María es, sobre todo, la Madre. Es como el corazón de la casa; está
cerca de todos en todos los momentos difíciles, especialmente en las
horas de sufrimiento, de incertidumbre y de lucha.
María fue la mujer más completa que existió: fue virgen, fue novia, esposa, madre y viuda. Y de cada uno de esos papeles que desempeñó podemos aprender a comportarnos, nosotras, las mujeres de hoy.
María fue capaz de cuestionar al Ángel que le anunciaba el prodigio del nacimiento de Dios. No se quedó con la duda; primero supo escuchar y luego preguntar.
María fue capaz de decir sí, en una entrega total y absoluta.
María fue doblemente pobre, pues compartió la suerte de las mujeres de su tiempo y de su tierra, que sufrían una enorme discriminación. Por el hecho de ser mujeres estaban destinadas a ser siervas de su marido, tenían cerrado el camino a cualquier progreso cultural, por mínimo que fuera, no tenían voz en la vida social, cultural o política. María fue una mujer sencilla; pertenecía a los sectores populares y fue la prometida y luego desposada de un humilde carpintero.
María se lanzó, ella sola, a visitar a su prima Isabel, lo que implicaba largas caminatas en caravana. María se comprometió con su pueblo, con su gente, con su raza; vivió con ellos, como ellos, para ellos. María rompió las reglas establecidas y se comprometió con Dios para cambiar el mundo.
María fue miembro de un pueblo religioso, el pueblo elegido; pero también parte de un pueblo oprimido. María supo orar para discernir y aceptar. Supo hacer silencio para escuchar y, sobre todo, para amar.
María dijo: «elevará a su trono a los oprimidos y despojará a los soberbios. A los pobres los llenará de gracia y a los ricos los despedirá vacíos». Y ella misma vivió la pobreza sin rencores, sin exclusividades ni violencias...
Escrito por: Guadalupe Chávez Villafaña, El Observador No. 275
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