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Monday, June 22, 2015

JESUS SANA A UN PARALITICO



1. Después de esto se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén.

2. Hay en Jerusalén, cerca de la Puerta de las Ovejas, una piscina llamada en hebreo Betesda. Tiene ésta cinco pórticos,

3. y bajo los pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos, tullidos (y paralíticos. Todos esperaban que el agua se agitara,

4. porque un ángel del Señor bajaba de vez en cuando y removía el agua; y el primero que se metía después de agitarse el agua quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese.)

5. Había allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo.

6. Jesús lo vio tendido, y cuando se enteró del mucho tiempo que estaba allí, le dijo: «¿Quieres sanar?»

7. El enfermo le contestó: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua, y mientras yo trato de ir, ya se ha metido otro.»

8. Jesús le dijo: «Levántate, toma tu camilla y anda.»

9. Al instante el hombre quedó sano, tomó su camilla y empezó a caminar. Pero aquel día era sábado.

10. Por eso los judíos dijeron al que acababa de ser curado: «Hoy es día sábado, y la Ley no permite que lleves tu camilla a cuestas.»

11. El les contestó: «El que me sanó me dijo: Toma tu camilla y anda.»

12. Le preguntaron: «¿Quién es ese hombre que te ha dicho: Toma tu camilla y anda?»

13. Pero el enfermo no sabía quién era el que lo había sanado, pues Jesús había desaparecido entre la multitud reunida en aquel lugar.

14. Más tarde Jesús se encontró con él en el Templo y le dijo: «Ahora estás sano, pero no vuelvas a pecar, no sea que te suceda algo peor.»

15. El hombre se fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado.

16. Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía tales curaciones en día sábado.

17. Pero Jesús les respondió: «Mi Padre sigue trabajando, y yo también trabajo.»

18. Y los judíos tenían más ganas todavía de matarle, porque además de quebrantar la ley del sábado, se hacía a sí mismo igual a Dios, al llamarlo su propio Padre.

LA AUTORIDAD DEL HIJO DE DIOS

19. Jesús les dirigió la palabra: «En verdad les digo: El Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino sólo lo que ve hacer al Padre. Todo lo que haga éste, lo hace también el Hijo.

20. El Padre ama al Hijo y le enseña todo lo que él hace, y le enseñará cosas mucho más grandes que éstas, que a ustedes los dejarán atónitos.

21. Como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, también el Hijo da la vida a los que quiere.

22. Del mismo modo, el Padre no juzga a nadie, sino que ha entregado al Hijo la responsabilidad de juzgar,

23. para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, tampoco honra al Padre que lo ha enviado.

24. En verdad les digo: El que escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado, vive de vida eterna; ya no habrá juicio para él, porque ha pasado de la muerte a la vida.

25. Sepan que viene la hora, y ya estamos en ella, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la escuchen vivirán.

26. Así como el Padre tiene vida en sí mismo, también ha dado al Hijo tener vida en sí mismo.

27. Y además le ha dado autoridad para llevar a cabo el juicio, porque es hijo de hombre.

28. No se asombren de esto; llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán mi voz.

29. Los que obraron el bien resucitarán para la vida, pero los que obraron el mal irán a la condenación.

PRUEBAS DE LA AUTORIDAD DE JESUS

30. Yo no puedo hacer nada por mi cuenta, sino que juzgo conforme a lo que escucho; así mi juicio es recto, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió.

31. Si yo hago de testigo en mi favor, mi testimonio no tendrá valor.

32. Pero Otro está dando testimonio de mí, y yo sé que es verdadero cuando da testimonio de mí.

33. Ustedes mandaron interrogar a Juan, y él dio testimonio de la verdad.

34. Yo les recuerdo esto para bien de ustedes, para que se salven, porque personalmente yo no me hago recomendar por hombres.

35. Juan era una antorcha que ardía e iluminaba, y ustedes por un tiempo se sintieron a gusto con su luz.

36. Pero yo tengo un testimonio que vale más que el de Juan: son las obras que el Padre me encomendó realizar. Estas obras que yo hago hablan por mí y muestran que el Padre me ha enviado.

37. Y el Padre que me ha enviado también da testimonio de mí. Ustedes nunca han oído su voz ni visto su rostro;

38. y tampoco tienen su palalabra, pues no creen al que él ha enviado.

39. Ustedes escudriñan las Escrituras pensando que encontrarán en ellas la vida eterna, y justamente ellas dan testimonio de mí.

40. Sin embargo ustedes no quieren venir a mí para tener vida.

41. Yo no busco la alabanza de los hombres.

42. Sé sin embargo que el amor de Dios no está en ustedes,

43. porque he venido en nombre de mi Padre, y ustedes no me reciben. Si algún otro viene en su propio nombre, a ése sí lo acogerán.

44. Mientras hacen caso de las alabanzas que se dan unos a otros y no buscan la gloria que viene del Unico Dios, ¿cómo podrán creer?

45. No piensen que seré yo quien los acuse ante el Padre. Es Moisés quien los acusa, aquel mismo en quien ustedes confían.

Sunday, June 21, 2015

DEVOCIÓN DE LAS TRES AVEMARÍAS



 Santísima Virgen María

¿En qué consiste la devoción de las tres Avemarías?


En rezar tres veces el Avemaría a la Santísima Virgen, Madre de Dios y Señora nuestra, bien para honrarla o bien para alcanzar algún favor por su mediación.

¿Cuál es el fin de esta devoción?

Honrar los tres principales atributos de María Santísima, que son: 
1.- El poder que le otorgó Dios Padre por ser su Hija predilecta.
2.- La sabiduría con que la adornó Dios Hijo, al elegirla como su Madre.
3.- La misericordia con que la llenó Dios Espíritu Santo, al escogerla por su inmaculada Esposa.
De ahí viene que sean tres las Avemarías a rezar y no otro número diferente.

¿Cuál es la forma de rezar las tres Avemarías?

María Madre mía, líbrame de caer en pecado mortal.

1. Por el poder que te concedió el Padre Eterno

Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

2. Por la sabiduría que te concedió el Hijo.

Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

3. Por el Amor que te concedió el Espíritu Santo

Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

¡Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre por los 
siglos de los siglos. Amén!


¿Cuál es el origen de la devoción de las tres Avemarías? 

Santa Matilde, religiosa benedictina, suplicó a la Santísima Virgen que la asistiera en la hora de la muerte. La Virgen María le dijo lo siguiente: "Sí que lo haré; pero quiero que por tu parte me reces diariamente tres Avemarías. La primera, pidiendo que así como Dios Padre me encumbró a un trono de gloria sin igual, haciéndome la más poderosa en el cielo y en la tierra, así también yo te asista en la tierra para fortificarte y apartar de ti toda potestad enemiga. Por la segunda Avemaría me pedirás que así como el Hijo de Dios me llenó de sabiduría, en tal extremo que tengo más conocimiento de la Santísima Trinidad que todos los Santos, así te asista yo en el trance de la muerte para llenar tu alma de las luces de la fe y de la verdadera sabiduría, para que no la oscurezcan las tinieblas del error e ignorancia. Por la tercera, pedirás que así como el Espíritu Santo me ha llenado de las dulzuras de su amor, y me ha hecho tan amable que después de Dios soy la más dulce y misericordiosa, así yo te asista en la muerte llenando tu alma de tal suavidad de amor divino, que toda pena y amargura de muerte se cambie para ti en delicias."

Esta promesa se extendió en beneficio de todos cuantos ponen en práctica ese rezo diario de las tres Avemarías.


¿Cuáles son las promesas de la Virgen a quienes recen diariamente las tres avemarías? 

Nuestra Señora prometió a Santa Matilde y a otras almas piadosas que quien rezara diariamente tres avemarías, tendría su auxilio durante la vida y su especial asistencia a la hora de la muerte, presentándose en esa hora final con el brillo de una belleza tal que con sólo verla la consolaría y le transmitiría las alegrías del Cielo.


¿De qué fecha data el primer texto del Avemaría? 

El 23 de octubre de 1498 apareció impreso en Brescia-Italia, el primer texto completo del Avemaría, tal como se le reza en la actualidad. Fue incluida en una obra dedicada a la Virgen, compuesta por el padre servita Gasparino Borro.

En 1568, el Papa Pío V, al promulgar la nueva Liturgia de las Horas, introdujo y prescribió la fórmula completa del Avemaría y dispuso que todos los sacerdotes, al iniciar en cada hora el rezo del Oficio Divino, recen el Avemaría después del Padre Nuestro.

¿Cuál es el fundamento de esta devoción?

La afirmación católica de que la Santísima Virgen poseyó, en el más alto grado posible a una criatura, los atributos de poder, sabiduría y misericordia. 
Esto es lo que enseña la Iglesia al invocar a María como Virgen Poderosa, Madre de Misericordia y Trono de Sabiduría.

Thursday, May 21, 2015

¿Qué es Pentecostés?



"Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados. . . " (Jn 20,21)

Pentecostés, cincuenta días después de la fiesta pascual, cincuenta días de espera que se hacía cada vez más intensa a partir, sobre todo, del día de la Ascensión. Ha sido un período de preparación al gran acontecimiento de la venida del Paráclito. El día de Pentecostés, se rememora ese momento en que se inicia la gran singladura de conducir a todos los hombres a la vida eterna, actualizar en cada uno los méritos de la Redención.

En efecto, con su venida, los apóstoles recuperan las fuerzas perdidas, renuevan la ilusión y el entusiasmo, aumentan el valor y el coraje para dar testimonio ante todo el mundo de su fe en Cristo Jesús. 

Hasta ese momento siguen con las puertas atrancadas por miedo a los judíos. Desde que el Espíritu descendió sobre ellos las puertas quedaron abiertas, cayó la mordaza del miedo y del respeto humano. 

Ante toda Jerusalén primero, proclamaron que Jesús había muerto por la salvación de todos, y también que había resucitado y había sido glorificado, que sólo en Él estaba la redención del mundo entero. 

Fue el primer atrevimiento que pronto suscitaría una persecución que hoy, después de veinte siglos, todavía sigue en pie de guerra. Porque hemos de reconocer que las insidias de los enemigos de Cristo y de su Iglesia no han cesado. Unas veces de forma abierta y frontal, imponiendo el silencio con la violencia. Otras veces el ataque es tangencial, solapado y ladino. La sonrisa maliciosa, la adulación infame, la indiferencia que corroe, la corrupción de la familia, la degradación del sexo, la orquestación a escala internacional de campañas contra el Papa.

Las fuerzas del mal no descansan, los hijos de las tinieblas continúan con denuedo su afán demoledor de cuanto anunció Jesucristo. Lo peor es que hay muchos ingenuos que no lo quieren ver, que no saben descubrir detrás de lo que parece inofensivo, los signos de los tiempos dicen a veces, la ofensiva feroz del que como león rugiente merodea a la busca de quien devorar.

Pero Dios puede más. El Espíritu no deja de latir sobre las aguas del mundo. La fuerza de su viento sigue empujando la barca de Pedro, las velas multicolores de todos los creyentes. De una parte, por la efusión y la potencia del Espíritu Santo, los pecados nos son perdonados en el bautismo y en la penitencia. Por otra parte, el Paráclito nos ilumina, nos consuela, nos transforma, nos lanza como brasas encendidas en el mundo apagado y frío. Por eso, a pesar de todo, la aventura de amar y redimir, como lo hizo Cristo, sigue siendo una realidad palpitante y gozosa, una llamada urgente a todos los hombres, para que prendan el fuego de Dios en el universo entero.

El Espíritu Santo, que Dios había prometido a los profetas para cambiar el corazón de los hombres, ha llegado. Ahora conocemos a fondo a Jesús y nuestra conducta cambia. Ahora no sólo hablamos de Jesús sino que obramos como Jesús. Hemos sido transfiormados, conocemos la voluntad de Dios y poseemos la fuerza para dar testimonio del Evangelio. 

Tenemos una misión que cumplir en el mundo y contamos con la fuerza suficiente para llevarla a cabo. El Espíritu Santo es el amor que nos estrecha con el Padre, con Jesucristo y entre nosotros. Ya no caben aislamientos, segregaciones, sino comunión en el amor. No divisiones,sino unidad. San Agustín nos recuerda que «cada uno de nosotros puede saber cuánto posee del Espíritu de Dios, según el amor que siente por la Iglesia». Aún con lodo, nuestro poseer el Espíritu Santo no es tanto una realidad acabada, cuanto una semilla en evolución que alcanzará su plena madurez cuando seamos definitivamente transformados en Cristo.

El Señor dijo a los discípulos: Id y y sed los maestros de todas las naciones; bautizadlas en el nombre del Padre y del Hijo Y del Espíritu Santo. Con este mandato les daba el poder de regenerar a los hombres en Dios.

Dios había prometido por boca de sus profetas que en los últimos días derramaría su Espíritu sobre sus siervos y siervas, y que éstos profetizarían; por esto descendió el Espíritu Santo sobre el Hijo de Dios, que se había hecho Hijo del hombre, para así, permaneciendo en él, habitar en el género humano, reposar sobre los hombres y residir en la obra plasmada por las manos de Dios, realizando así en el hombre la voluntad del Padre y renovándolo de la antigua condición a la nueva, creada en Cristo.

Y Lucas nos narra cómo este Espíritu, después de la ascensión del Señor, descendió sobre los discípulos el día de Pentecostés, con el poder de dar a todos los hombres entrada en la vida y para dar su plenitud a la nueva alianza; por esto, todos a una, los discípulos alababan a Dios en todas las lenguas al reducir el Espíritu a la unidad los pueblos distantes y ofrecer al Padre las primicias de todas las naciones.

Por esto el Señor prometió que nos enviaría aquel Abogado que nos haría capaces de Dios.Pues, del mismo modo que el trigo seco no puede convertirse en una masa compacta y en un solo pan, si antes no es humedecido, así también nosotros, que somos muchos, no podíamos convertirnos en una sola cosa en Cristo Jesús, sin esta agua que baja del cielo. Y, así como la tierra árida no da fruto, si no recibe el agua, así también nosotros, que éramos antes como un leño árido, nunca hubiéramos dado el fruto de vida, sin esta gratuita lluvia de la alto.

Nuestros cuerpos, en efecto, recibieron por el baño bautismal la unidad destinada a la incorrupción, pero nuestras almas la recibieron por el Espíritu.

El Espíritu de Dios descendió sobre el Señor, Espíritu de sabiduría y de inteligencia, Espíritu de consejo y de fortaleza, Espíritu de ciencia y de temor del Señor, y el Señor, a su vez, lo dio a la Iglesia, enviando al Abogado sobre toda la tierra desde el cielo, que fue de donde dijo el Señor que había sido arrojado Satanás como un rayo; por esto necesitamos de este rocío divino, para que demos fruto y no seamos lanzados al fuego; y, ya que tenemos quién nos acusa, tengamos también un Abogado, pues que el Señor encomienda al Espíritu Santo el cuidado del hombre, posesión suya, que había caído en manos de ladrones, del cual se compadeció y vendó sus heridas, entregando después los dos denarios regios para que nosotros, recibiendo por el Espíritu la imagen y la inscripción del Padre y del Hijo, hagamos fructificar el denario que se nos ha confiado, retornándolo al Señor con intereses.

Pentecostés, Principio de la Iglesia en la Misión del Espíritu Santo




En los Hechos de los Apóstoles se encuentra un primer esbozo de una eclesiología católica; así lo admiten en la actualidad incluso los exegetas protestantes, que llaman a San Lucas frdhkatholisch (católico primitivo) y lo critican por esta razón. San Lucas desarrolla su programa eclesiológico en los dos primeros capítulos de los Hechos, especialmente en el relato del día de Pentecostés. Quisiera, pues, presentar en esta conferencia una breve visión general de los elementos principales de la eclesiología, partiendo del relato de Pentecostés tal como se nos transmite en los Hechos.

Pentecostés representa para San Lucas el nacimiento de la Iglesia por obra del Espíritu Santo. El Espíritu desciende sobre la comunidad de los discípulos -"asiduos y unánimes en la oración"-, reunida «con María, la madre de Jesús» y con los once apóstoles. Podemos decir, por tanto, que la Iglesia comienza con la bajada del Espíritu Santo y que el Espíritu Santo «entra» en una comunidad que ora, que se mantiene unida y cuyo centro son María y los apóstoles.

Cuando meditamos sobre esta sencilla realidad que nos describen los Hechos de los Apóstoles, vamos descubriendo las notas de la Iglesia.

1. La Iglesia es apostólica, «edificada sobre el fundamento de los apóstoles y de los profetas» (/Ef/02/20). La Iglesia no puede vivir sin este vínculo que la une, de una manera viva y concreta, a la corriente ininterrumpida de la sucesión apostólica, firme garante de la fidelidad a la fe de los apóstoles. En este mismo capítulo, en la descripción que nos ofrece de la Iglesia primitiva, San Lucas subraya una vez más esta nota de la Iglesia: «Todos perseveraban en la doctrina de los apóstoles» (2,42). El valor de la perseverancia, del estarse y vivir firmemente anclados en la doctrina de los apóstoles, es también, en la intención del evangelista, una advertencia para la Iglesia de su tiempo -y de todos los tiempos-. Me parece que la traducción oficial de la Conferencia Episcopal Italiana no es suficientemente precisa en este punto: «Eran asiduos en escuchar la enseñanza de los apóstoles». No se trata sólo de un escuchar; se trata del ser mismo de aquella perseverancia profunda y vital con la que la Iglesia se halla insertada, arraigada en la doctrina de los apóstoles; bajo esta luz, la advertencia de Lucas se hace también radical exigencia para la vida personal de los creyentes. ¿Se halla mi vida verdaderamente fundada sobre esta doctrina? ¿Confluyen hacia este centro las corrientes de mi existencia? El impresionante discurso de San Pablo a los presbíteros de Efeso (c.20) ahonda todavía más en este elemento de la «perseverancia en la doctrina de los apóstoles». Los presbíteros son los responsables de esta perseverancia; ellos son el quicio de la «perseverancia en la doctrina de los apóstoles», y «perseverar» implica, en este sentido, vincularse a este quicio, obedecer a los presbíteros: «Mirad por vosotros y por todo el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo os ha constituido obispos para apacentar la Iglesia de Dios, que El ha adquirido con su sangre» (20,29). ¿Velamos suficientemente sobre nosotros mismos? ¿Miramos por el rebaño? ¿Pensamos en qué significa realmente que Jesús haya adquirido este rebaño con su sangre? ¿Sabemos valorar el precio que ha pagado Jesús -su propia sangre- para adquirir este rebaño?

Para Motivar la Fiesta de Pentecostés



1.- Jesús, antes de padecer y resucitar, les hizo una hermosa promesa a sus discípulos-amigos. Que Él y su Padre les enviarían su Espíritu para que jamás sintieran que estaban abandonados o solos sobre la Tierra.

2.- También les pidió que se quedaran en Jerusalén todos reunidos hasta que se cumpliera su promesa.

3.- 10 días estuvieron junto a la Virgen Madre, encerrados en una casa, rezando y conversando de Jesús. Eran hombres cobardes, con miedo, que no se atrevían a hablarle a la gente de su maestro. Todavía sentían que les podía pasar lo mismo que a Jesús: que los mataran por ser amigos del Crucificado.

4.- Jesús cumplió su promesa, siempre las cumple. Cuando recibieron el Espíritu Santo estos hombres se transformaron: se llenaron de coraje, sabiduría, se les aclararon todas las cosas que no habían entendido mientras habían estado con Jesús. Salieron a las calles y a toda voz empezaron a hablar de Jesús y a explicar su mensaje.

5.- ¿Cómo explicar quién es el Espíritu Santo? Es alguien que no podemos ver, pero que existe. Es como el amor; más bien es el Amor que no vemos, pero sentimos.

6.- Cuando amamos a alguien estamos alegres, andamos con deseos de ayudar, de cantar, de hacer cosas buenas. A la persona que queremos, (mamá, papá, amigo, compañero) la tenemos siempre cerca aunque no esté con nosotros y no se nos ocurre hacerle daño, ni decirle pesadeces.

7.- El Espíritu Santo que recibimos el día en que nos bautizaron nos hace personas buenas, generosas, solidarias, alegres, cariñosas y valientes. Cuando actuamos con amor, valentía, generosidad y alegría es seguro que el Espíritu Santo está en nuestros corazones. También Dios nos manda el Espíritu Santo en la Eucaristía, en la confirmación, y en otras ocasiones especiales. Cuando seamos más grandes lo vamos a entender.


8.- Imaginarse que nuestro corazón es como un nido. Al Espíritu Santo le gusta que le ofrezcamos un lugar en nuestro corazón para vivir en él.

Eliana Araneda de Palet

Como un Nuevo Pentecostés






¿Qué es la Renovación en el Espíritu Santo?

El día de Pentecostés, se cumplió la promesa de Jesús; fue derramado el Espíritu Santo sobre los discípulos que en compañía de María, la madre de Jesús estaban reunidos en oración.

Desde el comienzo de la Iglesia, es el Espíritu la fuerza que la mueve y que le da poder de hacer las cosas que Jesús hizo en su Nombre y es quien la capacita para realizar su misión.

A lo largo de toda la historia de la Iglesia el Espíritu Santo ha dirigido su desarrollo y su caminar, renovándola y reavivando en distintos momentos el espíritu de aquella primera Iglesia nacida el día de Pentecostés.

En este momento de la historia, Dios está derramando el Espíritu Santo de una manera nueva. Estamos experimentando una actualización del fuego de Pentecostés.

"Para un mundo así, cada vez más secularizado, no hay nada más necesario que el testimonio de esta renovación espiritual que el Espíritu suscita hoy visiblemente en las regiones y ambientes más diversos". (Pablo VI, 19 de mayo de 1975).

"El vigor y la fecundidad de la Renovación atestiguan ciertamente la poderosa presencia del Espíritu Santo que actúa en la Iglesia… la Renovación Carismática es una elocuente manifestación de esta vitalidad hoy". (Juan Pablo II, mayo de 1987).

La Renovación en el Espíritu Santo -podemos afirmar- es una acción del Espíritu Santo hoy renovando a toda la Iglesia.


¿QUÉ ESTÁ HACIENDO HOY EL ESPÍRITU SANTO?

Está llevando a las personas a un encuentro y a una relación personal profunda con Cristo Vivo Señor y Salvador.

Jesús sigue enriqueciendo a su Iglesia con sus dones y carismas. El primero y mayor de todos los dones es el mismo Espíritu Santo. La Iglesia es enriquecida con estos dones y carismas para transformar la faz de la tierra.

NACIMIENTO Y EXPANSIÓN DE LA RENOVACIÓN


El 29 de enero de 1959 el Papa Juan XXIII hacía una declaración sorprendente. El Espíritu Santo le había inspirado convocar un concilio, el Segundo Concilio Vaticano. En Pentecostés de ese mismo año terminaba su alocución con esta oración:

"Oh Espíritu Santo! tu presencia conduce infaliblemente a la Iglesia. Derrama, te lo pedimos, la plenitud de tus dones sobre este Concilio Ecuménico. Renueva tus maravillas en nuestros días como en un nuevo Pentecostés".

El 8 de diciembre de 1965 terminó el Concilio. Los acontecimientos que sobrevinieron después se han valorado diversamente. El programa de renovación propuesto por el Concilio comenzó a ponerse en práctica no sin serias dificultades que llevaron la duda y la angustia a muchos.

En 1966, varios hombres católicos de la Universidad de Duquesne del Espíritu Santo, en Pittsburgh, se reunían frecuentemente para conversar acerca de la vitalidad de su vida de fe y para orar en común.

Aquellos profesores se habían dedicado durante muchos años al servicio de Cristo, entregándose a varias actividades apostólicas… A pesar de todo eso, iban sintiendo que algo faltaba en su vida cristiana personal.

Aunque no podían especificar el porqué, cada uno reconocía que había un cierto vacío, una falta de dinamismo, una debilidad espiritual en sus oraciones y actividades. Era como si su vida cristiana dependiera demasiado de sus propios esfuerzos, como si avanzaran bajo su propio poder y motivados por su propia voluntad… Decidieron hacer un compromiso: cada día orarían unos por otros con la Secuencia de la Misa dePentecostés:"Ven Espíritu Divino…"

Corría el mes de febrero de 1967 cuando vieron sus deseos realizados al recibir una nueva efusión del Espíritu Santo.

La Renovación Carismática o Renovación en el Espíritu Santo había nacido. Todo comenzó con una chispa en Pittsburgh, a partir de agosto de 1966. Gracias a la fuerza incontenible del Espíritu, esa chispa se ha propagado como incendio sobre paja y ha invadido los cinco continentes. En 1992, Veinticinco años después, se calcula que más de 10 millones de católicos se reúnen semanalmente en grupos de oración alrededor de todo el mundo. De oriente a occidente y de norte a sur se proclama con el poder del Espíritu, que Jesús está vivo, que es el Señor, que está en medio de nosotros, que nos derrama su Espíritu Santo y que con Él glorificamos al Padre de los cielos.

La Renovación en el Espíritu Santo, como corriente de gracias, suscitada por el Espíritu Santo en la Iglesia de nuestros días, existe y vive para la Iglesia y en la Iglesia, de ahí la comunión estrecha con sus legítimos Pastores y el deseo de servir unidos a ellos para la renovación de las Comunidades Católicas. La Renovación pues, se sitúa en la Iglesia; en el mismo corazón de la Iglesia.

FINALIDAD DE LA RENOVACIÓN

El Espíritu ha suscitado esta renova-ción para fortalecer y servir a la misión de la misma Iglesia: "evangelizar con el poder del Espíritu Santo", equipándola con los carismas que le son necesarios.

La Renovación dejará de ser cuando toda la Iglesia haya sido renovada y viva plenamente la nueva vida que Cristo ofrece.

¿QUÉ ES LA EFUSIÓN DEL ESPÍRITU SANTO?

La Efusión del Espíritu Santo NO es un Sacramento. Es sencillamente la actualización de los Sacramentos de la iniciación cristiana. Es una gracia para "liberar" en nosotros -en oración- al Espíritu Santo que desde nuestro bautismo hemos recibido, de modo que tome la dirección de nuestra vida, transformándonos desde lo profundo. Es en otras palabras una experiencia de Pentecostés a nivel personal, donde se da el encuentro con Jesús vivo, recibiendo comúnmente la capacidad del uso de los carismas. Es decir, dones gratuitamente dados por el Espíritu Santo a los creyentes, para la edificación de la Comunidad Cristiana, para el bien de los demás y para potenciar la evangelización.


¿COMO TENER LA EXPERIENCIA DE LA EFUSIÓN DEL ESPÍRITU SANTO?

No se necesita nada especial, ni ningún lugar particular para la efusión del Espíritu Santo, pero una manera eficaz de prepararse para ello es participar en un Retiro de Renovación Espiritual o en los Seminarios de Vida en el Espíritu Santo. Estos son instrumentos a través de los cuales el Señor va realizando su plan de salvación en muchas personas en la Renovación Carismática.

Esta experiencia está al alcance de toda persona que sinceramente lo desee y tenga la conciencia de que necesita ser renovada por el poder del Espíritu Santo.

"…dice Dios, derramaré mi Espíritu sobre toda la humanidad" (Hch.2,17).

¿QUÉ ES UN GRUPO DE ORACIÓN?

Es una reunión de creyentes que se reúnen con regularidad para alabar, dar gracias, gloria y honor a Cristo Jesús como Señor y Salvador. Jesús mismo es el centro de estas reuniones de oración, donde al impulso del Espíritu se alaba a Dios, se acoge la Palabra de Dios, se canta al Señor, y experimentamos el amor de Dios actuando en medio del grupo a través de los carismas. Testimonios, compartir de hermanos, docilidad al Espíritu, apertura y entrega al Señor son elementos normales de estas reuniones de oración.

María Dentro de la Iglesia de Jerusalén en los Días de Pentecostés





En Hechos 1.14 Lucas es puntual en decirnos que después de la ascensión de Jesús "todos ellos [o sea, los once apóstoles] perseveraban unánimes en la oración con las mujeres y con María, la madre de Jesús, y con sus hermanos". Es muy significativo que, además de los apóstoles (v. 13), se recuerde solamente a la Virgen con su nombre propio (María), acompañado de su máximo titulo funcional (la madre de Jesús). Pero ella no está separada del resto de la iglesia. Aunque tuvo una misión excepcional y única, María está en la iglesia y con la iglesia apostólica de Jerusalén, madre de todas las iglesias cristianas. Poco después, Pedro recordará que Judas "guió a los que prendieron a Jesús" (v. 16). El recuerdo de esa defección, a la que siguió luego la del mismo Pedro (Lc 22,34.54-62), hace también de la comunidad de Jerusalén un cenáculo de misericordia, de perdón: María está rodeada de los que abandonaron al Maestro en la hora de las tinieblas (cf Lc 22,53). Esta reflexión no constituye el punto focal de la narración de Lucas. Pero tampoco podría decirse totalmente extraña a ella. Una tenue sugerencia en su favor puede verse en el discurso de Pedro para la sustitución de Judas (He 1,15-22) y en la negación del mismo apóstol, tal como nos lo narra también el tercer evangelio (Lc 22,34.54-62).

Realmente Lucas, desde el primer capítulo de los Hechos, polariza la atención en el tema del testimonio que hay que rendir del Señor Jesús. En este horizonte también la presencia de María tiene una finalidad perfectamente comprensible. Lo señalaremos articulando nuestra exposición en tres cuestiones relativas a su persona en He 1,14.

a) Los destinatarios del don del Espíritu en pentecostés. Empecemos por preguntarnos: ¿quienes son esos todos reunidos juntos el día de pentecostés (He 2,1), investidos del soplo del Espíritu que los capacitó para promulgar en otras lenguas las grandes obras de Dios (He 2,4.11)? Este interrogante afecta también a la figura de María: ¿hemos de contarla o no entre aquellos todos?

Los componentes de la comunidad jerosolimitana, aquella mañana de pentecostés, podrían ser: el colegio apostólico, mencionado inmediatamente antes para la elección de Matías en lugar de Judas (He 1,1526); o los 120 hermanos que se recuerdan en He 1,15 70, o bien los tres grupos especificados en los vv. 13-14: los apóstoles (aún en número de once), las mujeres (probablemente las señaladas por Lc 8,2-3 23,55-56 24,1-11), María madre de Jesús y sus hermanos.

NU/120-HERMANOS: La mayor parte de los autores está por los 120 hermanos que representan a todos los miembros de la iglesia de Jerusalén, reunida en torno a los doce. El mismo Lucas ofrece indicios válidos para esta opción. En efecto: 1) según Lc 24, Jesús resucitado promete la efusión del Espíritu (v. 49) a los once y a cuantos estaban con ellos (v. 33); 2) la profecía de Joel, invocada por Pedro para hacer la exégesis del acontecimiento, anunciaba una efusión del Espíritu sobre toda carne (persona): hijos e hijas, jóvenes y ancianos, siervos y siervas (He 2,17-18); 3) en su discurso Pedro explica también que el don del Espíritu sería recibido por todos los que se arrepintiesen y pidieran el bautismo en el nombre de Jesucristo (He 2,38). Y las personas que acogieron la palabra de Pedro fueron "unos tres mil" (v. 41).

Así pues, si el Espíritu se concedió a todos los recién convertidos en tan gran número, sería poco congruente pensar que ese mismo don no bajase sobre todos los 120 que creían ya en Jesús.

b) Pentecostés y testimonio. En el cuadro de la doctrina lucana, el Espíritu prometido por Jesús resucitado iba ordenado a una finalidad muy concreta, es decir, al testimonio. En efecto, decía Jesús: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en SaMaría y hasta los confines de la tierra" (He 1,8).

Revestidos de la fuerza del Espíritu Santo (I c 24,49), los once y los que había con ellos (Lc 24,33.36) estarán en disposición de dar testimonio (Lc 24,48) de los acontecimientos de la historia de la salvación, que culminan en Jesús. En concreto: que el Cristo tenía que padecer y resucitar el tercer día (v. 46b); que en su nombre se predicaría a todos los pueblos la conversión y el perdón de los pecados, empezando por Jerusalén (v. 47); que todas esas cosas estaban anunciadas de antemano sobre él en las Escrituras (vv. 45.46a) y que, por tanto, todo aquello tenía que cumplirse (vv. 44b.46b).

El Espíritu Santo, decían los oráculos de los profetas, habría hecho de Israel un pueblo de testigos (Is 43,10.12.21;44,3.8;Jl 3,1-2). Con la efusión pentecostal del Espíritu, enviado por Jesús resucitado (He 2,32-33), esa efusión se convirtió en herencia de "toda la casa de Israel" (cf He 2,36), que es ahora la iglesia de Cristo (cf He 20,28).

Por ello los que formaban parte de la iglesia de Jerusalén (los apóstoles, las mujeres, María y los hermanos de Jesús), después de que todos se llenaron del Espíritu (He 2,14a), se hicieron idóneos para dar testimonio del Señor Jesús, cada uno según su disposición. Desde aquel día también María se vio plenamente iluminada por el Espíritu sobre todo lo que había hecho y dicho Jesús. Desde entonces es razonable pensar que ella comenzó a derramar sobre la iglesia los tesoros que hasta entonces había tenido encerrados en el archivo de sus meditaciones sapienciales. Así también la Virgen se convirtió en testigo de las cosas vistas y oídas (cf Lc 1,2).

Comenta X. Pikaza: "Ella dio testimonio del nacimiento de Jesús, del camino de su infancia; Jesús no habría sido acogido por la iglesia en la integridad de su ser hombre si le hubiera faltado el testimonio vivo de una madre que lo había engendrado y criado. Dentro de la iglesia, María es una parte de Jesús… Hay algo que ni los apóstoles ni las mujeres ni los hermanos habrían podido atestiguar. Le corresponde a María consignar esa palabra única e insustituible al misterio de la iglesia. Por eso aparece ella en He I,14" (María y el Espíritu Santo… ).

El tiempo de la Iglesia: Pentecostés





Hablar de Pentecostés y del Espíritu Santo es hablar de la Iglesia, pues los Apóstoles comenzaron a cumplir la misión que Cristo les confió el mismo día de Pentecosté

Pentecostés constituye la fase de manifestación y promulgación de la Iglesia.

Los Apóstoles comenzaron a cumplir la misión que Cristo les confió el mismo día de Pentecostés, con éxito tan admirable que San Pedro convierte ese día a 3,000 personas con su primera predicación (cfr. Act, 2, 41), y más adelante a 5,000 con la segunda (cfr. Act. 4, 4).

Luego los Apóstoles se esparcieron por todo el mundo, e iban fundando comunidades cristianas donde predicaban. Estas comunidades eran regidas por Obispos consagrados por ellos, y estaban unidas entre sí por una misma fe, unos mismos sacramentos y un mismo jefe común: San Pedro y sus sucesores.

Pentecostés constituye la fase de manifestación y promulgación de la Iglesia.

"La Iglesia que Cristo ha fundado en si mismo por su pasión sufrida por nosotros, la funda ahora en nosotros y en el mundo mediante el envío de su Espíritu" (Yves Congar, Esquisses du inystere de l"Eglise, p. 24).

Es esencialmente, un misterio de culminación (cfr. Act. 2, 32-33): consumado definitivamente el Sacrificio de Cristo y conseguida la salvación, se completa ahora el misterio con su universalización y su comunicación a los hombres.

"¿Dónde comenzó la Iglesia de Cristo? Allí donde el Espíritu Santo bajó del cielo y llenó a 120 residentes un solo lugar" (San Agustín, In Ep. Ioa. ad Parthos)

Sunday, April 12, 2015

El Poder Sanador de la Eucaristía



Cuando recibimos la Eucaristía, son varios los efectos que se producen en nuestra alma. Estos efectos son consecuencia de la unión íntima con Cristo. Él se ofrece en la Misa al Padre para obtenernos por su sacrificio todas las gracias necesarias para los hombres, pero la efectividad de esas gracias se mide por el grado de las disposiciones de quienes lo reciben, y pueden llegar a frustrarse al poner obstáculos voluntarios al recibir el sacramento.

Por medio de este sacramento, se nos aumenta la gracia santificante. Para poder comulgar, ya debemos de estar en gracia, no podemos estar en estado de pecado grave, y al recibir la comunión esta gracia se nos acrecienta, toma mayor vitalidad. Nos hace más santos y nos une más con Cristo. Todo esto es posible porque se recibe a Cristo mismo, que es el autor de la gracia. 

Nos otorga la gracia sacramental propia de este sacramento, llamada nutritiva, porque es el alimento de nuestra alma que conforta y vigoriza en ella la vida sobrenatural.

Por otro lado, nos otorga el perdón de los pecados veniales. Se nos perdonan los pecados veniales, lo que hace que el alma se aleje de la debilidad espiritual.


Necesidad

Para todos los bautizados que hayan llegado al uso de razón este sacramento es indispensable. Sería ilógico, que alguien que quiera obtener la salvación, que es alcanzar la verdadera unión íntima con Cristo, no tuviera cuando menos el deseo de obtener aquí en la tierra esa unión que se logra por medio de la Eucaristía. 

Es por esto que la Iglesia nos manda a recibir este sacramento cuando menos una vez al año como preparación para la vida eterna. Aunque, este mandato es lo menos que podemos hacer, se recomienda comulgar con mucha frecuencia, si es posible diariamente.

Ministro y Sujeto

Únicamente el sacerdote ordenado puede consagrar, convertir el pan el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sólo él está autorizado para actuar en nombre de Cristo. Fue a los Apóstoles a quienes Cristo les dió el mandato de “Hacer esto en memoria mía”, no se lo dió a todos los discípulos. (Cfr. Lc. 22,).

Esto fue declarado en el Concilio de Letrán, en respuesta a la herejía de los valdenses que no aceptaban la jerarquía y pensaban que todos los fieles tenían los mismos poderes. Fue reiterado en Trento, al condenar la doctrina protestante que no hacía ninguna diferencia entre el sacerdocio ministerial y el sacerdocio de los fieles.

Los que han sido ordenados diáconos, entre sus funciones, está la de distribuir las hostias consagradas, pero no pueden consagrar. Actualmente, por la escasez de sacerdotes, la Iglesia ha visto la necesidad de que existan los llamados, ministros extraordinarios de la Eucaristía. La función de estos ministros es de ayudar a los sacerdotes a llevar la comunión a los enfermos y a distribuir la comunión en la Misa.

Todo bautizado puede recibir la Eucaristía, siempre que se encuentre en estado de gracia, es decir, sin pecado mortal. Haya tenido la preparación necesaria y tenga una recta intención, que no es otra cosa que, tener el deseo de entrar en unión con Cristo, no comulgar por rutina, vanidad, compromiso, sino por agradar a Dios. 

Los pecados veniales no son un impedimento para recibir la Eucaristía. Ahora bien, es conveniente tomar conciencia de ellos y arrepentirse. Si es a Cristo al que vamos a recibir, debemos tener la delicadeza de estar lo más limpios posibles.

En virtud de que la gracia producida, “ex opere operato”, depende de las disposiciones del sujeto que la va a recibir, es necesaria una buena preparación antes de la comunión y una acción de gracias después de haberla recibido. Además del ayuno eucarístico, una hora antes de comulgar, la manera de vestir, la postura, etc. en señal de respeto a lo que va a suceder.

Lupita Venegas.

ORACIÓN POR LA SANTIDAD



«Aún antes de la fundación del mundo Dios nos había escogido para que fuéramos suyos a través de nuestra unión con Cristo, así podríamos ser santos e inmaculados delante de Él» (Ef 1, 4). Santidad es la característica de Dios. Cualquiera que desee habitar en Él debe ser santo. Es la santa voluntad de Dios que todos seamos santos. (1 Tes 4, 3). Todos los días rezamos «que se haga tu voluntad» y es su voluntad que nosotros seamos santos. Uno que se esfuerza por la perfección cabe esperar que sea perfecto y santo como lo es su Padre Celestial. (Mt 5, 48) . Si uno puede alzar su corazón al Santo Corazón de Jesús, él puede embeber santidad de Él. Nadie puede experimentar a Dios a no ser que esté revestido de santidad. (Mt 5, 8; Heb 12, 14). En todo ser humano hay una sed inherente de experiencia de Dios. (Sal 42, 1-6) Cualquier experiencia solamente es posible cuando se reciben los datos a través de los sentidos. Los sentidos externos tienen sus correspondientes sentidos internos que reciben los datos que son espirituales para tener la experiencia de Dios. Cuando los sentidos están corroídos y manchados por pecados, ellos no pueden recibir tales datos. Por lo tanto uno debe de lavar sus sentidos y su corazón en la preciosa Sangre de Jesús y pedir al Espíritu Santo que los llene con la santidad de Dios. (Heb 9, 14) 


Oración

(Cerrando tus ojos interiores puedes contemplar el Corazón de Jesús, maltratado y herido, y levantando en fe tu mano derecha, puedes sumergirla en la Sangre que mana de él, y señala cada parte de tu cuerpo especialmente el corazón y los sentidos con el signo de la cruz. La Sangre de Cristo está disponible para todos aquellos que creen. (Rom 3, 25). Así como los israelíes marcaron las puertas de sus casas con sangre y se protegieron a sí mismos, tú puedes en fe marcar todo lo que tú quieras con las Sangre de Cristo, tu hogar, tu coche, tu tienda, los libros que lees, los utensilios, etc.)

Oh Jesús crucificado por mis pecados, ahora yo vengo a los pies de la Cruz y contemplando tu sagrado Corazón de donde fluye sangre y agua, humildemente te pido que laves mi corazón y sentidos para que yo pueda experimentar tu amor sin medida, y alcanzar la santidad de vida que Tú tanto deseas. Siento profundamente haberme manchado con diversos pecados en mi vida pasada. Uniendo todas mis pequeñas tristezas y sufrimientos con tus agudísimos sufrimientos en la cruz, yo expío por mis pecados. Oh Jesús, mi dulce Salvador, al rendirme a Ti, te expreso mi gran deseo de llegar a Ti más íntimamente para ver tu cara con mis ojos, oír tu voz a través de mis oídos, oler la dulce fragancia de tu divinidad y probar tu precioso amor y por tanto tener una experiencia personal completa de tu presencia. Oh Señor, déjame tocar tus santas heridas con mis manos (hacerlo) marcando y ungiendo cada parte de mi mismo para que pueda ser plenamente protegido de todo mal y de todo daño. Oh Espíritu Santo, ven a mí y habita en mí con la presencia de Jesús y del Padre para que pueda ser santo y sin mancha con todos los santos en el cielo. Amén

(Repetidamente puedes decir «Espíritu Santo, Señor, santifícame» y alabar y agradecer al Señor por un tiempo considerablemente largo, experimentando la presencia de Jesús dentro de ti. Si lo haces seriamente, con seguridad te sentirás sumergido en la santidad de Dios). 

Puedes leer los siguientes pasajes bíblicos: 
Sal 51, 1-19; Mat 5, 1-48; Ef 4, 1-32; Col 2, 1-23

Sunday, April 5, 2015

Cristo Ha Resucitado! Aleluya!



1º Carta a los Corintios, 15

1. Quiero recordarles, hermanos, la Buena Nueva que les anuncié. Ustedes la recibieron y perseveran en ella,

2. y por ella se salvarán si la guardan tal como yo se la anuncié, a no ser que hayan creído cosas que no son.

3. En primer lugar les he transmitido esto, tal como yo mismo lo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, como dicen las Escrituras;

4. que fue sepultado; que resucitó al tercer día, también según las Escrituras;

5. que se apareció a Pedro y luego a los Doce.

6. Después se dejó ver por más de quinientos hermanos juntos, algunos de los cuales ya han entrado en el descanso, pero la mayoría vive todavía.

7. Después se le apareció a Santiago, y seguidamente a todos los apóstoles.

8. Y se me apareció también a mí, iba a decir al aborto, el último de todos.

9. Porque yo soy el último de los apóstoles y ni siquiera merezco ser llamado apóstol, pues perseguí a la Iglesia de Dios.

10. Sin embargo, por la gracia de Dios soy lo que soy y el favor que me hizo no fue en vano; he trabajado más que todos ellos, aunque no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo.

11. Pues bien, esto es lo que predicamos tanto ellos como yo, y esto es lo que han creído.

12. Ahora bien, si proclamamos un Mesías resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos ahí que no hay resurrección de los muertos?

13. Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó.

14. Y si Cristo no resucitó, nuestra predicación no tiene contenido, como tampoco la fe de ustedes.

15. Con eso pasamos a ser falsos testigos de Dios, pues afirmamos que Dios resucitó a Cristo, siendo así que no lo resucitó, si es cierto que los muertos no resucitan.

16. Pues si los muertos no resucitan, tampoco Cristo pudo resucitar.

17. Y si Cristo no resucitó, de nada les sirve su fe: ustedes siguen en sus pecados.

18. Y, para decirlo sin rodeos, los que se durmieron en Cristo están totalmente perdidos.

19. Si nuestra esperanza en Cristo se termina con la vida presente, somos los más infelices de todos los hombres.

20. Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, siendo él primero y primicia de los que se durmieron.

21. Un hombre trajo la muerte, y un hombre también trae la resurrección de los muertos.

22. Todos mueren por estar incluidos en Adán, y todos también recibirán la vida en Cristo.

23. Pero se respeta el lugar de cada uno: Cristo es primero, y más tarde le tocará a los suyos, cuando Cristo nos visite.

24. Luego llegará el fin. Cristo entregará a Dios Padre el Reino después de haber desarmado todas las estructuras, autoridades y fuerzas del universo.

25. Está dicho que debe ejercer el poder hasta que haya puesto a todos sus enemigos bajo sus pies,

26. y el último de los enemigos sometidos será la muerte.

27. Dios pondrá todas las cosas bajo sus pies. Todo le será sometido; pero es evidente que se excluye a Aquel que le somete el universo.

28. Y cuando el universo le quede sometido, el Hijo se someterá a Aquel que le sometió todas las cosas, para que en adelante, Dios sea todo en todos.

29. Pero, díganme, ¿qué buscan esos que se hacen bautizar por los muertos? Si los muertos de ningún modo pueden resucitar, ¿de qué sirve ese bautismo por ellos?

30. Y nosotros mismos, ¿para qué arriesgamos continuamente la vida?

31. Sí, hermanos, porque todos los días estoy muriendo, se lo juro por ustedes mismos que son mi gloria en Cristo Jesús nuestro Señor.

32. Si no hay más que esta existencia, ¿de qué me sirve haber luchado contra leones en Efeso, ? Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos.

33. No se dejen engañar: las doctrinas malas corrompen las buenas conductas.

34. Despiértense y no pequen: de conocimiento de Dios algunos de ustedes no tienen nada, se lo digo para su vergüenza.

35. Algunos dirán: ¿Cómo resurgen los muertos? ¿Con qué clase de cuerpo vuelven?

36. ¡Necio! Lo que tú siembras debe morir para recobrar la vida.

37. Y lo que tú siembras no es el cuerpo de la futura planta, sino un grano desnudo, ya sea de trigo o de cualquier otra semilla.

38. Dios le dará después un cuerpo según lo ha dispuesto, pues a cada semilla le da un cuerpo diferente.

39. Hablamos de carne, pero no es siempre la misma carne: una es la carne del hombre, otra la de los animales, otra la de las aves y otra la de los peces.

40. Y si hablamos de cuerpos, el resplandor de los «cuerpos celestes» no tiene nada que ver con el de los cuerpos terrestres.

41. También el resplandor del sol es muy diferente del resplandor de la luna y las estrellas, y el brillo de una estrella difiere del brillo de otra.

42. Lo mismo ocurre con la resurrección de los muertos. Se siembra un cuerpo en descomposición, y resucita incorruptible.

43. Se siembra como cosa despreciable, y resucita para la gloria. Se siembra un cuerpo impotente, y resucita lleno de vigor.

44. Se siembra un cuerpo animal, y despierta un cuerpo espiritual. Pues si los cuerpos con vida animal son una realidad, también lo son los cuerpos espirituales.

45. Está escrito que el primer Adán era hombre dotado de aliento y vida; el último Adán, en cambio, será espíritu que da vida.

46. La vida animal es la que aparece primero, y no la vida espiritual; lo espiritual viene después.

47. El primer hombre, sacado de la tierra, es terrenal; el segundo viene del cielo.

48. Los de esta tierra son como el hombre terrenal, pero los que alcanzan el cielo son como el hombre del cielo.

49. Y del mismo modo que ahora llevamos la imagen del hombre terrenal, llevaremos también la imagen del celestial.

50. Entiéndanme bien, hermanos: lo que es carne y sangre no puede entrar en el Reino de Dios. En la vida que nunca terminará no hay lugar para las fuerzas de descomposición.

51. Por eso les enseño algo misterioso: aunque no todos muramos, todos tendremos que ser transformados

52. cuando suene la última trompeta. Será cosa de un instante, de un abrir y cerrar de ojos. Al toque de la trompeta los muertos resucitarán como seres inmortales, y nosotros también seremos transformados.

53. Porque es necesario que nuestro ser mortal y corruptible se revista de la vida que no conoce la muerte ni la corrupción.

54. Cuando nuestro ser corruptible se revista de su forma inalterable y esta vida mortal sea absorbida por la immortal, entonces se cumplirá la palabra de la Escritura: ¡Qué victoria tan grande! La muerte ha sido devorada.

55. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?

56. El aguijón de la muerte es el pecado, y la Ley lo hacía más poderoso.

57. Pero demos gracias a Dios que nos da la victoria por medio de Cristo Jesús, nuestro Señor.1

58. Así, pues, hermanos míos muy amados, manténganse firmes y no se dejen conmover. Dedíquense a la obra del Señor en todo momento, conscientes de que con él no será estéril su trabajo.