Monday, July 9, 2012

LA ORACION DE ARREPENTIMIENTO Y EL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN.



La enfermedad que invade más profundamente al hombre es el pecado; ella es la que toca al hombre en su espíritu. Y al mismo tiempo es la que desencadena todas las demás enfermedades, tanto psíquicas, como físicas. Nunca podremos valorar los tremendos daños que obra el pecado, sobre todo cuando es inveterado: la ceguera de la mente que oscurece la fe, la sordera a la voz de Dios y a la conciencia que embota la esperanza, la dureza del corazón que extingue la caridad; vuelve al hombre incapaz de relacionarse con Dios por haber resentido profundamente su organismo sobrenatural.

Solo Dios puede llegar al espíritu del hombre para sanarlo.

Tomo unos pensamientos de "La plegaria para la curación" de Matteo la Grua.
La sanación espiritual implica una conversión. Ésta puede ser instantánea -y entonces es un milagro - y puede ser gradual - y entonces es un proceso por etapas -, pero sobre una línea continua. Es la penetración del Espíritu Santo en el espíritu del hombre, es el camino de Dios en la vida del hombre, que cambia su modo de ser. Es una transformación en la mentalidad del hombre, en el pensamiento del hombre, en la voluntad del hombre, en el mundo afectivo del hombre, a los que el Espíritu los lleva a una nueva vida en Cristo.

Esta conversión, o sanación espiritual, ocurre por vía sacramental a través del sacramento de la reconciliación; o por vía extrasacramental, en un contexto de oración en el Espíritu Santo.

Siempre el punto central de esta sanación radica en el sacramento de la reconciliación, donde es el Señor mismo el que recibe al penitente y lo inserta profundamente en su vida divina, haciéndolo pasar por su muerte y su resurrección, mediante el Espíritu.

En este contexto, hay que tener presente dos cosas importantes.
La primera es que la confesión que desemboca en una curación del espíritu es generalmente el último estadio de un proceso interior de conversión iniciado por Dios; es el epílogo de una intervención de Dios, a menudo resistido por la persona, que finalmente rompe el yugo que tenía sobre sus hombros. Sin estos signos de Dios sería dudosa que la confesión desemboque en una efectiva curación.

La otra, es la importancia que tiene la oración, principalmente comunitaria, hecha en el Espíritu. Esta oración es importante para reclamar que el Espíritu penetre en el corazón del hombre para que dé el primer paso de conversión; tenemos entonces, la oración de arrepentimiento que dirige su plegaria contra la ceguera para recobrar la vista espiritual a través de la Palabra de Dios; que dirige su plegaria contra la dureza de corazón, que hace hincapié sobre la bondad de Dios; y que dirige su plegaria contra la sordera espiritual para que oiga la Palabra de Dios. En la oración de arrepentimiento, los instrumentos humanos (razonamientos, discusiones, reflexiones, persuasiones, exhortaciones, llamadas al corazón) no sirven de mucho. Sólo la gracia de Dios puede sanar; gracia que podemos canalizar a través de la Palabra de Dios, pero que debemos hacer descender desde el cielo a través de la oración humilde y constante, que atraviesa las nubes y llega hasta el trono de Dios.

La oración es también muy importante como apoyo y sostén de la confesión, al tiempo que ésta se realiza. Si respalda al ministro y al penitente una comunidad en plegaria, es decir, la Iglesia orante, Dios dispensará abundantes gracias de luz, de buena voluntad, de fuerza, para que ese acto sacramental señale la iniciación de una nueva fase de vida espiritual.

La grandeza del Sacramento de la Reconciliación no se comprende si no entramos en el corazón de Dios, lleno de misericordia y compasión hacia sus hijos. Una de las figuras más claras de este sacramento lo encontramos en la parábola del hijo pródigo que Lucas nos relata en su evangelio.

Para entender mejor este sacramento y para sacarle el mayor provecho, veamos tres momentos de gracia de Dios que se dan en el sacramento de la Reconciliación. Para ello, seguimos al P. Darío Betancourt, en su libro "Fuentes de sanación".

a). El momento de "perdón" cuando Jesús perdona a la persona.
b). El momento de "liberación" cuando Jesús desata a la persona.
c). El momento de "sanación" cuando Jesús pasa su mano sanadora sobre la persona, curando todos los recuerdos malos del pasado y sanando todas las heridas causadas por la experiencia desagradable durante y después del pecado.

a). Momento de perdón.
El primer momento de la gracia de Dios que actúa en una persona es cuando la persona decide pedir perdón al Padre. Aunque este momento es simplemente el comienzo de un proceso de reconciliación, la persona que pide perdón y tiene la intención de confesar su pecado ya está en camino de ser sanada. El Señor nos invita primero a pedir perdón y perdonar a los demás. Es el comienzo de restablecer relaciones entre personas y entre ellas y Dios.

Un ejemplo lo tenemos en la historia de la mujer samaritana (Jn.4, 1-42) La condición que Jesús presentó a la mujer samaritana para ser perdonada (arreglar la situación con su marido), es la misma condición que nos ofrece a nosotros. En el sacramento de Reconciliación Él exige perdón antes de todo. Normalmente no habrá liberación y sanación hasta que haya perdón verdadero, perdón pedido por nosotros por nuestros propios pecados, y el perdón por los que pecaron contra nosotros.

Pedir perdón, perdonar a los demás, perdonarnos a nosotros mismos, es obra de la gracia de Dios; gracia, que a través de la oración, debemos pedir con toda humildad.
Muchas personas, por falta de perdón, no llegan a liberarse de un pecado, de un vicio de pecado, a pesar que lo confiesan semana tras semana.

b) Momento de liberación.
No podemos quedarnos con sólo pedir perdón y perdonar, porque el Señor nos perdona. Debemos también confesar nuestros pecados para ser libres de ellos. Por eso el apóstol S. Juan dice: "Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y limpiarnos de toda iniquidad".

Un buen médico solo necesita para sanarnos que le declaremos nuestra enfermedad; no pide que le enseñemos a curarnos. Hagamos, pues, simplemente que Jesús vea bien desnuda nuestra llaga, y que sepamos que lo demás lo hará Él. Por grandes que sean nuestros pecados, nuestra fe nos asegura que su misericordia es mayor.

Podría ocurrir que la simple confesión de los pecados no bastara para ayudar a liberar totalmente a una persona. En estos casos, si el sacerdote confesor sospecha algo, se le aconsejaría que ejercitase más frecuentemente el simple y privado exorcismo, acordándose de las palabras del Señor: "En mi nombre sacarán los demonios...".

c). Momento de sanación.
Cuando una persona ha sido perdonada por Jesús y se efectúa una liberación de sus pecados en el sacramento de Reconciliación, falta a veces una tercera parte en el proceso de reconciliación. Es cierto que la persona está perdonada con la absolución del presbítero en confesión, pero la obra de Cristo no termina ahí. En un sentido la obra especial de redención está apenas comenzando.

Sería el momento de la confesión en donde el sacerdote ayude al penitente a descubrir la raíz de su pecado y a enseñarle el camino de su nueva vida. Este momento sería como guiar a la persona hacia su pentecostés personal, después de experimentar una liberación, sea de pecado o de un espíritu maligno. Este pentecostés debe ser un proceso que dura hasta que no haya duda de que la persona enferma ha cambiado su vida, y pueda vivir la vida cristiana sin mucha perturbación.

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