descubierto la cercanía y el cariño de una Madre que conoce los secretos más íntimos de mi alma.
El camino hacía Jesús
En las misiones el Señor me regaló una gracia especial de conversión que me llevó a cambiar mi estilo de vida: ayudaba a mi mamá en los trabajos en casa, sentía la necesidad de orar cada día, buscaba estar disponible para los demás, iba a misa entre semana y hasta mantenía mi cuarto ordenado.
Conocí y mantuve amistad con un grupo de compañeros que estaban en el Regnum Christi. Compartí con ellos un camino espiritual a través de las diversas actividades de formación, las misiones, los retiros y las sanas diversiones.
En un momento dado me pregunté espontáneamente: “¿será que Dios quiere algo más de mí?” Y así fue como me decidí a participar en un curso de discernimiento vocacional en Roma, durante el verano del 2000, junto con otros chicos que venían de diversas partes de Italia. ¡Qué vértigo sentí al inicio de este curso! ¿Y si Dios verdaderamente me llamase a seguirle? Luchaba conmigo mismo y por ello las dudas eran cada vez más frecuentes. Al final del curso pensé: “Menos mal, ¡no tengo vocación!” No percibí ningún estímulo y deseo de dejar todo para seguir a Cristo. Una vez terminado el curso pude participar en la Jornada Mundial de la Juventud en Roma con algunos amigos, pero no me sentía plenamente en paz conmigo mismo.
¡Noche oscura… y luego una luz!
Cuando regresé a la vida cotidiana empecé a percibir dentro de mí muchas dudas y una gran insatisfacción que no entendía. Como ya había hecho el curso de discernimiento para quitarme estas incertidumbres, ¿qué hacer ahora? Busqué refugiarme en la oración y en el silencio; a menudo iba a la iglesia para pedir al Señor luz para entender qué quería de mí.
Recuerdo que un día mientras estaba haciendo una pausa en el estudio, en mi cuarto, en un momento dado sentí una voz interna que me decía: “¿por qué no te entregas a mí por completo, en vez de darme sólo los recortes de tu tiempo, que no nos dejan felices ni a ti ni a Mí?” En ese momento tuve la certeza moral de que debía acoger esta invitación y entré en el seminario el 23 septiembre del 2000.
El gozo de hacer la voluntad de Dios
Cuando pienso en cómo Dios ha cambiado mi vida, me quedo sin palabras y lleno de admiración por su modo de actuar. ¡Nunca habría pensado entrar en un seminario! Cuán cierta es la frase del profeta Isaías cuando dice: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros ca
minos son mis caminos” (Is 55,8). ¡El Señor es capaz de hacer grandes cosas con nosotros!
Siento en el corazón el gozo de estar respondiendo al proyecto que Él ha pensado para mí, a pesar de mis defectos y límites. ¡Qué bonito es despertarse cada día sabiendo que uno es un humilde instrumento en sus manos! Estoy infinitamente agradecido con Dios porque reconozco haber recibido un gran don, el sacerdocio, que al mismo tiempo es un misterio lleno de amor. Confío en su ayuda y en su gracia para cumplir cada día sus planes con mucho amor y alegría.
EL P. MARCO ZACCARETTI nació en Angera, en la región de Varese (Italia) el 8 de marzo de 1977. Estudió la primaria con las hermanas ursulinas y la secundaria y la preparatoria en la escuela pública de Sesto Calende, Varese. Cursó dos años de economía en la Universidad de Varese y otros dos en la Universidad de Castellanza. Jugó por cuatro años en el campeonato regional “Eccellenza”, un año con el equipo de Castelletto Ticino y tres años en el Gavirate. En el 1998 jugó un partido amistoso con el Milan. El 23 de septiembre del 2000 ingresó al noviciado de la Legión de Cristo en Gozzano, en provincia de Novara. Cursó los estudios humanísticos en Salamanca (España) en el 2003. Durante dos años trabajó en la pastoral juvenil y vocacional en Santa Caterina y después en la provincia de São Paulo (Brasil). Terminó el bachillerato en filosofía y teología en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum en Roma. Desde septiembre del 2010 es asesor espiritual de la capellanía de la Universidad Europea de Roma.
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