Sunday, February 26, 2012

Orar por Sanación

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Orar por sanación suele ser una de las intenciones más frecuentes, pero nunca debe olvidarse que somos seres limitados sujetos a la enfermedad y que con frecuencia no entendemos si con esta podemos ayudar a otros.

Dice la Biblia:

"Hijo mío, cuando estés enfermo no te deprimas: ruégale al Señor para que te cure." (Eclo 38, 9)

Pocos enfermos pueden aceptar la búsqueda de la sanación desde la conversión, es decir, el verdadero proceso de sanación comienza con la reconciliación con nosotros mismos y con Dios (lea mas abajo "Confesión" en este blog). 

Dice también el Eclesiástico:

"Conviértete al Señor y renuncia al pecado, rézale y disminuye tus ofensas. Vuélvete al Altísimo y apártate de la injusticia, ten horror de lo que es abominable." (Eclo 17, 25-26)

Quizás la enfermedad es la única manera de que algunos de nosotros entremos en razón y pensemos en Dios. ¿No dice acaso la Biblia que el Señor corrije a los que ama? (lee Ap 3, 19) Es bueno pensar en la enfermedad como una ocasión de rendirse ante Dios, sobretodo porque ella puede ser consecuencia directa de nuestros pecados, de heridas de la vida o en general de aflicciones emocionales (Lee mas abajo "Esperanza y sanación para la mujer que ha abortado" o "Testimonio de una sanación de cáncer" en este blog), ciertamente, la sanidad espiritual es lo importante. Jesús dijo una vez a una mujer:

"...“Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda sana de tu enfermedad.” (Mc 5, 34)

Esa es la sanación más importante: quedar en paz con Dios, de allí la importancia del sacramente de la reconciliación. Que la oración tiene poder, es un hecho, especialmente la del justo:

"Reconozcan sus pecados unos ante otros y recen unos por otros para que sean sanados. La súplica del justo tiene mucho poder con tal de que sea perseverante" (St 5, 16)

las pruebas entonces son para fortalecerse.

"Hermanos, considérense afortunados cuando les toca soportar toda clase de pruebas. Esta puesta a prueba de la fe desarrolla la capacidad de soportar, y la capacidad de soportar debe llegar a ser perfecta, si queremos ser perfectos, completos, sin que nos falte nada. " (St 1, 2-4)

La perseverancia tiene que ver con la fe, con el reconocimiento de nuestra fuerza en Dios. La Biblia nos cuenta de lo siguiente que ocurrió con Jesús:

"Entonces los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron en privado: “¿Por qué nosotros no pudimos echar a ese demonio?” Jesús les dijo: “Porque ustedes tienen poca fe. En verdad les digo: si tuvieran fe, del tamaño de un granito de mostaza, le dirían a este cerro: Quítate de ahí y ponte más allá, y el cerro obedecería. Nada sería imposible para ustedes. (Esta clase de demonios sólo se puede expulsar con la oración y el ayuno).”" (Mt 17, 19-21)

¿Pueden orar otros por nosotros? Es un hecho que la intercesión de otros tiene poder (Mc 2, 1-5) ¿Y si la oración pareciera que no funciona, sea propia o ajena? La fe es sin duda la clave si está unida a un corazón adecuadamento dispuesto a Dios. Sobre esto decía Santiago:

"Pero hay que pedir con fe, sin vacilar, porque el que vacila se parece a las olas del mar que están a merced del viento. Esa gente no puede esperar nada del Señor, son personas divididas y toda su existencia será inestable. " (St 1, 6-7)

Sin duda, la oración hecha con amor e insistencia comedida al Señor logra que se busca. No podemos tener temor de pedir. Nos dijo Jesús:

"Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá la puerta. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y se abrirá la puerta al que llama. ¿Acaso alguno de ustedes daría a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿O le daría una culebra cuando le pide un pescado? Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡con cuánta mayor razón el Padre de ustedes, que está en el Cielo, dará cosas buenas a los que se las pidan! " (Mt 7, 7-11)

Pero además debemos recordar que hay que confiar siempre en la providencia divina, pues nuestros deseos no deben impedirnos reconocer nuestras limitaciones y nuestro doblegamiento a la voluntad del Señor, pues ya sabemos que los caminos del Altísimo no son los nuestros (Is 55, 8-9). El Señor es infinitamente sabio y nos dará lo que sea mejor, sabiendo que ciertamente nos premiará si seguimos sus caminos, como nos lo mostró Juan:

"Entonces, todo lo que pidamos nos lo concederá, porque guardamos sus mandatos y hacemos lo que le agrada." (1 Jn 3, 22)

Y que esa oración sea en el nombre de Jesús, tal como nos enseñó Pablo:

"... y todo lo que puedan decir o hacer, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él" (Col 3, 17)

Finalmente, hay que tener claro que Dios no permitirá que ninguna prueba sea superior a nuestras fuerzas. Si es dura la prueba, duros somos también nosotros:

¨...ustedes todavía no han sufrido más que pruebas muy ordinarias. Pero Dios es fiel y no permitirá que sean tentados por encima de sus fuerzas. En el momento de la tentación les dará fuerza para superarla." (1 Corintios 10, 13)

Confesión

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Sinopsis: El sacramento de la Confesión está instituido en la Biblia. Fue el mismo Jesús quien la ordenó. Su eficacia no depende de la calidad humana del hombre que es instrumento de reconciliación con Dios, el sacerdote.

La confesión es individual como individual es la salvación y el juicio (1 Re 8, 39; Os 4, 9; Mc 2, 5, etc.), y es necesaria:

"(...) si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda maldad. Si dijéramos que no hemos pecado, sería como decir que él miente, y su palabra no estaría en nosotros." (1 Jn 1, 9-10)

El tema de la confesión no está únicamente aquí, también se encuentra en Sal 32,5; Pr 28, 13; Stg 5, 16, y en otros textos que se mencionarán. En realidad, debe hablarse mejor de "sacramento de la reconciliación", término que abarca los diferentes aspectos relacionados con la confesión (catecismo números 1422 a 1484), pero concentrémonos aquí en la confesión misma.

Quien diga que no tiene pecado, miente (1 Jn 1, 8) y Jesús nos enseñó en el Padrenuestro a pedir perdón por nuestras ofensas (Lc 11, 4), de modo de que debe existir alguna vía para reconciliarnos con Dios (2 Co 5, 20), pues es nuestro deber permanecer en Jesús, so pena de perdernos (Jn 15, 3-11). Esa tarea de reconciliarse no es exclusivamente personal, sino que se requiere la intervención de alguien más. Veamos cómo lo plantea Nuestro Señor, quien, luego de su gloriosa Resurrección, tiene un encuentro con sus discípulos, en el cual ocurre lo siguiente:

"Jesús les volvió a decir: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envío a mí, así los envío yo también.” Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo: a quienes descarguen de sus pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos.” " (Jn 20, 21-23)

Eso fue antes de Pentecostés, así que el propio Jesús entrega el Espíritu Santo y otorga a sus discípulos el poder de intermediarios para el perdón de los pecados. En griego, la palabra para "descarguen" es "aphete", verbo en aoristo plural subjuntivo de "aphiemi", el mismo verbo de, entro otros apartes, Mateo 9, 2:

"Allí le llevaron a un paralítico, tendido en una camilla. Al ver Jesús la fe de esos hombres, dijo al paralítico: “¡Ánimo, hijo; tus pecados quedan perdonados! (aphiemi)”"

O en Lucas 7, 48:

"Jesús dijo después a la mujer: “Tus pecados te quedan perdonados” (aphiemi)"

O en Romanos 4, 7:

"Felices aquellos cuyos pecados han sido perdonados (aphiemi), y cuyas ofensas han sido olvidadas"

Jesús está delegando la facultad de perdonar pecados que El mismo tiene.

Escribió Juan Pablo II:

"La misión confiada por Cristo a los Apóstoles es el anuncio del Reino de Dios y la predicación del Evangelio con vistas a la conversión (cf. Mc 16,15; Mt 28,18-20). La tarde del día mismo de su Resurrección, cuando es inminente el comienzo de la misión apostólica, Jesús da a los Apóstoles, por la fuerza del Espíritu Santo, el poder de reconciliar con Dios y con la Iglesia a los pecadores arrepentidos: «Recibid el Espíritu Santo.A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20,22-23)." (CARTA APOSTÓLICA EN FORMA DE «MOTU PROPRIO» MISERICORDIA DEI SOBRE ALGUNOS ASPECTOS DE LA CELEBRACIÓN DEL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA")

No es el sacerdote quien perdona los pecados, sino Dios mismo. Siendo instrumentos entonces, nada tiene que ver la calidad humana del sacerdote que atiende laconfesión; así nos lo recuerda Pablo quien, en cuanto apóstol, tiene el ministerio de la reconciliación (2 Co 5, 18).

Testimonio de una Sanación de Cáncer



He sanado completamente. Recurrí a Dios en todas sus expresiones: Misas de enfermos, Unción, imposición de manos, etc., etc. Lo mío era cáncer de mama y, para gloria de Dios, estoy sana y salva.

No estoy muy de acuerdo en que el cáncer es por alguna pena, pues siento yo que la humanidad estuviera invadida de este penoso mal. He tenido oportunidad de conocer gente muy cercana a Dios, muy buena, con excelente situación moral y económica y han padecido este mal. No dudo que existen circunstancias que lo provoquen; pero, en definitiva, pienso que no hay una causa concreta.

Quisiera, si se me permite por este medio, recomendar los libros de Sheila Fabricant Linn, Dennis Linn y Matt Linn, jesuitas y entregados por completo tanto psicológica como espiritualmente a la sanación interior, por todo tipo de situaciones: la pérdida de un ser querido, una infancia infeliz, una adicción, un abuso emocional, etc. Cualquier libro de estos autores es una bendición del Señor. En lo personal me han ayudado increíblemente, pues he tenido grandes penas y tragos muy muy amargos y , aparte de la oración, he encontrado en ellos un gran alivio y una gran ayuda.

Yo siento que el dolor espiritual o moral, no físico, se sana a través del tiempo. No se puede sanar así como así. Perdonar sí, pero es como quien rompe una taza valiosísima, y la quiere recuperar: ¡es imposible!. La pegará, va a tener el mismo uso, la misma forma y todo, pero la huella de que fue restaurada está ahí. Quizá con el nuevo uso, las lavadas y las talladas, se vayan borrando las huellas. Así es la sanación interior. Yo puedo perdonar, aceptar a quien me dañó, incluso seguir aceptando sus errores, pero el dolor causado se irá sólo con el tiempo desapareciendo.

No dudo de que Dios haga el milagro y se sanen milagrosamente las heridas o las penas, pero en su gran mayoría hay que vivir el proceso del dolor para ir sanando. Bueno, usted me dirá si estoy mal o qué podemos hacer cuando existen tan grandes decepciones de quien amamos o ciframos nuestras esperanzas y resultan ser completamente dañinas. Es como cuando un gran edificio se derrumba. Para levantarlo es necesario tener desde el suelo firme y comenzar desde abajo. Es así con una gran pena, es preciso comenzar para ir sanando. Por supuesto, todo con la gran ayuda de nuestro Padre Dios.

Tiene razón, las heridas hay que sanarlas a través de un proceso que incluye reconocerlas, descubrir el daño que han hecho, cuáles son las necesidades que han quedado insatisfechas, así como los derechos y los límites que han sido pisoteados, para entonces aprender a poner límites y a defender nuestros derechos. Hay que reconocer también los propios sentimientos y darles validez: enojo, tristeza, frustración, decepción, impotencia, rabia, confusión, presión, etc. También hay que reencuadrar las propias culpas: cuáles son reales, cuáles no, para descubrir los cambios que tenemos qué hacer en nosotros mismos y pedir perdón cuando sea necesario.

 Es importante abandonar el papel de víctima y convertirnos en parte activa del proceso de sanación. Finalmente llegamos al punto en que podemos aceptar serenamente los hechos agradeciendo el aprendizaje que obtuvimos. Todo esto, como dice, con la ayuda y la compañía de Dios. Respecto a los problemas emocionales en relación al cáncer, ciertamente no se puede decir que son causa directa. 

Las investigaciones en torno a este mal van en muchos sentidos: genética, inmunidad, alimentación, agentes externos (tabaco, sustancias químicas en los alimentos), virus... y en cuanto a lo emocional: resentimientos, desintegración del núcleo familiar, depresión... Seguramente se trata de una suma de factores. Por lo pronto, en cuanto a lo emocional, sabemos, por ejemplo, que la depresión baja el sistema inmune del organismo. De ahí a que surjan enfermedades y qué tipo de enfermedades, va a depender de qué persona se trate, de su estado de salud, su alimentación, su ambiente... Somos una unidad, y todo lo que ocurra en el cuerpo afecta la mente y todo lo que ocurre en la mente afecta al cuerpo. (Y. C.)

Esperanza y Sanación Para la Mujer que ha Abortado

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Ayuda pastoral a la mujer que se ha practicado un aborto
Por el Pbro. Gilberto Gómez Botero

Hablo desde mi propia experiencia como sacerdote. En treinta y siete años de ministerio son muchas las mujeres - y también muchos de sus cómplices - las que han venido a buscar mi ayuda, a confesarse y a pedirme la absolución de sus pecados de aborto. Durante casi todo mi ministerio sacerdotal he tenido la delegación episcopal para absolver de este pecado, reservado por el Derecho Canónico. Y creo que he observado cuidadosamente las orientaciones que me da la Iglesia para ejercer el ministerio en este campo particularmente difícil.

Pero sólo fue hace algún tiempo cuando descubrí que tenía que hacer más. Y no sabía cómo hacerlo. No tenía muchos recursos para desempeñarme, carecía de los conocimientos y de las claves. Pero comencé a aprender. Algo he aprendido y continúo aprendiendo. Porque en este terreno todos somos aprendices.

Fue precisamente cuando un día llegó a mi oficina una joven, a quien llamaré Lucía, conocida por mi amistad con su familia, y a quien consideraba y trataba como amiga. Me preguntó que si podía y quería dedicarle un buen rato, porque quería hablar conmigo algo muy personal. Le dije que sí, que la escuchaba. Se produjo un silencio, para mí largo e incómodo. E inesperado. Porque ella era muy extrovertida y me trataba con mucha confianza. Por la expresión de su rostro me di cuenta que las palabras no salían de su garganta. Que tenía como un nudo que no lograba soltar. Después de unos interminables minutos me preguntó si me imaginaba de qué me iba a hablar. Yo le dije que me imaginaba que se trataba de su noviazgo y sus cuitas amorosas, como en otras oportunidades. Ella me dijo que no era de eso y que llevaba tres años esperando este momento. Pero que no lograba decidirse a hacerlo y que hoy era el día.

Hacía cinco años ella había quedado embarazada como resultado de una aventura con un joven que yo conocía. Al darse cuenta de su estado, le hizo saber a él que estaba esperando. De inmediato su novio le dijo que quién sabe de quién sería ese hijo, porque de él no era, que lo mejor era que abortara. Que él no podía asumir responsabilidades con ella. Lucía tenía pánico de enterar a sus padres, por la severidad de su papá y la frágil salud emocional de su mamá. Se sentía sola y vivía en el silencio su tragedia. Sintió hasta deseos de no seguir viviendo. Se atrevió a comentarle el asunto a una tía suya. Y ella de inmediato la convenció de que abortara.

Por ese tiempo Lucía tenía 24 años y había abandonado toda práctica religiosa. Era respetuosa con la orientación espiritual de los suyos. Pero ella misma había borrado a Dios de su vida.

En el momento de realizarse el aborto Lucía estaba convencida de que había tomado una decisión correcta, más aún, pensaba que no tenía ninguna otra opción. Y durante mucho tiempo no hizo otra cosa que repetirse a sí misma que no tenía por qué preocuparse, que no se trataba de una vida humana, que era sólo un puñado de células, casi como un quiste, lo que le habían extraído de la matriz.

Pero, sin embargo, los días siguientes al aborto no se acabaron las pesadillas. En medio de su sueño perturbado oía niños que lloraban, se miraba a sí misma como un criminal que no merecía respeto ni merecía vivir. En sus largas y dolorosas vigilias se decía a sí misma que esto no podría haberle pasado a ella, que no era más que una horrible pesadilla. Pero al salir el sol la luz no disipaba los horrores de su espíritu. Estaba al borde de la desesperación. Y todo esto lo sufría sola.

Se volvió a Dios, pero siempre tenía miedo de que El no la perdonara. Acudió al sacramento de la penitencia y confesó su pecado. Estaba arrepentida. El sacerdote que la escuchó en confesión le aseguró que el perdón que la Iglesia le otorgaba por su ministerio era el perdón que Dios le ofrecía. Muchas veces más siguió confesando su pecado, pero no llegaba la paz a su alma. Su alma estaba herida.

Sin que nadie se enterara, acudió a varios sicólogos clínicos que trataron de ayudarle a elaborar su duelo. Pero el recurso que estos profesionales le aplicaron era como una especie de anestesia cuyo efecto duraba poco o ni siquiera obraba. Tenía una gran herida en el alma y no había encontrado algo que la sanara. Hacía lo posible por mantener compostura frente a los suyos y frente a sus amistades. Pero se había tornado distante y melancólica. Su madre pensaba que todo esto se debía a que no había sido afortunada en el amor.

Lucía estaba perdonada por Dios. Y por años había venido expiando su pecado. Ella lo sabía. Era una idea clara en su cerebro, pero no era una convicción que hubiera entrado en su corazón.

Ese día vi claro que Lucía la pecadora era también otra víctima del aborto. A veces olvidamos eso y descargamos sobre la mujer todo el peso de la responsabilidad de este horrible crimen. Cuando sabemos que a su alrededor están otros que también son responsables, y quizás más que ella. Y son responsables por acción o por omisión, pero no se sienten culpables, porque parece que se exige de la mujer abortadora que cargue ella sola con todo el peso de la culpa y de la responsabilidad, cuando los otros corresponsables se lavan las manos como Pilato.

Lucía era otra víctima de su aborto. Su alma estaba medio muerta y su corazón medio paralizado porque estaba herido. Ese día ella me dejó ver las hondas heridas no cicatrizadas que seguían sangrando después de años. La Iglesia le había ofrecido el perdón de Dios, pero ella continuaba sin sanarse y sin perdonarse a sí misma.

Acompañé a Lucía en ese largo proceso de sanación, pero no como un carismático sanador que tuviera habilidades para orientar el proceso de sanación, sino como un testigo y como un aprendiz. Como testigo vi que cuando las fuerzas humanas y los recursos de la ciencia tocan sus propios bordes y no pueden ir lejos, la gracia del Señor realiza prodigios. Y como aprendiz pude aprender muchas cosas que después me han servido para seguir siendo testigo y seguir siendo aprendiz acompañando a otras jóvenes que han venido en busca de mi ayuda.

Quiero repetir, para dejar en claro, que no soy ni me considero un experto. Y esto lo afirmo no por modestia sino por realismo. Hasta el momento no conozco ningún experto en este campo. No niego que los pueda haber. Pero no los conozco. Si los conociera estaría tranquilo para remitirle los casos que me lleguen.

¿Qué aprendí con Lucía?

1. Que ante todo tengo que estar disponible para acoger a estas personas. Lo más cómodo para mí y también lo más acertado sería remitir estos casos a un profesional en quien se pueda confiar desde el punto de vista profesional y ético. Pero el hecho es que ella está allí y yo también. Por alguna razón me buscó y me está pidiendo ayuda. No puedo volver las espaldas a una mujer que está herida. No puedo pasar de largo como el levita que iba de Jerusalén a Jericó. El samaritano humanitario es un ejemplo que me reta como sacerdote.

2. He aprendido que lo que estas mujeres requieren es nuestra escucha y no nuestras fórmulas salvadoras. Lo que necesita esa mujer que nos busca es alguien que le escuche los crueles detalles de su historia. Alguien que no la condene y que le dé una palabra de esperanza. Tal vez, como ocurrió con Lucía, es la primera vez que se atreve a dejar asomar la realidad dolorosa de su alma. Y mientras uno la escucha, puede uno observar que ella se está escuchando a sí misma decir cosas que nunca había dicho a nadie antes. Habla de su experiencia con su novio, cuando le contaba que estaba embarazada, quién pagó por el aborto, dónde ocurrió, qué sintió y cómo está viviendo su experiencia. Y creo que una de las claves más importantes para prevenir el embarazo indeseado (pero sí buscado) y el aborto es aprender a enfrentar el trauma Postaborto. Y esto sólo se logra escuchando de primera mano las crueles realidades que rodean al aborto.

3. He aprendido que estas mujeres no buscan racionalizaciones que les anestesien el alma por un momento, porque la anestesia dura poco o no obra en nada. Ella no necesita que le digan que "eso" no era un sér humano, sino sólo un puñado de células, como un quiste menudo, y que por tanto no vale la pena inquietarse por eso. Y ella misma ya ha tratado de administrarse unas dosis de anestesia. El resultado de estos procedimientos para "desculpabilizar" es con frecuencia pasajero o, lo que es peor, producen una insensibilización ética que se extiende como una mancha de aceite y les cubre otros sectores de la vida. Ellas necesitan que les ayuden a abrir una brecha por la cual dejar asomar el alma y escaparse así de su negación.

De ordinario el aborto es un acontecimiento muy personal y privado. Por eso es posible que la mujer no llegue nunca a expresar el duelo que la atormenta. Su sufrimiento puede llegar a interiorizarse y expresarse en otras formas. Si no se le da el tiempo y se le ofrece la oportunidad para que exprese el duelo, es posible que este nunca se resuelva y se enquiste y continúe manifestándose en formas cada vez más patológicas. Necesita que la dejen expresar la tristeza de su duelo. Nadie se lo ha favorecido hasta ahora. Llora en secreto por la pérdida de un sér que estaba muy cercano a ella y que tal vez sólo ahora toma conciencia de lo que ese pequeño sér significaba para ella en las más profundas capas de su alma.

El duelo es una reacción emocional muy compleja que afecta a la persona muchas veces en su vida. El duelo no puede evitarse; pero debe ser aceptado, enfrentado y resuelto para volver a funcionar adecuadamente en la vida, luégo de un período en que se permite a la mujer dejar ver su tristeza, o que ella misma se lo haya permitido.

4. He aprendido a preguntar, pero no tanto para coleccionar información sino para ayudarle a la mujer a comprenderse mejor a sí misma, para que logre dejar salir su dolor y la vergüenza que lleva reprimida. Tal vez por primera vez ella puede abrirse y compartir sobre su aborto y una pregunta oportuna y delicada abre la brecha para que ella pueda hablar. Escuchar no es sólo una actitud pasiva y paciente. Es también interés y esto se puede demostrar cuando hacemos preguntas adecuadas.

5. He aprendido que acompañar significa asumir el tiempo y el ritmo vital de estas mujeres cuyo proceso puede ser largo y difícil. Porque es complejo. Y lo que por naturaleza es complejo no se puede simplificar arbitrariamente.

6. También he aprendido que en el manejo del trauma Postaborto la mujer debe enfrentar cinco sectores relacionales en los cuales debe desplegar su capacidad de comprensión, de perdón y descargarse de los odios reprimidos. Estos sectores son: Dios, la Iglesia u otra comunidad de apoyo, los otros (médico, padres, novio o marido, consejeros y cualesquiera que la hubieran animado al aborto; el bebé muerto y ella misma.

a) Ante todo Dios. No sé si se pueda dar el proceso de sanación del aborto sin tocar la relación con Dios. Honestamente creo que no. Lo que sé es que en estas circunstancias la mujer lucha por relacionarse con Dios a medida que la experiencia del aborto le pesa más. Se da cuenta de que necesita de alguien que la salve, porque ella no puede salvarse a sí misma. Es frecuente que la experiencia del aborto sirva como punto de partida para una nueva experiencia de Dios. Y esta experiencia al principio es dolorosa porque está marcada por la ambivalencia: busca al Dios Padre que perdona, pero su mente sólo le entrega la imagen del Dios vengador que le cobra la vida destruída. Se pasa fácilmente de la esperanza a la duda y de la duda a la desesperanza. Y vienen los reclamos a Dios, a quien se le culpa porque ocurrió el embarazo. Una joven me decía: "Mi hermana lleva ocho años buscando el embarazo y en cambio yo quedé embarazada muy fácilmente. ¿Por qué no le daría Dios ese bebé a mi hermana, que sí lo quería?".

Un dolor sin esperanza desemboca en una cruel y a veces fatal desesperación. "¿Dios sí me perdonará?". "Yo quisiera escuchar una palabra de perdón de parte de El para seguir viviendo". En cambio cuando brilla una luz de esperanza, de esa esperanza que sólo puede darnos la fe, entonces la vida vuelve a tener sentido. La reconciliación con Dios comienza cuando, abandonando el falso camino de la negación de los hechos, reconocemos que hicimos algo que contraría el plan de Dios y decidimos corregir nuestro rumbo.

b) La Iglesia o la comunidad de pertenencia. El aborto es un crimen contra los seres humanos, contra la familia humana a la cual pertenecemos. La Iglesia Católica posee una reconciliación sacramental formal. No es necesario que ella publique su pecado. Pero sí conviene que ante alguien que tenga autoridad moral e institucional reconozca su falta y se reconcilie con esa comunidad humana.

c) Otros. En primer lugar los padres. Muchas veces ellos, aún sin proponérselo, por acción o por omisión, son factores decisivos en la comisión del aborto. Yo sé muy bien que esto deja en el alma de la mujer una herida muy difícil de sanar y que persiste por mucho tiempo. Luégo está el corresponsable del embarazo: novio, amigo, lo que sea. Cada caso es una historia. Se largó, quiso casarse y de pronto hasta lo hizo, empujó al aborto o se mantuvo neutral. Esta herida en la mujer dura por años y con frecuencia evoluciona muy mal en las parejas casadas, si no trabajan este punto y lo llevan hasta el perdón y la reconciliación. Consejeros, amigos, parientes, el que la acompañó a la clínica, quien la animaba a abortar. "¿Si estas personas realmente se preocupaban por mí, por qué no me detuvieron?"

d) El hijo abortado. Son muchas las preguntas que están en la mente de la mujer que abortó y deben tenerse en cuenta: "¿Dónde estará mi hijo?¿Será que me ama aún después de lo que le hice?". Las respuestas dependen de nuestra formación religiosa. Una respuesta es que el niño es feliz en el cielo, que no sufre, y que un día se reunirá con ella. Aunque manejemos estos temas, tenemos que dejarla expresar sus fantasías. Ella siempre quiere decir a su bebé: "Yo quisiera no haberlo hecho. ¿Puedes amarme todavía?" Pero ella necesita poderlo compartir también con alguien. Me he dado cuenta de que, cuando estas mujeres hacen algo por un niño que no es suyo, comienzan a sentir que están redimiendo su pasado y que lo que ellas hagan en este sentido, en nombre del bebé abortado, tiene cierto poder para exorcizar su angustia.

e) Perdonarse a sí misma es el punto más difícil en todo este proceso de sanación. Es frecuente que la mujer se eche encima toda la culpa, inclusive la de los otros. Entre negar la culpa que se tiene y echarse toda la culpa hay un término medio que no siempre es fácil de lograr. Pero hay que hacerlo. Quisiera conocer un método para lograrlo pero no lo conozco. Sólo sé que es la oración la que abre el camino, o un testimonio de fe lo que nos ayuda a saltar la valla y perdonarnos a nosotros mismos. Pero no tengo las claves para esto. Sólo sé que ha ocurrido y que es un paso importante que la mujer tiene que dar. A veces es sólo cuando la mujer llega a convencerse de que Dios sí nos ha perdonado y recibe el apoyo de otras personas cuando comienza a verse a sí misma desde otro ángulo, como hija de Dios a quien el Señor ama y comprende, cuando mejoran su autoimagen y su autoestima.

Los pasos hacia el perdón y la sanación.

Entre las muchas cosas que he leído sobre el tema, llegó a mis manos un artículo escrito por una mujer que firma bajo el seudónimo de Loraine Alison y que fue publicado en la revista americana Marriage & Family (enero 1990 - pgs.7-9). La autora, una mujer casada, describe minuciosamente su experiencia del aborto provocado, así como el proceso de sanación. El título del artículo es de por sí ya muy sugestivo: "¿Hay derecho a vivir después de cometer un aborto?". Y luego el subtítulo nos entrega una clave muy valiosa: "El deseo de ser perdonada y de sanarse emocionalmente es el punto de partida".

Para mí constituye un aporte muy valioso, que ilumina mucho este difícil proceso. Lo traduje al español y copias del mismo se las he dado a muchas mujeres que se debaten en la lucha para lograr su sanación espiritual.

Quiero destacar lo que me parece más importante: los pasos del proceso de sanación. La sanación es un resultado que no se puede manipular a voluntad. Sólo se pueden poner circunstancias favorables para que éste opere. Y considero que conocer los pasos puede ayudar.

Ante todo, ella es testigo de primera mano de su propia historia. Y por eso afirma:

"¿Puede una mujer experimentar el perdón y la sanación después de un aborto? Por mi propia experiencia yo sé que esto es posible si hay un deseo sincero de ser perdonada y sanada emocionalmente. No se trata de un procedimiento fácil o instantáneo, pero lo puede lograr quienquiera que busque verdaderamente la misericordia de Dios. El mismo procedimiento puede aplicarse a todos aquellos que estuvieron implicados indirectamente en el hecho del aborto: esposo, novio, padres, profesionales, médicos y psicólogos, a todos los que se hallan afligidos y sufren las heridas consecuentes de un aborto provocado. Aquí resumo brevemente los pasos que fueron necesarios para mí y para otras mujeres que fueron víctimas de esta tragedia" (los párrafos que siguen son textuales de la autora).

1. Experimentar el proceso de duelo. El duelo es un sentimiento sano. Es un momento triste e incómodo pero hay que vivirlo necesariamente. Al involucrarme activamente en estos programas de recuperación, he aprendido que el camino hacia la reintegración de la persona es muy arduo. La cólera, la incapacidad para perdonar a todos los que directa o indirectamente se implicaron en el aborto, la culpabilidad, la tristeza indecible por la destrucción del bebé, se entrelazan en la experiencia. Pero uno debe llegar a sobreponerse a estos sentimientos y reconocer el duelo como parte del proceso que conduce a la sanación.

2. Deseo de perdonarse uno a sí mismo. El perdón de sí mismo es quizá la fase más difícil de todo este recorrido. Uno ha reducido a añicos su propia imagen, creyendo haber cometido el más detestable de los pecados. Muchas de nosotras sentimos la necesidad de castigarnos a nosotras mismas a consecuencia del aborto cometido. Con frecuencia muchas lo hacemos inconscientemente; porque no podemos perdonarnos, sentimos que se ahonda en nosotras la necesidad de autodestruírnos. Al experimentar personalmente el amor de Dios y su perdón, he descubierto que Dios no es el Juez iracundo que yo veía en El cuando era niña, sino que es un Dios que quiere que yo esté en paz y que se acabe mi propio silencioso sufrimiento. Dios sabía que, como seres humanos que somos, íbamos a cometer el pecado, pero Dios, como padre amoroso que es, está dispuesto al perdón. Si nos proponemos reflexionar detenidamente en ese amor que El nos tiene poco a poco encontraremos la fuerza que necesitamos para perdonarnos a nosotros mismos.

Durante el embarazo nuestro pensamiento se halla obnubilado por el dolor y el pesar. Con esta torcida manera de pensar tomamos esa terrible decisión: aborto. Ponemos por obra la decisión y aquí ya no es posible volver atrás. Para nada nos sirve pasarnos el resto de la vida odiándonos a nosotras mismas y cargando nuestras miserias. Pero buscar el perdón, experimentarlo y permitirle a Dios que nos sane, puede dar otra vez sentido a nuestra vida y comunicarnos la capacidad de vibrar ante el sufrimiento que otros padecen - o pueden padecer - como hemos sufrido nosotras mismas. Cumplimos así el mandamiento de "amarnos unos a otros" cuando compartimos nuestras experiencias de perdón y de sanación con aquellas que no las han vivido todavía.

3. Aceptar que uno sí cometió un pecado. Cuando por fin uno ha llegado a perdonarse a sí mismo, ya ha superado un gran obstáculo. Confiando que hemos sido perdonados, buscamos que se termine el sufrimiento y el dolor que nos hemos infligido nosotros mismos y comenzamos a caminar hacia la sanación. Admitimos nuestro pecado y nos responsabilizamos de la acción que hemos cometido. Al declararnos autores de nuestro pecado, podremos experimentar una gran sensación de alivio, larga mente esperada. "En verdad lo hice. No puedo deshacer lo que hice pero espero ser perdonada". Háblele a Dios; El comprende y reconoce el verdadero arrepentimiento. Si no tiene una oración propia suya, le ofrezco ésta que yo empleé:

"Padre Celestial, vengo ahora a confesarte el pecado de aborto que he cometido. Por mis propias acciones he traído el tormento y la muerte a mi hijo y mucha tribulación a mí misma. Te ruego, Señor, me perdones. Al reconocer que por mi propia voluntad he destruído mucho en mi propia vida, te pido tu ayuda para vivir de acuerdo con el plan que tienes para mí. Como tu hija que soy, te pido que sanes cada parte de mi mente y de mi cuerpo que sufre todavía de las consecuencias del aborto y dame tu paz. Te agradezco el amor que me tienes y la piedad que me demuestras. En el nombre de Jesús. Amén".

Recuerde que Dios, con el amor de un perfecto padre, desea mucho más que uno mismo, que el sufrimiento que padecemos termine. Indudablemente que vamos a experimentar momentos de angustia y dolor por ese bebé que nunca tuvimos en nuestros brazos, al que nunca le prodigamos cuidados. Pero la sanación es un proceso continuo.

3. Decidirse a perdonar a otros. Tal vez el marido, el novio o los padres hayan presionado para cometer el aborto o retiraron su apoyo durante este tormentoso momento de nuestras vidas. La desaparición de los sentimientos de amargura y de rabia es parte de la sanación. Necesitamos pedir a Dios ayuda para perdonar a todas las personas que hayan podido influír en la decisión de abortar. Necesitamos perdonar al personal de la clínica de abortos. A veces esto parece imposible, pero con la ayuda de Dios se torna posible.

4. Experimentar la realidad. Para muchas de nosotras el tiempo que sigue al aborto es un tiempo de negación. Este mecanismo de defensa se apodera de nuestros cuerpos y de nuestras mentes hasta que seamos capaces de manejar este tremendo dolor y esa sensación de pérdida. Cuando por fin somos capaces de lograrlo, debemos enfrentar el dolor y poner cara a la realidad de nuestra acción. Y hacerlo paso a paso. No importa lo doloroso que pueda ser, es parte del proceso de sanación.

5. Establecer una relación con el niño abortado. Esto es algo íntimo y a la vez doloroso que hay que hacer. Pensando que el niño abortado fue justamente eso - un niño - uno puede comenzar a hablarle durante los momentos tranquilos. La aflicción que tal vez uno llegue a sentir puede ser ciertamente saludable y es sin duda necesario experimentarla para lograr perdonarse a sí misma. En estos momentos uno tiene que abrirse a sus propios sentimientos. Es posible que estas serenas conversaciones se llenen de lágrimas y dolor, pero abrirán el camino a la sanación y al perdón.

6. Llegar a otros. Cada una de nosotras decide cómo alcanzar a otras personas. Cuando nos ponemos en contacto con otras personas que están heridas, surgen sentimientos agradables, positivos, respecto de nosotras mismas. El mismo perdón y la misma sanación que estamos experimentando pueden ofrecérseles a ellas también. Y una decisión que debemos tomar en consideración cada una de nosotras es la de comprometernos en la lucha contra la legalización del aborto. El perdón y la sanación que hemos conocido nos darán, sin duda, la fuerza para compartir con otros esa paz que hemos logrado.

Cada día yo pido a Dios que me dé un corazón capaz de compadecerse de las personas que se hieren a sí mismas, especialmente de aquellas que sufren a consecuencia del aborto. Cuando uno llega por fin a sanarse de este tremendo dolor, lo que uno más quiere es compartir esta esperanza con quienes todavía no han llegado a experimentarla".

Conclusión

Lo que he aprendido en la consejería postaborto es que realmente el que sana es Dios. Nosotros somos sus ayudas y es un gran privilegio poder ser la persona que la escucha en nombre del Señor, diciéndole a esa mujer atribulada: "Si puedo ayudarte, estoy dispuesto a hacerlo". Y más aún poder decirle como Jesús a la mujer adúltera: "Yo tampoco te condeno. Vete y no vuelvas a pecar" (Jn. 8-11).

El Padre Gómez es el director del Centro de Pastoral Familiar para América Latina situado en la Avenida 28 N.37-21 Bogotá, D.C.,Colombia.TELÉFONO 57-1-368.3311 - TELEFAX 57-1-368.0540. Este artículo se reproduce con su autorización.

Consejos Saludables: Resistencia a la Insulina.

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¿Qué es la resistencia a la insulina?

El cuerpo transforma la mayoría de los alimentos que come en glucosa (una forma de azúcar). La insulina es una hormona producida por el páncreas que permite que la glucosa ingrese a todas las células del cuerpo y sea usada como energía.

En algunas personas, los tejidos del cuerpo dejan de responder a la insulina. Los médicos se refieren a esta afección como resistencia a la insulina. Si tiene resistencia a la insulina, el cuerpo hará más y más insulina, pero como sus tejidos no responden a ella, el cuerpo no puede usar la glucosa en forma adecuada.

¿Qué es el síndrome metabólico?

La resistencia a la insulina a menudo va acompañada de otros problemas de salud, como la diabetes, el colesterol alto y la presión arterial alta. Estos problemas son todos factores de riesgo de enfermedades cardíacas. Cuando una persona tiene muchos de estos problemas al mismo tiempo, los médicos comúnmente lo llaman "síndrome metabólico". A veces se llama "síndrome de resistencia a la insulina" o "síndrome X". Muchas personas que tienen diabetes tipo 2 también tienen síndrome metabólico.

 Causas y factores de riesgo

¿Cuál es la causa del síndrome metabólico?

Una serie de factores pueden actuar en conjunto para provocar el síndrome metabólico. Una persona que consume demasiadas calorías y demasiada grasa saturada, y no realiza suficiente actividad física podría desarrollar síndrome metabólico. Otras causas incluyen la resistencia a la insulina y antecedentes familiares de los factores de riesgo del síndrome metabólico.

 Diagnóstico y pruebas

¿Cómo se diagnostica el síndrome metabólico?

Su médico le hará un examen físico y análisis de sangre. Este puede diagnosticar el síndrome metabólico si, al menos, 3 de las siguientes afirmaciones son verdaderas:

Tiene sobrepeso o es obeso, y tiene el peso alrededor de la parte media del cuerpo. Para los hombres, esto significa una cintura que mide más de 40 pulgadas. Para las mujeres, significa una cintura que mide más de 35 pulgadas.

Tiene la presión arterial más alta que lo normal (130/85 mm Hg o mayor).
Tiene una cantidad de azúcar más alta que lo normal en la sangre (nivel de azúcar en la sangre en ayunas de 110 mg/dl o mayor).
Tiene una cantidad de grasa más alta que lo normal en la sangre (un nivel de triglicéridos de 150 mg/dl o mayor).

Tiene un nivel de colesterol de la lipoproteína de alta densidad (HDL, por sus siglas en inglés) más bajo que lo normal. El colesterol HDL se conoce como colesterol "bueno". Para los hombres, esto significa un nivel de HDL menor de 40 mg/dl. Para las mujeres, significa un nivel de HDL menor de 50 mg/dl.

Mientras más factores de riesgo tenga, más alto es su riesgo de tener una enfermedad cardíaca.

 Tratamiento

¿Qué puedo hacer para mejorar mi salud?

Un estilo de vida saludable puede ayudar a prevenir el síndrome metabólico. Esto incluye bajar de peso si tiene sobrepeso, hacer más actividad física y seguir una dieta saludable. Además, si fuma, debe dejar de hacerlo.

Si usted ya tiene síndrome metabólico, hacer estas elecciones para un estilo de vida saludable puede ayudarlo a reducir su riesgo de tener una enfermedad cardíaca y otros problemas de salud. Si solo los cambios en el estilo de vida no pueden controlar los factores de riesgo de enfermedad cardíaca, como por ejemplo, la presión arterial alta, es posible que su médico le recete medicamentos para ayudar.
Mantenga un peso saludable

Su médico puede medir su índice de masa corporal (IMC) para determinar un peso saludable para su estatura. Puede ayudarlo a elaborar un plan para bajar de peso si tiene sobrepeso y a mantener su peso con una dieta saludable y actividad física regular.

Haga más actividad física

No hacer actividad física es uno de los mayores factores de riesgo de enfermedades cardíacas. Es importante hacer algún tipo de ejercicio en forma regular. Empiece por hablar con su médico de familia, en especial, si no ha estado activo durante un tiempo. Es posible que deba comenzar con ejercicios suaves, como caminar. Luego puede aumentar en forma gradual la intensidad del ejercicio y su duración. Una buena meta para muchas personas es llegar a hacer ejercicio 4 a 6 veces a la semana de 30 a 60 minutos cada vez. Un mínimo de 120 minutos a la semana es lo mejor para una buena salud. Su médico puede ayudarlo a fijar una meta que sea adecuada para usted.
Siga una dieta saludable

Cuando se combina con ejercicio, una dieta saludable puede ayudarlo a bajar de peso, a reducir su nivel de colesterol y a mejorar la manera en la que funciona el cuerpo. Los alimentos altos en fibra dietética deben ser una parte regular de su dieta. Debe comer varias porciones de frutas, verduras y pan integral todos los días. Además, limite la cantidad de grasa saturada, grasas "trans", sodio (sal) y azúcar agregada en su dieta.

No fume

Si fuma, su médico puede ayudarlo a elaborar un plan para dejar de hacerlo y brindarle asesoramiento sobre cómo evitar empezar nuevamente. Si no fuma, ¡no empiece a hacerlo!

Monday, February 20, 2012

Que es el Ayuno y Que es la Abstinencia?



El ayuno consiste en hacer una sola comida fuerte al día. La abstinencia consiste en no comer carne. Son días de abstinencia y ayuno el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.

La abstinencia obliga a partir de los catorce años y el ayuno de los dieciocho hasta los cincuenta y nueve años de edad.

Con estos sacrificios, se trata de que todo nuestro ser (espíritu, alma y cuerpo) participe en un acto donde reconozca la necesidad de hacer obras con las que reparemos el daño ocasionado con nuestros pecados y para el bien de la Iglesia.

El ayuno y la abstinencia se pueden cambiar por otro sacrificio, dependiendo de lo que dicten las Conferencias Episcopales de cada país, pues ellas son las que tienen autoridad para determinar las diversas formas de penitencia cristiana.


¿Por qué el Ayuno?

Es necesario dar una respuesta profunda a esta pregunta, para que quede clara la relación entre el ayuno y la conversión, esto es, la transformación espiritual que acerca del hombre a Dios.

El abstenerse de la comida y la bebida tienen como fin introducir en la existencia del hombre no sólo el equilibrio necesario, sino también el desprendimiento de lo que se podría definir como "actitud consumística".

Tal actitud ha venido a ser en nuestro tiempo una de las características de Ia civilización occidental. El hombre, orientado hacia los bienes materiales, muy frecuentemente abusa de ellos. La civilización se mide entonces según Ia cantidad y Ia calidad de las cosas que están en condiciones de proveer al hombre y no se mide con el metro adecuado al hombre.

Esta civilización de consumo suministra los bienes materiales no sólo para que sirvan al hombre en orden a desarrollar las actividades creativas y útiles, sino cada vez más para satisfacer los sentidos, Ia excitación que se deriva de ellos, el placer, una multiplicación de sensaciones cada vez mayor.

El hombre de hoy debe abstenerse de muchos medios de consumo, de estímulos, de satisfacción de los sentidos: ayunar significa abstenerse de algo. El hombre es él mismo sólo cuando logra decirse a sí mismo: No.

No es Ia renuncia por Ia renuncia: sino para el mejor y más equilibrado desarrollo de sí mismo, para vivir mejor los valores superiores, para el dominio de sí mismo.

Sunday, February 19, 2012

VIRGEN MARÍA DE LA MEDALLA MILAGROSA

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Nacida Sor Catalina Labouré, con lo mejor del año (mayo) de 1806, fue toda su vida sencilla y aromosa flor: galardonada en sus días con abundante rocío del Cielo.

Tierna devoción a María, su aliento de toda hora. Muy niña (9 años) perdió a su madre. Fue entonces, cuando una criada de la granja la sorprendió encaramada sobre una mesa, y abrazando con todo el poder de sus, aún débiles brazos, a una imagen de la Señora.

La iglesia parroquial de Moutiers -Saint Jean- fue testigo de sus anhelos eucarísticos. Desde el día de su primera Comunión (1818) se hizo "mística de todo en todo", -cual decía con donaire su buena hermana Tonina.

Y se le echaba de ver su inclinación a las cosas de Dios por su afán de visitar a las Hijas de la Caridad; y más que en otra cosa alguna, en su diligencia por acudir a los oficios divinos.

Por un sueño vino en conocimiento de su particular vocación. Consistió éste en la aparición de un anciano sacerdote que le habló en estos términos: "ahora huyes de mí, hija mía; día vendrá, cuando tengas a gran contento, ser mía. Sus designios tiene Dios sobre ti. No lo olvides".

El párroco de Chatillón la descifró el sueño de este modo: "no abrigues la menor duda; no era otro ese anciano, sino S. Vicente de Paúl, quien te quiere para Hija de la Caridad". Ella misma así lo confirmó, reconociendo al anciano del sueño en un cuadro, que del Santo tenían las Hermanas de Chatillón.

Por dos años hubo de luchar con el ingenuo rigor de su padre; para, al fin, ingresar el 21 del mes de abril de 1830 en el Noviciado de las Hijas de la Caridad en París.

SOR CATALINA HIJA DE LA CARIDAD

Ya en el Noviciado, comenzó a gozar favores extraordinarios del Cielo. Se le ponía el Señor a ojos vistas en el Sacramento del Amor. Una sola vez se le ocultó; cuando ella pensó engañarse en aquello que veía.

Se celebraban por aquellos días las solemnidades que precedieron a la apoteosis del humilde S. Vicente de Paúl por las calles de París con motivo de la translación de sus gloriosas reliquias; y dice la Hermana que halló en todo tanta dicha y contento, que para ella ya no quedaba mas que pedir ni esperar en este mundo. Recibió del Santo Patriarca certeras enseñanzas y seguridades muy completas para sus dos Comunidades.

APARICIONES

Mas, entre todos estos favores, llevan la primacía en el conocimiento del pueblo cristiano, aquellos que le hizo la Reina del Cielo, y que vamos a referir.

La noche del 18 de junio del dicho año, 1830, fue la escogida por la Virgen Santísima para hacer entrega de sus cartas credenciales a la Venerable Hermana.

Para detalles, nadie como la propia Sor Catalina, quién así lo describe: Era tanto mi deseo de ver a la Virgen, que me acosté con la confianza de que San Vicente había de conseguírmelo de la Señora. Serían no más que las once y media de la noche. cuando oí que me llamaban: "Hermana. Hermana, Hermana". Desperté; miré del lado por donde la voz venía. Corrí la cortina; y vi a un niño, como de cinco años que vestía de blanco; y así me dijo: "Ven a la capilla, que allí te espera la Virgen". Tranquilizada por él, dime prisa en vestirme; y le seguí… No pequeña fue mi sorpresa, viéndolo todo iluminado; mas esta mi sorpresa creció de punto ante la claridad de la capilla. Recordábame ésta la misa de Navidad. Sin embargo, por ningún lado se echaba de ver la presencia de la Virgen.

[La virgen se ofrece sentada a Catalina]Arrodillada, hacíaseme largo el tiempo de espera. Acrecíalo el temor de verme descubierta. Llegó la hora. Y el niño me previno con estas palabras: "Mira, ahí tienes a la Virgen Santísima". Noté como un roce de sedas que se dirigía al lado del Evangelio, a un sillón que allí había. Era la Virgen, quien se me ofrecía sentada. Creo imposible describir cuanto veía y ocurría en mi: algo así como un temor de verme engañada; y de que aquella a quien yo veía, no fuera la Santísima Virgen. Mas, el ángel de mi guarda -que no era otro el niño- me increpó un tanto severo y sin más dudar, me arrodillé junta a Ella y puse mis manos en su regazo"

Y allí, mano a mano, como de Madre a hija, "quiero, hija mía, me dijo, nombrarte por mi embajadora. Sufrirás no poco; mas vencerás, pensando ser todo para la gloria de Dios. Con sencillez y confianza di cuanto entiendas y veas". Prudente la Hermana, pidió prendas de cuanto había visto y oído. Prenda que la Señora le dio cumplidas. Profetizó la Hermana. Presto y cuando menos se esperaba, tuvieron sus profecías cabal cumplimiento.

En estas se hallaba el asunto, que acreditaba la misión de Sor Catalina Labouré, cuando la Virgen María tuvo por bien dejarse ver otra vez en la tarde del 27 de noviembre del mismo año.

Demos la palabra a Sor Catalina: Vi a la Virgen Santísima en todo el esplendor de su belleza. Indecible al labio humano. . . . Bañada de luz su figura. Asentaba los pies sobre una media esfera... En sus manos, a la altura del pecho, otra esfera más pequeña. Alzados los ojos al Cielo, noté cómo sus dedos tenían anillos, de los cuales brotaban pequeños haces de luz.... Viendo lo cual, oí una voz que así me dijo: "Figura el globo al mundo entero y a todos y cada uno de los mortales." "Son los rayos símbolo de cuantas gracias concedo a quienes me las piden".

Gozaba la Hermana con lo ya visto, cuando al punto - prosigue la misma- hízose en torno de la Virgen Santísima a modo de óvalo con estas palabras, en caracteres de oro: "¡Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!"

Volvióse la visión y notó la Hermana una letra M y sobre ésta una Cruz descansando en una barra. Debajo de lo anterior, el Corazón de Jesús coronado de espinas y el de María atravesado con una espada, Y todo ello, circundado con doce estrellas. Se dejó oír al mismo tiempo una voz, que así decía: "Acuñad una medalla según el modelo. Cuantos la lleven consigo, recibirán gracias sin cuento… Llevadla con entera confianza."

DIFUSIÓN PRODIGIOSA

A toda luz resulta claro que Sor Labouré, no de menguados ánimos, sintiera vivos deseos de ver acuñada la medalla. Le salió al paso la fría prudencia de su director, el P. Aladel, C.M. Y ésta, junto con otras circunstancias, dieron no poco que sufrir a la Hermana. Acuñada, por fin, la Medalla en 1832, hízose luego dueña del mundo entero. El pueblo cristiano, a vista de tanta enfermedad ahuyentada, de tanto mal hábito quebrantado, y virtudes adquiridas; de tanto peligro alejado y bendiciones obtenidas por la Santa Medalla, dio en llamarla Milagrosa. Nombre que ostenta con primacía sobre todo otro objeto de devoción.

Papas y reyes; grandes y pequeños de todas las edades, la proclaman de entonces acá la Medalla de María Milagrosa. Se cumplió así el anhelo de Sor Catalina: "Por la Medalla será María la Reina del universo."