Tuesday, January 10, 2017

Oración Por un Enfermo Grave



Seńor Jesucristo,
Redentor de los hombre,
que en tu pasión quisiste
soportar nuestro sufrimiento
y aguantar nuestros dolores.

Te pedimos por nuestro 
(Nombre de la persona enferma);
tu que lo has redimido,
aviva en el la esperanza de su salvación
y conforta su cuerpo y su alma.

Tú que vives y reinas
por los siglos de los siglos

Amén.

Monday, January 9, 2017

CALENDARIOS RELIGIOSOS 2017 PARA IMPRIMIR
















BENDÍCEME, SEÑOR, UN AÑO MÁS


BENDÍCEME, SEÑOR, UN AÑO MÁS



Señor, bendice mis manos para que sepan acariciar sin aprisionar; para que sepan recibir sin poseer, y sostener sin condicionar dar sin calcular Bendice mis ojos para que vean detrás de la superficie; para que no se cierren por el miedo, pero nunca miren con ira; para que todos se sientan seguros por mi modo de mirarles. 

Bendice mis ojos para que miren y vean. Señor, bendice mis oídos para que sepan oír tu voz y perciban claramente el grito de los afligidos; que sepan cerrarse al ruido inútil de la palabrería, y escuchen sin cansancio el silencio de los enmudecidos; Bendice mis oídos para que siempre estén abiertos al que necesita publicar su memoria, su alegría o su dolor Señor, bendice mi boca para que dé testimonio de Ti y no diga nada que hiera o destruya; que sólo pronuncie palabras que siembren y alivien, y no calle nunca los nombres heridos. 

Bendice mi boca para que siempre bendiga y nunca traicione mi propia verdad. Señor, bendice mi corazón para que sea templo vivo de tu Espíritu ; que sepa dar calor y refugio; que sea generoso en perdonar, alegre en compartir, pronto en comprender, y compasivo. Llénalo de nombres de personas queridas, de personas sin nombre y también de otros nombres. 

Bendice, Señor, mis pies para que busquen la Paz y corran tras ella. Que construyan caminos para anunciarte, y eviten los senderos tortuosos que desembocan en la ostentación y la injusticia. Que reconozcan tus pisadas en el caminar de los humildes y respeten las huellas de todo caminante Bendice mis pies para que me los deje lavar y tener parte contigo. Bendíceme, Dios mío, para que puedas disponer de mí con todo lo que soy, con todo lo que tengo. Con todo lo que de Ti he recibido Bendíceme, Señor, en toda tu gente y en todos mis amigos para ti y para todo el año.


 Amén

GRACIAS SEÑOR, POR LA EUCARISTÍA


Gracias Señor, por la Eucaristía


Gracias Señor, porque en la última cena partiste tu pan y vino en infinitos trozos, para saciar nuestra hambre y nuestra sed...

Gracias Señor, porque en el pan y el vino nos entregas tu vida y nos llenas de tu presencia.

Gracias Señor, porque nos amastes hasta el final, hasta el extremo que se puede amar: morir por otro, dar la vida por otro.

Gracias Señor, porque quisistes celebrar tu entrega, en torno a una mesa con tus amigos, para que fuesen una comunidad de amor.

Gracias Señor, porque en la eucaristía nos haces UNO contigo, nos unes a tu vida, en la medida en que estamos dispuestos a entregar la nuestra...

Gracias, Señor, porque todo el día puede ser una preparación para celebrar y compartir la eucaristía...

Gracias, Señor, porque todos los días puedo volver a empezar..., y continuar mi camino de fraternidad con mis hermanos, y mi camino de transformación en ti...

Saturday, December 17, 2016

MEDITACIONES DEL EVANGELIO PARA EL CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO


EXPERIENCIA INTERIOR

El evangelista Mateo tiene un interés especial en decir a sus lectores que Jesús ha de ser llamado también «Emmanuel». Sabe muy bien que puede resultar chocante y extraño. ¿A quién se le puede llamar con un nombre que significa «Dios con nosotros»? Sin embargo, este nombre encierra el núcleo de la fe cristiana y es el centro de la celebración de la Navidad.

Ese misterio último que nos rodea por todas partes y que los creyentes llamamos «Dios» no es algo lejano y distante. Está con todos y cada uno de nosotros. ¿Cómo lo puedo saber? ¿Es posible creer de manera razonable que Dios está conmigo si yo no tengo alguna experiencia personal, por pequeña que sea?

De ordinario, a los cristianos no se nos ha enseñado a percibir la presencia del misterio de Dios en nuestro interior. Por eso muchos lo imaginan en algún lugar indefinido y abstracto del universo. Otros lo buscan adorando a Cristo presente en la eucaristía. Bastantes tratan de escucharlo en la Biblia. Para otros, el mejor camino es Jesús.

El misterio de Dios tiene, sin duda, sus caminos para hacerse presente en cada vida. Pero se puede decir que, en la cultura actual, si no lo experimentamos de alguna manera vivo dentro de nosotros, difícilmente lo hallaremos fuera. Por el contrario, si percibimos su presencia en nosotros podremos rastrear su presencia en nuestro entorno.

¿Es posible? El secreto consiste sobre todo en saber estar con los ojos cerrados y en silencio apacible, acogiendo con un corazón sencillo esa presencia misteriosa que nos está alentando y sosteniendo. No se trata de pensar en eso, sino de estar «acogiendo» la paz, la vida, el amor, el perdón… que nos llega desde lo más íntimo de nuestro ser.

Es normal que, al adentrarnos en nuestro propio misterio, nos encontremos con nuestros miedos y preocupaciones, nuestras heridas y tristezas, nuestra mediocridad y nuestro pecado. No hemos de inquietarnos, sino permanecer en el silencio. La presencia amistosa que está en el fondo más íntimo de nosotros nos irá apaciguando, liberando y sanando.

Karl Rahner, uno de los teólogos más importantes del siglo XX, afirma que, en medio de la sociedad secular de nuestros días, «esta experiencia del corazón es la única con la que se puede comprender el mensaje de fe de la Navidad: Dios se ha hecho hombre». El misterio último de la vida es un misterio de bondad, de perdón y salvación, que está con nosotros: dentro de todos y cada uno de nosotros. Si lo acogemos en silencio conoceremos la alegría de la Navidad.

Evangelio Comentado por:
José Antonio Pagola
Mt 1,18-24


«Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado»



Hoy, la liturgia de la Palabra nos invita a considerar y admirar la figura de san José, un hombre verdaderamente bueno. De María, la Madre de Dios, se ha dicho que era bendita entre todas las mujeres (cf. Lc 1,42). De José se ha escrito que era justo (cf. Mt 1,19).

Todos debemos a Dios Padre Creador nuestra identidad individual como personas hechas a su imagen y semejanza, con libertad real y radical. Y con la respuesta a esta libertad podemos dar gloria a Dios, como se merece o, también, hacer de nosotros algo no grato a los ojos de Dios.

No dudemos de que José, con su trabajo, con su compromiso en su entorno familiar y social se ganó el “Corazón” del Creador, considerándolo como hombre de confianza en la colaboración en la Redención humana por medio de su Hijo hecho hombre como nosotros.

Aprendamos, pues, de san José su fidelidad —probada ya desde el inicio— y su buen cumplimiento durante el resto de su vida, unida —estrechamente— a Jesús y a María.

Lo hacemos patrón e intercesor para todos los padres, biológicos o no, que en este mundo han de ayudar a sus hijos a dar una respuesta semejante a la de él. Lo hacemos patrón de la Iglesia, como entidad ligada, estrechamente, a su Hijo, y continuamos oyendo las palabras de María cuando encuentra al Niño Jesús que se había “perdido” en el Templo: «Tu padre y yo...» (Lc 2,48).

Con María, por tanto, Madre nuestra, encontramos a José como padre. Santa Teresa de Jesús dejó escrito: «Tomé por abogado y señor al glorioso san José, y encomendéme mucho a él (...). No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer».

Especialmente padre para aquellos que hemos oído la llamada del Señor a ocupar, por el ministerio sacerdotal, el lugar que nos cede Jesucristo para sacar adelante su Iglesia. —¡San José glorioso!: protege a nuestras familias, protege a nuestras comunidades; protege a todos aquellos que oyen la llamada a la vocación sacerdotal... y que haya muchos.


+ Rev. D. Pere GRAU i Andreu 
(Les Planes, Barcelona, España)

Monday, October 3, 2016

EL CAMINO HACIA LA SANTIDAD


El camino hacia la santidad


Muchos piensan que la vida cristiana es complicada, que hay que saber muchas cosas, hacer muchas cosas… pero no; la vida cristiana es sencilla; podrá ser difícil, pues implica una lucha constante, pero no complicada. El camino espiritual tiene tres elementos: 1º tener clara la meta, 2º caminar hacia esa meta y 3º comenzar cada día.

La meta hacia la cual nos dirigimos es la transformación en Cristo (cfr. Rm 8,29), la unión con Dios-Trinidad, la santidad. Una meta que nos atrae y orienta nuestros pasos. El caminar hacia la meta puede expresarse de diversas maneras: vivir en atención amorosa a Dios, ser dóciles al Espíritu Santo, amar y actuar como Jesucristo, hacer la voluntad del Padre, creer en el amor de Dios y dejar que Él realice su obra en nosotros, vivir la fidelidad simple de hoy… Todo esto, con María y como ella. Y, por último, “comenzar todos los días, como si fuera el primero”, sin preguntarnos qué tanto avanzamos el día anterior o si nos detuvimos, nos desviamos o retrocedimos. Y si caímos, pues levantarnos, pedir perdón y volver a caminar. Estrenar a diario nuestra vida espiritual; tomar cada día nuestra cruz y reemprender el seguimiento de Jesús y la construcción del Reino.

Hemos de aplicar estos elementos en todos los ámbitos de nuestra vida: en la relación con nosotros mismos, en la relación con los demás (en la casa, la escuela, el trabajo, los amigos, la comunidad cristiana…), en la relación con Dios, en nuestra vida de ciudadanos, en el trabajo, en nuestro apostolado, en el cuidado y cultivo de la creación… Esto vale para la vida cristiana de un niño, un joven, un adulto o un anciano. También se aplica en el proceso espiritual de un laico, una religiosa o un sacerdote.

La Santidad es obra de Jesús pero Él no la impone. Requiere la respuesta libre del hombre: quien ama a Dios desea responderle con todo el corazón, se esfuerza y persevera con la ayuda de la gracia para vencer la tendencia de la carne.
        
Para ser santos

A. Empieza con Jesucristo. Él es quien te puede santificar. Heb 10: 9-10 “He aquí vengo, Dios para hacer tu voluntad”… en esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez y para siempre.  La Biblia nos dice que la santidad es liberación completa del pecado. “La sangre de Jesucristo..., nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1: 7).
Lv 19:2 “Sean santos porque Yo el Señor soy Santo”. En estas palabras podemos entender que para acercarse a Dios se le exige al pueblo santidad, debemos hacer una reflexión de ¿Quién es Dios? No esforzándonos en ser nuestro propio dios sino permitiendo que Dios nos moldee más y más a su imagen día a día, es decir, acercarse a Dios implica que seamos transformados por su presencia al estar delante de Él.

B. Ver siempre a Cristo para seguir la santidad.  Heb 12: 1-2 “Fijemos nuestra mirada en Jesús en quien la fe empieza y termina”. 

C. Habite en Cristo. Tenga  fruto. Jn. 15:4,5 “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como la rama no puede llevar fruto por sí sola, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros las ramas. El que permanece en mí y yo en él, éste lleva mucho fruto. Pero separados de mí, nada podéis hacer”.

La santidad no es la perfección absoluta, que sólo pertenece a Dios; ni es la perfección angelical, ni la perfección adámica, —porque indudablemente Adán tendría un modo de pensar perfecto, tanto como un corazón perfecto, antes que pecara contra Dios— sino que es perfección cristiana: aquella perfección y obediencia del corazón que llega a serle posible a una criatura caída a la cual auxilian el poder supremo y la gracia sin límites.

Es ese estado del corazón y vida que consiste en ser y hacer, todo el tiempo, —y no de vez en cuando y a saltos, sino de manera permanente— exactamente aquello que Dios quiere que seamos y hagamos.

Isaías 35:8 “Y habrá allí calzada y camino el cual será llamado camino de santidad… él mismo estará con ellos”.

Jesús nos dijo que Él es el camino, la verdad y la vida. El camino de la santidad es seguir  las huellas que Jesús nos dio para poder llegar a estar  un día con Él.

* Fuentes: La familia cristiana y Cristiano joven.

Friday, September 30, 2016

Oración de Sanación al Corazón de Jesús por un Enfermo


Dulcísimo Jesús, que dijisteis:

“Yo soy la Resurrección y la Vida”, que recibiendo y llevando en Vos nuestras enfermedades, curabas las dolencias de cuantos se te acercaban; a Ti acudo para implorar de tu Divino Corazón a favor de los enfermos, suplicándote por intercesión de tu Santísima Madre, la bienaventurada siempre Virgen María, salud de los enfermos, quieras aliviar y sanar en la presente enfermedad a tu siervo …….. , si es conveniente para su bien espiritual y el de mi alma.

Señor Jesús, que al funcionario real que te decía: “Venid, Señor, antes que mi hijo muera”, le respondisteis: “Vete, tu hijo vive”. Sánalo, Señor.

Señor Jesús, que al ciego de Jericó, que sentado junto al camino te decía en alta voz: “Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí”, le respondiste: “Recupera tu vista, tu fe te ha salvado”, y al momento vio. Sánalo, Señor.

Señor Jesús, que diciendo: “Quiero, sé limpio”, limpiaste al leproso, que te decía suplicante: “Señor, si quieres puedes limpiarme”. Sánalo, Señor.

Señor Jesús, que librasteis al mudo poseído del demonio, hablando luego con admiración a las turbas el que antes era mudo. Sánalo, Señor.

Señor Jesús, que sanaste al enfermo que llevaba treinta y ocho años de su enfermedad, junto a la piscina de las ovejas, diciéndole: “Levántate, toma tu camilla y anda” y anduvo.
Sánalo, Señor.

Señor Jesús, que delante del hijo muerto de la viuda de Naím, enternecido, dijiste a la madre: “No llores”; y tocando el féretro, añadiste: “Joven, a ti te digo, levántate”; entregándolo luego vivo a su madre. Sánalo, Señor.

Señor Jesús, que dijisteis: “Bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados”. Sánalo, Señor.

Señor Jesús, que dijisteis: “En verdad, en verdad te digo, que todo cuanto pidieras al Padre, en mi Nombre, os lo dará”. Sánalo, Señor.

Omnipotente y sempiterno Dios, eterna salud de los que creen, escúchanos en bien de tus siervos enfermos, por quienes imploramos el auxilio de tu Misericordia; a fin de que recobrada la salud, te den en tu Iglesia ferviente acción de gracias. Por Cristo Nuestro Señor. Así sea.