Friday, May 13, 2011

ORACIÓN DE PROTECCION

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Yo (dí tu nombre completo) con la Sangre preciosa de Jesús, protejo y sello todo mi ser, interior y exteriormente, deposito en el Corazón Inmaculado de la Virgen María, todo mi haber y poseer; para que ni en el presente, ni en ningún momento futuro, lleguen a ellos daños por venganzas de lo oculto.

En el nombre de Jesús, queda prohibida toda acción e interacción, toda comunicación e intercomunicación espiritual. Invoco la presencia de los ángeles, arcángeles (Miguel, Gabriel y Rafael), principados, virtudes, potestades, dominaciones, querubines, serafines y tronos de Dios; para que sean ellos quienes lleven a cabo esta batalla contra el mal. Pido la ayuda de la comunión de los santos.
 

Amén, amén, amén.

¿Qué pensar de las personas que dicen recibir mensajes celestiales (de la Virgen o de Jesús)?

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Responde el P. Miguel Ángel Fuentes, I.V.E.
 
Pregunta:
Hemos conocido a una mujer que parece muy buena y muy católica, la cual supuestamente recibe mensajes de la Virgen. En el grupo de oración al que pertenecemos con mi esposa, la persona encargada le permite a esta mujer que nos dirija una pequeña 'plática' sobre los temas de sus mensajes personales. Con mi esposa no sabemos qué actitud tomar. Le agradezco su opinión.
Respuesta:
Estimado:

No es malo tener una desconfianza espontanea por todo cuanto suene a 'apariciones' y 'mensajes', mientras la Iglesia no se pronuncie al respecto.

Por lo general los que andan corriendo detrás de apariciones y mensajes celestiales, tarde o temprano, son engañados por el demonio. Hay que saber gustar el Evangelio y contentarse con él. Allí está revelado todo lo que es necesario para nuestra salvación personal. Las revelaciones privadas no añaden nada sustancial. Por eso el afán por conocerlas y divulgarlas suele ser indicio de superficialidad o al menos del vicio de la 'curiosidad' (salvo el caso de aquellas que la Iglesia avala de modo explícito, particularmente al canonizar a los videntes, como es el caso de Lourdes y Fátima, o el Sagrado Corazón y la Divina Misericordia).

En esto me parece que el criterio ha de ser el consejo de San Juan de la Cruz, es decir, no buscarlas sino, por el contrario, huir de ellas. Decía este santo: '¿Cuánto más necesario será no admitir ni dar crédito a las demás revelaciones que son de cosas diferentes, en las cuales ordinariamente mete el demonio la mano tanto, que tengo por imposible que deje de ser engañado en muchas de ellas el que no procurase desecharlas, según la apariencia de verdad y asiento que el demonio mete en ellas? Porque junta tantas apariencias y conveniencias para que se crean, y las asienta tan fijamente en el sentido y la imaginación, que le parece a la persona que sin duda acaecerá así. Y de tal manera hace asentar y aferrar en ello al alma, que si ella no tiene humildad, apenas la sacarán de ello y la harán creer lo contrario. Por tanto, el alma pura, cauta, y sencilla y humilde, con tanta fuerza y cuidado ha de resistir (y desechar) las revelaciones y otras visiones, como las muy peligrosas tentaciones; porque no hay necesidad de quererlas, sino de no quererlas para ir a la unión de amor. Que eso es lo que quiso decir Salomón (Ecli 7,1) cuando dijo: ¿Qué necesidad tiene el hombre de querer y buscar las cosas que son sobre su capacidad natural?. Como si dijéramos: Ninguna necesidad tiene para ser perfecto de querer cosas sobrenaturales por vía sobrenatural, que es sobre su capacidad' (Subida al Monte Carmelo, 27,6). Y en otro lugar: 'De esta y de otras maneras pueden ser las palabras y visiones de Dios verdaderas y ciertas, y nosotros engañarnos en ellas, por no las saber entender alta y principalmente y a los propósitos y sentidos que Dios en ellas lleva. Y así, es lo más acertado y seguro hacer que las almas huyan con prudencia de las tales cosas sobrenaturales, acostumbrándolas, como habemos dicho, a la pureza de espíritu en fe oscura, que es el medio de la unión' (Subida, 19,14).

De modo magnífico decía San Juan de Avila: 'Os encomiendo mucho escarmentéis, como dicen, en ajena cabeza; y que tengáis mucho aviso de no consentir en vos, poco ni mucho, el deseo de aquestas cosas singulares y sobrenaturales, porque es señal de soberbia y de curiosidad peligrosa... San Buenaventura dice que muchos han caído en muchas locuras y errores, en castigo de haber deseado las cosas ya dichas. Y dice que antes deben ser temidas que deseadas. Y si os vinieren sin quererlas vos, temed, y no les deis crédito, mas recorred luego a nuestro Señor, suplicándole no sea servido de llevaros por este camino, sino que os deje 'obrar vuestra salud en su santo temor' (cf. Fil 2,12), y camino ordinario y llano de los que le sirven' (Audi, filia, c. 51).

Llama poderosamente la atención el que la presunta vidente 'hable de sus visiones'. Es mal signo. Por lo general los falsos místicos y falsos videntes quieren atraer la atención sobre sí mismas. En cambio, es signo de autenticidad el juzgarse indigno de tales gracias, el rechazarlas con pudor, el manifestarlas con el mayor secreto sólo a quien puede aconsejarlo para no engañarse. Tal fue el modo de proceder de los verdaderos místicos; se cuenta, por ejemplo, en la vida de los Padres del desierto el caso de uno que, ante una visión de Cristo, dijo con temor y humildad: 'No quiero ver a Cristo en la tierra, me contentaré con verlo en el Cielo' (PL 73,965). También dice San Juan de Avila: 'Y no temáis que, por esta resistencia humilde, se enojará Dios o se ausentará si el negocio es suyo; mas antes se acercará y lo aclarará. Pues quien da su gracia a los humildes (Sant 4,6) no la quitará por hacer acto de humildad. Y si no es de Dios, huirá el demonio, herido con la piedra de la humildad, que es golpe que le quiebra la cabeza como a Goliat (cf. 1 Re 17,49)' (Audi, filia, c. 51).

Por tanto, hasta que la Iglesia no dictamine sobre el asunto, le recomiendo desconfiar de todo 'mensaje celestial'.

Monday, May 2, 2011

Jesús, Médico de médicos



Por Fray Josue

Amados hermanos cuantas veces escuchamos el Evangelio y la quitamos de nuestra realidad. Hoy les invito a que se pongan en esa realidad. Imaginen Jesús llegando en la barca y la multitud ya esperando por él. Todo tipo de enfermos esperando por el nuevo profeta, el pueblo va atrás de aquel que le da esperanza.

La multitud estaba allá ansiosa, esperando a Jesús cada uno con un dilema, con un problema, enfermedad, pero había un hombre en especial…el jefe de la sinagoga, Jairo, el era un hombre que ayudaba a las otras personas, su unica hija estaba muriendo, en aquel momento se revistió de humildad y fue hasta Jesús. Cuanto mayor sea tu dolor mas tiene que ser tu insistencia y humildad. No seas arrogante, has como Jairo. El era un hombre poderoso, importante, pero el se arrodilló ante Jesús. Para un judío esto actitud era muy valiosa, sólo se arrodillan delante de su Dios. El se arrodilla ante Jesús y le ruega con insistencia, entregó su pedido con fe. Existe hoy un don muy olvidado: la fe carismática, que el propio Espíritu pone en tu corazón y tú crees en lo posible.

¿Quién quiere recibirlo hoy?

Pon tu mano sobre el corazón y colócate delante de Jesús con todo tu ser y corazón y di: Señor Jesús yo creo que tú estas vivo y me amas, creo que tú puedes todo, yo te pido la fuerza de tu Espíritu. Derrama en mi corazón la gracia de la fe carismática. Yo quiero creer que para ti nada es imposible, que tu Espíritu se derrame en mi ser, tómame Espíritu Santo. Dame esa fe, esa fe que mueve montañas, así como Jairo que creyó en lo imposible. Ahora ora en lenguas y pide la manifestación del Espíritu Santo.

Esa es la fe que mueve el corazón de Dios. Jesús no preguntó nada para Jairo, cuando Jesús ve que nuestro corazón está lleno del Espíritu, él ve que no es un capricho nuestro el ve que es una fe carismática.

Nuestro gran mal, es que rezamos y rezamos y después volvemos a preocuparnos. Tú no vas a conseguir sólo, necesitas del Espiritu Santo, necesitas creer que él esta dentro de ti.

Cuando reces cree que ya recibiste. Esto no significa que ya no vas a pasar por dificultades, pero siempre debes tener fe.

Jesús no pierde el tiempo y por el camino ya encuentra otra situación, ahora otro drama…una mujer que ya había gastado todo con el médico, la medicina es un gran bien, vean esto en Eclo 38, 1-14. Nuestra Iglesia Católica siempre valoró este libro donde habla de la medicina y de los médicos. Como es maravilloso cuando encontramos un médico, un hombre de Dios, cuando este hombre reconoce que es un instrumento de Dios.

La enfermedad puede volverse un gran bien. Muchas veces esta enfermedad fue una oportunidad para que puedas encontrar a Jesús. La enfermedad no es una desgracia , un castigo, Dios aprovecha esa circunstancia para que conozcas al médico de los médicos que es Jesús.

Muchas veces Dios permite las enfermedades para que veamos que somos frágiles y ver que nuestra vida es pasajera y que necesitamos aprovechar el tiempo y amar. Talvez Dios con esa enfermedad grita para que vuelvas a él. Es un grito de alguien que te ama y quiere entrar en tu vida. En la enfermedad no descuides de ti y reza. Di al Señor, que quieres hacer de esta situación un momento de encuentro con él.

¡Escucha la voz de Dios! ¡Arranca ese pecado! Apártate del mal y lucha contra el pecado. Por eso el PHN es una gran bendición. Hoy las personas difícilmente asumen un compromiso para toda la vida, quieren vivir sólo el hoy, el momento del placer, quieren todo rápido, fácil y sin responsabilidad, para este tipo de personas funciona el PHN. Porque el PHN es vivr el hoy y volver diariamente a Dios. El arrepentimiento por la confesión, apartarse del pecado. Nunca serás feliz viviendo en el pecado. Y si estas feliz viviendo en una situación de pecado es porque el diablo se adueño tanto de tu corazón que ya ni ves en la situación que estás.

El quiere engañarte diciéndote que vas a sufrir mucho estando con Jesús, pero el sufrimiento con Jesús da paz, pero el sufrimiento sin Dios es deseperacion, es terrible.

Amados hermanos la mujer hemorroísa ya había hecho todo lo que estaba en sus manos. Aquella mujer era considerada impura, sucia, todo lo que tocaba quedaba impuro. Pero la fe le ayuda a vencer todos sus miedos para llegar hasta Jesús, como un perrito, arrastrándose. Imagínense doce años perdiendo sangre, totalmente debilitada, pero cuando la fe carismática nos toma, no queremos saber nada, vamos hacía adelante. Que ese sea tu objetivo hoy querer llegar hasta Jesús. Querer tocar por lo menos el borde del vestido de Jesús. Esta es tu oportunidad no la dejes pasar.

Jesús te ama y espera una actitud tuya, él esta tocando a tu puerta.

Pero Jesús quería hacer una cura completa en la mujer, se sentía rechazada, un cero a la izquierda. Por eso Jesús espera a la mujer venir hasta él. Y cuando ella viene hasta Jesús él le dice: Hija mia, Tu fe te salvó. Que médico extraordinario, no cura sólo el cuerpo, cura también el alma.

Jesús te quiere devolver no sólo tu cura física, sino también tu dignidad. Jesús quiere curarte por entero, cuerpo, alma y corazón, quiere devolverte la capacidad de vivir, de amar.

Cuando te decidas a vivir una vida de fe prepárate para las pruebas que el enemigo va a atacar. Pero si Jesús está con nosotros ¿quién contra nosotros? Jesús también te dará los medios para vencer las pruebas. No escuches al enemigo, escucha a Dios, por eso Jesús dijo a Jairo, no temas, creé solamente. Confía en el Señor, él no pierde ni una batalla. Nunca vi a alguien confiar y después quedar decepcionado. Muchas veces rezas pero la persona muere, entonces esta persona recibe una cura mejor, una cura eterna, esta en un lugar mejor.

Agárrate fuerte de las promesas de Dios, él es fiel, el cumplirá sus promesas. Muchas veces las promesas están tan cerca de cumplirse. Recuerden la historia del Alpinista, Dios le pedía lanzarse, pero él tuvo miedo, estaba tan cerca del suelo, pero no se soltó y murió. Recuerden siempre las promesas de Dios.

SELLAMIENTO CON LA SANGRE DE CRISTO

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PADRE CELESTIAL, EN UNION CON EL ESPIRITU SANTO PIDO QUE EL PODER DE LA SANGRE PRECIOSA DE JESÚS ME CUBRA, SELLE, GUARDE, PROTEJA, SANE, LIBERE, GUARDE, Y ME DE VIDA EN ABUNDANCIA EN TODO MI SER, EN MI FAMILIA, MI HISTORIA, MIS BIENES, LAS PERSONAS QUE DISPONES A MI LADO, TU VOLUNTAD SOBRE MI VIDA, MI TRABAJO, MI ESTUDIO Y MI VIDA SOCIAL, LOS LUGARES EN QUE VIVO Y VISTO Y LA CREACION ENTERA.
 

TU SANGRE PRECIOSA ME LIBRE DE LAS TENTACIONES Y DE TODO MAL.
AHORA Y EN LA HORA DE MI MUERTE. AMEN

Los Primeros Cristianos Contra el Aborto. Ejemplos Para el Cristiano del Siglo XXI

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Por Luis Fernando Pérez

Defensa de la vida

Para cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad humana es claro que una de las plagas más infecta, desastrosa e inmunda de nuestra sociedad en pleno siglo XXI es el aborto. La Iglesia Católica, así como la mayoría de las iglesias y comunidades eclesiales separadas de ella, condena sin paliativos la aniquilación de seres humanos en el seno de sus madres. Dado que la Biblia apenas habla específicamente del aborto, aunque obviamente hay indicios muy claros de que las Escrituras consideran que el feto es una vida humana (p.e Jueces 16,17; Salmo 22,9-10; Lucas 1, 15-16 y 41-44; Galatas 1,15), es importante que estudiemos lo que creían los primeros cristianos acerca de este tema. Su testimonio es unánime y no deja lugar a dudas en la condena del aborto. La Didajé, que pudo haber sido escrita incluso en el siglo I, es quizás el primer testimonio patrístico en el que se introduce dicha condena:

    “He aquí el segundo precepto de la Doctrina: No matarás; no cometerás adulterio; no prostituirás a los niños, ni los inducirás al vicio; no robarás; no te entregarás a la magia, ni a la brujería; no harás abortar a la criatura engendrada en la orgía, y después de nacida no la harás morir.”
    (Didajé II)

En la Epístola de Bernabé, escrita en la tercera década del siglo II, se llama hijo al feto que está en el vientre de la madre, se prohíbe expresamente el aborto y se le equipara al asesinato:

    “No vacilarás sobre si será o no será. No tomes en vano el nombre de Dios. Amarás a tu prójimo más que a tu propia vida. No matarás a tu hijo en el seno de la madre ni, una vez nacido, le quitarás la vida. No levantes tu mano de tu hijo o de tu hija, sino que, desde su juventud, les enseñarás el temor del Señor.”
    (Ep Bernabé XIX,5)

y

    “Perseguidores de los buenos, aborrecedores de la verdad, amadores de la mentira, desconocedores de la recompensa de la justicia, que no se adhieren al bien ni al juicio justo, que no atienden a la viuda y al huérfano, que valen no para el temor de Dios, si no para el mal, de quienes está lejos y remota la mansedumbre y la paciencia, que aman la vanidad, que persiguen la recompensa, que no se compadecen del menesteroso, que no sufren con el atribulado, prontos a la maledicencia, desconocedores de Aquel que los creó, matadores de sus hijos por el aborto, destructores de la obra de Dios, que echan de sí al necesitado, que sobreatribulan al atribulado, abogados de los ricos, jueces inicuos de los pobres, pecadores en todo.”
    (Ep Bernabé XX, 2)

El primer apologista latino Minucio Félix, llama parricidio al aborto en su obra Octavius de finales del siglo II:

    “Hay algunas mujeres que, bebiendo preparados médicos, extinguen los cimientos del hombre futuro en sus propias entrañas, y de esa forma cometen parricidio antes de parirlo.”
    (Octavius XXXIII)

El apologeta cristiano Atenágoras es igualmente tajante en su consideración sobre el aborto cuando escribió al Emperador Marco Aurelio:

    “Decimos a las mujeres que utilizan medicamentos para provocar un aborto que están cometiendo un asesinato, y que tendrán que dar cuentas a Dios por el aborto… contemplamos al feto que está en el vientre como un ser creado, y por lo tanto como un objeto al cuidado de Dios… y no abandonamos a los niños, porque los que los exponen son culpables de asesinar niños”
    (Atenágoras, En defensa de los cristianos, XXXV)

Los testimonios se multiplican por doquier. Así leemos en la Epístola a Diogneto que los cristianos:

    “Se casan como todos los demás hombres y engendran hijos; pero no se desembarazan de su descendencia (fetos)”
    (Ep a Diogneto V,6)

Tertuliano condena el aborto como homicidio y reconoce la identidad humana del no nacido:

    “ Es un homicidio anticipado impedir el nacimiento; poco importa que se suprima el alma ya nacida o que se la haga desaparecer en el nacimiento. Es ya un hombre aquél que lo será.”
    (Apologeticum IX,8)

Ya en el siglo IV San Basilio va incluso más allá al llamar asesinos no sólo a la mujer que aborta sino a quienes proporcionan lo necesario para abortar, lo cual sería perfectamente aplicable a quienes fabrican o prescriben la píldora abortiva:

    “ Las mujeres que proporcionan medicinas para causar el aborto así como las que toman las pociones para destruir a los niños no nacidos, son asesinas”
    (San Basilio, ep 188, VIII)

San Jerónimo trata la situación de la mujer que muere mientras procura abortar a su criatura:

    “Algunas, al darse cuenta de que han quedado embarazadas por su pecado, toman medicinas para procurar el aborto, y cuando (como ocurre a menudo) mueren a la vez que su retoño, entran en el bajo mundo cargadas no sólo con la culpa de adulterio contra Cristo sino también con la del suicidio y del asesinato de niños. ”
    (San Jerónimo, Carta a Eustoquio)

Quizás el texto más dramático en relación al aborto sea un párrafo que aparece en el libro apócrifo conocido como Apocalipsis de Pedro. El libro seguramente es de origen gnóstico, lo cual supone que no debemos considerarlo del mismo valor que las citas anteriores, pero he decidido copiar este pequeño párrafo como muestra de hasta qué punto la condena del aborto estaba presente incluso entre los heterodoxos de los primeros siglos:

    “Muy cerca de allí vi otro lugar angosto, donde iban a parar el desagüe y la hediondez de los que allí sufrían tormento, y se formaba allí como un lago. Y allí había mujeres sentadas, sumergidas en aquel albañal hasta la garganta; y frente a ellas, sentados y llorando, muchos niños que habían nacido antes de tiempo; y de ellos salían unos rayos como de fuego que herían los ojos de las mujeres; éstas eran las que habían concebido fuera del matrimonio y se habían procurado aborto.”
    (Ap Pedro 26)

Todos esos testimonios en contra del aborto tienen un doble valor para nosotros en las circunstancias que nos toca vivir en nuestro tiempo. Por una parte deben servirnos de aviso para que bajo ningún concepto nos acomodemos a un estado de opinión en nuestra sociedad cada vez más favorable a la aceptación del aborto como algo normal. Hacer tal cosa sería ir justo en la dirección opuesta a la que tomaron nuestros antepasados en la fe. Ellos ni se callaron ni fueron tibios a la hora de condenar esa lacra. Por otra lado, debemos ser sinceros y reconocer que vivimos en un mundo donde gran parte de lo más abominable del paganismo antiguo, el aborto y la profusión de todo tipo de amoralidad sexual, no sólo ha resurgido con fuerza sino que ha conseguido “legitimarse” socialmente echando sus raíces incluso en las legislaciones de nuestros países. La Iglesia, hoy igual que ayer, alza su voz contra esta infamia. Podría decirse que Juan Pablo II, paladín de la cultura de la vida y por tanto enemigo declarado de la cultura de la muerte que impera en nuestra sociedad, ha llevado la condena del aborto casi hasta el nivel de dogma de fe en la encíclica Evangelium Vitae:

    “Por tanto, con la autoridad que Cristo confirió a Pedro y a sus Sucesores, en comunión con todos los Obispos —que en varias ocasiones han condenado el aborto y que en la consulta citada anteriormente, aunque dispersos por el mundo, han concordado unánimemente sobre esta doctrina—, declaro que el aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal.”

Nadie pues que se precie de tener el nombre de cristiano y el apellido de católico, puede justificar, aprobar, legislar o colaborar, por activa o por pasiva, con el aborto. Es nuestro deber como cristianos combatir en la guerra por salvar a millones de inocentes. Ellos no tienen voz, no tienen fuerza para oponerse a quienes desean asesinarlos. Seamos nosotros la voz y la fuerza que, como en el pasado, venza la batalla por la vida, por la esperanza y por el amor hacia toda criatura humana desde su concepción.

SANACIONES MILAGROSAS

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Dios puede sanar de muchas maneras. La Sagrada Escritura con frecuencia nos narra sanaciones, la gran mayoría realizadas directamente por Jesucristo, pero también algunas realizadas a través de sus Apóstoles. Y aún en el Antiguo Testamento podemos conseguir algunas.

Una de éstas es la sanación de un leproso llamado Naamán. “Su carne quedó limpia como la de un niño” (cf. 2Re 5, 14-17). En este caso vemos a Dios sanando a una sola persona a través de un instrumento suyo (el Profeta Eliseo), sin siquiera estar éste presente, con unas instrucciones muy precisas (bañarse 7 veces en un río).

A veces se han dado sanaciones colectivas. Tal es el caso de la sanación de diez leprosos, hecha directamente por Dios (por Jesucristo), sin estar El presente, pues esa sanación se sucedió mientras los leprosos iban -por instrucciones del mismo Jesucristo- a presentarse a los sacerdotes (cf. Lc. 17, 11-19).

Otras veces Jesucristo sanó utilizando una sustancia, como fue el caso del barro usado para untar los ojos de un ciego. Otras veces sanó dando una orden: “Levántate, toma tu camilla y anda”, le dijo a un paralítico. O también como al criado del Oficial romano, a quien sanó sin siquiera ir hasta donde estaba el enfermo. O como a la hemorroísa a quien sanó al ella tocar el manto de Jesús. Otras veces -como decíamos al principio- fueron los Apóstoles los instrumentos que el Señor usó para sanar.

Sea cual fuere el instrumento físico o humano que aparezca en una sanación, es Dios Quien sana. Y Dios sana a quién quiere, dónde quiere, cuándo quiere y cómo quiere... porque Dios es soberano. Es decir: Dios es dueño de nuestra vida y de nuestra salud. Y nuestra Fe consiste, no sólo en creer que Dios puede sanarnos, sino también en aceptar que El es soberano para sanarnos o no y para escoger el lugar, la forma, el medio y el momento en que nos sanará.

Dios sigue haciendo milagros hoy en día. Para cada canonización la Iglesia Católica requiere de un milagro comprobado. Para nombrar sólo un caso de los más recientes: en el proceso de beatificación de la Madre Teresa de Calcuta, se dio a conocer un milagro impresionante, no sólo por la gravedad de la enferma, sino porque la curación tuvo lugar en un asilo de las Hermanas de la Caridad, congregación fundada por ella, sucedió el día aniversario de su muerte, es decir de su llegada al Cielo, y, adicionalmente, habiéndosele colocado a la paciente un escapulario que había estado en contacto con el cuerpo de nuestra futura santa, la Madre Teresa.

El Señor sana y sigue sanando: sana cuerpos y sana almas. No importa el medio que use: puede hacerlo directamente o a través de un instrumento escogido por El ... inclusive a través de médicos y medicinas. Pero sucede que la mayoría de los médicos creen que ellos son los que sanan, sin darse cuenta que también ellos son instrumentos de Dios, pues si Dios, que es soberano, no lo quisiera, tampoco se sanarían sus pacientes.

Quien sana es Dios. Y si algún enfermo sana a través de alguna persona, es porque Dios ha actuado.

Jesucristo sanó directamente y realizó toda clase de milagros, no sólo de sanaciones, sino de revivificaciones, que son manifestaciones más extraordinarias aún que las curaciones. Y, además, realizó el más grande de los milagros: su propia Resurrección.

¿Son verdaderas las profecías de San Malaquías? ¿Viene el fin del mundo dentro de pocos papas?

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Responde el P. Miguel Ángel Fuentes, I.V.E.

Pregunta:
 Padre Fuentes: He estado leyendo en diferentes paginas de internet, las profecías de San Malaquías con respecto a los Papas, y que este, Juan Pablo II sería el último antes de la venida de Cristo. También hay quienes dicen que esto es mentira porque estas predicciones son falsas y no habrían sido escritas por el sino por otro y en otro tiempo. Sería tan amable de contestarme sobre este tema. Atte. J.M.R.
Respuesta:

Estimado:

La 'Profecía de los Papas' es atribuida a San Malaquias, monje de Bangor y obispo de Armagh (Irlanda), que nació en 1094 y murió en Claraval (Francia) en 1148; se cree que fue editada por el santo, cuando, en 1139, pasó un mes en Roma, gozando de la peculiar amistad del papa Innocencio II. El texto abarca 111 dísticos latinos -de sólo dos o tres palabras cada uno- que intentan caracterizar las distintas figuras de los Papas que se sucederán hasta el juicio final.

Aunque atribuido a dicho autor del siglo XII el texto de la profecía sólo llegó a conocimiento del publico en 1595. En ese año, un monje benedictino, Arnoldo de Wyon, natural de Donai (Flandria), publicó en Venecia el libro 'Lignum Vitae' ('Arbol de la Vida'). Esta obra es un catalogo de los benedictinos que se hicieron famosos por su talento, sus trabajos o sus virtudes. Entre ellos, el autor presenta a S. Malaquías de Armagh en breves trazos biográficos.

Se trata de 111 dísticos, acompañados de un breve comentario del historiador español Alonso Ciacconio O.P. (1540- † después del 1601). Este comentario aplica los dísticos de la Profecía de los 74 Papas que gobernaron a partir de Celestino II (1143-44), uno de los contemporáneos de S. Malaquías, hasta Urbano VII († 1590). El comentarista le muestra la coincidencia de cada oráculo con los datos históricos del correspondiente Pontífice. El comentario de Ciacconio es de importancia capital, pues señala dónde comienza la serie de los Papas a quienes el dístico se refiere, lo que permite calcular, aproximadamente (siguiendo sus predicciones), la época del fin del Papado y de la venida del Señor. Los comentadores posteriores tomaron como base para sus estudios las explicaciones de Ciacconio. Debido a ello, a partir de Urbano VII († 1590) hasta el fin del mundo, serían con toda precisión 38 los Pontífices que ocuparían la Cátedra de Pedro, y a Pío XII, llamado allí 'El Pastor Angélico', le seguirían seis Papas, el último de los cuales verá con sus contemporáneos la segunda venida de Cristo.

La Profecía gozó de buena aceptación, tanto por parte del clero como de los fíeles, hasta fines del siglo XVII, en que el P. Claudio Francisco Menes­trier S. J. († 1705), uno de los hombres más eruditos y autorizados de su tiempo, publicó el libro 'Refutación de las Profecías, falsa­mente atribuidas a S. Malaquías, sobre la elección de los Papas' (París 1669). El autor, que era historiador y también cultor de la heráldica, pretendía, con gran aparato de conocimientos, demostrar la falsedad de la Profecía de S. Malaquías. Su argumentación se resume en los tres puntos siguientes:

1) El primer indicio de falsificación es el hecho de que, durante cerca de 450 años, a saber, desde S. Malaquías (1148) hasta 'El Árbol de la Vida' (1595), jamás autor alguno hizo la mínima alusión a la Profecía. El propio S. Bernardo no la menciona, aunque conoció de cerca al Santo Obispo, escribió su biografía y refirió otros vaticinios detallados de S. Malaquías (entre ellos la predicción del día y lugar de su muerte). Ninguno de los otros contemporáneos del santo irlandés, que tuvieron estrechas relaciones con él, menciona la Profecía. Tampoco es citada por los historiadores irlandeses posteriores a él. Ni los escritores medievales ni los renacentistas toman en cuenta ese documento, que de haberlo conocido hubieran ciertamente aludido a él. Y ¿por qué vía, qué ciudad o región, el texto profético habría caído en manos de Ciacconio, después de 450 años de ocultamiento? Todavía más: el propio Ciacconio, presentado por Wyon como autor de un comentario de la Profecía, no alude absolutamente a este docu­mento en su libro de 'Biografías de los Papas y Cardenales', editado repetidamente en 1601, 1630 y 1677. ¿Habrá, tal vez, Ciacconio reconocido posteriormente la falsedad de los oráculos a los cuales inicialmente diera crédito?

2) El argumento del silencio es corroborado por la compro­bación de fallas históricas y teológicas en la presunta profecía. Pues no parece posible que un autor movido por Dios haya introducido en la lista de los Papas a antipapas como: Víctor IV (1159-64), Pascual III (1164-68), Calixto III (1168-78), Nicolás V (1328-30), Clemente VII (1378-94), Benedicto XIII (1394-1423), Clemen­te VIII (1423-39), Félix V (1439-49). La finalidad misma de la Profecía -insinuar la época del fin del mundo- parece opuesta a la aserción de Cristo, que declaró solemnemente que no competía a los hombres conocer los tiempos y momentos dispuestos por la Providencia del Padre (cf. Hch 1,7). Además, la aplicación de los dísticos a los respectivos Papas se basa en notas bastante acciden­tales, lo que le da un sabor de arbitrariedad. Así: Nicolás V (1447-55) estaría designado por 'De modicitate lunae' ('De la pequeñez de la luna') por haber nacido de una familia modestaen un lugar llamado Lunegiana; Pío II (1458-64) es llamado 'De capra et albergo' ('De la cabra y del albergue') ¡por haber sido secre­tario de los Cardenales Capranica y Albergati!, etc.

3) Las razones negativas: Menestrier y otros historiadores poste­riores agregan la explicación probable de cómo pudo haberse dado la falsificación. Débese notar, en primer lugar, que todas las divisas de los Papas, hasta 1590, aluden a características concretas de cada Pontífice: lugar de nacimiento, origen de la familia, cargos ejer­cidos antes de la elección, símbolos de sus blasones, etc. Mientras que, desde 1590 en adelante, los dísticos se refieren solamente a cualidades morales, cuya aplicación es muy vaga y puede convenir a más de un Pontífice. Así, 'Vir religiosus' ('Varón religioso' ), 'Ignis ardens' ('Fuego ardiente'), 'Fides intrépida' ('Fe intré­pida'). ¿Qué Papa, no siendo del todo indigno, no merecería estos calificativos?

Observada la diferencia entre los oráculos anteriores y posterio­res a 1590, se presume háyase forjado la profecía justamente por entonces, con el propósito de atender a las dificultades de la elección del Cónclave de ese año, 1590, después de la muerte de Urbano VII.

La refutación del P. Menestrier alcanzó gran boga entre los estudiosos de nuestros días. Los adversarios de la profecía la consideran definitiva. No obstante, hay todavía autores contemporáneos de valía que prefieren suspender el juicio sobre el documento, cuando no lo reconocen auténtico.

Es evidente que después de todo y a pesar de los esfuerzos hasta hoy realizados para averiguar el día del Señor, éste continúa para nosotros en­vuelto en densas tinieblas. Y ésta es la única conclusión sabia que se puede sacar de cuanto al respecto acabamos de estudiar.