Sunday, March 10, 2013

CARTA DE UN ENFERMO

 

De una carta de Luigi Rocci (11 de febrero de 1974)

[El autor tiene introducido el proceso
de canonización]

El sábado pensaba en una frase de Vittorio De Sica: “El sufrimiento enriquece siempre, como la alegría”. Por la experiencia que tengo yo del sufrimiento, experiencia larga –dado que con este mal despiadado he nacido y pronto me redujo a la total inmovilidad con progresión muy dolorosa– puedo decir que el sufrimiento es una revelación, te lleva a ver más allá de las cosas, te descubre valores esenciales, eternos, de la vida. Sobre todo te hace sentir que eres nada y que lo que te da realidad es el gran amor de Dios por ti y por toda creatura.
He sufrido y sufro mucho. Pero siempre he sentido y siento una presencia que me dice: “¡coraje! Yo estoy contigo”. Y mi ánimo, ante aquella presencia, ante aquella silenciosa voz, queda invadido por un gozo misterioso, total. En aquella voz uno se pierde y reza: ¡Señor, quédate conmigo, no te vayas nunca! Y sientes que aquella presencia te dice: “No temas, no te dejo nunca. Tú estás en mí y mí encontrarás descanso y gozo”. Entonces te viene como un estupor, y prorrumpe en ti una alegría que te envuelve, y sientes decir las palabras del Apocalipsis: Yo estoy a la puerta y llamo. Si uno escucha mi voz y me abre yo entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo. ¡Cómo es de maravillosa la amistad de Dios! ¡Su amor es transformador!

Mensaje a Los Enfermos

(P. Marcos Pizzariello)

Quisiera ahora llegar, por medio de estas líneas, a todos los que están sufriendo de alguna manera, para decirles que la única solución a su problema, es la fe vivida intensamente, con todas sus vibrantes y vivificantes consecuencias.
No es fácil saber sufrir cuando se tiene una fe lánguida; es imposible cuando se cree que los límites de la vida terminan definitivamente en la tumba. Sólo cuando se tiene una perspectiva de eternidad, sólo cuando se enfocan todas las vicisitudes de la existencia con una visión sobrenatural, el misterio del dolor humano tiene sentido.

EL DOLOR SALVÍFICO


BIENAVENTURADOS LOS MISERICORDIOSOS

Cuando el ángel se apareció a la Virgen para anunciarle que iba a ser Madre de Jesús, también le dijo que su prima Isabel estaba esperando un hijo: Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios (Lc 1,36-37). Isabel era ya anciana, por eso la Virgen, apenas oyó lo que el ángel le dijo, se puso en camino para ayudarla: María se levantó y se fue con prontitud...; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa (Lc 1,39-40.56).
Hermoso es el ejemplo que nos da la Virgen: el ángel no le manda que vaya a casa de Isabel; éste era un viaje largo y pesado para aquellos tiempos, pues había que hacerlo en asno, aprovechando alguna de las caravanas que pasaban por aquellos lugares. Exigía mucho sacrificio. Pero María no duda ni necesita que le digan nada; su corazón es generoso y propenso a las obras de misericordia.

En esto María es modelo de todos los cristianos. Jesucristo nos ha enseñado que seremos juzgados por nuestras obras de misericordia: Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los de su derecha: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme”. Entonces los justos le responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?”. Y el Rey les dirá: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”. Entonces dirá también a los de su izquierda: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis”. Entonces dirán también éstos: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?”. Y Él entonces les responderá: “En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo”. E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna (Mt 25,31-46).

Sunday, March 3, 2013

La Oración Personal

 


   En la oración personal se habla con Dios como en la conversación que se tiene con un amigo, sabiéndolo presente, siempre atento a lo que decimos, oyéndonos y contestando. Es en esta conversación íntima, como la que ahora intentamos mantener con Dios, donde abrimos nuestra alma al Señor, para adorar, dar gracias, pedirle ayuda, para profundizar en las enseñanzas divinas.


I. Muchos pasajes del Evangelio muestran a Jesús que se retiraba y quedaba a solas para orar. Era una actitud habitual del Señor, especialmente en los momentos más importantes de su ministerio público. ¡Cómo nos ayuda contemplarlo! La oración es indispensable para nosotros, porque si dejamos el trato con Dios, nuestra vida espiritual languidece poco a poco. En cambio, la oración nos une a Dios, quien nos dice: Sin Mí, no podéis hacer nada (Juan 15, 5). Conviene orar perseverantemente (Lucas 18, 1), sin desfallecer nunca. Hemos de hablar con Él y tratarle mucho, con insistencia, en todas las circunstancias de nuestra vida, sabiendo que verdaderamente Él nos ve y nos oye. Además, ahora, durante este tiempo de Cuaresma, vamos con Jesucristo camino de la Cruz, y “sin oración, ¡qué difícil es acompañarle!” (SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino). Quizá sea la necesidad de la oración, junto con la de vivir la caridad, uno de los puntos en los que el Señor insistió más veces en su predicación.

II. En la oración personal se habla con Dios como en la conversación que se tiene con un amigo, sabiéndolo presente, siempre atento a lo que decimos, oyéndonos y contestando. Es en esta conversación íntima, como la que ahora intentamos mantener con Dios, donde abrimos nuestra alma al Señor, para adorar, dar gracias, pedirle ayuda, para profundizar en las enseñanzas divinas. Nunca puede ser una plegaria anónima, impersonal, perdida entre los demás, porque Dios, que ha redimido a cada hombre, desea mantener un diálogo con cada uno de ellos: un diálogo de una persona concreta con su Padre Dios. “Me has escrito: “orar es hablar con Dios. Pero ¿de qué? -¿De qué? De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias... ¡flaquezas! : y hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y desagravio. En dos palabras: conocerle y conocerte: ¡tratarse!”

III. Hemos de poner los medios para hacer nuestra oración con recogimiento, luchando con decisión contra las distracciones, mortificando la imaginación y la memoria. En el lugar más adecuado según nuestras circunstancias; siempre que sea posible, ante el Señor en el Sagrario. Nuestro Ángel Custodio nos ayudará; lo importante es no querer estar distraídos y no estarlo voluntariamente. Acudamos a la Virgen que pasó largas horas mirando a Jesús, hablando con Él, tratándole con sencillez y veneración. Ella nos enseñará a hablar con Jesús.

El Amor de Dios





I. Dios nos hace saber de muchas maneras que nos ama, que nunca se olvida de nosotros, pues nos lleva escritos en su mano para tenernos siempre a la vista (Isaías 49, 15-17). Jamás podremos imaginar lo que Dios nos ama: nos redimió con su Muerte en la Cruz, habita en nuestra alma en gracia, se comunica con nosotros en lo más íntimo de nuestro corazón, durante estos ratos de oración y en cualquier momento del día. Cuando contemplamos al Señor en cada una de las escenas del Vía Crucis es fácil que desde el corazón se nos venga a los labios el decir: “¿Saber que me quieres tanto, Dios mío, y... no me he vuelto loco?”

II. Dios nos ama con amor personal e individual. Jamás ha dejado de amarnos, ni siquiera en los momentos de mayor ingratitud por nuestra parte o cuando cometimos los pecados más graves. Su atención ha sido constante en todas las circunstancias y sucesos, y está siempre junto a nosotros: Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo (Mateo 28, 20), hasta el último instante de nuestra vida. ¡Tantas veces se ha hecho el encontradizo! En la alegría y en el dolor. Como muestra de amor nos dejó los sacramentos, “canales de la misericordia divina”. Nos perdona en la Confesión y se nos da en la Sagrada Eucaristía. Nos ha dado a su Madre por Madre nuestra. También nos ha dado un Ángel para que nos proteja. Y Él nos espera en el Cielo donde tendremos una felicidad sin límites y sin término. Pero amor con amor se paga. Y decimos con Francisca Javiera: “Mil vidas si las tuviera daría por poseerte, y mil... y mil... más yo diera... por amarte si pudiera... con ese amor puro y fuerte con que Tú siendo quien eres... nos amas continuamente” (Decenario al Espíritu Santo).

III. Dios espera de cada hombre una respuesta sin condiciones a su amor por nosotros. Nuestro amor a Dios se muestra en las mil incidencias de cada día: amamos a Dios a través del trabajo bien hecho, de la vida familiar, de las relaciones sociales, del descanso... Todo se puede convertir en obras de amor. Cuando correspondemos al amor a Dios los obstáculos se vencen; y al contrario, sin amor hasta las más pequeñas dificultades parecen insuperables. El amor a Dios ha de ser supremo y absoluto. Dentro de este amor caben todos los amores nobles y limpios de la tierra, según la peculiar vocación recibida, y cada uno en su orden. La señal externa de nuestra unión con Dios es el modo como vivimos la caridad con quienes están junto a nosotros. Pidámosle hoy a la Virgen que nos enseñe a corresponder al amor de su Hijo, y que sepamos también amar con obras a sus hijos, nuestros hermanos.

La Oración de Petición

  Jesús nos oye siempre: también cuando parece que calla. Quizá es entonces cuando más atentamente nos escucha; quiere que le pidamos confiadamente, sin desánimo, con fe. Pero no basta pedir; hay que hacerlo con perseverancia, para que la constancia alcance lo que no pueden nuestros méritos.

I. Pedir y dar; eso es la mayor parte de nuestra vida y de nuestro ser. Al pedir nos reconocemos necesitados. Al dar podemos ser conscientes de la riqueza sin término que Dios ha puesto en nuestro corazón. Lo mismo nos ocurre con Dios. Gran parte de nuestras relaciones con Él están definidas por la petición; el resto, por el agradecimiento. Pedir nos hace humildes. Además, damos a nuestro Dios la oportunidad de mostrarse como Padre. No pedimos con egoísmo, ni llenos de soberbia, ni con avaricia, ni por envidia. Debemos examinar en la presencia los verdaderos motivos de nuestra petición. Le preguntaremos en la intimidad de nuestra alma si eso que hemos solicitado nos ayudará a amarle más y a cumplir mejor su Voluntad. La primera condición de toda petición eficaz es conformar primero nuestra voluntad con la Voluntad de Dios, y así habremos dado un paso muy importante en la virtud de la humildad.

II. Jesús nos oye siempre: también cuando parece que calla. Quizá es entonces cuando más atentamente nos escucha; quiere que le pidamos confiadamente, sin desánimo, con fe. Pero no basta pedir; hay que hacerlo con perseverancia, sin cansarnos, para que la constancia alcance lo que no pueden nuestros méritos. Dios ha previsto todas las gracias y ayudas que necesitamos, pero también ha previsto nuestra oración. Pedid y se os dará... llamad y se os abrirá. Y recordamos ahora nuestras muchas necesidades personales y las de aquellas personas que viven cerca de nosotros. No nos abandona el Señor.


El Vía Crucis

1. Primera estación
† Jesús es condenado injustamente.
Todos: Te adoramos Cristo y te bendecimos, que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Meditación:
Padre nuestro, Avemaría y Gloria Patri.

2. Segunda estación
† Jesús con la cruz a cuesta
Todos: Te adoramos Cristo y te bendecimos, que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Meditación:
Padre nuestro, Avemaría y Gloria Patri.

3. Tercera estación
† Jesús cae a tierra por primera vez
Todos: Te adoramos Cristo y te bendecimos, que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Meditación:
Padre nuestro, Avemaría y Gloria Patri.

4. Cuarta estación
† Jesús se encuentra su Madre la Virgen Maria
Todos: Te adoramos Cristo y te bendecimos, que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Meditación:
Padre nuestro, Avemaría y Gloria Patri.

5. Quinta estación
† Simón, el Cirineo, Ayuda a Jesús a llevar la cruz
Todos: Te adoramos Cristo y te bendecimos, que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Meditación:
Padre nuestro, Avemaría y Gloria Patri.

6. Sexta estación
† Verónica limpia el rostro de Jesús
Todos: Te adoramos Cristo y te bendecimos, que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Meditación:
Padre nuestro, Avemaría y Gloria Patri.

7. Séptima estación
† Jesús cae a tierra por segunda vez
Todos: Te adoramos Cristo y te bendecimos, que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Meditación:
Padre nuestro, Avemaría y Gloria Patri.

8. Octava estación
† Jesús se encuentra con unas mujeres que lloran por el
Todos: Te adoramos Cristo y te bendecimos, que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Meditación:
Padre nuestro, Avemaría y Gloria Patri.

9. Novena estación
† Jesús cae a tierra por tercera vez
Todos: Te adoramos Cristo y te bendecimos, que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Meditación:
Padre nuestro, Avemaría y Gloria Patri.

10. Décima estación
† Jesús es despojado de sus vestiduras
Todos: Te adoramos Cristo y te bendecimos, que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Meditación:
Padre nuestro, Avemaría y Gloria Patri.

11. Undécima estación
† Jesús es Clavado en la cruz
Todos: Te adoramos Cristo y te bendecimos, que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Meditación:
Padre nuestro, Avemaría y Gloria Patri.

12. Duodécima estación
† Jesús muere en la cruz
Todos: Te adoramos Cristo y te bendecimos, que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Meditación:
Padre nuestro, Avemaría y Gloria Patri.
13. Treceava estación
† Jesús es bajado de la cruz y colocado en brazos de su Madre
Todos: Te adoramos Cristo y te bendecimos, que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Meditación:
Padre nuestro, Avemaría y Gloria Patri.

14. Catorceava estación
† Jesús es depositado en la tumba
Todos: Te adoramos Cristo y te bendecimos, que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Meditación:
Padre nuestro, Avemaría y Gloria Patri.