Monday, May 2, 2011

Jesús, Médico de médicos



Por Fray Josue

Amados hermanos cuantas veces escuchamos el Evangelio y la quitamos de nuestra realidad. Hoy les invito a que se pongan en esa realidad. Imaginen Jesús llegando en la barca y la multitud ya esperando por él. Todo tipo de enfermos esperando por el nuevo profeta, el pueblo va atrás de aquel que le da esperanza.

La multitud estaba allá ansiosa, esperando a Jesús cada uno con un dilema, con un problema, enfermedad, pero había un hombre en especial…el jefe de la sinagoga, Jairo, el era un hombre que ayudaba a las otras personas, su unica hija estaba muriendo, en aquel momento se revistió de humildad y fue hasta Jesús. Cuanto mayor sea tu dolor mas tiene que ser tu insistencia y humildad. No seas arrogante, has como Jairo. El era un hombre poderoso, importante, pero el se arrodilló ante Jesús. Para un judío esto actitud era muy valiosa, sólo se arrodillan delante de su Dios. El se arrodilla ante Jesús y le ruega con insistencia, entregó su pedido con fe. Existe hoy un don muy olvidado: la fe carismática, que el propio Espíritu pone en tu corazón y tú crees en lo posible.

¿Quién quiere recibirlo hoy?

Pon tu mano sobre el corazón y colócate delante de Jesús con todo tu ser y corazón y di: Señor Jesús yo creo que tú estas vivo y me amas, creo que tú puedes todo, yo te pido la fuerza de tu Espíritu. Derrama en mi corazón la gracia de la fe carismática. Yo quiero creer que para ti nada es imposible, que tu Espíritu se derrame en mi ser, tómame Espíritu Santo. Dame esa fe, esa fe que mueve montañas, así como Jairo que creyó en lo imposible. Ahora ora en lenguas y pide la manifestación del Espíritu Santo.

Esa es la fe que mueve el corazón de Dios. Jesús no preguntó nada para Jairo, cuando Jesús ve que nuestro corazón está lleno del Espíritu, él ve que no es un capricho nuestro el ve que es una fe carismática.

Nuestro gran mal, es que rezamos y rezamos y después volvemos a preocuparnos. Tú no vas a conseguir sólo, necesitas del Espiritu Santo, necesitas creer que él esta dentro de ti.

Cuando reces cree que ya recibiste. Esto no significa que ya no vas a pasar por dificultades, pero siempre debes tener fe.

Jesús no pierde el tiempo y por el camino ya encuentra otra situación, ahora otro drama…una mujer que ya había gastado todo con el médico, la medicina es un gran bien, vean esto en Eclo 38, 1-14. Nuestra Iglesia Católica siempre valoró este libro donde habla de la medicina y de los médicos. Como es maravilloso cuando encontramos un médico, un hombre de Dios, cuando este hombre reconoce que es un instrumento de Dios.

La enfermedad puede volverse un gran bien. Muchas veces esta enfermedad fue una oportunidad para que puedas encontrar a Jesús. La enfermedad no es una desgracia , un castigo, Dios aprovecha esa circunstancia para que conozcas al médico de los médicos que es Jesús.

Muchas veces Dios permite las enfermedades para que veamos que somos frágiles y ver que nuestra vida es pasajera y que necesitamos aprovechar el tiempo y amar. Talvez Dios con esa enfermedad grita para que vuelvas a él. Es un grito de alguien que te ama y quiere entrar en tu vida. En la enfermedad no descuides de ti y reza. Di al Señor, que quieres hacer de esta situación un momento de encuentro con él.

¡Escucha la voz de Dios! ¡Arranca ese pecado! Apártate del mal y lucha contra el pecado. Por eso el PHN es una gran bendición. Hoy las personas difícilmente asumen un compromiso para toda la vida, quieren vivir sólo el hoy, el momento del placer, quieren todo rápido, fácil y sin responsabilidad, para este tipo de personas funciona el PHN. Porque el PHN es vivr el hoy y volver diariamente a Dios. El arrepentimiento por la confesión, apartarse del pecado. Nunca serás feliz viviendo en el pecado. Y si estas feliz viviendo en una situación de pecado es porque el diablo se adueño tanto de tu corazón que ya ni ves en la situación que estás.

El quiere engañarte diciéndote que vas a sufrir mucho estando con Jesús, pero el sufrimiento con Jesús da paz, pero el sufrimiento sin Dios es deseperacion, es terrible.

Amados hermanos la mujer hemorroísa ya había hecho todo lo que estaba en sus manos. Aquella mujer era considerada impura, sucia, todo lo que tocaba quedaba impuro. Pero la fe le ayuda a vencer todos sus miedos para llegar hasta Jesús, como un perrito, arrastrándose. Imagínense doce años perdiendo sangre, totalmente debilitada, pero cuando la fe carismática nos toma, no queremos saber nada, vamos hacía adelante. Que ese sea tu objetivo hoy querer llegar hasta Jesús. Querer tocar por lo menos el borde del vestido de Jesús. Esta es tu oportunidad no la dejes pasar.

Jesús te ama y espera una actitud tuya, él esta tocando a tu puerta.

Pero Jesús quería hacer una cura completa en la mujer, se sentía rechazada, un cero a la izquierda. Por eso Jesús espera a la mujer venir hasta él. Y cuando ella viene hasta Jesús él le dice: Hija mia, Tu fe te salvó. Que médico extraordinario, no cura sólo el cuerpo, cura también el alma.

Jesús te quiere devolver no sólo tu cura física, sino también tu dignidad. Jesús quiere curarte por entero, cuerpo, alma y corazón, quiere devolverte la capacidad de vivir, de amar.

Cuando te decidas a vivir una vida de fe prepárate para las pruebas que el enemigo va a atacar. Pero si Jesús está con nosotros ¿quién contra nosotros? Jesús también te dará los medios para vencer las pruebas. No escuches al enemigo, escucha a Dios, por eso Jesús dijo a Jairo, no temas, creé solamente. Confía en el Señor, él no pierde ni una batalla. Nunca vi a alguien confiar y después quedar decepcionado. Muchas veces rezas pero la persona muere, entonces esta persona recibe una cura mejor, una cura eterna, esta en un lugar mejor.

Agárrate fuerte de las promesas de Dios, él es fiel, el cumplirá sus promesas. Muchas veces las promesas están tan cerca de cumplirse. Recuerden la historia del Alpinista, Dios le pedía lanzarse, pero él tuvo miedo, estaba tan cerca del suelo, pero no se soltó y murió. Recuerden siempre las promesas de Dios.

SELLAMIENTO CON LA SANGRE DE CRISTO

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PADRE CELESTIAL, EN UNION CON EL ESPIRITU SANTO PIDO QUE EL PODER DE LA SANGRE PRECIOSA DE JESÚS ME CUBRA, SELLE, GUARDE, PROTEJA, SANE, LIBERE, GUARDE, Y ME DE VIDA EN ABUNDANCIA EN TODO MI SER, EN MI FAMILIA, MI HISTORIA, MIS BIENES, LAS PERSONAS QUE DISPONES A MI LADO, TU VOLUNTAD SOBRE MI VIDA, MI TRABAJO, MI ESTUDIO Y MI VIDA SOCIAL, LOS LUGARES EN QUE VIVO Y VISTO Y LA CREACION ENTERA.
 

TU SANGRE PRECIOSA ME LIBRE DE LAS TENTACIONES Y DE TODO MAL.
AHORA Y EN LA HORA DE MI MUERTE. AMEN

Los Primeros Cristianos Contra el Aborto. Ejemplos Para el Cristiano del Siglo XXI

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Por Luis Fernando Pérez

Defensa de la vida

Para cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad humana es claro que una de las plagas más infecta, desastrosa e inmunda de nuestra sociedad en pleno siglo XXI es el aborto. La Iglesia Católica, así como la mayoría de las iglesias y comunidades eclesiales separadas de ella, condena sin paliativos la aniquilación de seres humanos en el seno de sus madres. Dado que la Biblia apenas habla específicamente del aborto, aunque obviamente hay indicios muy claros de que las Escrituras consideran que el feto es una vida humana (p.e Jueces 16,17; Salmo 22,9-10; Lucas 1, 15-16 y 41-44; Galatas 1,15), es importante que estudiemos lo que creían los primeros cristianos acerca de este tema. Su testimonio es unánime y no deja lugar a dudas en la condena del aborto. La Didajé, que pudo haber sido escrita incluso en el siglo I, es quizás el primer testimonio patrístico en el que se introduce dicha condena:

    “He aquí el segundo precepto de la Doctrina: No matarás; no cometerás adulterio; no prostituirás a los niños, ni los inducirás al vicio; no robarás; no te entregarás a la magia, ni a la brujería; no harás abortar a la criatura engendrada en la orgía, y después de nacida no la harás morir.”
    (Didajé II)

En la Epístola de Bernabé, escrita en la tercera década del siglo II, se llama hijo al feto que está en el vientre de la madre, se prohíbe expresamente el aborto y se le equipara al asesinato:

    “No vacilarás sobre si será o no será. No tomes en vano el nombre de Dios. Amarás a tu prójimo más que a tu propia vida. No matarás a tu hijo en el seno de la madre ni, una vez nacido, le quitarás la vida. No levantes tu mano de tu hijo o de tu hija, sino que, desde su juventud, les enseñarás el temor del Señor.”
    (Ep Bernabé XIX,5)

y

    “Perseguidores de los buenos, aborrecedores de la verdad, amadores de la mentira, desconocedores de la recompensa de la justicia, que no se adhieren al bien ni al juicio justo, que no atienden a la viuda y al huérfano, que valen no para el temor de Dios, si no para el mal, de quienes está lejos y remota la mansedumbre y la paciencia, que aman la vanidad, que persiguen la recompensa, que no se compadecen del menesteroso, que no sufren con el atribulado, prontos a la maledicencia, desconocedores de Aquel que los creó, matadores de sus hijos por el aborto, destructores de la obra de Dios, que echan de sí al necesitado, que sobreatribulan al atribulado, abogados de los ricos, jueces inicuos de los pobres, pecadores en todo.”
    (Ep Bernabé XX, 2)

El primer apologista latino Minucio Félix, llama parricidio al aborto en su obra Octavius de finales del siglo II:

    “Hay algunas mujeres que, bebiendo preparados médicos, extinguen los cimientos del hombre futuro en sus propias entrañas, y de esa forma cometen parricidio antes de parirlo.”
    (Octavius XXXIII)

El apologeta cristiano Atenágoras es igualmente tajante en su consideración sobre el aborto cuando escribió al Emperador Marco Aurelio:

    “Decimos a las mujeres que utilizan medicamentos para provocar un aborto que están cometiendo un asesinato, y que tendrán que dar cuentas a Dios por el aborto… contemplamos al feto que está en el vientre como un ser creado, y por lo tanto como un objeto al cuidado de Dios… y no abandonamos a los niños, porque los que los exponen son culpables de asesinar niños”
    (Atenágoras, En defensa de los cristianos, XXXV)

Los testimonios se multiplican por doquier. Así leemos en la Epístola a Diogneto que los cristianos:

    “Se casan como todos los demás hombres y engendran hijos; pero no se desembarazan de su descendencia (fetos)”
    (Ep a Diogneto V,6)

Tertuliano condena el aborto como homicidio y reconoce la identidad humana del no nacido:

    “ Es un homicidio anticipado impedir el nacimiento; poco importa que se suprima el alma ya nacida o que se la haga desaparecer en el nacimiento. Es ya un hombre aquél que lo será.”
    (Apologeticum IX,8)

Ya en el siglo IV San Basilio va incluso más allá al llamar asesinos no sólo a la mujer que aborta sino a quienes proporcionan lo necesario para abortar, lo cual sería perfectamente aplicable a quienes fabrican o prescriben la píldora abortiva:

    “ Las mujeres que proporcionan medicinas para causar el aborto así como las que toman las pociones para destruir a los niños no nacidos, son asesinas”
    (San Basilio, ep 188, VIII)

San Jerónimo trata la situación de la mujer que muere mientras procura abortar a su criatura:

    “Algunas, al darse cuenta de que han quedado embarazadas por su pecado, toman medicinas para procurar el aborto, y cuando (como ocurre a menudo) mueren a la vez que su retoño, entran en el bajo mundo cargadas no sólo con la culpa de adulterio contra Cristo sino también con la del suicidio y del asesinato de niños. ”
    (San Jerónimo, Carta a Eustoquio)

Quizás el texto más dramático en relación al aborto sea un párrafo que aparece en el libro apócrifo conocido como Apocalipsis de Pedro. El libro seguramente es de origen gnóstico, lo cual supone que no debemos considerarlo del mismo valor que las citas anteriores, pero he decidido copiar este pequeño párrafo como muestra de hasta qué punto la condena del aborto estaba presente incluso entre los heterodoxos de los primeros siglos:

    “Muy cerca de allí vi otro lugar angosto, donde iban a parar el desagüe y la hediondez de los que allí sufrían tormento, y se formaba allí como un lago. Y allí había mujeres sentadas, sumergidas en aquel albañal hasta la garganta; y frente a ellas, sentados y llorando, muchos niños que habían nacido antes de tiempo; y de ellos salían unos rayos como de fuego que herían los ojos de las mujeres; éstas eran las que habían concebido fuera del matrimonio y se habían procurado aborto.”
    (Ap Pedro 26)

Todos esos testimonios en contra del aborto tienen un doble valor para nosotros en las circunstancias que nos toca vivir en nuestro tiempo. Por una parte deben servirnos de aviso para que bajo ningún concepto nos acomodemos a un estado de opinión en nuestra sociedad cada vez más favorable a la aceptación del aborto como algo normal. Hacer tal cosa sería ir justo en la dirección opuesta a la que tomaron nuestros antepasados en la fe. Ellos ni se callaron ni fueron tibios a la hora de condenar esa lacra. Por otra lado, debemos ser sinceros y reconocer que vivimos en un mundo donde gran parte de lo más abominable del paganismo antiguo, el aborto y la profusión de todo tipo de amoralidad sexual, no sólo ha resurgido con fuerza sino que ha conseguido “legitimarse” socialmente echando sus raíces incluso en las legislaciones de nuestros países. La Iglesia, hoy igual que ayer, alza su voz contra esta infamia. Podría decirse que Juan Pablo II, paladín de la cultura de la vida y por tanto enemigo declarado de la cultura de la muerte que impera en nuestra sociedad, ha llevado la condena del aborto casi hasta el nivel de dogma de fe en la encíclica Evangelium Vitae:

    “Por tanto, con la autoridad que Cristo confirió a Pedro y a sus Sucesores, en comunión con todos los Obispos —que en varias ocasiones han condenado el aborto y que en la consulta citada anteriormente, aunque dispersos por el mundo, han concordado unánimemente sobre esta doctrina—, declaro que el aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal.”

Nadie pues que se precie de tener el nombre de cristiano y el apellido de católico, puede justificar, aprobar, legislar o colaborar, por activa o por pasiva, con el aborto. Es nuestro deber como cristianos combatir en la guerra por salvar a millones de inocentes. Ellos no tienen voz, no tienen fuerza para oponerse a quienes desean asesinarlos. Seamos nosotros la voz y la fuerza que, como en el pasado, venza la batalla por la vida, por la esperanza y por el amor hacia toda criatura humana desde su concepción.

SANACIONES MILAGROSAS

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Dios puede sanar de muchas maneras. La Sagrada Escritura con frecuencia nos narra sanaciones, la gran mayoría realizadas directamente por Jesucristo, pero también algunas realizadas a través de sus Apóstoles. Y aún en el Antiguo Testamento podemos conseguir algunas.

Una de éstas es la sanación de un leproso llamado Naamán. “Su carne quedó limpia como la de un niño” (cf. 2Re 5, 14-17). En este caso vemos a Dios sanando a una sola persona a través de un instrumento suyo (el Profeta Eliseo), sin siquiera estar éste presente, con unas instrucciones muy precisas (bañarse 7 veces en un río).

A veces se han dado sanaciones colectivas. Tal es el caso de la sanación de diez leprosos, hecha directamente por Dios (por Jesucristo), sin estar El presente, pues esa sanación se sucedió mientras los leprosos iban -por instrucciones del mismo Jesucristo- a presentarse a los sacerdotes (cf. Lc. 17, 11-19).

Otras veces Jesucristo sanó utilizando una sustancia, como fue el caso del barro usado para untar los ojos de un ciego. Otras veces sanó dando una orden: “Levántate, toma tu camilla y anda”, le dijo a un paralítico. O también como al criado del Oficial romano, a quien sanó sin siquiera ir hasta donde estaba el enfermo. O como a la hemorroísa a quien sanó al ella tocar el manto de Jesús. Otras veces -como decíamos al principio- fueron los Apóstoles los instrumentos que el Señor usó para sanar.

Sea cual fuere el instrumento físico o humano que aparezca en una sanación, es Dios Quien sana. Y Dios sana a quién quiere, dónde quiere, cuándo quiere y cómo quiere... porque Dios es soberano. Es decir: Dios es dueño de nuestra vida y de nuestra salud. Y nuestra Fe consiste, no sólo en creer que Dios puede sanarnos, sino también en aceptar que El es soberano para sanarnos o no y para escoger el lugar, la forma, el medio y el momento en que nos sanará.

Dios sigue haciendo milagros hoy en día. Para cada canonización la Iglesia Católica requiere de un milagro comprobado. Para nombrar sólo un caso de los más recientes: en el proceso de beatificación de la Madre Teresa de Calcuta, se dio a conocer un milagro impresionante, no sólo por la gravedad de la enferma, sino porque la curación tuvo lugar en un asilo de las Hermanas de la Caridad, congregación fundada por ella, sucedió el día aniversario de su muerte, es decir de su llegada al Cielo, y, adicionalmente, habiéndosele colocado a la paciente un escapulario que había estado en contacto con el cuerpo de nuestra futura santa, la Madre Teresa.

El Señor sana y sigue sanando: sana cuerpos y sana almas. No importa el medio que use: puede hacerlo directamente o a través de un instrumento escogido por El ... inclusive a través de médicos y medicinas. Pero sucede que la mayoría de los médicos creen que ellos son los que sanan, sin darse cuenta que también ellos son instrumentos de Dios, pues si Dios, que es soberano, no lo quisiera, tampoco se sanarían sus pacientes.

Quien sana es Dios. Y si algún enfermo sana a través de alguna persona, es porque Dios ha actuado.

Jesucristo sanó directamente y realizó toda clase de milagros, no sólo de sanaciones, sino de revivificaciones, que son manifestaciones más extraordinarias aún que las curaciones. Y, además, realizó el más grande de los milagros: su propia Resurrección.

¿Son verdaderas las profecías de San Malaquías? ¿Viene el fin del mundo dentro de pocos papas?

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Responde el P. Miguel Ángel Fuentes, I.V.E.

Pregunta:
 Padre Fuentes: He estado leyendo en diferentes paginas de internet, las profecías de San Malaquías con respecto a los Papas, y que este, Juan Pablo II sería el último antes de la venida de Cristo. También hay quienes dicen que esto es mentira porque estas predicciones son falsas y no habrían sido escritas por el sino por otro y en otro tiempo. Sería tan amable de contestarme sobre este tema. Atte. J.M.R.
Respuesta:

Estimado:

La 'Profecía de los Papas' es atribuida a San Malaquias, monje de Bangor y obispo de Armagh (Irlanda), que nació en 1094 y murió en Claraval (Francia) en 1148; se cree que fue editada por el santo, cuando, en 1139, pasó un mes en Roma, gozando de la peculiar amistad del papa Innocencio II. El texto abarca 111 dísticos latinos -de sólo dos o tres palabras cada uno- que intentan caracterizar las distintas figuras de los Papas que se sucederán hasta el juicio final.

Aunque atribuido a dicho autor del siglo XII el texto de la profecía sólo llegó a conocimiento del publico en 1595. En ese año, un monje benedictino, Arnoldo de Wyon, natural de Donai (Flandria), publicó en Venecia el libro 'Lignum Vitae' ('Arbol de la Vida'). Esta obra es un catalogo de los benedictinos que se hicieron famosos por su talento, sus trabajos o sus virtudes. Entre ellos, el autor presenta a S. Malaquías de Armagh en breves trazos biográficos.

Se trata de 111 dísticos, acompañados de un breve comentario del historiador español Alonso Ciacconio O.P. (1540- † después del 1601). Este comentario aplica los dísticos de la Profecía de los 74 Papas que gobernaron a partir de Celestino II (1143-44), uno de los contemporáneos de S. Malaquías, hasta Urbano VII († 1590). El comentarista le muestra la coincidencia de cada oráculo con los datos históricos del correspondiente Pontífice. El comentario de Ciacconio es de importancia capital, pues señala dónde comienza la serie de los Papas a quienes el dístico se refiere, lo que permite calcular, aproximadamente (siguiendo sus predicciones), la época del fin del Papado y de la venida del Señor. Los comentadores posteriores tomaron como base para sus estudios las explicaciones de Ciacconio. Debido a ello, a partir de Urbano VII († 1590) hasta el fin del mundo, serían con toda precisión 38 los Pontífices que ocuparían la Cátedra de Pedro, y a Pío XII, llamado allí 'El Pastor Angélico', le seguirían seis Papas, el último de los cuales verá con sus contemporáneos la segunda venida de Cristo.

La Profecía gozó de buena aceptación, tanto por parte del clero como de los fíeles, hasta fines del siglo XVII, en que el P. Claudio Francisco Menes­trier S. J. († 1705), uno de los hombres más eruditos y autorizados de su tiempo, publicó el libro 'Refutación de las Profecías, falsa­mente atribuidas a S. Malaquías, sobre la elección de los Papas' (París 1669). El autor, que era historiador y también cultor de la heráldica, pretendía, con gran aparato de conocimientos, demostrar la falsedad de la Profecía de S. Malaquías. Su argumentación se resume en los tres puntos siguientes:

1) El primer indicio de falsificación es el hecho de que, durante cerca de 450 años, a saber, desde S. Malaquías (1148) hasta 'El Árbol de la Vida' (1595), jamás autor alguno hizo la mínima alusión a la Profecía. El propio S. Bernardo no la menciona, aunque conoció de cerca al Santo Obispo, escribió su biografía y refirió otros vaticinios detallados de S. Malaquías (entre ellos la predicción del día y lugar de su muerte). Ninguno de los otros contemporáneos del santo irlandés, que tuvieron estrechas relaciones con él, menciona la Profecía. Tampoco es citada por los historiadores irlandeses posteriores a él. Ni los escritores medievales ni los renacentistas toman en cuenta ese documento, que de haberlo conocido hubieran ciertamente aludido a él. Y ¿por qué vía, qué ciudad o región, el texto profético habría caído en manos de Ciacconio, después de 450 años de ocultamiento? Todavía más: el propio Ciacconio, presentado por Wyon como autor de un comentario de la Profecía, no alude absolutamente a este docu­mento en su libro de 'Biografías de los Papas y Cardenales', editado repetidamente en 1601, 1630 y 1677. ¿Habrá, tal vez, Ciacconio reconocido posteriormente la falsedad de los oráculos a los cuales inicialmente diera crédito?

2) El argumento del silencio es corroborado por la compro­bación de fallas históricas y teológicas en la presunta profecía. Pues no parece posible que un autor movido por Dios haya introducido en la lista de los Papas a antipapas como: Víctor IV (1159-64), Pascual III (1164-68), Calixto III (1168-78), Nicolás V (1328-30), Clemente VII (1378-94), Benedicto XIII (1394-1423), Clemen­te VIII (1423-39), Félix V (1439-49). La finalidad misma de la Profecía -insinuar la época del fin del mundo- parece opuesta a la aserción de Cristo, que declaró solemnemente que no competía a los hombres conocer los tiempos y momentos dispuestos por la Providencia del Padre (cf. Hch 1,7). Además, la aplicación de los dísticos a los respectivos Papas se basa en notas bastante acciden­tales, lo que le da un sabor de arbitrariedad. Así: Nicolás V (1447-55) estaría designado por 'De modicitate lunae' ('De la pequeñez de la luna') por haber nacido de una familia modestaen un lugar llamado Lunegiana; Pío II (1458-64) es llamado 'De capra et albergo' ('De la cabra y del albergue') ¡por haber sido secre­tario de los Cardenales Capranica y Albergati!, etc.

3) Las razones negativas: Menestrier y otros historiadores poste­riores agregan la explicación probable de cómo pudo haberse dado la falsificación. Débese notar, en primer lugar, que todas las divisas de los Papas, hasta 1590, aluden a características concretas de cada Pontífice: lugar de nacimiento, origen de la familia, cargos ejer­cidos antes de la elección, símbolos de sus blasones, etc. Mientras que, desde 1590 en adelante, los dísticos se refieren solamente a cualidades morales, cuya aplicación es muy vaga y puede convenir a más de un Pontífice. Así, 'Vir religiosus' ('Varón religioso' ), 'Ignis ardens' ('Fuego ardiente'), 'Fides intrépida' ('Fe intré­pida'). ¿Qué Papa, no siendo del todo indigno, no merecería estos calificativos?

Observada la diferencia entre los oráculos anteriores y posterio­res a 1590, se presume háyase forjado la profecía justamente por entonces, con el propósito de atender a las dificultades de la elección del Cónclave de ese año, 1590, después de la muerte de Urbano VII.

La refutación del P. Menestrier alcanzó gran boga entre los estudiosos de nuestros días. Los adversarios de la profecía la consideran definitiva. No obstante, hay todavía autores contemporáneos de valía que prefieren suspender el juicio sobre el documento, cuando no lo reconocen auténtico.

Es evidente que después de todo y a pesar de los esfuerzos hasta hoy realizados para averiguar el día del Señor, éste continúa para nosotros en­vuelto en densas tinieblas. Y ésta es la única conclusión sabia que se puede sacar de cuanto al respecto acabamos de estudiar.

Wednesday, April 27, 2011

Esperanza y Sanación Para la Mujer Que ha Abortado

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Autor: Pbro. Gilberto Gómez Botero,Director de CENPAFAL


Ayuda pastoral a la mujer que ha tenido un aborto

Nota.- Este es todo un documento acerca del aborto y sus consecuencias. Es un poco extenso pero muy informativo. Documento que debemos de leer todos los cristianos puesto que no solo es problematica de la mujer que ha abortado, sino de todo su entorno.


La Absolucion del Pecado del Aborto

Hablo desde mi propia experiencia como sacerdote. En treinta y siete años de ministerio son muchas las mujeres - y también muchos de sus cómplices - las que han venido a buscar mi ayuda, a confesarse y a pedirme la absolución de sus pecados de aborto. Durante casi todo mi ministerio sacerdotal he tenido la delegación episcopal para absolver de este pecado, reservado por el Derecho Canónico. Y creo que he observado cuidadosamente las orientaciones que me da la Iglesia para ejercer el ministerio en este campo particularmente difícil.

Pero sólo fue hace algún tiempo cuando descubrí que tenía que hacer más. Y no sabía cómo hacerlo. No tenía muchos recursos para desempeñarme, carecía de los conocimientos y de las claves. Pero comencé a aprender. Algo he aprendido y continúo aprendiendo. Porque en este terreno todos somos aprendices.

Fue precisamente cuando un día llegó a mi oficina una joven, a quien llamaré Lucía, conocida por mi amistad con su familia, y a quien consideraba y trataba como amiga. Me preguntó que si podía y quería dedicarle un buen rato, porque quería hablar conmigo algo muy personal. Le dije que sí, que la escuchaba. Se produjo un silencio, para mí largo e incómodo. E inesperado. Porque ella era muy extrovertida y me trataba con mucha confianza. Por la expresión de su rostro me di cuenta que las palabras no salían de su garganta. Que tenía como un nudo que no lograba soltar.

Después de unos interminables minutos me preguntó si me imaginaba de qué me iba a hablar. Yo le dije que me imaginaba que se trataba de su noviazgo y sus cuitas amorosas, como en otras oportunidades. Ella me dijo que no era de eso y que llevaba tres años esperando este momento. Pero que no lograba decidirse a hacerlo y que hoy era el día.

Hacía cinco años ella había quedado embarazada como resultado de una aventura con un joven que yo conocía. Al darse cuenta de su estado, le hizo saber a él que estaba esperando. De inmediato su novio le dijo que quién sabe de quién sería ese hijo, porque de él no era, que lo mejor era que abortara. Que él no podía asumir responsabilidades con ella. Lucía tenía pánico de enterar a sus padres, por la severidad de su papá y la frágil salud emocional de su mamá. Se sentía sola y vivía en el silencio su tragedia. Sintió hasta deseos de no seguir viviendo. Se atrevió a comentarle el asunto a una tía suya. Y ella de inmediato la convenció de que abortara.

Por ese tiempo Lucía tenía 24 años y había abandonado toda práctica religiosa. Era respetuosa con la orientación espiritual de los suyos. Pero ella misma había borrado a Dios de su vida.

En el momento de realizarse el aborto Lucía estaba convencida de que había tomado una decisión correcta, más aún, pensaba que no tenía ninguna otra opción. Y durante mucho tiempo no hizo otra cosa que repetirse a sí misma que no tenía por qué preocuparse, que no se trataba de una vida humana, que era sólo un puñado de células, casi como un quiste, lo que le habían extraído de la matriz.

Pero, sin embargo, los días siguientes al aborto no se acabaron las pesadillas. En medio de su sueño perturbado oía niños que lloraban, se miraba a sí misma como un criminal que no merecía respeto ni merecía vivir. En sus largas y dolorosas vigilias se decía a sí misma que esto no podría haberle pasado a ella, que no era más que una horrible pesadilla. Pero al salir el sol la luz no disipaba los horrores de su espíritu. Estaba al borde de la desesperación. Y todo esto lo sufría sola.

Se volvió a Dios, pero siempre tenía miedo de que El no la perdonara. Acudió al sacramento de la penitencia y confesó su pecado. Estaba arrepentida. El sacerdote que la escuchó en confesión le aseguró que el perdón que la Iglesia le otorgaba por su ministerio era el perdón que Dios le ofrecía. Muchas veces más siguió confesando su pecado, pero no llegaba la paz a su alma. Su alma estaba herida.

Tenía una gran herida en el alma y no había encontrado algo que la sanara

Sin que nadie se enterara, acudió a varios sicólogos clínicos que trataron de ayudarle a elaborar su duelo. Pero el recurso que estos profesionales le aplicaron era como una especie de anestesia cuyo efecto duraba poco o ni siquiera obraba. Tenía una gran herida en el alma y no había encontrado algo que la sanara. Hacía lo posible por mantener compostura frente a los suyos y frente a sus amistades. Pero se había tornado distante y melancólica. Su madre pensaba que todo esto se debía a que no había sido afortunada en el amor.

Lucía estaba perdonada por Dios. Y por años había venido expiando su pecado. Ella lo sabía. Era una idea clara en su cerebro, pero no era una convicción que hubiera entrado en su corazón.

Ese día vi claro que Lucía la pecadora era también otra víctima del aborto. A veces olvidamos eso y descargamos sobre la mujer todo el peso de la responsabilidad de este horrible crimen. Cuando sabemos que a su alrededor están otros que también son responsables, y quizás más que ella. Y son responsables por acción o por omisión, pero no se sienten culpables, porque parece que se exige de la mujer abortadora que cargue ella sola con todo el peso de la culpa y de la responsabilidad, cuando los otros corresponsables se lavan las manos como Pilato.

Lucía era otra víctima de su aborto.

Su alma estaba medio muerta y su corazón medio paralizado porque estaba herido. Ese día ella me dejó ver las hondas heridas no cicatrizadas que seguían sangrando después de años. La Iglesia le había ofrecido el perdón de Dios, pero ella continuaba sin sanarse y sin perdonarse a sí misma.

Acompañé a Lucía en ese largo proceso de sanación, pero no como un carismático sanador que tuviera habilidades para orientar el proceso de sanación, sino como un testigo y como un aprendiz. Como testigo vi que cuando las fuerzas humanas y los recursos de la ciencia tocan sus propios bordes y no pueden ir lejos, la gracia del Señor realiza prodigios. Y como aprendiz pude aprender muchas cosas que después me han servido para seguir siendo testigo y seguir siendo aprendiz acompañando a otras jóvenes que han venido en busca de mi ayuda.

Quiero repetir, para dejar en claro, que no soy ni me considero un experto. Y esto lo afirmo no por modestia sino por realismo. Hasta el momento no conozco ningún experto en este campo. No niego que los pueda haber. Pero no los conozco. Si los conociera estaría tranquilo para remitirle los casos que me lleguen.

¿Qué aprendí con Lucía?

1. Que ante todo tengo que estar disponible para acoger a estas personas. Lo más cómodo para mí y también lo más acertado sería remitir estos casos a un profesional en quien se pueda confiar desde el punto de vista profesional y ético. Pero el hecho es que ella está allí y yo también. Por alguna razón me buscó y me está pidiendo ayuda. No puedo volver las espaldas a una mujer que está herida. No puedo pasar de largo como el levita que iba de Jerusalén a Jericó. El samaritano humanitario es un ejemplo que me reta como sacerdote.

2. He aprendido que lo que estas mujeres requieren es nuestra escucha y no nuestras fórmulas salvadoras. Lo que necesita esa mujer que nos busca es alguien que le escuche los crueles detalles de su historia. Alguien que no la condene y que le dé una palabra de esperanza. Tal vez, como ocurrió con Lucía, es la primera vez que se atreve a dejar asomar la realidad dolorosa de su alma. Y mientras uno la escucha, puede uno observar que ella se está escuchando a sí misma decir cosas que nunca había dicho a nadie antes. Habla de su experiencia con su novio, cuando le contaba que estaba embarazada, quién pagó por el aborto, dónde ocurrió, qué sintió y cómo está viviendo su experiencia. Y creo que una de las claves más importantes para prevenir el embarazo indeseado (pero sí buscado) y el aborto es aprender a enfrentar el trauma post-aborto. Y esto sólo se logra escuchando de primera mano las crueles realidades que rodean al aborto.

3. He aprendido que estas mujeres no buscan racionalizaciones que les anestesien el alma por un momento, porque la anestesia dura poco o no obra en nada. Ella no necesita que le digan que "eso" no era un sér humano, sino sólo un puñado de células, como un quiste menudo, y que por tanto no vale la pena inquietarse por eso. Y ella misma ya ha tratado de administrarse unas dosis de anestesia. El resultado de estos procedimientos para "desculpabilizar" es con frecuencia pasajero o, lo que es peor, producen una insensibilización ética que se extiende como una mancha de aceite y les cubre otros sectores de la vida. Ellas necesitan que les ayuden a abrir una brecha por la cual dejar asomar el alma y escaparse así de su negación.

De ordinario el aborto es un acontecimiento muy personal y privado.

Por eso es posible que la mujer no llegue nunca a expresar el duelo que la atormenta. Su sufrimiento puede llegar a interiorizarse y expresarse en otras formas. Si no se le da el tiempo y se le ofrece la oportunidad para que exprese el duelo, es posible que este nunca se resuelva y se enquiste y continúe manifestándose en formas cada vez más patológicas. Necesita que la dejen expresar la tristeza de su duelo. Nadie se lo ha favorecido hasta ahora. Llora en secreto por la pérdida de un sér que estaba muy cercano a ella y que tal vez sólo ahora toma conciencia de lo que ese pequeño sér significaba para ella en las más profundas capas de su alma.

El duelo es una reacción emocional muy compleja que afecta a la persona muchas veces en su vida. El duelo no puede evitarse; pero debe ser aceptado, enfrentado y resuelto para volver a funcionar adecuadamente en la vida, luégo de un período en que se permite a la mujer dejar ver su tristeza, o que ella misma se lo haya permitido.

4. He aprendido a preguntar, pero no tanto para coleccionar información sino para ayudarle a la mujer a comprenderse mejor a sí misma, para que logre dejar salir su dolor y la vergüenza que lleva reprimida. Tal vez por primera vez ella puede abrirse y compartir sobre su aborto y una pregunta oportuna y delicada abre la brecha para que ella pueda hablar. Escuchar no es sólo una actitud pasiva y paciente. Es también interés y esto se puede demostrar cuando hacemos preguntas adecuadas.

5. He aprendido que acompañar significa asumir el tiempo y el ritmo vital de estas mujeres cuyo proceso puede ser largo y difícil. Porque es complejo. Y lo que por naturaleza es complejo no se puede simplificar arbitrariamente.

6. También he aprendido que en el manejo del trauma post-aborto la mujer debe enfrentar cinco sectores relacionales en los cuales debe desplegar su capacidad de comprensión, de perdón y descargarse de los odios reprimidos. Estos sectores son: Dios, la Iglesia u otra comunidad de apoyo, los otros (médico, padres, novio o marido, consejeros y cualesquiera que la hubieran animado al aborto), el bebé muerto y ella misma.

Ante todo Dios.


No sé si se pueda dar el proceso de sanación del aborto sin tocar la relación con Dios. Honestamente creo que no. Lo que sé es que en estas circunstancias la mujer lucha por relacionarse con Dios a medida que la experiencia del aborto le pesa más. Se da cuenta de que necesita de alguien que la salve, porque ella no puede salvarse a sí misma. Es frecuente que la experiencia del aborto sirva como punto de partida para una nueva experiencia de Dios.

Esta experiencia al principio es dolorosa porque está marcada por la ambivalencia: busca al Dios Padre que perdona, pero su mente sólo le entrega la imagen del Dios vengador que le cobra la vida destruída. Se pasa fácilmente de la esperanza a la duda y de la duda a la desesperanza. Y vienen los reclamos a Dios, a quien se le culpa porque ocurrió el embarazo. Una joven me decía: "Mi hermana lleva ocho años buscando el embarazo y en cambio yo quedé embarazada muy fácilmente. Por qué no le daría Dios ese bebé a mi hermana, que sí lo quería?".

Un dolor sin esperanza desemboca en una cruel y a veces fatal desesperación. "Dios sí me perdonará?". "Yo quisiera escuchar una palabra de perdón de parte de El para seguir viviendo". En cambio cuando brilla una luz de esperanza, de esa esperanza que sólo puede darnos la fe, entonces la vida vuelve a tener sentido. La reconciliación con Dios comienza cuando, abandonando el falso camino de la negación de los hechos, reconocemos que hicimos algo que contraría el plan de Dios y decidimos corregir nuestro rumbo.

La Iglesia o la comunidad de pertenencia.

El aborto es un crimen contra los seres humanos, contra la familia humana a la cual pertenecemos. La Iglesia Católica posee una reconciliación sacramental formal. No es necesario que ella publique su pecado. Pero sí conviene que ante alguien que tenga autoridad moral e institucional reconozca su falta y se reconcilie con esa comunidad humana.

Otros. En primer lugar los padres.

Muchas veces ellos, aún sin proponérselo, por acción o por omisión, son factores decisivos en la comisión del aborto. Yo sé muy bien que esto deja en el alma de la mujer una herida muy difícil de sanar y que persiste por mucho tiempo.

Luego está el corresponsable del embarazo: novio, amigo, lo que sea. Cada caso es una historia. Se largó, quiso casarse y de pronto hasta lo hizo, empujó al aborto o se mantuvo neutral. Esta herida en la mujer dura por años y con frecuencia evoluciona muy mal en las parejas casadas. Si no trabajan este punto y lo llevan hasta el perdón y la reconciliación. Consejeros, amigos, parientes, el que la acompañó a la clínica, quien la animaba a abortar. "Si estas personas realmente se preocupaban por mí, por qué no me detuvieron?".

El hijo abortado.

Son muchas las preguntas que están en la mente de la mujer que abortó y deben tenerse en cuenta: "Dónde estará mi hijo? Será que me ama aún después de lo que le hice?". Las respuestas dependen de nuestra formación religiosa. Una respuesta es que el niño es feliz en el cielo, que no sufre, y que un día se reunirá con ella.

Aunque manejemos estos temas, tenemos que dejarla expresar sus fantasías. Ella siempre quiere decir a su bebé: "Yo quisiera no haberlo hecho. Puedes amarme todavía?". Pero ella necesita poderlo compartir también con alguien. Me he dado cuenta de que, cuando estas mujeres hacen algo por un niño que no es suyo, comienzan a sentir que están redimiendo su pasado y que lo que ellas hagan en este sentido, en nombre del bebé abortado, tiene cierto poder para exorcizar su angustia.

Perdonarse a sí misma.

Es el punto más difícil en todo este proceso de sanación. Es frecuente que la mujer se eche encima toda la culpa, inclusive la de los otros. Entre negar la culpa que se tiene y echarse toda la culpa hay un término medio que no siempre es fácil de lograr. Pero hay que hacerlo. Quisiera conocer un método para lograrlo. Pero no lo conozco. Sólo sé que es la oración la que abre el camino, o un testimonio de fe lo que nos ayuda a saltar la valla y perdonarnos a nosotros mismos. Pero no tengo las claves para esto. Sólo sé que ha ocurrido y que es un paso importante que la mujer tiene que dar.

A veces es sólo cuando la mujer llega a convencerse de que Dios sí nos ha perdonado y el apoyo de otras personas cuando comienza a verse a sí misma desde otro ángulo, como hija de Dios a quien el Señor ama y comprende, cuando mejoran su autoimagen y su autoestima.

Los pasos hacia el perdón y la sanación.

Entre las muchas cosas que he leído sobre el tema, llegó a mis manos un artículo escrito por una mujer que firma bajo el seudónimo de Loraine Alison y que fue publicado en la revista americana Marriage & Family (Enero 1990 - pgs.7-9). La autora, una mujer casada, describe minuciosamente su experiencia del aborto provocado, así como el proceso de sanación. El título del artículo es de por sí ya muy sugestivo: "Hay derecho a vivir después de cometer un aborto?". Y luégo el subtítulo nos entrega una clave muy valiosa: "El deseo de ser perdonada y de sanarse emocionalmente es el punto de partida".

Para mí constituye un aporte muy valioso, que ilumina mucho este difícil proceso. Lo traduje al español y copias del mismo se las he dado a muchas mujeres que se debaten en la lucha para lograr su sanación espiritual.

Quiero destacar lo que me parece más importante: los pasos del proceso de sanación. La sanación es un resultado que no se puede manipular a voluntad. Sólo se pueden poner circunstancias favorables para que éste opere. Y considero que conocer los pasos puede ayudar.

Ante todo, ella es testigo de primera mano de su propia historia. Y por eso afirma:

"Puede una mujer experimentar el perdón y la sanación después de un aborto?"

Por mi propia experiencia yo sé que esto es posible si hay un deseo sincero de ser perdonada y sanada emocionalmente. No se trata de un procedimiento fácil o instantáneo, pero lo puede lograr quienquiera que busque verdaderamente la misericordia de Dios. El mismo procedimiento puede aplicarse a todos aquellos que estuvieron implicados indirectamente en el hecho del aborto: esposo, novio, padres, profesionales, médicos y psicólogos, a todos los que se hallan afligidos y sufren las heridas consecuentes de un aborto provocado. Aquí resumo brevemente los pasos que fueron necesarios para mí y para otras mujeres que fueron víctimas de esta tragedia" (los párrafos que siguen son textuales de la autora).

1. Experimentar el proceso de duelo.

El duelo es un sentimiento sano. Es un momento triste e incómodo pero hay que vivirlo necesariamente. Al involucrarme activamente en estos programas de recuperación, he aprendido que el camino hacia reintegración de la persona es muy arduo. La cólera, la incapacidad para perdonar a todos los que directa o indirectamente se implicaron en el aborto, la culpabilidad, la tristeza indecible por la destrucción del bebé, se entrelazan en la experiencia. Pero uno debe llegar a sobreponerse a estos sentimientos y reconocer el duelo como parte del proceso que conduce a la sanación.

2. Deseo de perdonarse uno a sí mismo.

El perdón de sí mismo es quizá la fase más difícil de todo este recorrido. Uno ha reducido a añicos su propia imagen, creyendo haber cometido el más detestable de los pecados. Muchas de nosotras sentimos la necesidad de castigarnos a nosotras mismas a consecuencia del aborto cometido. Con frecuencia muchas lo hacemos inconscientemente; porque no podemos perdonarnos, sentimos que se ahonda en nosotras la necesidad de autodestruírnos. Al experimentar personalmente el amor de Dios y su perdón, he descubierto que Dios no es el Juez iracundo que yo veía en El cuando era niña, sino que es un Dios que quiere que yo esté en paz y que se acabe mi propio silencioso sufrimiento. Dios sabía que, como seres humanos que somos, íbamos a cometer el pecado, pero Dios, como padre amoroso que es, está dispuesto al perdón. Si nos proponemos reflexionar detenidamente en ese amor que El nos tiene poco a poco encontraremos la fuerza que necesitamos para perdonarnos a nosotros mismos.

Durante el embarazo nuestro pensamiento se halla obnubilado por el dolor y el pesar. Con esta torcida manera de pensar tomamos esa terrible decisión: aborto. Ponemos por obra la decisión y aquí ya no es posible volver atrás. Para nada nos sirve pasarnos el resto de la vida odiándonos a nosotras mismas y cargando nuestras miserias. Pero buscar el perdón, experimentarlo y permitirle a Dios que nos sane, puede dar otra vez sentido a nuestra vida y comunicarnos la capacidad de vibrar ante el sufrimiento que otros padecen - o pueden padecer - como hemos sufrido nosotras mismas. Cumplimos así el mandamiento de "amarnos unos a otros" cuando compartimos nuestras experiencias de perdón y de sanación con aquellas que no las han vivido todavía.

3. Aceptar que uno sí cometió un pecado.
Cuando por fin uno ha llegado a perdonarse a sí mismo, ya ha superado un gran obstáculo. Confiando que hemos sido perdonados, buscamos que se termine el sufrimiento y el dolor que nos hemos infligido nosotros mismos y comenzamos a caminar hacia la sanación. Admitimos nuestro pecado y nos responsabilizamos de la acción que hemos cometido. Al declararnos autores de nuestro pecado, podremos experimentar una gran sensación de alivio, larga mente esperada. "En verdad lo hice. No puedo deshacer lo que hice pero espero ser perdonada". Háblele a Dios; El comprende y reconoce el verdadero arrepentimiento. Si no tiene una oración propia suya, le ofrezco ésta que yo empleé:

"Padre Celestial, vengo ahora a confesarte el pecado de aborto que he cometido. Por mis propias acciones he traído el tormento y la muerte a mi hijo y mucha tribulación a mí misma. Te ruego, Señor, me perdones. Al reconocer que por mi propia voluntad he destruído mucho en mi propia vida, te pido tu ayuda para vivir de acuerdo con el plan que tienes para mí. Como tu hija que soy, te pido que sanes cada parte de mi mente y de mi cuerpo que sufre todavía de las consecuencias del aborto y dame tu paz. Te agradezco el amor que me tienes y la piedad que me demuestras. En el nombre de Jesús. Amén".

Recuerde que Dios, con el amor de un perfecto padre, desea mucho más que uno mismo, que el sufrimiento que padecemos termine. Indudablemente que vamos a experimentar momentos de angustia y dolor por ese bebé que nunca tuvimos en nuestros brazos, al que nunca le prodigamos cuidados. Pero la sanación es un proceso continuo.

3. Decidirse a perdonar a otros.

Tal vez el marido, el novio o los padres hayan presionado para cometer el aborto o retiraron su apoyo durante este tormentoso momento de nuestras vidas. La desaparición de los sentimientos de amargura y de rabia hace parte de la sanación. Necesitamos pedir a Dios ayuda para perdonar a todas las personas que hayan podido influír en la decisión de abortar. Necesitamos perdonar al personal de la clínica de abortos. A veces esto parece imposible, pero con la ayuda de Dios se torna posible.

4. Experimentar la realidad.

Para muchas de nosotras el tiempo que sigue al aborto es un tiempo de negación. Este mecanismo de defensa se apodera de nuestros cuerpos y de nuestras mentes hasta que seamos capaces de manejar este tremendo dolor y esa sensación de pérdida. Cuando por fin somos capaces de lograrlo, debemos enfrentar el dolor y poner cara a la realidad de nuestra acción. Y hacerlo paso a paso. No importa lo doloroso que pueda ser, es parte del proceso de sanación.

5. Establecer una relación con el niño abortado.

Esto es algo íntimo y a la vez doloroso que hay que hacer. Pensando que el niño abortado fue justamente eso - un niño - uno puede comenzar a hablarle durante los momentos tranquilos. La aflicción que tal vez uno llegue a sentir puede ser ciertamente saludable y es sin duda necesario experimentarla para lograr perdonarse a sí misma. En estos momentos uno tiene que abrirse a sus propios sentimientos. Es posible que estas serenas conversaciones se llenen de lágrimas y dolor, pero abrirán camino a la sanación y al perdón.

6. Llegar a otros.

Cada una de nosotras decide cómo alcanzar a otras personas. Cuando nos ponemos en contacto con otras personas que están heridas, surgen sentimientos agradables, positivos, respecto de nosotras mismas. El mismo perdón y la misma sanación que estamos experimentando pueden ofrecérseles a ellas también. Y una decisión que debemos tomar en consideración cada una de nosotras es la de comprometernos en la lucha contra la legalización del aborto. El perdón y la sanación que hemos conocido nos darán, sin duda, la fuerza para compartir con otros esa paz que hemos logrado.

Cada día yo pido a Dios que me dé un corazón capaz de compadecerse de las personas que se hieren a sí mismas, especialmente de aquellas que sufren a consecuencia del aborto. Cuando uno llega por fin a sanarse de este tremendo dolor, lo que uno más quiere es compartir esta esperanza con quienes todavía no han llegado a experimentarla".

Conclusión

Lo que he aprendido en la consejería post-aborto es que realmente el que sana es Dios. Nosotros somos sus ayudas y es un gran privilegio poder ser la persona que la escucha en nombre del Señor, diciéndole a esa mujer atribulada: "Si puedo ayudarte, estoy dispuesto a hacerlo". Y más aún poder decirle como Jesús a la mujer adúltera: "Yo tampoco te condeno. Vete y no vuelvas a pecar" (Jn. 8-11).

El Padre Gómez es el director del Centro de Pastoral Familiar para América Latina situado en la Avenida 28 N.37-21 Bogotá, D.C.,Colombia.TELÉFONO 57-1-368.3311 - TELEFAX 57-1-368.0540

ESCUDO DE SAN PATRICIO (oración de Liberación)

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Me envuelvo hoy día y ato a mi una fuerza poderosa, la invocación de la Trinidad, la fe en las Tres Personas, la confesión en la unidad de Creador del Universo.

Me envuelvo hoy día y ato a mi la fuerza del Cristo con su Bautismo, la fuerza de su crucifixión y entierro, la fuerza de su resurrección y ascensión, la fuerza de su regreso para el Juicio de Eternidad.

Me envuelvo hoy día y ato a mi la fuerza del amor de los querubines, la obediencia de los ángeles, el servicio de los arcángeles, la esperanza de la resurrección para el premio, las oraciones de los patriarcas, las profecías de los profetas, las predicaciones de los apóstoles,
la fe de los mártires, la inocencia de las santas vírgenes y las buenas obras de los confesores.

Me envuelvo hoy día y ato a mi el poder del Cielo, la luz del sol, el brillo de la luna, el resplandor del fuego, la velocidad del rayo, la rapidez del viento, la profundidad del mar, la firmeza de la tierra, la solidez de la roca.

Me envuelvo hoy día y ato a mi la fuerza de DIOS para orientarme, el poder de DIOS para sostenerme, la sabiduría de DIOS para guiarme, el ojo de DIOS para prevenirme, el oído de DIOS para escucharme, la palabra de DIOS para apoyarme, la mano de DIOS para defenderme, el camino de DIOS para recibir mis pasos, el escudo de DIOS para protegerme, los ejércitos de DIOS para darme seguridad
contra las trampas de los demonios
contra las tentaciones de los vicios
contra las inclinaciones de la naturaleza
contra todos aquellos que desean el mal de lejos y de cerca, estando yo solo o en la multitud.

Convoco hoy día a todas esas fuerzas poderosas, que están entre mi y esos males,
contra las encantaciones de los falsos profetas,
contra las leyes negras del paganismo,
contra las leyes falsas de los herejes,
contra la astucia de la idolatría,
contra los conjuros de brujas, brujos y magos
contra la curiosidad que daña el cuerpo y el alma del hombre.

Invoco a Cristo que me proteja hoy día del veneno, el incendio, el ahogo, las heridas, para que pueda alcanzar yo abundancia de premio.

Cristo conmigo, Cristo delante de mi, Cristo detrás de mi, Cristo en mi, Cristo bajo mi, Cristo sobre mi, Cristo a mi derecha, Cristo a mi izquierda, Cristo alrededor de mi. Cristo en la anchura, Cristo en la longitud, Cristo en la altura, Cristo en la profundidad de mi corazón. Cristo en el corazón y la mente de todos los hombres que piensan en mi, Cristo en la boca de todos los que hablan de mi, Cristo en todo ojo que me ve, Cristo en todo oído que me escucha.

Me envuelvo hoy día en una fuerza poderosa, la invocación de la Trinidad, la fe en las Tres Personas, la confesión de la unidad del Creador del Universo.

Del Señor es la salvación, del Señor es la salvación, De Cristo es la salvación.
Tu salvación Señor esté siempre con nosotros.
Amén