Carta de un desesperado padre de familia que tiene un hijo con enfermedad terminal.
Responde el padre Emmanuel.
Mi nombre es Fernando. Hace aproximadamente año y medio a mi hijo, Sebastián, le diagnosticaron leucemia. Esa noticia destrozó no sólo a mi hijo, que tan sólo tiene 17 años de edad sino a todos los que lo queremos.
Me es muy difícil contar esto, pues todo ha sucedido muy rápido, la impotencia de no poder hacer nada para que mi hijo recupere la salud me hizo sentir completamente devastado. Verá, mi hijo llevaba una vida normal; es rebelde como todos, pero buena persona, cursa el quinto semestre de preparatoria y antes de su enfermedad practicaba por las tardes basquetbol, era un chico muy sano.
En cierto momento comenzó a llegar a la casa muy cansado; mi esposa y yo lo notábamos un poco extraño: ya no tenía el mismo apetito de antes y decía que le dolía mucho el cuerpo. Lo llevamos al médico para que lo revisara y éste le dijo que era una simple fiebre causada por el exceso de estrés. Sin embargo, pasado un tiempo empeoró pues incluso le comenzó a salir sangre por las encías. Asustados por semejante reacción lo llevamos nuevamente al médico quien mandó hacerle varios análisis, hasta que casi después de un mes nos confirmó el resultado: Sebastián tenía una leucemia aguda linfoblástica.
El médico nos dijo que había esperanza si tomaba las quimioterapias, pero que éstas no garantizaban que la condición de Sebastián mejorara o que el cáncer desapareciera. Perplejos por la noticia, mi esposa y yo no nos permitimos caer en llanto, tristeza o desánimo para no contagiarlo a él, a pesar de nuestra desesperación quisimos apoyarlo en lo que fuera necesario.
Al principio él tomó lo mejor que pudo su enfermedad y le echó ganas, pero éstos dos últimos meses han sido los más difíciles y es que uno como padre no puede soportar que su hijo lleve año y medio sufriendo, a veces más por la medicina que por la enfermedad... Padre, no es fácil vivir pensando que tal vez tu hijo se vaya antes que tú, me duele tanto este tema que ni siquiera tengo el valor de hablarlo con mi esposa, pero tengo mucho miedo de que algo pase y puedo ver el miedo de mi esposa en sus ojos.
Hemos asistido a misas de sanación y siempre pedimos y oramos para que Dios nos haga el milagro de darle la salud a nuestro hijo, pero no hay mejora, sé que Dios no cumple antojos... pero cómo me gustaría que me escuchara. Mi esposa y mi hijo comenzaron a perder poco a poco la esperanza, y se pierde más cada vez que tiene que ir a su tratamiento; él ya no quiere hacerlo, nos grita que lo dejemos así y ya, no encuentra ningún sentido en seguir.
Su reflexión es que si Dios quiere que muera ninguna oración, milagro o tratamiento sucederán para impedirlo: “Dios ha querido que esto me suceda, así que no me queda de otra que vivir lo que más pueda”. Cuando nos dijo esto yo me sentí asfixiado, sé que sufre mucho y no puedo soportarlo, quería darle algunas palabras de esperanza, pero no supe qué hacer.
Padre la verdad es que en la familia nos encontramos muy agotados, impotentes y deprimidos. Fui a confesarme con el sacerdote, en la confesión me dijo que Sebastián ya está preparado; me enojé tanto que salí de allí corriendo, estaba con ganas hasta de demandarlo, ¡cómo se atreve a decirme eso! Ahora reconozco que hice mal, pero lo único que deseo es que mi hijo sea feliz y alcance la paz en estos momentos, no sé qué más escribir, padre ¿qué hago?
Muy estimado Fernando:
Mi respuesta es extensiva para su esposa y para Sebastián. Elevo, por primero, una plegaria en mi Celebración Eucarística para que Dios, nuestro Señor, les ayude a encontrar un poco de aliento en las palabras que dirijo a ustedes desde el carisma que Él mismo me ha participado para consolar. De hecho, dice la Palabra de Dios que Él es el único en quien puede nuestra alma hallar reposo.
Hasta el momento de escribir su carta, don Fernando, usted ha reaccionado como puede reaccionar un padre desesperado por encontrar el modo de aliviar o al menos aligerar los terribles dolores de su hijo. ¿Qué no estaría dispuesto a hacer un padre para conseguirlo? “Mi hijita está en las últimas; ven a imponerle las manos para que le salves la vida”, suplica el afligido padre del Evangelio al Señor Jesús (Mc 5, 22).
Elevar una plegaria
Don Fernando creo que usted ha escrito lo que siente y eso basta por lo pronto, pues usted ha logrado expresar su dolor de padre que compadece, “padece-con” su hijo. A la vez comparte usted no sólo con nosotros sino con todos los lectores. Al conocer su carta varios de ellos se reflejarán o al menos evocarán sus propias experiencias tan parecidas a la suya. Considere esto: unos sufrimos de un modo, otros de otro. Puede haber sufrimientos menores pero también mayores que los nuestros.
Eso no nos consuela mayor cosa pues cada uno lleva sus propios dolores pero quiero decirle que como seres humanos el sufrimiento nos marca a todos, puede variar la reacción pero de hecho todos tenemos sufrimientos y eso nos tiene que hacer comprensivos y solidarios. De hecho les estoy pidiendo a todos los lectores que sean solidarios, que eleven sus plegarias, aunque sencillas, por usted que ahora está siendo probado por el sufrimiento.
Esperanza: Aprender de job y san Pablo
Hay un personaje de la Biblia, Job, que llegó a experimentar el sufrimiento hasta el punto de llegar a maldecir su existencia: “Maldito el día en que vi la luz primera, mal haya la noche testigo de la concepción de un niño” (Job 3, 3-6). Como Job, usted ha expresado su dolor y, por lo que dice, parece que Dios no escuchara, o como dijo Sebastián: “si Dios quiere que muera pues ninguna oración, milagro o tratamiento sucederán para impedirlo; Dios ha querido que esto me suceda, así que no me queda de otra que vivir lo que más pueda”.
Pero ahora los invito a leer Job 38, 4-41 para conocer cómo Dios desafía al adolorido y prácticamente desesperado Job, no para hundirlo sino para ayudarle a reflexionar, a poner en orden sus sentimientos y a sacar fuerzas cuando parece que todo terminó… Esta confrontación es un llamado a reconocer la grandeza y el poder de Dios, grandeza y poder que Él dispone para nuestro bien y Él, en su sabiduría infinita sabe cómo y cuándo actuar.
Dice también san Pablo que “a los que aman a Dios todas las cosas les ayudan para su bien” (Rm 8, 28). Según nosotros ni el dolor, ni el sufrimiento, ni la muerte son para nuestro bien, pero tenemos que encontrar precisamente cuál es el mensaje que Dios nos da conforme a la vida misma que vamos llevando.
Cuántas personas se han encontrado o rescatado en el dolor y el sufrimiento; y para muchos (particularmente para los cristianos) la muerte misma nos da un mensaje de alivio y de esperanza. Dice la Santa Biblia, dichosos los que mueren en el Señor, ya descansan en sus fatigas y sus obras los acompañan.
Comprender las fases de la enfermedad
Entiendo que a usted se le revuelven sus sentimientos en conflicto. Recuerde, por favor, don Fernando que las enfermedades delicadas pasan, para el enfermo y la familia, por tres estadios: primero la reacción violenta de rechazo y negación; luego sigue una fase de confusión y reflexión y por fin la fase de aceptación. Sólo entonces entendemos el sentido de lo que pasa y descubrimos cómo rescatar valores y enseñanzas de las tragedias que vivimos.
Cuántas personas se han encontrado o rescatado en el dolor y el sufrimiento; y para muchos (particularmente para los cristianos) la muerte misma nos da un mensaje de alivio y de esperanza. Dice la Santa Biblia, dichosos los que mueren en el Señor, ya descansan en sus fatigas y sus obras los acompañan.
Conclusión: Aprender de las situaciones difíciles para aumentar nuestra fe.
Mi invitación es que siga usted atento a sus sentimientos, los de su hijo y los de su esposa y que, por difíciles, absurdos o dolorosos que parezcan los lamentables hechos, terminemos por aceptarlos y aprendamos de ellos para fortalecer nuestra tambaleante fe y, en medio de nuestras lágrimas, pedirle al Señor la fortaleza necesaria para afrontar las pruebas.
Ello no significa que nos pongamos de capa caída sino al contrario trabajar, comer, descansar para poder ayudar adecuadamente al hermano hundido en su lecho. ¿Quién si no nosotros le va a dar ayuda y valor? Si nos ve llorar está bien porque comprenderá que estamos con él, más aún si ha visto que no hemos dejado de hacer lo que hayamos podido para apoyarlo. Dios les dé la fortaleza y su bendición.
Y reitero mi petición a los hermanos lectores que oren por esta familia probada por el dolor físico en el caso de Sebastián, y moral en el caso de la familia. Ustedes, por favor, no desesperen, no se alejen de quien con tanto amor entregó a su propio Hijo al tormento de la cruz para nuestra salud y nuestra paz.
Padre Emmanuel (Paulinos de México)
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Monday, June 2, 2014
Mi Hijo Tiene una Enfermedad Terminal
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