Colaboracion: P. Alejandro Ortega Trillo, L.C.
Parroquia de Ntra.
Sra. de Fátima
Monterrey, N.L. Mx.
Ciegos célebres
Los ciegos nos
sorprenden a veces con una “visión” más clara y profunda que la nuestra. Es
bien conocido el caso de Hellen Keller, quien de muy pequeña quedó ciega y
sorda. Años después, habiendo aprendido heroicamente a escribir, ella misma relataría: «Podía compararme
con un insensible pedazo de corcho. De pronto, sin que recuerde el lugar, el
tiempo o el procedimiento exactos, sentí en el cerebro el impacto de otra mente
y desperté al lenguaje, el saber, el amor, a las habituales nociones acerca de
la naturaleza, el bien y el mal». Según sus biógrafos, aprendió los nombres de
las cosas que podía tocar; aprendió a “hablar” y a “escuchar” con las manos. Escribió,
entre otros, un libro titulado Luz en mi oscuridad. Otro ciego célebre es Andrea Bocelli. No
cabe duda de que la ceguera, lejos de obstaculizar su talento, lo ha
amplificado. Y san Francisco de Asís, quien ya viejo y casi ciego, dio a luz el
más célebre de sus escritos: el Cántico
de las creaturas. En el fondo, estos ciegos han visto tanto gracias a la luz interior de su espíritu. «Nadie puede apreciar el
secreto de su desarrollo –escribe Paul Sperry sobre el caso Keller– sin conocer
algo de su fundamento espiritual. Para ella la religión era una manera de vivir
día a día, y la vida espiritual era tan real y práctica como la vida natural».
Las luces del ciego Bartimeo
Hoy nos sorprende
también, a su modo, el ciego del evangelio, Bartimeo. Él también vio quizá más
que muchos de los que hoy tenemos ojos sanos. “Vio” su propia necesidad, que ya
es mucho ver en ocasiones. “Vio”, además, lo que no vieron muchos de los que
seguían a Jesús: al Mesías. Y, finalmente, “vio” también el mundo con una visión
nueva, recién estrenada, empapada de admiración.
La luz de la necesidad
La necesidad es una
gran luz. Porque nos baja de la autosuficiencia y agudiza nuestros sentidos
para percibir por dónde pasa Dios. Por eso, la necesidad es el preludio de muchas
oraciones. El ciego Bartimeo, apenas supo que era Jesús el que pasaba, se puso
a orar; con una oración de súplica, intensa, casi desesperada. Sabía que era,
quizá, su única oportunidad: «¡Jesús,
hijo de David, ten compasión de mí!».
La necesidad ablanda el corazón y deja entrar la luz de la esperanza. ¡Cuánto
ayuda a veces pasar necesidad! Bien lo dijo Lacordaire: «La adversidad descubre al alma luces que la
prosperidad no llega a percibir».
La luz de la fe
La segunda visión de
Bartimeo fue la de su fe. Él vio en Jesús al Mesías. “¡Hijo de David…!, le
gritaba, utilizando una expresión típicamente mesiánica del pueblo judío. La
fe, no lo olvidemos, no es una teoría; es un encuentro personal con Alguien que pasa constantemente a nuestro
lado. De hecho, con más frecuencia de lo que imaginamos. Jesús pasa a nuestro
lado en las personas que se acercan con un consejo, con un buen ejemplo, con
una ayuda concreta. Pasa a nuestro lado cuando estamos en apuros o dificultades,
o cuando palpamos nuestras limitaciones e insuficiencias. «Dios está cerca del que sufre», dice la Biblia. Y, sobre todo, pasa a
nuestro lado y “entra de lleno” en nuestra vida con los sacramentos. Sólo hace
falta la luz de la fe para experimentarlo.
La luz de la admiración
Qué le habrá
parecido el mundo a Bartimeo, con su vista recién estrenada. De pronto vio el
mismo universo que nosotros tenemos a la vista todos los días. Vio el cielo, las
nubes y el resplandor del sol; las montañas, y el primer atardecer de su vida.
Más tarde, por primera vez vio la luna y las estrellas; y, tal vez después de pasar
toda la noche en vela –no era para menos el espectáculo– su primer amanecer.
Todo, absolutamente todo, le pareció maravilloso, admirable. La luz de la admiración es una visión nueva
del mundo. Es no perder la capacidad de asombro, incluso ante lo más ordinario.
Esa luz requiere
unos ojos nuevos, habilitados para redescubrir la belleza de toda la creación, empezando
por la de las personas. Y, sobre todo, para percibir la presencia de Dios que pasa a nuestro lado en cada creatura; porque cada una es también, a su modo, revelación de
Dios. Y
qué hermoso es vivir bajo esta luz. Por eso, decía el Papa Benedicto: «La claridad y la belleza de la fe católica
hacen luminosa la vida del hombre también hoy».
María, Estrella de la mañana
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