Conocer a Jesús es lo mejor que me ha pasado. Les voy a contar la historia.
Nací y crecí en una familia católica, pero en realidad al principio no me gustaba buscar de Dios. De adolescente, me daba pereza ir a los grupos, las misas y todo lo referente a la religión. Mis padres siempre me hablaban de un encuentro personal con Jesús y del inmenso amor de Dios, y yo pensaba: “Claro, si Dios existe, nos debe amar”, pero nunca había experimentado su amor y su presencia cercana.
En aquella época, como aún no seguía los caminos del Señor, empezaron las fiestas, la parranda, la bebida, el cigarrillo, el juego, los casinos, el ocio y lo demás, todo lo que ofrece la sociedad de consumo y las malas amistades. Cada vez yo me alejaba más de Dios y de los valores que mi familia me había enseñado.
Recuerdo incluso que los compañeros de la universidad me ofrecían drogas, vicios y hasta negocios ilícitos. En ese momento empecé a preguntarme: ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿A dónde voy a llegar si sigo por este camino? Porque el peligro iba creciendo en este ambiente: las propuestas de afectividad y sexualidad ilícita y sin amor, sin responsabilidad y yo recordaba siempre los valores católicos que desde niño me habían enseñado. No me atrevía a entrar en ese mundo, pero tampoco estaba buscando a Dios.