Thursday, October 13, 2011

Rezo de la Curación


Rezo de la Curación. Por el Padre Thomas Mathew

"Señor, usted invita todos quiénes son cargados para venirle. Permita que su mano de curación me cure.

Toque mi alma con Su compasión por otros. Toque mi corazón con Su coraje y amor infinito por todos.

Toque mi mente con Su sabiduría que mi boca siempre puede proclamar su alabanza.

Enséñeme tender la mano a Usted en mi necesidad, y ayudarme a conducirle a otros por mi ejemplo. La mayor parte de Corazón de cariño de Jesús, tráigame la salud en cuerpo y espíritu que puedo servirle con toda mi fuerza.

El toque suavemente la vida que Usted ha creado, ahora y para siempre. Amén."

Tuesday, October 11, 2011

Contra el Poder de las Tinieblas

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Súplicas que pueden ser utilizadas privadamente por los fieles en la lucha contra el poder de las tinieblas.

Ritual Romano de exorcismos y otras súplicas, Apéndice II
Versión castellana de la edición típica, 2005.

Oraciones

1. Señor Dios, apiádate de mi, siervo tuyo,
que, a causa de muchas insidias,
me he vuelto como un objeto perdido;
sálvame de la mano de mis enemigos
y ven a buscarme si estoy perdido,
acógeme cuando me encuentres,
y no me abandones,
así podré agradarte por siempre,
porque se que me has redimido con tu fuerza.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amen.

2. Dios todopoderoso,
que das cobijo a los afligidos en tu casa
y conduces a los cautivos a la prosperidad,
mira mi aflicción
y ven en mi auxilio;
derrota al enemigo malvado,
para que, una vez vencida la acción del adversario,
la libertad me conduzca a la paz,
de modo que restablecido en la piedad serena,
proclame que eres admirable
Tú que diste fuerza a tu pueblo.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amen.

3. Oh Dios, creador y defensor del genero humano,
que formaste al hombre a tu imagen
y lo recreaste mas admirablemente
con la gracia del Bautismo,
dirige tu mirada sobre mi, siervo tuyo,
y se propicio a mis súplicas.
Te pido que nazca en mi Corazón
el esplendor de tu gloria
para que, eliminado plenamente todo temor,
pueda alabarte
con animo y espíritu sereno,
junto a mis hermanos en tu Iglesia.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amen.

4. Oh Dios, origen de toda misericordia
y de toda bondad,
que quisiste que tu Hijo
sufriera por nosotros el suplicio de la cruz
para librarnos del poder del enemigo;
mira propicio mi humillación y dolor,
y concédeme,
pues me renovaste en la fuente bautismal,
que, habiendo vencido el ataque del Maligno,
me colme la gracia de tu bendición.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amen.

5. Oh Dios, que por la gracia de la adopción,
quisiste que yo fuera hijo de la luz,
te pido que me concedas
no verme envuelto en las tinieblas de los demonios
sino que pueda por siempre permanecer plenamente
en el esplendor de la libertad recibida de ti.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amen.

Invocaciones a la Trinidad

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Sólo a Dios honor y gloria.
Bendigamos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo;
sea alabado y ensalzado por los siglos de los siglos.
Te invocamos, te alabamos, te adoramos,
oh santa Trinidad.
Esperanza nuestra, salvación nuestra, honor nuestro,
oh santa Trinidad.
Líbrame, sálvame, vivifícame,
oh santa Trinidad.

Santo, santo, santo es el Señor, Dios todopoderoso,
el que era, el que es y el que vendrá.
A ti el honor y la fuerza, oh santa Trinidad,
a ti la gloria y el poder por los siglos de los siglos.
A ti la alabanza, a ti la gloria, a ti la acción de gracias
por los siglos de los siglos, oh santa Trinidad.
Santo Dios, Santo fuerte, Santo inmortal,
ten piedad de mí.

Invocaciones a Nuestro Señor Jesucristo

Jesús, Hijo de Dios vivo, ten piedad de mí
Jesús, imagen del Padre, ten piedad de mí
Jesús, Sabiduría eterna, ten piedad de mí
Jesús, resplandor de la luz eterna, ten piedad de mí
Jesús, Palabra de vida, ten piedad de mí
Jesús, Hijo de la Virgen María, ten piedad de mí
Jesús, Dios y hombre, ten piedad de mí
Jesús, Sumo Sacerdote, ten piedad de mí
Jesús, heraldo del reino de Dios, ten piedad de mí
Jesús, camino, verdad y vida, ten piedad de mí
Jesús, pan de vida, ten piedad de mí
Jesús, vid verdadera, ten piedad de mí
Jesús, hermano de los pobres, ten piedad de mí
Jesús, amigo de los pecadores, ten piedad de mí
Jesús, médico del alma y del cuerpo, ten piedad de mí
Jesús, salvación de los oprimidos, ten piedad de mí
Jesús, descanso de los abandonados, ten piedad de mí
Tú que viniste a este mundo, ten piedad de mí
Tú que libraste a los oprimidos
por el diablo, ten piedad de mí
Tú que estuviste colgado en la cruz, ten piedad de mí
Tú que aceptaste la muerte
por nosotros, ten piedad de mí
Tú que yaciste en el sepulcro, ten piedad de mí
Tú que descendiste a los infiernos, ten piedad de mí
Tú que resucitaste
de entre los muertos, ten piedad de mí
Tú que subiste a los cielos, ten piedad de mí
Tú que enviaste el Espíritu Santo
sobre los Apóstoles, ten piedad de mí
Tú que te sientas
a la derecha del Padre, ten piedad de mí
Tú que vendrás a juzgar
a vivos y muertos, ten piedad de mí

b)
Por tu encarnación Líbrame, Señor.
Por tu nacimiento, Líbrame, Señor.
Por tu bautismo y santo ayuno, Líbrame, Señor.
Por tu pasión y cruz, Líbrame, Señor.
Por tu muerte y sepultura, Líbrame, Señor.
Por tu santa resurrección, Líbrame, Señor.
Por tu admirable ascensión, Líbrame, Señor.
Por el envío del Espíritu Santo, Líbrame, Señor.
Por tu gloriosa venida, Líbrame, Señor.

Otras invocaciones al Señor

Cuando se nombra la cruz, puede el fiel oportunamente hacer la señal de la cruz.

Sálvame, Cristo Salvador, por la fuerza de la Cruz Ì:
tú que salvaste a Pedro en el mar, ten piedad de mí.
Por la señal de la santa Cruz Ì,
de nuestro enemigos líbranos, Señor, Dios nuestro.
Por tu Cruz, Ìsálvanos, oh Cristo Redentor,
tú que muriendo destruiste nuestra muerte
y resucitando restauraste la vida.
Tu Cruz Ì adoramos, Señor,
tu gloriosa pasión contemplamos:
ten misericordia de nosotros,
Tú que padeciste por nosotros.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
porque con tu Cruz Ìhas redimido al mundo.

Invocaciones a Santa María Virgen

Bajo tu protección nos acogemos,
santa Madre de Dios;
no deseches las súplicas
que te dirigimos en nuestras necesidades;
antes bien, líbranos siempre de todo peligro,
oh Virgen gloriosa y bendita.
Consoladora de los afligidos, ruega por nosotros.
Auxilio de los cristianos, ruega por nosotros.
Dígnate aceptar mis alabanzas, oh Virgen santa;
hazme fuerte contra tus enemigos.

Madre mía, confianza mía.
María, Virgen Madre de Dios, ruega a Jesús por mí.
Dignísima Reina del mundo,
Virgen perpetua María,
intercede por nuestra paz y salvación,
tú que engendraste a Cristo Señor, Salvador de todos.
María, Madre de gracia,
Madre de misericordia,
defiéndenos del enemigo,
y ampáranos en la hora de la muerte.

Socórreme, oh piadosísima Virgen María,
en todas mis tribulaciones,
angustias y necesidades,
alcánzame de tu Hijo querido
la liberación de todos los males
y de los peligros de alma y cuerpo.

Acuérdate, oh piadosísima Virgen María,
que jamás se ha oído decir,
que ni uno solo de cuantos han acudido a tu protección
e implorado tu socorro,
haya sido desamparado por ti.

Yo pecador, animado con esta confianza,
acudo a ti, oh Madre, Virgen de las Vírgenes;
a ti vengo,
ante ti me presento con dolor.
No desprecies, Madre del Verbo, mis súplicas,
antes bien inclina a ellas tus oídos
y dígnate atenderlas favorablemente.

Invocación a san Miguel Arcángel

Arcángel San Miguel, defiéndenos en la lucha;
sé nuestro amparo contra la maldad
y las asechanzas del demonio.
Pedimos suplicantes
que Dios lo mantenga bajo su imperio;
y tú, Príncipe de la milicia celestial,
arroja con el poder divino, en el infierno
a Satanás y los otros espíritus malignos,
que andan por el mundo
tratando de perder las almas. Amén.

Letanías
Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros / por mí.
San Miguel, ruega por nosotros / por mí.
San Gabriel, ruega por nosotros / por- mí.
San Rafael, ruega por nosotros / por mí.
Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros / por mí.
San Juan Bautista, ruega por nosotros / por mí.
San José, ruega por nosotros / por mí.
San Pedro, ruega por nosotros / por mí.
San Pablo, ruega por nosotros / por mí.
San Juan, ruega por nosotros / por mí.
Todos los santos Apóstoles, rogad por nosotros / por mí.
Santa María Magdalena, ruega por nosotros / por mí.

(Pueden añadirse los nombres de otros Santos y Beatos)

De todo mal, Líbranos / me, Señor.
De todo pecado, Líbranos / me, Señor.
De las insidias del diablo, Líbranos / me, Señor.
De la muerte eterna, Líbranos / me, Señor.
Cristo, óyenos / me.
Cristo, escúchanos / me.

Tomado de www.corazones.org

Tuesday, October 4, 2011

QUIEN AMA A JESUCRISTO SUFRE CON GUSTO LOS PADECIMIENTOS DE LA VIDA

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San Alfonso María de Ligorio

A continuación quiero transcribir algunas de las páginas más hermosas que se han escrito sobre el sentido del sufrimiento y sobre el modo cristiano de asumirlo. Se trata del capítulo quinto de la obra de San Alfonso María de Ligorio “Práctica del amor a Jesucristo”. El Santo escribió este tratado en medio de grandes dolores, pues a comienzos del año 1768 la enfermedad de la artritis que le venía martirizando desde hacía tiempo, se estableció en las vértebras del cuello, doblándole de tal manera la cabeza que el hueso de la barbilla se le quedó clavado en el pecho, abriéndole una llaga profunda y dolorosa. Tenía 78 años. En medio de sus padecimientos escribió estas páginas que son fruto de su amor y de su experiencia dolorosa.

Es esta tierra lugar de merecimientos, y por lo mismo lugar de padecimientos. Nuestra patria es el paraíso, donde el Señor nos tiene deparado descanso y felicidad perdurable. Poco es el tiempo que en este destierro hemos de pasar; mas en este corto tiempo nos vemos cercados de innumerables penalidades.

El hombre nacido de mujer –dice Job– vive corto tiempo, y está atestado de miserias (Job 14,1). Todos por necesidad tenemos que padecer en este mundo; ya seamos justos, o ya pecadores, no podemos menos de cargar con la cruz. Quien la lleva con paciencia se salva; y por el contrario, quien la lleva con impaciencia, se pierde. “Las mismas aflicciones –dice San Agustín– a unos los conducen a la gloria, y a otros los conducen al infierno”. En el crisol de la tribulación –dice el mismo santo Doctor– se divide la paja del grano; en la Iglesia de Dios, el que en las tribulaciones se humilla y se sujeta a la voluntad de Dios es el grano destinado para el cielo; mas el que se ensoberbece y se irrita, alejándose de esta suerte de Dios, es la paja que arderá en el infierno.

En el gran día de las cuentas, cuando se ha de someter a juicio el negocio de nuestra salvación, menester será, para obtener la sentencia feliz de los predestinados que nuestra vida se halle en un todo conforme con la vida de Jesucristo. Porque todos aquellos que Dios desde toda la eternidad escogió para su gloria, determinó que fuesen conformes a la imagen de su unigénito Hijo (Rom 8,29). Que éste fue el intento que el Verbo eterno se propuso al venir al mundo: darnos ejemplo con su vida y enseñarnos a llevar con paciencia las cruces que Dios nos manda. Cristo padeció por vosotros –escribe San Pedro– dejándoos ejemplo, para que sigamos sus huellas (1P 2,21). Para esforzarnos al combate quiso Él padecer; y ¡oh cielos! ¿quién no sabe que la vida de Cristo fue vida de ignominias y de penas? Llámale Isaías: El despreciado, varón de dolores (Is 53,3). Y en efecto, los días de Jesús no fueron otra cosa más que un tejido de trabajos y amarguras.

Pues bien, así como Dios ha tratado de esta suerte a su amado Hijo, de la misma tratará al alma que Él ama, y admite por hija suya. El Señor –dice San Pablo– a quien ama, castiga, y azota a todo aquel que recibe por hijo (Hb 12,6). Que por eso dijo un día a Santa Teresa: “Cree, hija, que a quien mi Padre más ama, da mayores cruces”. Y, por lo mismo, la Santa, cuando se veía tan apretada de tantos sufrimientos, decía que no los cambiaría ni por todos los tesoros del mundo. Apareciéndose después de su muerte a una de sus religiosas, le reveló que gozaba en el Cielo de gran gloria, fruto, no tanto de sus buenas obras, cuanto de los padecimientos que en vida sufrió con serenidad de ánimo por amor de Dios; y si algún deseo pudiera tener de tornar al mundo, el único sería el poder sufrir alguna cosa por Dios.

Quien padece amando a Dios, dobla la ganancia para el Cielo. Era sentencia de San Vicente de Paúl que el no penar en esta tierra debe reputarse como grande desgracia. Y añadía que una Congregación o persona que no padece y es de todo el mundo aplaudida y celebrada, está ya al borde del precipicio. Por esto el día que San Francisco de Asís lo pasaba sin algún sufrimiento por Cristo, temía que Dios le hubiera dejado de su mano. Cuando el Señor concede a alguno la merced de padecer por Él, le da mayor gracia, en sentir de San Juan Crisóstomo, que si le concediera el poder de resucitar a los muertos; porque en esto de obrar milagros, el hombre se hace deudor de Dios; pero en el padecer, se hace Dios deudor del hombre. Y además, añade, que el que pasa algún sufrimiento por Cristo, aunque otro favor no recibiera, que el de padecer por Dios, a quien ama, eso sería para ella la más hermosa recompensa. Y concluye que en mayor estima tenía la gracia hecha a San Pablo de ser encarcelado por Jesucristo, que la de haber sido arrebatado al tercer cielo.

La paciencia perfecciona las obras (St 1,4); que es como si dijera que no hay cosa que más agrade a Dios que el contemplar a un alma que con paciencia e igualdad de ánimo lleva cuantas cruces le manda; que esto es obra del amor: hacerse el amante una misma cosa con el amado. “Todas las llagas del Redentor –decía San Francisco de Sales– son como bocas que están abiertas para enseñarnos cómo hemos de padecer trabajos por Él. Padecer con constancia con Cristo, ésta es la ciencia de los santos y atajo seguro por donde pronto llegaremos a la santidad”. Quien ama a Jesucristo desea ser como Él: pobre, despreciado y humillado. Vio San Juan a los bienaventurados vestidos todos con blancas vestiduras y con palmas en las manos (Ap 7,9). La palma es emblema del martirio; mas no habiendo padecido martirio todos los santos, ¿cómo es que todos llevan palmas en las manos? Da la respuesta San Gregorio, diciendo que todos los santos han sido mártires, o a manos del verdugo o sufridos por la paciencia; de suerte –añade el Santo– que “nosotros sin hierro podemos ser mártires, con tal que nuestra alma con brío varonil se ejercite en la paciencia”.

En el amar y sufrir consiste el merecimiento de un alma que ama a Jesucristo; esto precisamente fue lo que el Señor dijo a Santa Teresa: “¿Piensas, hija, que está el merecer en el gozar? No está sino en obrar, y en padecer y en amar... Y ves mi vida toda llena de padecer... Cree, hija, que a quien mi Padre más ama, da mayores trabajos, y a éstos responde el amor... Mira estas llagas, que nunca llegarán hasta este punto tus dolores”. “Pues creer que admite Dios a su amistad estrecha gente blanda y sin trabajos es disparate”. La Santa, hablando de sí, añade en otro lugar para nuestro consuelo: “Mas ello era bien pagado, que casi siempre eran después en gran abundancia las mercedes”.

Apareciéndose cierto día Nuestro Señor a la bienaventurada Bautista Varani le dijo que “eran tres los favores de mayor precio que Él sabía hacer a sus almas amantes: el primero es no pecar; el segundo, el obrar el bien, y esto es ya de más subido valor; y el tercero, que es favor acabado y perfecto, padecer por amor de Él”. Conforme a esto decía Santa Teresa “que el Señor, en recompensa de una obra emprendida por honra y gloria suya, acaba por enviar algún padecimiento. Que por esto los santos, en pago de los trabajos que Dios les mandaba, le devolvían mil acciones de gracias”. San Luis, rey de Francia, hablando de su esclavitud entre los turcos, decía: “Me gozo y doy gracias a Dios, más por la paciencia que entre prisiones me ha concedido que si tuviera el mando y señorío de todo el universo”. Y Santa Isabel, reina de Hungría, cuando a la muerte de su esposo fue expulsada con su hijo de su Reino, abandonada de todo el mundo, entró en una iglesia de Franciscanos e hizo cantar en ella un Te Deum en acción de gracias por el singular favor que Dios le otorgaba, hallándola digna de padecer por su amor.

Decía San José de Calasanz que “para ganar el Cielo todo sufrimiento es pequeño”. Ya antes lo había dicho el Apóstol San Pablo: Todas las penas de este mundo no son de comparar con la bienaventuranza eterna que se ha de manifestar en nosotros (Rom 8,18). Cabal y cumplida sería nuestra felicidad si pudiéramos sufrir toda nuestra vida las torturas de los mártires, con tal de gozar, aunque no fuera más que un momento, de la gloria del paraíso; entonces, ¿con cuánta mayor razón debemos abrazarnos con nuestra cruz, sabiendo que los sufrimientos de esta nuestra corta vida nos han de conquistar eterna bienaventuranza? La tribulación tan breve y tan liviana de esta vida nos produce el eterno peso de una sublime e incomparable gloria, dice San Pablo (2Co 4,17). Cuando a San Agapito, joven de poca edad, el tirano le amenazó con apretarle sobre las sienes un yelmo hecho fuego, respondió: “¿Y qué mayor fortuna me puede tocar en suerte que perder acá mi cabeza para verla después coronada en el paraíso?”. Y embebido San Francisco de Asís en estos pensamientos exclamaba: “Tan grande es el bien que espero, que toda pena se me torna en gozo”. El que quiera corona en el Cielo, fuerza es que pase por tentaciones y dolores; y si con Cristo padecemos, reinaremos también con Él (2Tim 2,12). No hay premio sin mérito, ni hay mérito sin el ejercicio de la paciencia, según dice San Pablo: No será coronado sino el que varonilmente peleare (2Tim 2,5). Y al que con paciencia combatiere, le ha de corresponder mayor corona.

Es de lamentar que cuando se trata de bienes temporales de este mundo, procuran sus amadores recoger cuanto más pueden; pero cuando se trata de los bienes eternos, se les oye decir: “Me basta con un rinconcito en el paraíso”. No hablaron así los santos; ellos en este mundo se contentaban con cualquier cosa, y aun se desnudaban totalmente de los bienes terrenos; pero tratándose de los eternos, se esforzaban en ganar los más que podían. Pregunto: ¿en quién está la sabiduría?, ¿en quién la verdadera ciencia?

Y hablando de esta vida, es cosa cierta que quien con más paciencia sufre, goza también de más tranquila paz. “Tened entendido –decía San Felipe Neri– que en este mundo no hay purgatorio, sino paraíso o infierno: el atribulado que lo lleva todo con paciencia, goza de un paraíso anticipado; y el que no sufre con paciencia, tiene un infierno anticipado”. tratando de esto decía Santa Teresa: “Para el que abraza la cruz que Dios le envía, es suave de llevar, y no le cansa”. Estando San Francisco de Sales durante algún tiempo asediado de toda clase de tribulaciones, dijo: “Desde hace algún tiempo las adversidades y secretas contradicciones que experimento me han comunicado una paz tan suave que no tiene igual, y son presagio de la próxima y estable unión de mi alma con Dios, la cual en toda verdad es la única ambición y el único anhelo de mi corazón”. Verdad es de todos conocida que no hay paz para el que lleva una vida desordenada; y sólo gozará cumplido gozo aquel que vive unido con Dios y sometido a su santa voluntad. Asistía cierto día un misionero de las Indias a un hombre condenado a muerte. Hallábase ya éste en el estrado de la ejecución, cuando llamó al Padre y le dijo: “Sabed, Padre, que yo fui de vuestra Orden; mientras observé con fidelidad las Reglas, llevé una vida sin mezcla de amargura; pero cuando comencé a relajarme, en el mismo momento sentí pena y sufrimiento en todo, de tal manera que abandonando la vida religiosa, me entregué a mis desenfrenadas pasiones, que me han arrastrado a este final desventurado en que me veis. Os digo esto –añadió– para que mi ejemplo sirva a otros de escarmiento”. El Venerable Padre Luis de la Puente decía: “si quieres vivir en perpetua y tranquila paz, toma lo dulce de esta vida por amargo, y lo amargo por dulce”. Así es en verdad; porque las dulzuras, aunque suaves al paladar, dejan tras sí amarguras y remordimiento de la conciencia por la complacencia desordenada que en ellas se tiene; mientras que los trabajos aceptados de la mano de Dios con resignación, se tornan dulces, y los ama el alma que está enamorada de Él.

Persuadámonos, pues, que en este valle de lágrimas no es posible que goce verdadera paz de corazón sino el que sobrelleva los padecimientos y se abraza gustoso a ellos por agradar a Dios; que tal es la herencia y estado de corrupción, que nos legó el pecado original. La condición de los justos sobre la tierra es padecer amando; mientras que la de los santos en el paraíso es gozar amando. Cierto día, el Padre Séñeri el joven, aconsejó a una de sus penitentes, para animarla a padecer, que a los pies del Crucifijo escribiese estas palabras: Así se ama. No es tanto el padecer, cuanto la voluntad de padecer por amor de Cristo, lo que constituye la señal más cierta de que un alma ama al Señor. “Y ¿qué más ganancia –decía Santa Teresa– que tener algún testimonio de que agradamos a Dios?”. Pero ¡ay!, que la mayor parte de los hombres desfallecen con solo oír el nombre de cruz, de humillación y dolores; sin embargo, todavía hay almas que ponen todas sus delicias en padecer, y andan como inconsolables cuando les faltan afrentas y penas. “La presencia de Jesús crucificado –decía un alma devota– me vuelve la cruz tan amable, que creo que sin sufrir no podría gozar felicidad cumplida; todo lo suple en mí el amor de Jesucristo”. Este es el consejo que Cristo da a quien desea seguir sus pasos: que tome su cruz y vaya en pos de Él. Lleve su cruz cada día, y sígame (Lc 9,23). Preciso es tomarla, empero, y llevarla, no por fuerza y a despecho, sino con humildad, paciencia y amor.

¡Oh, cuán agradable es y acepto a Dios el que, con humildad y paciencia, acepta las cruces que le envía! Decía San Ignacio de Loyola que no hay leña tan a propósito para encender y conservar el fuego del amor de Dios, como el madero de la Cruz; quiere decir: amar a Dios entre los sufrimientos. Preguntando cierto día al Señor, Santa Gertrudis, qué cosa podía ofrecerle que le fuese más acepta y agradable, el Señor le dijo: Mira, hija, no hay cosa que yo reciba con más gusto, que sufrir con tranquilidad de ánimo todas las tribulaciones que te salen al paso. Por aquí vino a decir la fidelísima sierva de Dios, Sor Victoria Angelini, que pasar no más que un día clavada con Cristo en la Cruz, tiene más mérito que andar cien años ocupado en otros ejercicios espirituales. Semejante a ésta es la sentencia de San Juan de Ávila: “Más vale –decía– un gracias a Dios o un bendito sea Dios en las adversidades, que seis mil gracias en bendiciones y prosperidades”. Y con todo, ¡los hombres ignoran todavía el valor de la Cruz llevada por Cristo! “Si esto entendieran –dice Santa Angela de Foligno–, los padecimientos serían objeto de rapiña; que es como decir que unos a otros se robarían las ocasiones de padecer”. Y Santa María Magdalena de Pazzis, que había gustado las dulzuras de la cruz, deseaba que Dios le alargase la vida, más bien que morir e irse al Cielo; porque –decía– en el paraíso no se puede padecer.

Todos los deseos de un alma que ama a Dios no son otros que unirse a Él por entero; mas para llegar a esta perfecta unión, veamos los consejos que nos da Santa Catalina de Génova. “Es imposible –dice– llegar a la unión con Dios sin la adversidad; porque en este crisol es donde destruye Dios todos los desordenados movimientos de nuestra alma y de nuestros sentidos. Y por esto, injurias, menosprecios, enfermedad, pérdida de parientes y amigos, humillaciones, tentaciones y otros mil géneros de penalidades nos son absolutamente necesarias, para que, batallando y yendo de victoria en victoria, consigamos extinguir en nosotros las perversas inclinaciones y no las sintamos más. Postradas ya, y vencidas, debemos procurar alcanzar, no sólo que el padecer pierda su aspereza, sino que nos sean sabrosos y deleitables los sufrimientos; sólo por aquí llegaremos a la unión con Dios”.

De donde resulta que el alma que ama a Dios con perfección, “antes busca lo desabrido, como dice San Juan de la Cruz, que lo sabroso; y más se inclina al padecer, que al consuelo..., y a las sequedades y aflicciones, que a las dulces comunicaciones, andando con avidez en busca de todo linaje de voluntarias mortificaciones; y abrazándose con mayor amor con las involuntarias, que éstas son las que Dios más estima”. Ya lo tenía dicho Salomón: Que mejor es el varón paciente que el fuerte; y el que es señor de su ánimo, que el que conquista y gana ciudades (Prov 16,32). Cierto es que mucho complace a Dios el que crucifica su carne con ayunos, cilicios y disciplinas, porque mortificándose da pruebas de varonil entereza; pero mucho más agradable es a Dios holgarse en los trabajos y sufrir con paciencia las cruces que Él nos manda. Decía San Francisco de Sales: “Las tribulaciones que nos vienen de la mano de Dios o de los hombres por beneplácito de Dios, son siempre más preciosas que las que son hijas de nuestra propia voluntad; porque es ley general que, donde menos lugar tiene nuestra voluntad, más contento hay para Dios y provecho para nuestras almas”. Y ya antes, Santa Teresa nos había dado el mismo documento, cuando dijo: “En un día podrá ganar más delante de su Majestad, de mercedes y favores perpetuos, que pudiera ser que ganara él en diez años en cruces que quisiera tomar por sí”.

Y por eso Santa María Magdalena de Pazzis exclamaba generosamente: “No hay tormento en el mundo, por penoso que sea, que no soportara yo con alegría, pensando que me vienen de la mano de Dios”. Y así fue, porque en los padecimientos no pequeños que durante cinco años padeció la Santa, bastaba traerle a la memoria que tal era la voluntad de Dios, para devolverle la paz y tranquilidad. ¡Ah!, que para conquistar a Dios, tesoro inestimable, todo es de poco o de ningún valor. “Cueste Dios lo que costare –decía el P. Hipólito Durazzo–, jamás nos costará muy caro”.

Roguemos, pues, al Señor, que nos halle dignos de amarle; que si perfectamente le amamos, humo y no más que lodo nos parecerán los bienes de este mundo; y las ignominias y los padecimientos se convertirán en suavísimos deleites. Hablando San Juan Crisóstomo de un alma que totalmente se ha entregado a Dios, dice así: “Cuando uno ha llegado al perfecto amor de Dios, vive como si estuviese solo sobre la tierra; no se cuida más de la gloria o de las ignominias; desprecia las tentaciones y los sufrimientos, y pierde el gusto y apetito de las cosas terrenas. No encontrando ya ayuda ni reposo en cosas de mundo, corre sin tregua ni descanso tras el Amado sin que haya estorbo que la detenga, porque ya trabaje, ya coma; ya duerma, ya esté en vela, en todo lo que hace y en todo lo que dice y piensa, su anhelo único es hallar al Amado; porque allí tiene cada cual su corazón, donde tiene su tesoro”.

A UN ENFERMO


http://www.corazones.org/sacramentos/uncion_enfermos/uncion.jpg

P. Marcos Pizzariello

Quienquiera que fueres:

Cuando tengas un momento de sosiego, considera el siguiente decálogo del enfermo.

1. Tu salud y tu enfermedad están en las manos de Dios. Y esas manos son buenas, seguras, fuertes, sabias. Confia.

2. La trama y la urdimbre de tu vida no dependen únicamente de tu libertad, ni de tu dinero, de tus médicos. También dependen de Dios.

3. Reconoce que tu vida es un misterio. No olvides que si Dios es incomprensible, también lo eres tú, porque al depender esencialmente de Él, participas de su misterio. El revés de un tapiz artístico, aparece absurdo, por lo que al arte atañe. Así es tu vida: un paño artístico visto al revés. En la eternidad verás la razón de todo ello. Ahora cree.

4. El sufrimiento desempeña un papel providencial en la vida del cristiano:

–es fuente de gracias;

–es purificación;

–es elevación;

–es maduración. Reflexiona.

5. Advierte que no cualquier sufrimiento tiene estas cualidades. Es necesario sobrellevarlo con Cristo y por Cristo.

6. Jamás resolverás bien el problema del dolor si lo planteas mal. Jamás plantearás bien el problema del dolor si prescindes de estos dos factores: amor de Dios al hombre y libertad humana.

7. Jamás comprenderás cabalmente el amor que Dios te profesa, porque tú eres un misterio viviente de ese amor. La fe y sólo la fe puede, en parte, descorrer ese velo.

8. Jamás entenderás nada de lo humano, si olvidas que Cristo crucificado y resucitado, es la única solución de todos los problemas que se le presentan al hombre.

9. Ten presente que la felicidad no es algo que cae del cielo, como la lluvia. No es algo que surge de una fuente, fuera de nosotros mismos. Llevamos la felicidad en nosotros, al igual que un germen puesto por Dios y del cual somos responsables. La felicidad estriba en la paz interior.

10. La paz interior es la floración de la buena conciencia. Medita.

BIENAVENTURADOS LOS MISERICORDIOSOS

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Cuando el ángel se apareció a la Virgen para anunciarle que iba a ser Madre de Jesús, también le dijo que su prima Isabel estaba esperando un hijo: Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios (Lc 1,36-37). Isabel era ya anciana, por eso la Virgen, apenas oyó lo que el ángel le dijo, se puso en camino para ayudarla: María se levantó y se fue con prontitud...; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa (Lc 1,39-40.56).

Hermoso es el ejemplo que nos da la Virgen: el ángel no le manda que vaya a casa de Isabel; éste era un viaje largo y pesado para aquellos tiempos, pues había que hacerlo en asno, aprovechando alguna de las caravanas que pasaban por aquellos lugares. Exigía mucho sacrificio. Pero María no duda ni necesita que le digan nada; su corazón es generoso y propenso a las obras de misericordia.

En esto María es modelo de todos los cristianos. Jesucristo nos ha enseñado que seremos juzgados por nuestras obras de misericordia: Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los de su derecha: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme”. Entonces los justos le responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?”. Y el Rey les dirá: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”. Entonces dirá también a los de su izquierda: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis”. Entonces dirán también éstos: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?”. Y Él entonces les responderá: “En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo”. E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna (Mt 25,31-46).

¿Qué cosa hay tan hermosa a los ojos de Dios y de los hombres como la misericordia? Por eso tantas veces Dios la recomienda a los hombres: Prefiero la misericordia al sacrificio (Os 6,6); Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso (Lc 6,36); Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia (Mt 5,7).

¿Cuáles son esas obras de misericordia? Si bien son muchas, la tradición las ha agrupado en siete obras corporales y siete espirituales.

Las obras de misericordia corporal son:

–Dar de comer al hambriento.
–Dar de beber al sediento.
–Vestir al desnudo.
–Dar posada al peregrino.
–Visitar al enfermo.
–Redimir al cautivo.
–Enterrar a los muertos.

Las obras de misericordia espiritual son:

–Rogar a Dios por vivos y difuntos.
–Enseñar al que no sabe.
–Dar buen consejo al que lo necesita.
–Consolar al triste.
–Corregir al que yerra.
–Perdonar las injurias.
–Sufrir con paciencia las flaquezas de nuestros prójimos.

¿Qué es la misericordia? Es una especie de compasión del corazón ante la miseria del prójimo que nos mueve e impulsa a ayudarlo si es posible. Observemos tres cosas importantes: es algo interior, es provocada por la miseria, y nos mueve a obrar.

1) Es algo interior, es decir, del alma. No es sólo algo sensible, y muchas veces no tiene nada de sensible. No es sentir lástima sino dolor del alma. Como Jesucristo: sintió compasión porque eran como ovejas sin pastor (Mt 9,36).

2) Es provocada por la miseria del prójimo. ¿Qué miseria? Toda miseria: tanto corporal como espiritual. Los males del prójimo son muchos. Hay males físicos como el hambre, la pobreza, la sed, la desnudez, la enfermedad; hay males psicológicos como la tristeza, la soledad, la incomprensión, la desorientación, el no encontrarle sentido a la vida; y sobre todo hay males espirituales cuales son el error y el pecado. Estos últimos son los más graves; ciertamente que hay males muy duros como la pobreza o la soledad; pero el pecado es el mal más grande, y por eso quien más necesita de nuestra ayuda es el hombre pecador.

3) Nos impulsa a ayudar a los necesitados. ¿De qué modo? Remediando sus necesidades físicas, su soledad, su tristeza; y especialmente, tratándose de pecadores, ayudándolos a que se conviertan y salgan de su pecado. La Virgen en Fátima dijo que el pecado es el mal más grande que azota el mundo; y mostrando su corazón coronado de espinas pidió que los hombres no ofendieran más a su Hijo.

Practiquemos todas las obras de misericordia que podamos; porque la misericordia borra nuestros pecados. Por eso dice el Apóstol Santiago: El que convierte a un pecador de su camino desviado, salvará su alma de la muerte y cubrirá multitud de sus pecados (St 5,20).

Hermosamente recomendaba esta virtud el santo Tobit en el testamento que da a su hijo: Llamó, pues, Tobit a su hijo, que se presentó ante él. Tobit le dijo: «Cuando yo muera, me darás una digna sepultura; honra a tu madre y no le des un disgusto en todos los días de su vida; haz lo que le agrade y no le causes tristeza por ningún motivo. Acuérdate, hijo, de que ella pasó muchos trabajos por ti cuando te llevaba en su seno. Y cuando ella muera, sepúltala junto a mí, en el mismo sepulcro. Acuérdate, hijo, del Señor todos los días y no quieras pecar ni transgredir sus mandamientos; practica la justicia todos los días de tu vida y no andes por caminos de injusticia, pues si te portas según verdad, tendrás éxito en todas tus cosas, como todos los que practican la justicia. Haz limosna con tus bienes; y al hacerlo, que tu ojo no tenga rencilla. No vuelvas la cara ante ningún pobre y Dios no apartará de ti su cara. Regula tu limosna según la abundancia de tus bienes. Si tienes poco, da conforme a ese poco, pero nunca temas dar limosna, porque así te atesoras una buena reserva para el día de la necesidad. Porque la limosna libra de la muerte e impide caer en las tinieblas. Don valioso es la limosna para cuantos la practican en presencia del Altísimo... Da de tu pan al hambriento y de tus vestidos al desnudo. Haz limosna de todo cuanto te sobra; y no tenga rencilla tu ojo cuando hagas limosna» (Tb 4,3-11.16).

¡Cuántos ejemplos de misericordia nos han dado los santos! Pensemos en San Martín de Tours dividiendo su capa con el pobre desnudo, San Juan de Dios cargando en sus brazos al mendigo llagado, Damián de Veuster dedicando su vida a los leprosos y muriendo él mismo como uno de ellos, Santa Catalina de Siena lavando las llagas de aquella mujer que la maldecía, el beato Luis Orione y San José Benito Cottolengo consagrando sus vidas a cuidar a los rechazados del mundo... Y sobre todo, la Virgen Santísima perdonando a los que crucificaban a su Hijo único y amado; como le escribió Dante: En ti misericordia, en ti piedad. Volvamos nuestros ojos hacia Ella y pidamos imitar su misericordia y su corazón pronto para socorrer al necesitado, para llevar la gracia de Dios a todos los corazones. Pidamos un corazón misericordioso, como se hace en aquella hermosa oración:

Deseo transformarme en tu misericordia y ser un vivo reflejo de Ti, oh Señor. Que este atributo, el más grande de Dios, es decir su insondable misericordia, pase a través de mi corazón y de mi alma al prójimo.

Ayúdame Señor, a que mis ojos sean misericordiosos para que yo jamás sospeche o juzgue según las apariencias, sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a ayudarle.

Ayúdame Señor, a que mis oídos sean misericordiosos para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos.

Ayúdame Señor, a que mi lengua sea misericordiosa para que jamás critique a mi prójimo sino que tenga una palabra de consuelo y de perdón para todos.

Ayúdame Señor, a que mis manossean misericordiosas y llenas de buenas obras para que sepa hacer sólo el bien a mi prójimo y cargar sobre mí las tareas más difíciles y penosas.

Ayúdame Señor, a que mis pies sean misericordiosos para que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo, dominando mi propia fatiga y mi cansancio. Mi reposo verdadero está en el servicio a mi prójimo.

Ayúdame Señor, a que mi corazón sea misericordioso para que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo. A nadie le rehusaré mi corazón. Seré sincero incluso con aquellos que sé que abusarán de mi bondad. Y yo mismo me encerraré en el misericordiosísimo Corazón de Jesús. Soportaré mis propios sufrimientos en silencio. Que tu misericordia, oh Señor, repose dentro de mí.

Jesús mío, transfórmame en Ti porque Tú lo puedes todo.

ORACIÓN PARA CUANDO ME TOQUE SUFRIR

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(San Agustín)

Gracias te doy, Señor,
por los golpes con que azotas mis espaldas;
porque con este castigo
me has salvado de la ruina;
–me castigas,
porque no quieres que queden impunes mis pecados;
y con ello me das una gran lección.

Por eso me someto humildemente
a los golpes de tu látigo;
y te bendigo por la amargura que mezclas
con la dulzura de la vida temporal,
para que no me apegue a los deleites terrenales
y aspire siempre a las delicias eternas.

Tú, Señor, iluminas mis tinieblas
cuando castigas mis pecados con adversidades
y mis perversos deleites con amarguras.

¡Cuán bueno eres, Dios mío!
si en mi vida terrena no pusieras dolor
tal vez me olvidaría completamente de Ti.

Pensaré cuánto has sufrido por mí;
y por pesados que sean mis trabajos,
y grandes mis dolores,
no igualarían jamás a los que Tú padeciste:
insultos, humillación, flagelación,
coronación de espinas,
crucifixión.

Beberé, Señor, este amargo cáliz
para recobrar la salud de mi alma;
lo beberé sin temblar, porque para animarme
lo has bebido Tú primero.

Beberé este cáliz
hasta que pase toda la amargura de este mundo
y llegue a la otra vida
en la que no habrá más maldad ni dolor.
Amén.

Cuando muere una persona, ¿hay que rezar el rosario nueve días y ponerle un vaso con agua?


Pregunta:

Me dirigo a Usted con todo respeto y confiianza, tengo una inquietud o duda y me gustaria me pudiera ayudar a aclararla. Cuando fallece una persona, ¿cuál es el motivo o por qué se le debe de rezar del novenario del rosario? Y además, mientras se reza éste novenario ¿cuál es el significado de ponerle una vela o veladora encendida durante todos estos nueve días y también un vaso con agua?

Responde el P. Miguel Ángel Fuentes, IVE

El rezo del Rosario es una oración muy eficaz, y recomendada por la Iglesia (por ejemplo, puede leer la Carta Apostólica del Siervo de Dios Juan Pablo II, 'Rosarium Virginis Mariae'), y como tal, es una gran ayuda a las almas que están en el Purgatorio. El Papa Benedicto XVI, en la reciente Carta Encíclica 'Spe Salvi', recuerda la doctrina sobre por qué debemos ofrecer sufragios por los difuntos:

'Sobre este punto hay que mencionar aún un aspecto, porque es importante para la praxis de la esperanza cristiana. El judaísmo antiguo piensa también que se puede ayudar a los difuntos en su condición intermedia por medio de la oración (cf. por ejemplo 2 Mc 12,38-45: siglo I a. C.). La respectiva praxis ha sido adoptada por los cristianos con mucha naturalidad y es común tanto en la Iglesia oriental como en la occidental. El Oriente no conoce un sufrimiento purificador y expiatorio de las almas en el « más allá », pero conoce ciertamente diversos grados de bienaventuranza, como también de padecimiento en la condición intermedia. Sin embargo, se puede dar a las almas de los difuntos « consuelo y alivio » por medio de la Eucaristía, la oración y la limosna. Que el amor pueda llegar hasta el más allá, que sea posible un recíproco dar y recibir, en el que estamos unidos unos con otros con vínculos de afecto más allá del confín de la muerte, ha sido una convicción fundamental del cristianismo de todos los siglos y sigue siendo también hoy una experiencia consoladora. ¿Quién no siente la necesidad de hacer llegar a los propios seres queridos que ya se fueron un signo de bondad, de gratitud o también de petición de perdón? Ahora nos podríamos hacer una pregunta más: si el « purgatorio » es simplemente el ser purificado mediante el fuego en el encuentro con el Señor, Juez y Salvador, ¿cómo puede intervenir una tercera persona, por más que sea cercana a la otra? Cuando planteamos una cuestión similar, deberíamos darnos cuenta que ningún ser humano es una mónada cerrada en sí misma. Nuestras existencias están en profunda comunión entre sí, entrelazadas unas con otras a través de múltiples interacciones. Nadie vive solo. Ninguno peca solo. Nadie se salva solo. En mi vida entra continuamente la de los otros: en lo que pienso, digo, me ocupo o hago. Y viceversa, mi vida entra en la vida de los demás, tanto en el bien como en el mal. Así, mi intercesión en modo alguno es algo ajeno para el otro, algo externo, ni siquiera después de la muerte. En el entramado del ser, mi gratitud para con él, mi oración por él, puede significar una pequeña etapa de su purificación. Y con esto no es necesario convertir el tiempo terrenal en el tiempo de Dios: en la comunión de las almas queda superado el simple tiempo terrenal. Nunca es demasiado tarde para tocar el corazón del otro y nunca es inútil. Así se aclara aún más un elemento importante del concepto cristiano de esperanza. Nuestra esperanza es siempre y esencialmente también esperanza para los otros; sólo así es realmente esperanza también para mí.40 Como cristianos, nunca deberíamos preguntarnos solamente: ¿Cómo puedo salvarme yo mismo? Deberíamos preguntarnos también: ¿Qué puedo hacer para que otros se salven y para que surja también para ellos la estrella de la esperanza? Entonces habré hecho el máximo también por mi salvación personal.' (Benedicto XVI, Enc. Spe salvi, n. 48)

El uso de velas en la liturgia y las devociones privadas es muy antiguo y tiene muchas aplicaciones; puede representar nuestras oraciones, nuestra devoción, nuestra intención de 'velar' es decir, de mantenernos despiertos y atentos en la oración para alcanzar lo que pedimos a Dios. Pero también pueden ser utilizadas con sentido supersticioso, como si se creyese que las velas, o un número determinado de velas, o alguna práctica por el estilo, pueden alcanzar, por sí mismas, de modo 'mágico', lo que pretendemos. Lo mismo se diga de esa práctica a la que usted alude, de poner un vaso de agua. Desconozco su origen y el sentido que le dan quienes así obran. Puede ser algo análogo a lasantiguas prácticas paganas, usadas más tarde por algunos cristianos, por las que se dejaba a los difuntos comida y bebida, como un modo de estar unidos a ellos en un mismo banquete. Si se piensa que el difunto necesita ese agua, sería un pensamiento supersticioso. Tal vez la práctica venga del uso del agua bendita, usada como un sacramental; en tal sentido estaría bien, mientras se entienda cuál es el sentido.