Ron Rolheiser
Hace algunos años, un amigo mío compartió conmigo esta historia: Criado
como católico romano y básicamente fiel en ir a la misa dominical y en
tratar de vivir una vida moral honesta, se encontró, hacia sus cuarenta y
cinco años, atormentado de dudas, incapaz de orar, y (siendo honesto
consigo mismo) ni siquiera podía creer en la existencia de Dios.Preocupado por esto, y para buscar consejo espiritual, fue a ver a un sacerdote jesuita, renombrado director espiritual.
Mi
amigo esperaba la reflexión habitual sobre las noches oscuras del alma y
cómo éstas se nos dan para purificar nuestra fe y, conocedor ya de esa
literatura espiritual, no esperaba mucho fruto de la consulta.
Ciertamente no esperaba el consejo que recibió.



