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Monday, July 9, 2012

INTRODUCCIÓN A LA SANACIÓN: EL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN.



Sabemos que el hombre es uno, es un ser cuyo cuerpo y alma están íntimamente unidos en la unidad de la persona, y cuando él se enferma es la persona que es atacada por el mal, cualquiera sea la esfera (física, psíquica, espiritual) que es directamente atacada. Si deseamos hablar de sanación debemos tener claro esta unidad del hombre, pero también tener en cuenta estos tres estados o niveles del hombre. San Pablo ya nos lo nombra en la carta a los Tesalonicenses: "Todo lo que es vuestro, espíritu, alma y cuerpo, se conserve irreprochable para la venida del Señor". (5,23)

En las oraciones de sanación comunitarias, no hacemos distingos entre curación física, psíquica y espiritual. Rezamos por la persona enferma. Llamamos a domicilio al Médico divino, y el Médico divino sabrá dónde poner las manos y cómo obrar para devolver la salud a la persona que sufre.

Como nos mueve dar a comprender la sanación misma y la dinámica que la acompaña para ayuda de los que están en este ministerio, vamos a tratar la sanación en los diversos niveles. En primer lugar veremos las diversas enfermedades que el hombre contrae y cómo el equipo de sanación debe enfrentarse con una persona que pide oración. Seguimos una exposición del P. Emiliano Tardif.

Acordémonos que hay:

1). - La enfermedad de nuestro espíritu, causada por nuestros pecados.
2). - La enfermedad emocional, causada por heridas emocionales a través de nuestras relaciones interpersonales o por la ansiedad o por traumas del pasado...
3). - La enfermedad física, causada por un mal o por un accidente...

Pero, además, cualquiera de estas tres enfermedades (pecados, problemas emocionales, enfermedades físicas) puede ser causada por una opresión diabólica. Y en este caso, siendo una causa distinta, se requiere un tratamiento distinto: la oración de liberación o el exorcismo.
Entonces, son tres enfermedades clásicas, pero cuatro clases de oración.

a). La oración de arrepentimiento, para sanar el espíritu, el alma.
b). La oración para la sanación interior, por la curación de los recuerdos, de las heridas emocionales, las heridas psicológicas.
c). La oración por la curación física, para las enfermedades del cuerpo.
d). La oración de liberación.

La oración de liberación, cuando se trate de casos de influencias de espíritus malignos, la dividimos en dos:

1). Hay una que se hace a través de un exorcismo litúrgico que hace el sacerdote delegado por el obispo, en casos de posesiones diabólicas.

2). La otra, es la simple oración de liberación que se usa para liberarnos de opresión diabólica, cuando hay una influencia maligna en el cuerpo, o de liberarnos de obsesión diabólica cuando es en la mente. Por ejemplo, alguien que sufre de una obsesión sexual, necesita de una oración de liberación de una obsesión diabólica. Alguien que sufre de un "espíritu de enfermedad" necesita una oración de liberación también, pero el Señor le libera de una opresión diabólica.

LA ORACION DE ARREPENTIMIENTO Y EL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN.



La enfermedad que invade más profundamente al hombre es el pecado; ella es la que toca al hombre en su espíritu. Y al mismo tiempo es la que desencadena todas las demás enfermedades, tanto psíquicas, como físicas. Nunca podremos valorar los tremendos daños que obra el pecado, sobre todo cuando es inveterado: la ceguera de la mente que oscurece la fe, la sordera a la voz de Dios y a la conciencia que embota la esperanza, la dureza del corazón que extingue la caridad; vuelve al hombre incapaz de relacionarse con Dios por haber resentido profundamente su organismo sobrenatural.

Solo Dios puede llegar al espíritu del hombre para sanarlo.

Tomo unos pensamientos de "La plegaria para la curación" de Matteo la Grua.
La sanación espiritual implica una conversión. Ésta puede ser instantánea -y entonces es un milagro - y puede ser gradual - y entonces es un proceso por etapas -, pero sobre una línea continua. Es la penetración del Espíritu Santo en el espíritu del hombre, es el camino de Dios en la vida del hombre, que cambia su modo de ser. Es una transformación en la mentalidad del hombre, en el pensamiento del hombre, en la voluntad del hombre, en el mundo afectivo del hombre, a los que el Espíritu los lleva a una nueva vida en Cristo.

Esta conversión, o sanación espiritual, ocurre por vía sacramental a través del sacramento de la reconciliación; o por vía extrasacramental, en un contexto de oración en el Espíritu Santo.

Siempre el punto central de esta sanación radica en el sacramento de la reconciliación, donde es el Señor mismo el que recibe al penitente y lo inserta profundamente en su vida divina, haciéndolo pasar por su muerte y su resurrección, mediante el Espíritu.

En este contexto, hay que tener presente dos cosas importantes.
La primera es que la confesión que desemboca en una curación del espíritu es generalmente el último estadio de un proceso interior de conversión iniciado por Dios; es el epílogo de una intervención de Dios, a menudo resistido por la persona, que finalmente rompe el yugo que tenía sobre sus hombros. Sin estos signos de Dios sería dudosa que la confesión desemboque en una efectiva curación.

La otra, es la importancia que tiene la oración, principalmente comunitaria, hecha en el Espíritu. Esta oración es importante para reclamar que el Espíritu penetre en el corazón del hombre para que dé el primer paso de conversión; tenemos entonces, la oración de arrepentimiento que dirige su plegaria contra la ceguera para recobrar la vista espiritual a través de la Palabra de Dios; que dirige su plegaria contra la dureza de corazón, que hace hincapié sobre la bondad de Dios; y que dirige su plegaria contra la sordera espiritual para que oiga la Palabra de Dios. En la oración de arrepentimiento, los instrumentos humanos (razonamientos, discusiones, reflexiones, persuasiones, exhortaciones, llamadas al corazón) no sirven de mucho. Sólo la gracia de Dios puede sanar; gracia que podemos canalizar a través de la Palabra de Dios, pero que debemos hacer descender desde el cielo a través de la oración humilde y constante, que atraviesa las nubes y llega hasta el trono de Dios.

La oración es también muy importante como apoyo y sostén de la confesión, al tiempo que ésta se realiza. Si respalda al ministro y al penitente una comunidad en plegaria, es decir, la Iglesia orante, Dios dispensará abundantes gracias de luz, de buena voluntad, de fuerza, para que ese acto sacramental señale la iniciación de una nueva fase de vida espiritual.

La grandeza del Sacramento de la Reconciliación no se comprende si no entramos en el corazón de Dios, lleno de misericordia y compasión hacia sus hijos. Una de las figuras más claras de este sacramento lo encontramos en la parábola del hijo pródigo que Lucas nos relata en su evangelio.

Para entender mejor este sacramento y para sacarle el mayor provecho, veamos tres momentos de gracia de Dios que se dan en el sacramento de la Reconciliación. Para ello, seguimos al P. Darío Betancourt, en su libro "Fuentes de sanación".

a). El momento de "perdón" cuando Jesús perdona a la persona.
b). El momento de "liberación" cuando Jesús desata a la persona.
c). El momento de "sanación" cuando Jesús pasa su mano sanadora sobre la persona, curando todos los recuerdos malos del pasado y sanando todas las heridas causadas por la experiencia desagradable durante y después del pecado.

a). Momento de perdón.
El primer momento de la gracia de Dios que actúa en una persona es cuando la persona decide pedir perdón al Padre. Aunque este momento es simplemente el comienzo de un proceso de reconciliación, la persona que pide perdón y tiene la intención de confesar su pecado ya está en camino de ser sanada. El Señor nos invita primero a pedir perdón y perdonar a los demás. Es el comienzo de restablecer relaciones entre personas y entre ellas y Dios.

Un ejemplo lo tenemos en la historia de la mujer samaritana (Jn.4, 1-42) La condición que Jesús presentó a la mujer samaritana para ser perdonada (arreglar la situación con su marido), es la misma condición que nos ofrece a nosotros. En el sacramento de Reconciliación Él exige perdón antes de todo. Normalmente no habrá liberación y sanación hasta que haya perdón verdadero, perdón pedido por nosotros por nuestros propios pecados, y el perdón por los que pecaron contra nosotros.

Pedir perdón, perdonar a los demás, perdonarnos a nosotros mismos, es obra de la gracia de Dios; gracia, que a través de la oración, debemos pedir con toda humildad.
Muchas personas, por falta de perdón, no llegan a liberarse de un pecado, de un vicio de pecado, a pesar que lo confiesan semana tras semana.

b) Momento de liberación.
No podemos quedarnos con sólo pedir perdón y perdonar, porque el Señor nos perdona. Debemos también confesar nuestros pecados para ser libres de ellos. Por eso el apóstol S. Juan dice: "Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y limpiarnos de toda iniquidad".

Un buen médico solo necesita para sanarnos que le declaremos nuestra enfermedad; no pide que le enseñemos a curarnos. Hagamos, pues, simplemente que Jesús vea bien desnuda nuestra llaga, y que sepamos que lo demás lo hará Él. Por grandes que sean nuestros pecados, nuestra fe nos asegura que su misericordia es mayor.

Podría ocurrir que la simple confesión de los pecados no bastara para ayudar a liberar totalmente a una persona. En estos casos, si el sacerdote confesor sospecha algo, se le aconsejaría que ejercitase más frecuentemente el simple y privado exorcismo, acordándose de las palabras del Señor: "En mi nombre sacarán los demonios...".

c). Momento de sanación.
Cuando una persona ha sido perdonada por Jesús y se efectúa una liberación de sus pecados en el sacramento de Reconciliación, falta a veces una tercera parte en el proceso de reconciliación. Es cierto que la persona está perdonada con la absolución del presbítero en confesión, pero la obra de Cristo no termina ahí. En un sentido la obra especial de redención está apenas comenzando.

Sería el momento de la confesión en donde el sacerdote ayude al penitente a descubrir la raíz de su pecado y a enseñarle el camino de su nueva vida. Este momento sería como guiar a la persona hacia su pentecostés personal, después de experimentar una liberación, sea de pecado o de un espíritu maligno. Este pentecostés debe ser un proceso que dura hasta que no haya duda de que la persona enferma ha cambiado su vida, y pueda vivir la vida cristiana sin mucha perturbación.

Thursday, May 3, 2012

LA ENFERMEDAD MÁS PELIGROSA, MÁS DAÑINA Y MÁS CONTAGIOSA

Con la Colaboracion especial del padre Leonardo Roa Torres



¿YO O DIOS?

Un saludo fraterno y cariñoso para la persona que reciba y lea este mensaje de sanación interior.

Oremos: Espíritu Santo de Dios ven en mi auxilio y dame la gracia de abrir y gozarme con el regalo que me tienes con esta nueva experiencia de fe.

La Biblia, La Palabra de Dios, es viva y actual. Lo que le sucedió a Adán y Eva es lo que nos está sucediendo. Ellos “quisieron ser como Dios”, ellos quisieron ser grandes y cuando “se pusieron en el puesto de Dios” se les abrieron los ojos y se dieron cuenta que “estaban desnudos”, es decir, sin la gracia que Dios les había regalado (Génesis 3,1-13).

Cuando “yo quiero ser como Dios” con el tiempo, los tropezones y la misericordia de Dios me doy cuenta que soy pequeño, que no puedo hacer siempre lo que yo quiero y siempre lo que yo deseo. Entonces me enfermo y no tengo ni paz ni libertad.

LA PEOR ENFERMEDAD

Hoy en día hay enfermedades cada vez más raras y los médicos se van especializando en cada órgano del cuerpo, en cada parte del cuerpo. Hasta el punto que cada dedo de la mano tiene un especialista. Ya los médicos generales van quedando relegados. Los médicos de antes que trataban las enfermedades que circulaban en el ambiente van desapareciendo porque lo máximo son los especialistas. Es un gran regalo. Como dice la Palabra de Dios: “Los médicos son un regalo de Dios” (Eclesiástico, o, Sir. 38,1-10)

Hay problemas cuando se sube el azúcar en la sangre y puede llegar a un coma diabético. Cuando sube la presión y puede tener un infarto o una trombosis. Cuando sube el colesterol o los triglicéridos, los glóbulos blancos. En fin, cuando se suben los niveles de aminoácidos, de proteínas, de carbohidratos, de etc. Etc. Hasta el sobre peso (la gordura) se considera una fuerte enfermedad y por eso tantas dietas y tantos gimnasios para mejorar la salud corporal.

La pregunta es ¿cuál es la peor enfermedad del tiempo actual? ¿En qué porcentaje están las enfermedades del corazón, las de la sangre, las del cáncer, las de depresión, de los huesos, de desnutrición que causa tantas muertes de hambre? ¿Cuál es el índice más elevado y cuál es la más peligrosa?

Hoy más que nunca hay más cuidados, más medicina, más especialidades y abundan las enfermedades más raras y más complicadas.

La gran pregunta es: ¿Cuál es la peor enfermedad?

¿Podríamos decir que el YO, el EGO? Decimos rápido el “egoísmo”, vamos a llamarlo en este artículo el “yoísmo”. Cuando los índices del EGO, del YO están altísimos la muerte es segura. No sólo muero yo, sino que estoy matando a los que viven conmigo, a los que trabajan conmigo, a los que rezan y se congregan conmigo. Es peor que la bomba atómica.

Cuando… yo soy tal personalidad,… yo tengo tanto dinero,… yo puedo hacer y deshacer con el poder que yo tengo,… yo quiero conseguir lo que sea al precio que sea,… yo quiero hacer lo que quiero y hasta lo que me dé la gana,… yo busco mis intereses por encima de quien sea y como sea. En definitiva, cuando mi YO lo he alimentado o me lo han alimentado hasta alcanzar niveles peligrosamente altos. ¡Cuidado! ¡Stop! ¡Detente!

La enfermedad peor, la más contagiosa, la más alarmante. ¿Quién la puede curar? ¿Es posible curarla? ¿Qué avión tengo que tomar para llegar donde ese especialista? ¿En qué país, en que hospital, qué seguro me cubre, con quién puedo hablar para que me lleve o me oriente y me consiga urgente la cita? ¡Es cuestión de vida o de muerte! ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida, su alma? (Marcos 8,35-36). ¡El yo, lo mío es lo más peligroso!

¿JESUS DE NAZARET RESUCITÓ?

Este es el gran grito de victoria: ¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? Ha resucitado. El testimonio de los Apóstoles: “Ese Jesús que Ustedes crucificaron y mataron Dios lo ha resucitado y nosotros somos testigos… Ha comido con nosotros (Hechos 3, 11-16; 4,7-12.32-33; 5,27-32; Juan 20,1-29; Lucas 24,1-12.13-35.36-43; Marcos 16,1-14).

Sin embargo, Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, para muchos sigue muerto, ni se conoce. Otros que no han tenido la experiencia con el resucitado quieren matarlo hoy con películas y versiones contrarias a la Palabra de Dios. Y, después de 20 siglos no le hemos obedecido y por eso vivimos “como perros y gatos” y estamos enfermos sin paz y sin libertad.

Jesús resucitó ¿para qué? Cuántas respuestas nos darían. Una respuesta sencilla: Jesús resucitó para resucitar en mí. Entonces hay un enfrentamiento del yo, del ego con Jesús. O vivo yo o vive Jesús. Por eso San Pablo compartía esto bien: “Ya no vivo yo es Cristo quien vive en mí” (Gálatas 2,20). Entonces para que Jesús viva yo, Leonardo, tengo que morir a Leonardo. Cada uno puede colocar su nombre y repetir: yo… fulano-fulana de tal tengo que morir a…, a mi yo para que Cristo Jesús viva en mí, resucite en mí y yo sea una persona nueva (Juan 3,3-7).

Morir a uno mismo no es fácil, Jesús nos invita a dejarlo todo hasta uno mismo. Es fácil dejar familia, herencia, patria pero dejar el YO, el EGO es lo más difícil. A los 20 años terminando la Filosofía salí de misionero al Paraguay-Ecuador-Venezuela dejándolo todo: padre, madre, hermanos, herencia hasta patria como animaba Pío XII. Sin embargo, en la maleta de mi corazón llevaba mi yo, mi ego, a Leonardo. Como dice San Pablo: el hombre viejo.

Desde hace 39 años la lucha ha sido titánica. Ha habido temporadas donde Jesús ha tomado más fuerza y he tenido paz y la he contagiado. Pero ha habido temporadas donde mi YO ha tomado el control de mi vida y ha sido un desastre enfermándome y enfermando a muchas personas. Después de mi última enfermedad de, -julio 2011-febrero 2012, 8 meses-, el Espíritu Santo, ayudado de tantas oraciones, ayunos y sacrificios de tantos y tantos hermanos y hermanas, me está iluminando y dejando vivir esta nueva y maravillosa experiencia.

Viviendo como Vicario Parroquial de Las Terrenas y El Limón de Samaná desde Marzo 2012 y con la Bendición y gran bondad de mi Obispo Monseñor Jesús María de Jesús Moya, la ayuda fraterna y espiritual del P. Rigoberto Zamora. Toda la oración y la ayuda de tantos sacerdotes, religiosas, amigos, hermanos y, mis enfermeros privados: mi madre Carmen Julia y Félix Alberto mi hermano junto a los médicos, el Espíritu me ha mostrado la raíz de mi enfermedad.

Jesús nos enseña que si el grano de trigo muere da fruto (Juan 12,20-26). El murió y resucitó y sigue dando mucho fruto resucitando El en cada uno de nosotros. “Morir a uno mismo” y más en esta sociedad de tanta y tanta comodidad y tanto facilismo no es fácil. Todo va siendo a control remoto donde ya no se mueve uno, por internet se compra y todo le llega a la casa sin mayor esfuerzo. Una sociedad que ha creado todo tan fácil de adquirir que si uno se descuida un poquito “se lo lleva la corriente” y uno sigue arrastrando más gente a la amargura, a la desesperación, a la frustración, al sin sentido, al caos que estamos viviendo y respirando, que estamos oyendo, viendo por los medios de comunicación social. Nos causan admiración y espanto y, un futuro muy incierto: desde no poder dejar la casa uno o dos días porque alguien puede llevarse lo poco o mucho que tenga, matar a una persona por un celular y más hechos.

En esta última batalla, ocho meses de muerte y restauración, Jesús resucitado va ganado el mano a mano a mi yo y, la paz y la libertad interior y exterior se están dejando sentir. Con tal muera Leonardo, el “hombre viejo” del que Habla San Pablo donde no hago el bien que quiero sino el mal que no quiero (Efesios 4,17-32; Col. 3,9-11; Romanos 7,14-15). Aprovechar todo y ofrecerlo todo para que mi yo muera (Colosenses 1,24).

¿MI VOLUNTAD O LA VOLUNTAD DEL PADRE?

Desde pequeño nos van torciendo y nos van dañando. El niño pequeño llora y patalea porque no le dan “lo que él quiere, su voluntad o su capricho o su antojo o su resabio, como se quiera llamar. ¿Qué se hace? Para que no llore, para que no fastidie, para que no moleste, para que deje en paz se le da lo que anda buscando. ¡Ojo pelao los papás y más cuidado los abuelos!

Nos gusta hacer lo que queremos, lo que me gusta, lo que me causa placer, lo que me divierte y luego nos estamos lamentando de los accidentes, de las enfermedades, de los desengaños de la vida. Pasamos de una etapa donde todo era pecado a la etapa en que todo es permitido “de acuerdo a lo de cada uno”, a lo que yo quiero y lo que a mí me parece. Hasta queremos hacer una Iglesia a nuestro parecer y no de acuerdo a la Palabra de Dios, a la que fundó Jesucristo (Mateo 16,18-19; Colosenses 1,24). Decimos: La Iglesia, refiriéndose a la Jerarquía y a las normas establecidas, debe cambiar en esto, debe aceptar esto y lo otro. Y ¿qué es eso otro? Lo que YO pienso, lo que me parece, lo que se me ajusta a mi modo de vivir. Al final cada uno hace lo de él, su voluntad. Convirtiendo “su yo” en parámetro o norma de actuar.

Jesús de Nazaret sólo hacía la voluntad del Padre, mi comida es hacer la voluntad del Padre, si es posible aparta de mí este cáliz, pero no se haga lo que yo quiero sino tu voluntad. En el Padre Nuestro que nos enseña: “Santificado sea tu nombre no el mío”, “Venga a nosotros tu Reino no el mío” y lo sella con “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Juan 4,31-34; Lucas 22,41-42; 2,48-50; Mateo 6,9-15). La voluntad de Dios no la voluntad mía.

¿CUÁL ES LA CLAVE?

Ahí está la clave: “hacer la voluntad de Dios y no la mía, aunque la mía parezca muy buena, muy piadosa o hasta muy santa”. Con tal no se haga mi voluntad: lo que quiero, lo que me propongo o lo que propuse, lo que insinué, lo que sugerí. De esta forma se va curando la enfermedad más peligrosa, más dañina y más contagiosa: El yo, el ego, el “yoísmo”.

Esa es la clave, pero el secreto es la medicina.

¿CUÁL ES EL SECRETO?

Ahora viene lo bueno. Ahora viene una de las medicinas buenas para sanar esta enfermedad madre y raíz de muchísimas enfermedades. Es algo muy sencillo.

ORAR CON PODER

Hay medicinas que son agradables y otras que son desagradables, ya sea por el sabor, el tamaño de la pastilla o la cápsula, el dolor de la inyección, los efectos secundarios de la cirugía o del tratamiento.

No se asuste de esta expresión “orar con poder”. No es orar gritando ni orar haciendo fuerza. ES OFRECER. Aquí está el secreto: ofrecerlo todo,todo, todo. Ofrecer de manera especial lo que más me duela, lo que no me gusta, lo que no me apetece, lo que no me parece y lo que va en contra de mi voluntad para que se haga solamente la voluntad del Padre. En vez de estar renegando, fuñendo, quejándose, juzgando ofrece toda la incomodidad hasta por la persona que le quiere quitar la paz. Si tienes paz contagias paz. Ofrecerme a Jesús ofreciéndolo todo.

A uno le viven pidiendo oración por tantas y cuantas necesidades: de salud, de trabajo, de unión familiar, de viaje, etc. Etc. Acostumbramos a responder: “Sí, voy a orar”. En efecto, hacemos una oración, un “rezado”, un Rosario, una jaculatoria: “Lávalo con tu Sangre Jesús”, “Bendícelo Jesús”, “abrázalo-a Jesús”, “te bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Ofrecemos una Eucaristía –Misa-. Y eso está bien y es maravilloso.

“Orar con poder” es ofrecerlo todo. Es fuente de paz interior y paz exterior. Un joven en la capital llegó a su casa y se encontró a sus padres peleando y gritando con sus hermanos. Dio un grito fuerte: “Aquí no hay paz, necesito paz”. Su papá sacó del bolsillo un billete de dos mil pesos (50 dólares) y le dijo: urgente vaya a las farmacias y supermercados y cómprenos una libra de paz para la familia. Salió el joven y después de preguntar en muchas farmacias y supermercados regresa a la casa con el billete diciendo que nadie vende paz.

Si fuera por el dinero cuánta paz tendríamos, ¿no es verdad? Como dice el canto “ni se compra ni se vende”. Entonces ¿dónde está la fuente de paz? Siempre oramos por la paz, pedimos por la paz y la guerra aumenta, la división aumenta. Jesús es el príncipe de la paz es la fuente de la paz, es la gasolinera de la paz. Cuando se te acaba la gasolina de la paz va a la bomba de paz que es Jesús. El siempre nos espera. ¡Animo, no dejemos que se nos acabe ese tanque”

Jesús resucitado saludó a sus discípulos: “Paz a Uds. y no creían y luego se alegraron” Y la clave que les dio fue: “miren mis manos y mi costado” (Lucas 24,36-48). Manos clavadas y costado abierto. Todo lo ofreció en obediencia a la VOLUNTAD DEL PADRE por nuestra redención, para que tengamos paz y libertad. Ya les había dicho: “Cuando lleguen a una casa digan paz a esta casa” (Lucas 10,5-6). “Mi paz les dejo mi paz les doy no como la da el mundo” (Juan 14,27 y 16,33). Consigamos un tanque de paz de reserva, ¿qué te parece?

La paz fruto del morir a uno, a su voluntad para hacer la voluntad del Padre.

CAMINO SEGURO PARA ADQUIRIR LA PAZ

Ofrecerlo todo y aprovechar toda oportunidad y toda situación para hacer la voluntad del Padre. Aprovechar ofreciendo todo lo que me disgusta, me duele, me fastidia, me incomoda, me hace sufrir. En vez de estar quejándose, lamentándose, echándoles la culpa a los otros. En silencio y ofreciéndolo. Qué medicina tan efectiva y tan saludable. Lo que Jesús me enseñó hace 17 años y escribí un brochour titulado CALLAR – ORAR Y BENDECIR. Se me iba olvidando.

No es callar y aguantar. Uno se queda callado, pero por dentro está quemando. “María guardaba todo en su corazón” (Lucas 2,51). Ella callaba y ofrecía. No es callar y reventarse uno. Es callar y ofrecer para no reventarse. No es callar y por dentro estar juzgando, condenando y creciendo en intranquilidad para luego desquitarse con la primera persona que encuentre contagiándole no paz, sino guerra, dolor, tristeza, amargura, sufrimiento. ¿Qué diferencia, verdad? Es cosa del cielo a la tierra, del día a la noche.

Llega el esposo a la casa y la comida no está lista. Puede tener tres actitudes:

1.- Revienta con insultos, con palabras contra su esposa por no cocinar a tiempo y comienza a juzgarla: a dónde se fue, qué tanto hace que no le alcanza el tiempo, qué desconsiderada: uno trabajando y cansado y tú viendo tele o chismiando. Explota y de mala manera. Hiriendo a la esposa y “dándole un gran mal ejemplo a sus hijos” o personas presentes. Envenena todo.

2.- Llega y no encuentra la comida o la sala desarreglada. Se calla y rabioso se va a ver televisión o se encierra en la habitación y sin decir nada empieza a juzgar y condenar. “Calla, pero la procesión va por dentro”. Pasa a comer callado y con una actitud de protesta y sufre.

3.- Llega y, al encontrar esa situación la saluda con cariño. Le ofrece el hambre y el cansancio por la unión familiar, por tantos que no tienen comida ese día, por ese matrimonio que está por romperse o que se ha roto para que Jesús resucite el amor por el perdón que se van a dar. Se ofrece a colocar la mesa, los platos, la cuchara, a picar o partir en la cocina lo que hace falta. Está viviendo en paz y contagiando la paz. ¡Qué hermoso, verdad! Qué sueño. Vale la pena.

La esposa está en la casa y no llega el esposo que quedó en recogerla. No llega y ella se inquieta, se preocupa y “empieza a envenenarse por dentro”: no llega, siempre el mismo, con quién se quedaría, ahora que venga no salgo. Eso y más pensamientos. En vez de disculpar, de callar y orar por él, de bendecirlo, de “lávalo con tu sangre Jesús”. Cuando llegue como ha ido alimentando la paz con la oración ¿qué le va a contagiar? Paz, amor. ¡Qué belleza! Esa espera la ofrece por aquel hijo que está desobediente, por aquella hija que tiene esos amores no conforme a los papás. Creció en paciencia que es “la ciencia de la paz”. Murió el yo y salió Jesús. No se hizo su voluntad sino que se abrazó a la voluntad del Padre.

Y, así en todo. Si tú te dejas envenenar y te llenas de odio, de resentimiento, de dolor, de enojo lo que vas a contagiar es eso y el sufrimiento para ti y el sufrimiento para los que tú envenenes. Pero si tú callas, oras, bendices la paz de Jesús te va llenando, te va empapando y por donde pases vas a dejar el aroma de paz. ¡Qué gran diferencia! Por eso “miren mis manos y mis pies soy el mismo”, “tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único no para condenar al mundo sino para que se salve por él” (Juan 3,15-16).

Ese hijo o esa hija sale de la casa desobediente y la mamá o el papá se queda envenenándose, renegando, hasta llorando, pensando cómo lo va a castigar, de qué lo va a privar. Pero si calla y ofrece ese dolor por el cambio de él o ella. Le ofrece a Jesús esa misma desobediencia y hace un sacrificio por ese hijo. ¿Qué está haciendo? Llenándose de la paz que da Jesús y cuando llega ese hijo no lo maltrata sino que le contagia eso que lleva dentro, esa paz. ¡Qué hermoso!

Alguien dirá no es fácil. Es verdad que tiene que entrenarse mucho, pero hay que empezar. No es fácil matar el YO, no es fácil curar la enfermedad del Yoísmo, pero hay que dar pasos y aprovechar desde ya todo lo que me molesta o me duele. Haz un momento de silencio y sumérgete en “ese corazón sanador de Jesús”, en “ese corazón abierto por la lanza” y entrégale lo que te está inquietando o haciendo sufrir y ofrécelo a Jesús por ese enfermo que está muy mal, por esos niños abandonados, esos jóvenes en los vicios, esos matrimonios por destruirse o destruidos para que resucite el amor en el perdón, por esa persona que me calumnió o me levantó un chisme, esa persona que me perjudicó (Filipenses 2,14-18).

Haz un momento de silencio y en “ese corazón lleno de amor” déjate dar un baño de paz, de confianza, de amor. Dejémonos empapar de los sentimientos de Jesús para que los contagiemos con las personas que nos encontremos, con los que hablamos por teléfono o con los que nos comunicamos por correo o internet. El mundo sería como Papá Dios lo creó, lo pensó y por el que Cristo Jesús “obedeció hasta la muerte y una muerte de cruz” (Filipenses 2,1-11). Con razón cuando nace el bebé la madre se olvida de los dolores e incomodidades del embarazo y del parto y se goza, se alegra con el recién nacido. Gracias Jesús por obedecer y hacer la voluntad el Padre. Gracias por estar compartiendo estas maravillas.

Luego de una enfermedad de ocho-nueve meses (2011-2012), enfermedad del yoísmo, “enfermedad del leonardismo” donde no me dejaba pescar y me le escabullía, me le escapaba a Jesús, al fin escuchó el clamor y el ofrecimiento de tantos camilleros que me llevaron donde Jesús y me descolgaron para escuchar y aceptar sus palabras de sanación: “tus pecados son personados”. Gracias a Dios por tantos camilleros (Marcos 2,1-12). Gracias mamá Carmen porque en esos 3 meses de muerte que pasé en Colombia me invitaba a rezar el Rosario que no quería hacerlo. Lo hacía más por vergüenza que por fe. Gracias mamá y gracias Madre María por callar y ofrecer tu sufrimiento y escuchar tantos clamores de tantos camilleros. Gracias, Te alabo y te bendigo Señor Jesús por aguantarme y sostenerme aunque no creía.

Mi yo, mi ego se había inflado. Me denominaba “el padre de los puentes” porque con los campesinos de Arroyo al Medio-Nagua habíamos hecho 7 puentes-puentes en menos de 3 años (2 Feb. 2004-27 Oct. 2006) con un presupuesto mínimo y tocando tantos corazones generosos. Las obras a favor de los pobres, de los campesinos, las casas de tantos pobres, las cirugías de tantos enfermos, construcción y reconstrucción de capillas.

Me dejé engañar de la serpiente: “serán como dioses”. Por eso me daba el lujo, mejor, el orgullo de creerme con autoridad moral para decir “las verdades sin caridad, ofendiendo y maltratando con palabras hirientes a las autoridades, a los compañeros de Iglesia. Y cuando, por la misericordia divina” descubrí “que estaba desnudo” caí en una depresión que para dormir desde julio 2011-febrero 2012 tenía que tomar dos pastillas para poder dormir. Todo el pecado y la enfermedad del yoísmo me estaban acabando. Perdí como 60 libras y los que me veían sentían compasión (Isaías 53,1-3). No me quería bañar ni cepillarme los dientes. Lo que quería era morirme, que me diera un infarto y “muerto el perro se acabó la rabia”.

Ese hombre fuerte y batallador estaba como los boxeadores “en la lona, en el piso”, peleaba con Jesús por no haberme llevado en el accidente del 22 de enero de 2000 y pensaba no se hubieran hecho los puentes, pero no importa ya hubiera descansado. Otro de los pensamientos: por qué no me llevó el año pasado cuando me dio el 23 de marzo 2011 una subida de azúcar de 990 que me internaron en el Hospiten de Santo Domingo. Salí el 27 con 30 de insulina y dos pastillas y el 28 lunes me fui a los retiros preciosos en la Parroquia Sant Andrews de Coral Springs, Florida. ¿Por qué no me quedé ahí? Me daba rabia y seguía envenenándome. Jesús me seguía desinflando el yo y yo no quería sino estar acostado.

Ya no tenía fuerzas ni para pelear, ni discutir, pero era un silencio agotador, preocupante para mi madre, mi familia, mis amigos y paisanos. No quería celebrar ni ver la Misa por televisión. Lo que quería era morirme. En esos 3 meses me preguntaban cuándo iba a celebrar una Misa de Sanación. ¡Qué cuento! El que necesitaba sanación era Leonardo. Fue un martirio para mi mamá, mis hermanos, familiares y amigos que me habían visto en el apogeo de las sanaciones que Jesús hacía por intermedio de Leonardo en su tierra natal, Ibagué-Tolima-Colombia. Y eso me golpeaba más y me hundía más y más. Desde la habitación-cárcel que me había construido veía las torres de la Parroquia Nuestra Señora del Carmen, donde fue monaguillo hace 47 años y me daba nostalgia. Los padres salesianos me animaban, otros sacerdotes también. La gente orando por mí, para que Jesús me sanara y yo no sabía que la enfermedad era “mi yoísmo”.

Quería la mejoría como en años anteriores que había caído un mes y luego me levantaba con más furia para trabajar. Muy cariñoso con la gente, pero el que no hacía como yo pensaba o quería le aplicaba la mano dura. Todo eso me golpeaba porque no había sido fiel a la Palabra de Dios y cualquier parte de la Biblia era una acusación. Me veía como aquel que Dios le perdonó tanto y yo no había perdonado cositas a tantas personas, me veía como en el Evangelio de aquel que fue perdonado 10.000 y el no perdonó 100 a un compañero (Mateo 18,23-35). Todo era culpándome, rechazándome, azotándome, martirizándome. ¡Qué duro!

Quise hacer una casa de oración en Nagua, coordinar la Renovación en 19 Parroquias y gracias a la paciencia de mi Obispo que me dio mucha libertad. Total todo se fue al piso, la casa de los inválidos en los Memisos de Las Gordas no se terminaba, ellos estaban en una habitación peor de lo que los encontré. Tenía deudas en 2 Ferreterías y albañiles. Gracias Omar y Niño Jesús por recoger el trasteo, la mudanza y entregar la casa. Muchas Bendiciones. Todo se me vino encima y lo único que quería era morirme. Pensaba que todo se había terminado. Quería que me cayera un rayo y el sufrimiento se acababa. ¡Cuántos que leen dicen: eso me pasa a mí!

Repito quería un milagro, quería levantarme rápido y todo fue lento y muy lento. Regresé el 4 de octubre del 2011 y el 5 día de Santa María Faustina hablé con Monseñor Jesús María de Jesús Moya, que se ha portado como un padre. Le pedí hospedarme en la Casa del sacerdote en San Francisco donde están los sacerdotes viejitos y enfermos. Donde había pasado 30 días en “el accidente bendecido del 2000” y donde había pasado varias veces recuperándome. Esa noche celebré solo en la habitación dando gracias por la Misericordia Divina de regresar, sin saber lo que me esperaba. Flaco, demacrado daba lástima. El hombre fuerte era un giñapo.

Me vi en el aire. Ese Jesús que me había rescatado hacía 17 años cuando llevaba 12 años de sacerdote se me había escondido y no hacía mi voluntad, la voluntad de Leonardo, en vez de yo hacer la voluntad del Padre como Jesús Pero tuvo misericordia y me fue llevando con calma. No entraba al correo electrónico, no quería contestar el teléfono, no podía predicar. El hombre de la palabra empezaba a hablar de una cosa y pasaba a otra porque me perdía. Predicar era un gran martirio. El Obispo me dijo que escribiera el sermón. El P. Rigoberto me fue acompañando en un curso precioso pero exigente de oración contemplativa. Me animaba y el muerto, Leonardo, no resucitaba. Fue un tiempo de purificación, fueron 8-9 meses de escuela: “Lo llevaré al desierto y le hablaré al corazón” (Oseas 2,16).

Desde que dialogué con Monseñor Moya me habló de venir a Las Terrenas y El Limón. Ya no como párroco sino como Vicario Parroquial. Eso mismo le pedía a él en una carta de respuesta al permiso tan paternal que me dio. Le escribí desde mi casa paterna el 10 de agosto del 2011 y el médico siquiatra me dijo que no se la mandara. Jesús Buen Pastor me iba llevando.

Mis hermanos querían que saliera rápido del hoyo. Mi hermana María Carmenza no sabía con quién hablar, a qué sacerdote llevarme para que me orara y me sanara. Uno dijo: le hicieron un trabajo de brujería para sacarlo del Ministerio de sanación y liberación. Yo no lo creí y no volví, pero no descartaba esa posibilidad. Total, querían que me sanara, pero ni yo mismo sabía cuál era la enfermedad. Mi hermano Félix Alberto como un papá. Fue un proceso doloroso. Por eso digo que es la enfermedad más dañina y más peligrosa, la enfermedad del yo. Había manipulado a todo el mundo y quería manipular a Dios y no se dejó ¡Gracias a Dios!

Tuve en 3 oportunidades la maleta lista para venir a las Terrenas, pero la hora de Dios no llegaba. Cuando hubo cambio de párrocos el nuevo párroco el P. Ramón Antonio Hilario Bidó, Padre Papo, se arriesgó el 28 de Febrero a traerme para trabajar juntos y después de 2 meses le doy gracias a Dios porque ha sido un hermano y un instrumento del Padre para vivir esta nueva experiencia, para descubrir en este tiempo de oración, ofrecimiento y trabajo pastoral cuál era la enfermedad de Leonardo: “el yoísmo”.

Fue aquí, como Vicario Parroquial, hoy 28 a los dos meses, donde Jesús me abrió los ojos y el entendimiento (Lucas 24,30-31 y 44-47). Estoy viviendo una nueva de luna de miel sacerdotal.

En Colombia todo eran cábalas. Pensaba: Me ordenaron Presbítero a los 29 años y con 29 años de Ministerio (05-09-82), total 58 años,todo se derrumbaba. Era la mitad de la mitad. En esa enfermedad me tocó celebrar con mi familia por primera vez en 29 años un aniversario de sacerdocio. El año 2011 como el 11 de Sept. Todo era no una diosidencia sino como una coincidencia de maldición. Fue una machacada grande. Esa caña de azúcar no quería dejarse machacar, no quería pasar por el trapiche (molino para moler la caña y salir el jugo dulce). Me rebelé, lo único que quería era morirme. ¡Qué depresión tan tremenda! ¡Qué enfermedad tan mala! Tan aplastante, tan mortificante para la familia y los amigos. Y sin poder salir de ahí.

Luego de tantas enseñanzas que me regaló Jesús y con las cuales tantísimas personas habían recibido sanación interior, sanación física y liberación me encontraba en el remolino del yo, del “médico cúrate a ti mismo”. El siquiatra muy bueno me dijo que un ortopedista no se puede curar una pierna partida, un cardiólogo no puede operarse del corazón y yo como sacerdote necesitaba de otra persona. Doctor Jairo Novoa, gracias por su paciencia y ahora le comparto mi enfermedad, la raíz de dicha enfermedad y algunos de los secretos para salir de ahí. Son muchos los testimonios para compartir, pero el artículo de dos hojas –brochour- se ha convertido en un folleto parecido al del accidente bendecido. Creo que saldrá en un libro.

Fueron preciosas las dos últimas jornadas de evangelización en Coral Springs-Florida (28-03-11 a 14-04-11) y Falleteville- Carolina del Norte (18-05-11 a 07-06-11 cuando cumplía los 58 años de vida). Algo precioso. Cuántos testimonios, cuántas conversiones, cuántas sanaciones físicas, cuántos matrimonios reconciliados, “cuántos milagros”, pero me golpeaban la palabras de Jesús en San Mateo 7,21-23: “No bastará con decirme: ¡Señor!, ¡Señor! Para entrar en el Reino de los Cielos, más bien entrará el que hace la voluntad de mi Padre del Cielo. Aquel día muchos me dirán: ¡Señor, Señor!, hemos hablado en tu nombre, y en tu nombre hemos expulsado demonios y realizado muchos milagros. Entonces yo les diré claramente: Nunca les conocí, ¡Aléjense de mí ustedes que hacen el mal”.

Estas palabras me golpeaban, pero todavía seguía ciego, sin entender las Escrituras: “entrará el que hace la voluntad de mi Padre del cielo”. Cuánta división en el “Cuerpo de Cristo” – La Iglesia. El Cuerpo de Cristo está despedazado porque cada uno queremos hacer “mi voluntad” y todo se lo achacamos a Jesús o al Espíritu Santo: “Jesús me dijo y El Espíritu Santo me iluminó” y no me había abierto el entendimiento para ver que era yo, Leonardo, y no el Espíritu Santo.

LA SOLUCIÓN: hacer la voluntad del Padre del Cielo como Jesús y como María.

LA CLAVE: orar con poder.

EL SECRETO: ofrecer todo, todo, todo de manera especial lo que le ayuda a morir al yo, a mi voluntad.

Ya seguiré compartiendo otros testimonios lindos de lo que Jesús me ha dejado vivir meses antes de la enfermedad, durante los 8-9 meses de enfermedad y los 2 meses como Vicario Parroquial. Será en otro artículo.

Padre de misericordia te alabo y te bendigo por tanta paciencia conmigo, por tantos camilleros que me han dado la mano, que han orado y han hecho sacrificios y ayunos para que este muerto resucite, mejor para que Jesús resucite y Leonardo siga muriendo.

Te alabo y te bendigo Señor Jesús porque cuando ya se acercaba la hora de salir de la casa del sacerdote a esta Parroquia te decía: “quiero enamorarme cien por ciento de ti y anunciarte, predicarte con misericordia no con mano dura; no con una mano de cariño y amor y la otra mano de hierro, sino con las dos manos de misericordia.

Espíritu Santo te alabo y te bendigo por la paciencia que has tenido con migo. Este cuerpo que es tu templo desde el bautismo va a ser consagrado lo mejor para vivir los consejos evangélicos lo más radical que pueda: una extrema pobreza en todos los aspectos, una obediencia a raja tabla para no hacer mi voluntad sino la del Padre, una castidad íntegra porque es la fidelidad a quien es fiel. Gracias Espíritu Santo.

Gracias mamá María por acompañarme en este nuevo calvario como acompañaste a Juan para que llegara hasta el final en la cruz. “…Y el discípulo se la llevó a su casa… (Juan 19,25-27). Y nosotros como buenos discípulos de Jesús la llevamos a la casa del corazón, a la casa de la familia, a la casa de la comunidad, a la casa del pueblo, a la casa de la ciudad, a la casa del país. Les bendice un servidor colombo-dominicano Leonardo Roa Torres, Pbro. www.sanacioninterior.net e-mail jesussanahoy@gmail.com Tel. 809-753-8440. Parroquia “Nuestra Señora del Carmen”, Las Terrenas y “Corazón de Jesús, El Limón de Samaná. República Dominicana. Naturalizado con el acta de nacimiento dominicano en Nagua.

Sunday, February 26, 2012

Orar por Sanación

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Orar por sanación suele ser una de las intenciones más frecuentes, pero nunca debe olvidarse que somos seres limitados sujetos a la enfermedad y que con frecuencia no entendemos si con esta podemos ayudar a otros.

Dice la Biblia:

"Hijo mío, cuando estés enfermo no te deprimas: ruégale al Señor para que te cure." (Eclo 38, 9)

Pocos enfermos pueden aceptar la búsqueda de la sanación desde la conversión, es decir, el verdadero proceso de sanación comienza con la reconciliación con nosotros mismos y con Dios (lea mas abajo "Confesión" en este blog). 

Dice también el Eclesiástico:

"Conviértete al Señor y renuncia al pecado, rézale y disminuye tus ofensas. Vuélvete al Altísimo y apártate de la injusticia, ten horror de lo que es abominable." (Eclo 17, 25-26)

Quizás la enfermedad es la única manera de que algunos de nosotros entremos en razón y pensemos en Dios. ¿No dice acaso la Biblia que el Señor corrije a los que ama? (lee Ap 3, 19) Es bueno pensar en la enfermedad como una ocasión de rendirse ante Dios, sobretodo porque ella puede ser consecuencia directa de nuestros pecados, de heridas de la vida o en general de aflicciones emocionales (Lee mas abajo "Esperanza y sanación para la mujer que ha abortado" o "Testimonio de una sanación de cáncer" en este blog), ciertamente, la sanidad espiritual es lo importante. Jesús dijo una vez a una mujer:

"...“Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda sana de tu enfermedad.” (Mc 5, 34)

Esa es la sanación más importante: quedar en paz con Dios, de allí la importancia del sacramente de la reconciliación. Que la oración tiene poder, es un hecho, especialmente la del justo:

"Reconozcan sus pecados unos ante otros y recen unos por otros para que sean sanados. La súplica del justo tiene mucho poder con tal de que sea perseverante" (St 5, 16)

las pruebas entonces son para fortalecerse.

"Hermanos, considérense afortunados cuando les toca soportar toda clase de pruebas. Esta puesta a prueba de la fe desarrolla la capacidad de soportar, y la capacidad de soportar debe llegar a ser perfecta, si queremos ser perfectos, completos, sin que nos falte nada. " (St 1, 2-4)

La perseverancia tiene que ver con la fe, con el reconocimiento de nuestra fuerza en Dios. La Biblia nos cuenta de lo siguiente que ocurrió con Jesús:

"Entonces los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron en privado: “¿Por qué nosotros no pudimos echar a ese demonio?” Jesús les dijo: “Porque ustedes tienen poca fe. En verdad les digo: si tuvieran fe, del tamaño de un granito de mostaza, le dirían a este cerro: Quítate de ahí y ponte más allá, y el cerro obedecería. Nada sería imposible para ustedes. (Esta clase de demonios sólo se puede expulsar con la oración y el ayuno).”" (Mt 17, 19-21)

¿Pueden orar otros por nosotros? Es un hecho que la intercesión de otros tiene poder (Mc 2, 1-5) ¿Y si la oración pareciera que no funciona, sea propia o ajena? La fe es sin duda la clave si está unida a un corazón adecuadamento dispuesto a Dios. Sobre esto decía Santiago:

"Pero hay que pedir con fe, sin vacilar, porque el que vacila se parece a las olas del mar que están a merced del viento. Esa gente no puede esperar nada del Señor, son personas divididas y toda su existencia será inestable. " (St 1, 6-7)

Sin duda, la oración hecha con amor e insistencia comedida al Señor logra que se busca. No podemos tener temor de pedir. Nos dijo Jesús:

"Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá la puerta. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y se abrirá la puerta al que llama. ¿Acaso alguno de ustedes daría a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿O le daría una culebra cuando le pide un pescado? Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡con cuánta mayor razón el Padre de ustedes, que está en el Cielo, dará cosas buenas a los que se las pidan! " (Mt 7, 7-11)

Pero además debemos recordar que hay que confiar siempre en la providencia divina, pues nuestros deseos no deben impedirnos reconocer nuestras limitaciones y nuestro doblegamiento a la voluntad del Señor, pues ya sabemos que los caminos del Altísimo no son los nuestros (Is 55, 8-9). El Señor es infinitamente sabio y nos dará lo que sea mejor, sabiendo que ciertamente nos premiará si seguimos sus caminos, como nos lo mostró Juan:

"Entonces, todo lo que pidamos nos lo concederá, porque guardamos sus mandatos y hacemos lo que le agrada." (1 Jn 3, 22)

Y que esa oración sea en el nombre de Jesús, tal como nos enseñó Pablo:

"... y todo lo que puedan decir o hacer, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él" (Col 3, 17)

Finalmente, hay que tener claro que Dios no permitirá que ninguna prueba sea superior a nuestras fuerzas. Si es dura la prueba, duros somos también nosotros:

¨...ustedes todavía no han sufrido más que pruebas muy ordinarias. Pero Dios es fiel y no permitirá que sean tentados por encima de sus fuerzas. En el momento de la tentación les dará fuerza para superarla." (1 Corintios 10, 13)

Confesión

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Sinopsis: El sacramento de la Confesión está instituido en la Biblia. Fue el mismo Jesús quien la ordenó. Su eficacia no depende de la calidad humana del hombre que es instrumento de reconciliación con Dios, el sacerdote.

La confesión es individual como individual es la salvación y el juicio (1 Re 8, 39; Os 4, 9; Mc 2, 5, etc.), y es necesaria:

"(...) si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda maldad. Si dijéramos que no hemos pecado, sería como decir que él miente, y su palabra no estaría en nosotros." (1 Jn 1, 9-10)

El tema de la confesión no está únicamente aquí, también se encuentra en Sal 32,5; Pr 28, 13; Stg 5, 16, y en otros textos que se mencionarán. En realidad, debe hablarse mejor de "sacramento de la reconciliación", término que abarca los diferentes aspectos relacionados con la confesión (catecismo números 1422 a 1484), pero concentrémonos aquí en la confesión misma.

Quien diga que no tiene pecado, miente (1 Jn 1, 8) y Jesús nos enseñó en el Padrenuestro a pedir perdón por nuestras ofensas (Lc 11, 4), de modo de que debe existir alguna vía para reconciliarnos con Dios (2 Co 5, 20), pues es nuestro deber permanecer en Jesús, so pena de perdernos (Jn 15, 3-11). Esa tarea de reconciliarse no es exclusivamente personal, sino que se requiere la intervención de alguien más. Veamos cómo lo plantea Nuestro Señor, quien, luego de su gloriosa Resurrección, tiene un encuentro con sus discípulos, en el cual ocurre lo siguiente:

"Jesús les volvió a decir: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envío a mí, así los envío yo también.” Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo: a quienes descarguen de sus pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos.” " (Jn 20, 21-23)

Eso fue antes de Pentecostés, así que el propio Jesús entrega el Espíritu Santo y otorga a sus discípulos el poder de intermediarios para el perdón de los pecados. En griego, la palabra para "descarguen" es "aphete", verbo en aoristo plural subjuntivo de "aphiemi", el mismo verbo de, entro otros apartes, Mateo 9, 2:

"Allí le llevaron a un paralítico, tendido en una camilla. Al ver Jesús la fe de esos hombres, dijo al paralítico: “¡Ánimo, hijo; tus pecados quedan perdonados! (aphiemi)”"

O en Lucas 7, 48:

"Jesús dijo después a la mujer: “Tus pecados te quedan perdonados” (aphiemi)"

O en Romanos 4, 7:

"Felices aquellos cuyos pecados han sido perdonados (aphiemi), y cuyas ofensas han sido olvidadas"

Jesús está delegando la facultad de perdonar pecados que El mismo tiene.

Escribió Juan Pablo II:

"La misión confiada por Cristo a los Apóstoles es el anuncio del Reino de Dios y la predicación del Evangelio con vistas a la conversión (cf. Mc 16,15; Mt 28,18-20). La tarde del día mismo de su Resurrección, cuando es inminente el comienzo de la misión apostólica, Jesús da a los Apóstoles, por la fuerza del Espíritu Santo, el poder de reconciliar con Dios y con la Iglesia a los pecadores arrepentidos: «Recibid el Espíritu Santo.A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20,22-23)." (CARTA APOSTÓLICA EN FORMA DE «MOTU PROPRIO» MISERICORDIA DEI SOBRE ALGUNOS ASPECTOS DE LA CELEBRACIÓN DEL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA")

No es el sacerdote quien perdona los pecados, sino Dios mismo. Siendo instrumentos entonces, nada tiene que ver la calidad humana del sacerdote que atiende laconfesión; así nos lo recuerda Pablo quien, en cuanto apóstol, tiene el ministerio de la reconciliación (2 Co 5, 18).

Sunday, January 22, 2012

¿Por qué el ayuno sana y libera?



Extractos del libro:

¿Por qué el ayuno sana y libera?

Autor: Sor Emmanuel

¿Porque Satanás se debilita tanto cuando ayunamos? En cuanto hacemos una ofrenda a Dios que concierne a nuestro cuerpo, podemos decir que nos damos verdaderamente. Es fácil dar dinero, tiempo, decir una buena palabra, o dedicarnos a tal o cual servicio; pero el ayuno compromete no sólo nuestro cuerpo sino también algo vital. El alimento es una cuestión de supervivencia. Forma parte de nuestras costumbres más profundas, ontológicas. Como muy bien lo dijo el Padre Slavko, “el ayuno pone de manifiesto nuestras dependencias”. Cuando ayunamos a pan y agua hay carteles luminosos que se encienden en nuestros sentidos: ¡café! ¡Cigarrillos! ¡Vino! ¡Chocolate…! Pero la Virgen no viene para señalar nuestras dependencias; sino para liberarnos de nuestras ataduras. Entonces caemos en la cuenta de hasta que punto estábamos sujetos a nuestros horarios, a nuestras costumbres. Cuando comencé a ayunar a pan y agua, mi primer descubrimiento fue la alegría de la libertad: podía comer o no comer; me daba lo mismo.

Una iglesia fundó una orden religiosa a pedido de la Santísima Virgen. Un día le pregunté si Ella le había sugerido el ayuno para su comunidad. “Sí, sí. Nosotras ayunamos todos los días de 16 a 18”. Entonces me largué a reír, pero ella me aclaró: “Entre las 16 y alas 18, para nosotros los ingleses, es le tea-time” ¡Si le sacamos el tea-time a un inglés, deja de ser inglés! (cada pueblo tiene sus propias ataduras)

Los apóstoles no se sentían molestos cuando no tenían tiempo para comer. Poco les importaba tener que pasar por alto una comida, pues la obra de Dios era tan intensa que estaban plenamente abocados a ella.

Cuando damos de nuestro cuerpo es señal de que nos hemos verdaderamente entregado a Dios. De alguna manera, el ayuno crea un vacío en nosotros, un espacio en nuestra alma, en nuestro cuerpo, en nuestro corazón. Cuando no estamos ocupados en comer, hay un lugar que se libera y que Dios viene a ocupar como nunca lo había hecho aún; un territorio nuevo en nuestra vida del cual Dios puede tomar posesión. Y por eso quienes ayunan tienen una sensibilidad y una delicadeza espiritual especiales. Están mucho mas inspirados que quienes no lo hacen. Veamos cómo procedían los primeros cristianos: “Un día mientras celebraban el culto del Señor y ayunaban, el Espíritu Santo les dijo: " Resérvenme a Saulo y a Bernabé. Ellos después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron, Saulo y Bernabé, enviados por el Espíritu Santo, fueron a Seleucia…..”(Hch 13,2-4)

Una madre de familia mexicana que ayunaba dejó de hacerlo, retomándolo luego. Ella me contó que durante el tiempo en que había dejado de ayunar, sintió que en alguna manera había perdido la intuición especial que tenia con sus hijos que eran muy pequeños, para hablarles, para explicarles la vida e introducirlos en las realidades del mundo. Pero desde que reanudó sus ayunos, comprobó que estaba nuevamente inspirada. Las ideas le venían espontáneamente, sentía que el Espíritu Santo la iluminaba y que sus hijos la escuchaban con mucha atención; ella encontraba la palabra justa para ayudarlos. Hermoso ejemplo de este nuevo espacio que el Espíritu Santo toma en nosotros a través del ayuno; de esa habitación suplementaria de la Trinidad que permitimos que Dios ocupe en nosotros.

Thursday, January 5, 2012

SANACIÓN DEL ALMA Padre Emiliano Tardif.

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"Recorrió Jesús toda Galilea enseñando, proclamando la Buena Nueva del Reino, curando toda dolencia y enfermedad en el pueblo." Jesuscristo ayer, hoy y siempre. No se ha agotado su poder sanador.

HABLA  EL PADRE EMILIANO TARDIF

"Yo siempre anuncio primero a Jesús y reafirmo la fe. Luego, oro por la sanación del pecado mediante la conversión, y, sólo después, hago oración por las enfermedades físicas".

Dios nos quiere no sólo sanos, sino completamente sanos: del cuerpo y alma. Y también en nuestras relaciones interpersonales. En ningún retiro he dejado de ver sanaciones sensibles. Pero esto no quiere decir que todos los enfermos deban ser sanados. Los milagros son signos del poder de Dios, que muestran que Jesús está vivo y sirven para el crecimiento de nuestra fe.

No conviene orar por sanación sin evangelizar. No debemos comenzar a orar por sanación física de golpe, sin preocuparnos de la vida espiritual del enfermo. Si nos dicen que está muy lejos de Dios, debemos ayudarle a que se arrepienta de sus pecados.

El caso del paralítico a quien primero se le perdonó el pecado y luego se le sanó, es clásico para trabajar en este ministerio. Si el ministerio de sanación se redujera a la sanación física, sin preocuparse de la vida de fe, no valdría la pena tener ese carisma.

¿Mi mensaje? Manifestar que Jesús está vivo en su Iglesia. Cada día entiendo que lo importante no es hablar de Jesús, sino dejarlo actuar con todo el poder de su Santo Espíritu. Jesús vino a liberar a su pueblo del pecado, y de las consecuencias del mismo que son la enfermedad y la muerte.

SANACIÓN INTERIOR

Lo más hermoso que he encontrado en la Renovación Carismática es lo que se llama "la sanación interior". Así como nuestro cuerpo es atacado por diferentes enfermedades, también interiormente podemos estar enfermos de complejos, miedos, rencores y todo tipo de inseguridades. Multitud de casos físicos son sólo síntomas de desajustes psicológicos que, al ser curados, desaparecen.

Si nuestros sentimientos fueron heridos, nos volvemos desconfiados. Si recordamos que alguien nos traicionó, sentimos rechazo contra todos. A veces hemos sido defraudados en el amor, y desde entonces nuestro corazón se cierra a toda manifestación de cariño.

Sin embargo, Jesús ha venido a curar los corazones destrozados y nos ofrece un corazón nuevo. Es maravilloso descubrir cómo el Evangelio está lleno de este tipo de sanaciones.

¡Cuántas veces queremos mejorar, pero no podemos!. Nos falta fuerza de voluntad y nuestro carácter no puede superar las adversidades. Otras veces creemos que son los otros lo que deben cambiar y se lo exigimos, sin resultados. Al contrario, parece que se acentúa más el problema. Todos estamos heridos y por eso no tenemos fuerzas para superar nuestras limitaciones.

Yo, personalmente, he vivido la gracia de la sanación interior. Durante toda mi vida había tenido problemas al menor contacto con la sangre. Cuando me tocaba atender a un moribundo que sangraba, era un gran sacrificio y, por más esfuerzo que hacía, no llegaba a controlarme.

Viendo una película de guerra donde había mucha sangre, comencé a sudar frío y creí que me iba a desmayar. Me sentía mal, y tuve que salirme.

Un día vino Monseñor Alfonso Uribe Jaramillo a dar un retiro. Durante la Misa oró por la sanación de las heridas de la memoria, recorriendo las distintas etapas de la vida. Mientras oraba por la sanación de las heridas de la niñez, yo recordé que cuando tenía cinco años, un día me enfadé con mi hermano de seis años. Yo tenía un cortaplumas en la mano y se lo tiré. Le cayó en el brazo y comenzó a brotar mucha sangre. Me asusté mucho al ver su brazo teñido de rojo. Aunque me olvidé de aquel incidente, me quedó un problema cada vez que veía sangre. Mientras Mons. Uribe oraba, me vino a la mente este acontecimiento y le pedí al Señor que me sanara de este recuerdo.

Después he ido a los hospitales a ver enfermos con heridas de accidentes graves y ya no me produce esa reacción de hemofobia. Gracias a esta sanación interior estoy curado.

HAY MUCHA GENTE HERIDA:

El Señor sanó en mi esta herida de la memoria y -a partir de esta sanación de los recuerdos- entiendo mejor ahora la importancia de la sanación interior. Si a mi me producía malestar cuando veía sangre, a otros una herida emocional les produce malestar ante la autoridad, porque tal vez su padre los trató con dureza. Muchos hijos son rebeldes a causa de sus heridas emocionales y tratan de protegerse de toda imposición.

Hay mucha gente, herida en su memoria por acontecimientos del pasado, que necesitan sanarse porque esa lesión profunda tal vez produce temor o tristeza. He visto gente que lleva en su corazón una gran amargura que la hace antipática, y ella misma rechaza toda muestra de afecto. Ellos no quieren sufrir ni hacer sufrir, pero están heridos y contagian su dolor a todo lo que les rodea.

Jesús es el sol de justicia y puede sanar esas heridas causadas por las injusticias de la vida. Como para curar algunas enfermedades se toman baños de sol, al estar delante de Jesús, Él va sanando las heridas emocionales de la vida.

El corazón se va liberando del sentimiento del odio, rencor o amargura, y ese lugar es ocupado por el amor que brota a raudales del corazón de Jesús.

Muchos condenan a los demás diciendo: "Es un hombre perverso". Pues bien, no hay perversos: lo que hay son hombres y mujeres que luchan con problemas que los aplastan. Jesús vino a romper nuestras cadenas y a darnos la libertad. Lo que nos parecía perverso era simplemente algo que Jesús tenía que sanar.

JESÚS CURÓ TODAS LAS ENFERMEDADES

Hay cuatro clases de enfermedades:

La de nuestro espíritu, causada por el pecado personal.
La emocional causada por las heridas y sentimientos del pasado. Abarcan nuestra vida psíquica.
La enfermedad física del cuerpo.
Puede darse también la opresión del maligno.

Jesús sanó todas estas enfermedades. Perdonó los pecados al paralítico y a la pecadora. Curó ciegos, leprosos, sordomudos, y a los que sufrían por toda suerte de enfermedades; arrojó el demonio de muchos posesos y dio paz y su consuelo a muchos.

La lectura del Evangelio nos enseña claramente cómo nuestro Salvador es "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" y que, movido por su amor a todos nosotros, cura las enfermedades y libera del maligno a cuantos están poseídos por el mal.

PASÓ HACIENDO EL BIEN

El Evangelio nos habla de las curaciones de todo orden que realiza Nuestro Señor, movido siempre por su inmenso amor a todos:

San Mateo nos dice: "Al atardecer, le trajeron muchos endemoniados; El expulsó a los espíritus con su palabra y curó a todos los que se encontraban mal. Así se cumplió el oráculo del profeta Isaías: "El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades (Mt 8, l6-17).

Esta caridad de Jesús que "cargó con nuestras flaquezas y enfermedades" explica, la multitud y variedad de curaciones que hizo durante su vida pública, porque sentía una gran compasión. El ciego de Jericó le grita: "Hijo de David, Jesús, ten compasión de mi", y el Señor le dice: ¿qué quieres que te haga? (Mc 10,47-51).

También las curaciones fueron efectuadas por Jesús para que su Padre fuera glorificado. Oigamos también a San Mateo: "Y los sanó: de manera que se maravillaban las gentes viendo hablar a los mudos; los mancos sanos; andar a los cojos y ver a los ciegos; y glorificaban al Dios de Israel" (Mt 15, 30-31).

EL QUE ORA POR UN ENFERMO

Debe reflejar el amor y la unción de Jesús. Estar libre de todo deseo personal, de comprobar resultados buenos. Muchas veces queremos defender nuestro buen nombre y no el amor de Dios.

Si oramos con miedo y dudas, fracasará nuestra oración. Tenemos que orar como servidores del Señor sin temor al fracaso. Cuando se ora con amor y fe nunca se fracasa, aunque los efectos buenos no aparezcan.

El don de sanación no es un poder que yo poseo para hacer lo que quiera con él. Es la manifestación del amor del Espíritu Santo que obra, a través de mi, para ayudar a alguien. Soy su instrumento libre. El es el agente principal.

Algunas veces Dios se vale de mi y otras no. Es el Señor y obra como quiere. Esto nunca lo debemos olvidar. Así nos conservamos humildes, pues "somos siervos inútiles".

En toda oración por la salud se invoca el poder de Dios, pero el primer puesto lo debe tener el amor. "Si tengo fe, capaz de mover las montañas pero no tengo amor, nada soy" (1Co 13, 2-3).

¿POR QUÉ NO NOS CURAMOS?

Falta de fe: Los discípulos no pudieron curar al epiléptico endemoniado por falta de fe (Mt 17, 14). Tenemos que crecer en la fe para que el Señor nos use más.

No querer la curación: Algunos encuentran en la enfermedad una autodefensa, no quieren salir de ella y bloquean inconscientemente la sanación. No debemos orar por quien no desea ser curado.

El pecado: La sanación interior no se obtiene mientras no nos arrepintamos del odio, etc. Nuestro Señor primero perdonó al paralítico y luego lo curó.

No orar por el caso concreto. En la oración por sanación interior es necesario descubrir la raiz profunda del mal y orar por su destrucción y sanación. Encontrar el problema inicial.

Un falso diagnóstico:

Orar por sanación física cuando se requiere sanación interior del mal que causa la enfermedad física. Orar por sanación interior cuando hay problemas físicos o se necesita liberación especial.

No ir al médico como medio de Dios para curar. El médico y las medicinas son los medios que ordinariamente usa Dios para sanarnos.

No usar los medios naturales para no enfermar: Descanso, higiene, prudencia. Si no empleas los medios ordinarios para conservar la salud, no pidas recobrarla por medios extraordinarios.

Falta de constancia . Recordemos que la "oración asidua es muy poderosa". Muchas curaciones no se completan por falta de perseverancia en la oración.

EL TIEMPO DE DIOS

Unas veces el Señor nos sana al instante. Otras veces lo hace gradualmente. Otras no lo hace nunca por razones que El sabe. Perseveremos orando. Quizás no es aún la hora de Dios.

Quizás quiere que sea otra persona el instrumento para curarle. Nuestra oración tiene buen éxito sólo cuando Dios nos llama para que oremos por una persona concreta.

Puede ser que el ambiente lo impida. Si allí no hay paz, amor, oración, sino odio, frivolidad, etc. no se da la sanación.

Cuidado con decir que falta la fe. Cuando alguien no es curado pueden darse otras razones, que expliquen su no curación. La sanación es un misterio del amor divino.

IMPOSICIÓN DE MANOS

La oración de sanación cuando va acompañada de la imposición de manos tiene una fuerza especial por varias razones:

· Porque el gesto de imponer las manos es profundamente bíblico.

· Esta imposición de manos es un gesto de comunión fraternal que hace experimentar al enfermo la auténtica compasión del que lo acompaña.

· Con frecuencia, este contacto es el medio que usa el Señor para hacer llegar al enfermo su poder de sanación.

SANACIÓN FÍSICA: ACLARACIONES

No toda sanación es milagrosa como creen algunos. San Pablo, cuando enumera algunows carismas en la 1 Carta a los corintios cita primero el don de curaciones y a continuación el de operaciones milagrosas (12,9). Esta aclaración es muy importante para la recta comprensión de este carisma.

El ministerio de sanación no desprecia la acción médica ni prescinde de ella. El capítulo 38 del Eclesiástico honra la persona y la profesión del médico, pero nos recuerda que toda sanación viene del altísimo.

Este ministerio de Sanación se desempeña mejor por medio de un equipo, ya que hay más riqueza de carismas y se evita el peligro del orgullo. Nadie puede afirmar que fue el instrumento exclusivo del Señor.

El ministerio de sanación se ejerce por medio de la oración de sanación. Oramos al Padre por Cristo para que glorifique a su Hijo por medio de esta sanación. Por eso es sanación de Jesús.

El mejor ministro de sanación será el que viva el profundo amor del Señor en su vida y comunique este amor y la ternura de Dios a sus hermanos enfermos.

EL RIO DE AGUA VIVA (Ez 47, 8-9)

"Esta agua va hacia la región oriental baja a la Arabá, desemboca en el mar, en el agua hedionda y el agua queda saneada. Por dondequiera que pase el torrente, todo ser viviente que en él se mueva, vivirá. Los peces serán muy abundantes, porque allí donde penetra esta agua lo sanea todo y la vida prospera en todas partes adonde llega el torrente" (Ez 47, 8-9). Esta es la acción del Espíritu Santo, que sana todo lo enfermo y, después, da una gran fecundidad y riqueza espiritual. Su luz penetra en los rincones oscuros en donde hemos encerrado tantos sentimientos dolorosos. Su amor cala, en nuestros corazones y va derribando los muros que ha levantado el rencor y el odio que se ha ido acumulando en nosotros a lo largo de la vida.

HABLA UN MÉDICO PSICOLOGO CRISTIANO.

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Creo que la oración tiene el poder de transformar la vida de las personas porque he visto su acción en mi trabajo como psicólogo cristiano.

Jesús enseñó a sus discípulos no sólo a predicar y evangelizar, sino también a curar a los enfermos y expulsar demonios (Lc 9, 1-6).

De hecho, cada vez que rezamos el Padre Nuestro, estamos pidiendo sanación y liberación, porque esta hermosa oración termina diciendo "líbranos del mal".

NUESTRA RELACIÓN MÁS ESENCIAL

La psicología clínica consiste en sanar las relaciones. Los cristianos que tienen dificultades para relacionarse con sus semejantes, con Dios y consigo mismos, suelen buscar la ayuda profesional de alguien que comparta sus propias creencias y valores. Las dificultades que experimentan provienen, por lo general, de factores ajenos a ellos mismos. Quizás los trataron mal o tal vez han tenido deficiencias físicas que les impedían hacer amistades.

A veces, la raiz del problema es el pecado personal. En realidad, lo más frecuente es que las causas sean una combinación de varios de estos factores.

Creo que la oración es eficaz porque nos lleva al punto de nuestra relación más fundamental: la relación con Dios. En mi carácter de terapeuta, insisto en que orar es conversar con Dios. Pero muchos de mis pacientes suelen hacerme esta pregunta: "¿Cómo puedo conversar con alguien a quien realmente no conozco?" Les contesto que es posible conocer a Dios rezando y esforzándose por entender la grandeza del universo y el milagro de la vida. También conviene reconocer que, en lo profundo del corazón, buscamos un amor perfecto, algo que sólo Dios puede dar. Finalmente –y esto es lo más importante- el Señor nos ha dado las Escrituras y el ministerio de la Iglesia. Podemos conocer a Dios y su plan de salvación para nosotros.

A medida que estos pacientes hacen oración y leen la Escritura comienzan a experimentar a Dios personalmente. Algunos tienen, por primera vez en su vida, un encuentro con Jesús. Como resultado, van curándose de sus dolencias y se ven libres de los sentimientos negativos que han dominado su existencia y trastornado sus relaciones.

CÓMO SE SANA EL SER INTERIOR

A los pacientes que llegan buscando la sanación cristiana los invito a aceptar la presencia de Jesús en su vida pasada, presente y futura. Cristo puede hacerse cargo de los recuerdos del pasado y sanarles las heridas que todavía les causan dolor. Les pido que se imaginen que Jesús recorre con ellos la senda de sus recuerdos del pasado hasta llegar a los momentos precisos en que fueron heridos, y luego los invito a pedirle a Cristo que los libre de los efectos que esas heridas tienen en el presente. Al hacer esto, he visto que Jesús les llena el corazón, que hasta entonces estaba vacío, con su amor y su perdón. Lo más sorprendente es que, a veces, el amor de Cristo mueve a las personas a perdonar a quienes las hirieron tan profundamente.

Quisiera citar algún ejemplo A fin de proteger la privacidad de las personas, este relato no se refiere a nadie en particular; pero representa los casos que he ido viendo, durante más de diez años de práctica privada y estudio.

CUANDO SE DERRUMBA LA BARRERA EXTERNA

Un sacerdote, al que llamaremos Padre Juan, me vino a ver para que le ayudara a resolver su tendencia a distanciarse de los demás. Cuando niño, era muy delgado y sin aptitudes deportivas, los demás se burlaban de él y siempre quedaba el último cuando se formaban los equipos. Sintiéndose fracasado en los deportes, trató de reforzar su dignidad obteniendo notas excelentes en los estudios. Pero los maestros empeoraron la situación cuando empezaron a ponerlo como ejemplo, razón por la que sus compañeros lo amenazaban u golpeaban. Juan soportó todo esto en silencio hasta que pudo escaparse al seminario, donde lo respetarían por su excelencia académica. Sin embargo, las heridas del pasado lo llevaron a rodearse de un muro protector para aislarse de los demás.

Trabajando con el P. Juan, le pedí que cerrara los ojos y que invitara a Jesús a hacerse presente en sus recuerdos más dolorosos. Le costó reconstruir en su imaginación una escena de si mismo cuando era niño en el patio de la escuela y veía que se acercaban los bravucones. Luego exclamó, "Veo que viene Jesús. Es tan grande y se le ve tan fuerte. Se que les va a pegar a estos abusones. ¡Al fin recibirán su merecido!".

Acto seguido, el sacerdote comenzó a llorar. Cuando le pregunté que sucedía, me dijo que Jesús se había puesto entre él y los muchachones pero que, en lugar de ahuyentarlos, se había arrodillado y les había dicho: "Lo que le iban a hacer a Juan, háganmelo a mi."

FUE CAPAZ DE PERDONAR

En ese momento, el P. Juan dijo que ahora entendía realmente el significado del texto bíblico que dice que Jesús vino a llevar sobre sí mismo nuestros pecados (Is 53,5). Me dijo que llevaba años elevando la Eucaristía en la misa con una gran comprensión intelectual, pero que ahora había adquirido un profundo entendimiento del amor que hay en el sacrificio de Cristo. En la cruz, Jesús no sólo llevó los pecados que hemos cometido nosotros, sino también las ofensas con que otros nos han herido.

Con el tiempo, el P.Juan dejó que Dios entrara en su vida para sanar el dolor que guardaba tras su muro interior. Así fue capaz de perdonar a sus compañeros de escuela y arrepentirse de las opiniones y resentimientos que había tenido contra ellos. También le pidió al Señor que destruyera el muro de distanciamiento que tenía desde entonces. Lleno del amor de Dios, pronto fue capaz de derribar las barreras de su corazón, tras las que se escudaba de los demás. Finalmente, se sintió libre para dar y recibir amor, y para atraer a otras personas al amor de Cristo que había en su corazón.

Señor, doy testimonio de tu obra de salvación. Rezo para que los lectores de este testimonio se acojan también a tu poder salvador. Ayúdanos, Señor, a crecer en santidad, salud y en la unción del Espíritu. Concédenos confianza para obedecer más plenamente tu mandamiento de predicar la buena nueva, con las señales que tu mismo anuncias en tu evangelio.