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Julie Davis, su testimonio de conversión |
"Mis padres son ateos, así que en nuestra casa no
había religión", empieza la norteamericana Julie Davis su testimonio. "Ellos
nunca intentaron que tuviésemos prejuicios contra la religión, simplemente nunca
hablaron de ello. Era como hablar de sexo, la regla
no escrita es que simplemente no se menciona. Nos enseñaron
a ser buena gente según la cultura popular: trabaja duro
y hazlo bien, sé honesto, no robes, engañes o mientas.
Y aprendimos que todo lo demás es relativo. Mientras no
dañes a otros ni violes la ley, lo que hagas
es cosa tuya. Por supuesto, aunque nunca lo dijeron, todos
sabíamos que esa gente aburrida que iba a misa era
débil, porque necesitaba una muleta como la religión para apoyarse".
Un
matrimonio alejado de la fe Julie se casó con Tom, un
católico que hacía mucho que no pasaba por la Iglesia.
Tampoco lo hacía el suegro de Julie, porque se había
enfadado con la Iglesia debido a los cambios que llegaron
con el Concilio Vaticano II y que a él le
resultaban insoportables. El caso es que durante los primeros años
de matrimonio, la religión no significaba nada en casa de
Julie... "hasta que Dios usó lo que más nos importaba
para captar nuestra atención".
Su hija Hannah, aún en un curso
preescolar, tenía muchos problemas con un mal profesor en el
colegio público, y decidieron llevarla a una escuela católica. Allí,
la profesora de religión dijo a los niños: "que levanten
la mano los que van a misa los domingos". Casi
todos los niños levantaron la mano. Hannah no. La profesora
encargó a los niños que dijesen a sus padres que
deberían ir a misa los domingos. Hannah así lo comentó
en casa. Julie y Tom empezaron a explicarle razones por
las que no tenía sentido que ellos fuesen a misa,
pero a la niña le sonaban a excusas absurdas "y
empezó a citarnos sus clases de religión. Muy pronto empezamos
a asistir a la misa semanal en St. Thomas", la
parroquia de la escuela.
Retando al Dios desconocido "Yo ni siquiera estaba
segura de que hubiese un dios", recuerda Julie. Se sentaba
en la misa, el cura predicaba cada semana, y ella
decidió averiguarlo. "¡Yo era tan lista! Encontré una forma segura
de comprobarlo. Durante un año habíamos probado de todo para
vender nuestra casa. Aunque el agente nos decía que todo
estaba bien,nadie había hecho ni una sola oferta. Así que
un día me arrodillé en misa e hice un pacto
con Dios. Todo lo que tenía que hacer Él era
darme una casa nueva, como señal. Así sabría que Él
existe y tendría casa nueva".
Pero no pasó nada. Excepto que,
habiendo tenido ya un primer contacto con Dios, ahora Julie
prestaba algo de atención en misa. Cada vez más. Y
pensaba. "Un año después, mientras nos arrodillábamos en misa un
domingo, le dije a Dios que se olvidase del pacto,
que ya no necesitaba pruebas. No era por ninguna sensación
o descubrimiento dramático. Simplemente, ya no tenía razones para no
creer, así que acepté Su Existencia en fe".
Coincidencias asombrosas Y esa
misa semana pasaron cosas inesperadas. Su contable descubrió errores en
los impuestos de años anteriores y consiguió que les devolvieran
11.000 dólares. Lo justo para dar una entrada para una
nueva casa, con muebles y alguna reforma. "En una época
en que las casas se vendían a los pocos días
de salir al mercado, encontramos una, perfecta para nosotros, que
llevaba durante meses ahí, sin razón aparente, y que acababan
de rebajarla justo acomodándose a lo que teníamos. Y dos
semanas después vendimos nuestra casa a una chica que vivía
a seis manzanas y estaba decidida a comprar una vivienda
con exactamente las condiciones que la nuestra ofrecía. Los vendedores
nos decían que nunca habían visto nada igual. Así que
ya no creo en las coincidencias".
Anhelo doloroso por la Eucaristía Ahora
Julie tenía casa y era una deísta que iba a
misa, pero ni era ni se consideraba católica. Pero las
cosas se movían en su familia. Su esposo, Tom, se
confesó, y empezó a ir a comulgar, más o menos
en las mismas fechas en que sus dos hijas hacían
la Primera Comunión.
Al principio, a Julie no le importaba
nada esperar sentada mientras la gente y su familia iba
a comulgar, pero con el tiempo desarrolló "un anhelo por
la Eucaristía que se convirtió en un verdadero dolor físico.
Fue algo que duró meses. Unas semanas antes de Cuaresma
decidí que tenía que averiguar cómo hacerme católica, porque ya
no aguantaba más. Cuando me dijeron que tenía que hacer
el curso de iniciación cristiana para adultos y esperar todo
un año hasta la siguiente Cuaresma no me lo podía
creer. Fue el año más largo de mi vida, aunque
descubrí que el curso de iniciación para adultos era un
interesante viaje espiritual en sí mismo, algo que no esperaba".
Julie,
una lectora empedernida, que mantiene un blog llamado Happy Catholic,
donde comenta sus lecturas, señala que, curiosamente, los libros no
tuvieron nada que ver en su conversión. No leyó ningún
libro sobre el tema. "Dios decidió llegar a mí por
una vía en la que no había libros en absoluto,
fue algo entre Dios y yo, sin que nadie más
influyese".
Regalo inesperado de Pascua Finalmente, en la Vigilia Pascual del año
2000, 6 años después de empezar a creer en Dios,
Julie entró en la Iglesia católica. "Era maravilloso ser católica,
poder recibir la Eucaristía. Me encanta. Me encantan las tradiciones,
me encantan los santos, me encanta la eucaristía, me encanta
ser católica", escribe en su testimonio de WhyImCatholic.
Además, recuerda
con un cariño especial ese día porque su suegro, asombrado
por la seriedad con que su nuera agnóstica se había
volcado en la fe, decidió reconciliarse con la Iglesia. Sin
decirlo a nadie, se confesó y cuando llegó a la
Vigilia Pascual, sorprendiendo a todos y sonriente, fue a comulgar
con su nuera, después de décadas sin acudir a misa.
"Dios había usado mi conversión no solo para mi bien
sino para llegar a alguien cercano a mí... y yo
no me había ni dado cuenta", recuerda Julie.
Solo después
descubrió asombrada que había gente que escribía sobre su itinerario
de fe, que explicaba la doctrina de forma razonable, etc...
Así, en su confirmación le regalaron un libro de Scott
Hahn, y después descubrió otros de Peter Kreeft, Francis Sheed,
etc... Hoy, desde su blog comparte experiencias de fe, comenta
la actualidad, invita a orar y se declara "una católica
feliz: no siempre feliz, pero siempre feliz de ser católica".
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