Todos queremos tener una fe más fuerte. Sin embargo, esto implica llegar a ser más fuertes en nuestra santidad.
Hemos sido hechos santos por el Espíritu Santo, de quien recibimos la
plenitud durante nuestros Bautismos, pero aprendiendo a vivir como somos
realmente, no es fácil en el mundo de hoy. Y sin embargo es esencial
para aumentar nuestra fe y tomar parte en el poder milagroso de Dios.
La santidad requiere luchar contra un estilo de vida fácil que nuestra naturaleza carnal prefiere. Requiere
un esfuerzo, por ejemplo, permanecer en el espíritu del amor aun cuando
los demás cometen pecados en contra de nosotros. Nuestra fe es
probada en como tratamos a los que no nos caen bien: el ex esposo, o un
sacerdote abusivo, o el empleador que te despidió, o el amigo que te
traicionó sin ningún deseo de hacer las paces.
En
la oración del "Padre Nuestro " que Jesús nos da en el pasaje del
Evangelio de hoy, él pone el énfasis más grande en el perdón. Pidiéndole
a Dios que nos perdone nuestros pecados de la misma manera que nosotros
perdonamos los que han pecado contra nosotros. Nosotros estamos
tomando nuestra santidad muy seriamente. La medida de misericordia que
le damos a los demás es la misma medida que le pedimos a Dios que nos
dé, pero preferimos recibir misericordia mucho más que lo que la
queremos dar, ¿verdad?
No
es que Dios retiene el perdón de nosotros como un soborno para que
nosotros perdonemos más- él ya nos perdonó hace 2000 años cuando Jesús
murió en la cruz por nosotros. El hecho es, que nosotros nos separamos del perdón de Dios siempre que nosotros nos negamos a perdonar a los demás.
En este mar tempestuoso de nuestra actitud despiadada, a nosotros se
nos hace difícil creer, en el fondo, que nos merecemos ser
perdonados
más de lo que creemos que otra persona merece nuestro perdón.
Jesús nos desafía a amarnos a nosotros mismos a un nivel más santo, y más sano. Dar
el perdón nos libera para disfrutar de la vida; nos libera de depender
de lo que los demás hacen o no hacen. Y entrando al mundo del perdón,
nos abrimos a todo el amor que Dios tiene para nosotros.
Es
aceptable no disfrutar perdonar a los demás, especialmente cuando no
están arrepentidos. Jesús quiso evitar su cruz, también. Pero el único camino a la resurrección es por medio de la cruz.
Para aumentar nuestra fe, debemos mantenernos cerca de Jesús en los buenos y los malos momentos,
cuando sus manos se extienden hacia nosotros con amor sanador y cuando
sus manos están clavadas a la cruz. Al escoger perdonar a los que no
muestran remordimiento por habernos lastimado, nosotros nos unimos al
sacrificio que Jesús hizo por nosotros: Somos perdonados, somos
salvados, somos sanados.
Identifica a las personas que no has perdonado realmente todavía. Toma la decisión de perdonarlos, después medita en el dolor que Jesús sufrió en amor por ti. Date cuenta de cuánta compasión le tomó a Jesús para hacer eso por ti, aunque tú no lo merecías. Recuerda que él continúa amándote tanto, cada día, no importa que, si pecas o no.
Esta reflexión fue copiada con permiso de la autora, Terry Modica, y es utilizada bajo la responsabilidad de grupo católico Reflexiones para el Alma de Miami.
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