La familia es la
comunidad de los padres e hijos, basada en lazos de sangre y amor, que
se convierte en la célula básica de la sociedad. Hoy, la familia, por
desgracia, pasa por momentos muy difíciles. «El hogar familiar, en
muchos casos, no es un lugar que irradia calor, donde todos se sienten a
gusto, sino que es un lugar de tensiones, de silencios odiosos, de
palabras hirientes y, muchas veces, lamentablemente, escenario de
agresiones físicas».
El respeto, la
obediencia y la solidaridad fraterna han saltado por los aires. En estos
tiempos se pretende anular el esquema tradicional de familia con la
presentación de lo que se ha dado en llamar «nuevos modelos de familia».
Se ataca a la familia, se quiere destruir a la familia, se quiere
sustituir a la familia; porque parece que hay un empeño en degradar los
valores éticos y morales que no son del agrado de algunos.
Para muchos, la familia tradicional está en
proceso de extinción. Parece que existen signos evidentes de crisis:
divorcios a gran escala, separaciones, hijos extra matrimoniales,
adulterios, aumento de las parejas de hecho, etcétera.
Hoy nos encontramos invadidos por la idea de
progreso. El progreso es bueno cuando contribuye a que la vida sea más
humana, más digna, que el hombre sea moralmente mejor, más responsable,
más dado a los demás y con mayor profundidad espiritual. Pero la idea de
progreso ha llegado hasta la familia, que se considera anticuada y hay
que modernizarla.
En nombre del progreso
se pretende presentar el matrimonio permanente como un ideal
prácticamente imposible de vivir. Esto ha dado lugar a que un hombre y
una mujer rompan su matrimonio por el menor motivo. Igualmente, a que un
hombre y una mujer se unan sin más, sentimentalmente, porque el amor no
necesita ataduras y porque es más fácil romper una vinculación
sentimental que una jurídica. Por la misma razón, a satisfacer los
propios instintos sexuales tan simplemente como beberse un vaso de agua.
Creo, sinceramente, que es un
concepto muy pobre de familia el creer que con el divorcio, el aborto y
los métodos anticonceptivos la familia progresa. Ya se ve que no cuenta
para nada el fomentar el amor entre sus miembros, ni la elevación
espiritual, ni la mejora cultural, ni la educación de los hijos, ni la
vivienda confortable, ni una base económica sólida y estable. «La
familia —según Juan Pablo II — es el campo de batalla en el que se
desarrolla la lucha fundamental por la dignidad del hombre en el mundo
actual».
Erróneamente Se considera
progreso el rechazo y el olvido de Dios…. El creer que nada es pecado y
así vivir libremente sin normas ni principios morales. «A menudo el
hombre vive como si Dios no existiese e incluso pretende ocupar su
puesto, rechazando las leyes divinas y los principios morales el hombre
atenta contra la familia, intenta callar la voz de Dios y borrarlo de la
conciencia de los pueblos... y así hace su aparición la cultura de la
muerte, que es injusticia, discriminación, explotación, engaño y
violencia.
Se considera progreso
ciertos programas de televisión que buscan una provocación directa de
los instintos. Entre esos programas están los violentos, los eróticos y
pornográficos, esas historias de amores y desamores, engaños,
adulterios, etcétera.
Cuando de tele se
trata hay que decir que se ha perdido la vergüenza y el pudor. Hoy se
valora la ordinariez. Al presentar un programa no se tiene en cuenta la
buena educación, ni la elegancia, ni el buen estilo, porque se cree que
eso no conduce a nada.
En nombre de
la libertad, nos quieren hacer creer que todo vale, que lo malo es
bueno. Se va creando ambiente, porque saben que el ambiente contamina.
El ambiente, los medios de comunicación, todo lo que nos rodea, es como
un lavado de cerebro que borra principios que van cayendo en el olvido. Y
esto se ha ampliado a la vida familiar, a las relaciones sexuales, al
respeto a los demás, al respeto a la vida. Pero claro, como el vacío no
existe, se llena de egoísmo, de crueldad, de falta de responsabilidad,
de frivolidad. Y ojo, que la moralidad es como una carcoma para el
individuo y para la convivencia social. Ahí está la propia historia
recordándonos que la degradación moral y humana llevó a imperios
poderosos hasta su degradación.
Entonces,
¿dónde están las raíces del mal? En la degradación del nivel moral. En
la exaltación del vicio. En la ridiculización de toda clase de virtudes.
En los ataques a la familia. En el olvido de Dios.
Vivimos en un mundo donde a la mentira se le llama
diplomacia, a la explotación del hombre se le llama negocio, a la
irresponsabilidad se le llama tolerancia, a la falta de respeto se le
llama sinceridad, lo frecuente se interpreta como normal y lo normal se
interpreta como moral.
La misión
principal de la familia es la transmisión de la vida y la educación de
los hijos, siendo una institución imprescindible en la sociedad. Una
familia sana es el fundamento de una sociedad libre y justa. Es la hora
de la familia. Si dejamos morir a la familia, si permitimos tan sólo que
se debilite, estamos poniendo en juego la supervivencia de toda la
sociedad. «El hombre —ha dicho Juan Pablo II — no tiene otro camino
hacia la humanidad más que a través de la familia.
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